Aquel día en que Pedro Blas bajó del barco mercante para pasar unos días con su familia no sabía que sus vecinos de toda la vida le estaban preparando un homenaje: con cosas de aquí y allá habían improvisado un escenario coronado por sábanas y cortinas de diversos colores, que prestaron de una y otra casa y que ondeaban bajo el viento sabroso del atardecer. Pedro Blas leyó sus poemas frente a gente con la que tantos años atrás creció jugando tapita y beisbol callejero. Muchos se los sabían de memoria y lo acompañaban en voz baja, diciendo en silencio las mismas palabras que él estaba pronunciando allá arriba, aturdido de emoción tras tanto tiempo fuera de las calles que lleva en las venas y de las que tanto ha escrito.
Ahora, cuando uno camina con él por las calles del barrio, lo detienen a cada media cuadra para saludarlo. “El poeta de Getsemaní” le dicen casi todos en voz alta, como si ese honor tuviera que ir siempre, necesariamente, por delante del simple nombre suyo: Pedro Blas.
Calle de San Antonio
“Nací en 1949 aquí en esta casa de la calle San Antonio, con la ayuda de la partera Estebana. Mira, aquí había una placa en pedernal que indicaba que era la sexta estación del Viacrucis, porque Getsemaní es un barrio muy católico y aquí la Semana Santa se festeja. Para la casa que era una estación del viacrucis eso era un honor muy grande”.
“Mi padre fue un pescador que terminó convirtiéndose en notario. Únicamente a punta de estudio. En Tolú, donde él nació, empezó a prepararse. Luego terminó en Cartagena, cuando se vino a vivir acá”.
“Los Zapata Olivella vivían en esta casa del frente: Delia, la bailarina; Manuel, el médico y escritor de Changó El Gran Putas; todos los hermanos. Manuel ya era grande cuando yo viví aquí. El papá trabajaba en la Universidad de Cartagena. Luego, con los años, salieron de aquí para mudarse a la calle del Espíritu Santo. En la casa de al lado de ellos, que en realidad eran dos casas unidas, vivía el resto de mi familia”.
“En cada casa podían vivían varias familias porque eran inmensas. Yo viví en esta hasta los seis años. Recuerdo menos de lo que quisiera: que era una calle de mucha bulla y alegría y que había un señor que tenía una colección de periódicos viejos, justo ahí, donde está ese matorral. Yo lo menciono en uno de mis versos”.
Calle de La Magdalena
“Después vivimos en la Calle de la Magdalena, en un solar de los negros Julios. Ellos eran de República Dominicana. Creo que primero se instalaron en Riohacha y luego vinieron aquí con mucho dinero y compraron muchas casas y solares. Eran muy famosos en el barrio”.
“A los ocho años participé en un concurso que dirigía Jaime Becerra -que después se radicó en Alemania- y gané un premio por una poesía y un dibujo. Figúrate cuál era el premio: Un tarro de pintura Parker, 20 cuadernos y ¡30 entradas al Teatro Cartagena y al Colón! Me las gasté todas. A mí no me dejaban salir solo, pero me llevaba un tío. Yo, un pelaito de pantalones cortos y tirantes. En realidad fueron 15 películas porque a todas tenía que ir con mi tío y ahí se me fueron la mitad de las boletas”.
“Yo no me acuerdo de ninguna de las películas de esa tanda de 15. Pero sí de todo el cine que vi después aquí en el barrio. Lo primero que me gustó fue el neorrealismo italiano. Eso fue muy gracioso porque había cines para blanquitos, más elegantes, y los cines del barrio, para “la chusma”. Pues resulta que el hombre que tenía que entregar las latas con las películas, (¿te acuerdas que antes venían así?), se equivocó y las trajo para el cine popular. ¡Imagínate! El ladrón de bicicletas o seducida y abandonada. Yo veía eso y lo que se proyectaba en la pantalla se me hacía tan parecido a las calles y a la vida en Getsemaní”.
Calle del Guerrero
“Después de la casa de la calle Magdalena, nos mudamos acá, cuando tenía unos 10 añitos. Aquí comenzó mi amor por las letras porque había una bodega de libros y revistas que alimentaba mi tío, subdirector el Diario de La Costa. Se llamaba Pedro Florez y coleccionaba todas las revista y periódicos que llegaban del extranjero También tenía periódicos de épocas antiguas. Era detrás de este cuarto que da a la calle. Y yo feliz, leyendo de todo, todo el día, empapándome de lo que ocurría allá afuera en el mundo”.
Callejón Ancho
“En esta casa la “seño” Pabla tenía una escuela de banquitos que organizó en la sala de su casa. Así se hacía entonces. Había niños de todas las edades. Ella me enseñó mis primeras letras. Una vez me castigaron hasta las seis de la tarde por estar mandándole una carta a Candelaria, que era una novia, aunque yo era bien pelaíto”.
" Chambacú tiene que ver mucho con Getsemaní. Era el hermano de al lado. Lo desocuparon en el 71 de una manera violenta y cruda. Y eso queda muy marcado para la gente."
“Aquí cada casa tenía su manifestación gastronómica. Aunque lo mío era el pescado. El Puente de Román era la fuente básica. Todo tipo de fauna merodeaba en sus aguas. Solo era cuestión de echar el hilito de pesca con el anzuelo”.
En la Plaza de la Trinidad
“Ahí, en ese terreno, jugábamos béisbol. La primera base quedaba frente a la casa de Juan Redondo y la familia Daza. La segunda, en el primer cañón del atrio de la iglesia. La tercera, en el segundo cañón, en la otra esquina del atrio. Y el home en el ángulo que formaba la esquina del comedero de la negra Francisca Urrueta, colindando con la casa de "Mae", otra negra muy bulliciosa. Nos la pasábamos sábados enteros dele que dele al bate y a la pelota. Muchos de ellos, amigos míos, murieron jóvenes. Es que la pobreza de Getsemaní era cosa seria. El “Chato” Erazo, por ejemplo, como muchos otros. Le decíamos el ataúd andante porque al llegar a la base, si es que llegaba, lo hacía resollando y sin aire porque tenía una tisis o alguna enfermedad crónica de los pulmones que fue la que se lo llevó al otro lado”.
“En la esquina de la negra Francisca, ella cocinaba y en la noche se podía beber ron. Eso era a pocos paso de mi casa. Allá llegaban los obreros de las fábricas de jabones y perfumes, con sus mamelucos embadurnados de pedazos de pasta de jabón”.
Calle del Guerrero (de nuevo)
“Yo estaba grandecito cuando le empecé a escribir las primeras cosas a los nadaístas, que entonces eran la vanguardia de la poesía en Colombia. Cuando estaba en el servicio militar obligatorio, me cogieron en la calle en una redada, me condenaron dizque por “manejar una célula de un asalto en un polvorín de armamentos en buques de guerra”. Ahí les empiezo a mandar cartas a los nadaístas y por eso mi primer libro se llama “Carta de un soldado desconocido”. Aquí se las escribía y aquí me llegaban sus respuestas.
“El segundo libro fue algo parecido. Algún día me bajo del barco y enseguida me llaman los amigos de Héctor Rojas Erazo y me dicen que qué tengo, que quieren editarme. Yo les di entonces Poemas de Calle Lomba”.
Chambacú, el hermano de al lado
“Chambacú tiene que ver mucho con Getsemaní. Era el hermano de al lado. Lo desocuparon en el 71 de una manera violenta y cruda. Y eso queda muy marcado para la gente. Todo fue muy rápido, como a las tres de la mañana, con un operativo de camiones y policía. Hay una anécdota muy diciente: una que ahora es comadre mía, palenquera, pero que entonces estaba pequeña, va al barrio vestida de primera comunión para que sus tíos y tías la vean y cuando se para en el puentecito ve que Chambacú ya no está”.
“A Getsemaní nos lo desocupan de otra manera: vamos a subirte los servicios públicos, a subirte el catastro y obvio, la gente desesperada de que no pueden pagar eso y al recordar lo de Chambacú empieza a irse. Luego llega el foráneo a ofrecer dinero por las casas; en los años 80 algún narco ofrecía el triple del valor real… después construían”.
El mar, muchos años
“Yo empecé a navegar muy joven. Getsemaní tiene una tradición de marinería que se está olvidando. Desde niño yo escuchaba las historia de los marinos, y yo los miraba en la vida real. Terminé embarcándome a los veinte años, después de lo del servicio militar. Eso no era como ahora, que hay infinitos procesos de selección. Uno se montaba y ya. Ahí estuve 27 años de mi vida. Me inicié en una flota particular, que era de Julio Villadiego, aquí en El Arsenal. Íbamos por todo el Caribe, Haití, República Dominicana. Después escogí barcos de mayor cabotaje, en barcos de carga de hasta 50 mil toneladas”.
“Yo iba y venía en los barcos... y en una de esas me recibe Getsemaní con una cosa muy apoteósica que se llamó “hablaba Getsemaní barriada”, con un recital mío, acompañado de tambores. Los nativos prestaron sus sábanas y las cortinas para armar ese escenario. Eso fue en lo que ahora se llama Escuela Taller Cartagena de Indias, en la calle del Guerrero. Fue una poesía teatral. Yo caminaba por el escenario y otros representaban mis textos. El título lo escogió el mismo barrio, porque a ellos les gusta mucho ese poema. Ahí es donde digo que el sol lo hicieron en Getsemaní”.
“El recital lo anunciaron con un afiche que hizo Plutarco Meléndez, que ahora vive en New York, inspirándose en Delia Zapata Olivella. Tenía una bailarina negra, el sitio del evento y una frase: el barrio recibe a su poeta”.
“Cuando vi que mis cuatro hijos ya estaban creciendo sin mí decidí parar es vida. Me dije: tengo que ir a verlos. Eso fue todo. Ahí acabó mi vida de mar”.
Calle del Carretero
“En esta casa vivieron las familias que me criaron a mí, yo venía almorzar acá y las seguía visitando. Aquí fue la última casa en la que vivió la gente que me crió hasta el año 2000 o algo así. Ahora la tía Lucy Valdelamar vive en al Pie de la Popa. Ella es el último vestigio de las personas que tuvieron que ver con mi crianza”.
Getsemaní, todo
“Lo describo como un solemne desorden untado de vida: todo lo que va del Pedregal al Puente Román. Eso era pura vida. ¡Y un matriarcado bravo! Unas madres y otras nos traían arrastrados. ¡Al que fuera, hijo o no hijo de ellas! Llegaba alguien y le decía a mi tía: acabo de pegarle al tuyo porque estaba en la vagabundería, o me traían de la oreja y le decían aquí te lo traigo, que este andaba otra vez con su amigo El Curita”.
“Almorzabamos en cualquier casa, comíamos arroz de cangrejo con los muchachos. Las puertas estaban todas abiertas y a donde quisiera uno podía entrar. El béisbol de los sábados, la Negra Francisca y el señor de la esquina el Negro Padilla, los cocinero de barcos. Esto sí que era una gran fiesta”.
Aquí estaba concentrada toda la vitalidad, el vigor torbellino de la vivencia con todo su acontecimiento social, la música, las vestimentas y comidas. Entonces yo digo que la Cartagena multicolor se embriona aquí, nació aquí. En estas mismas calles”.