Han dejado rastros sutiles desde el nacimiento mismo de nuestro barrio. Una cofradía que a lo largo de los siglos ha unido a albañiles, héroes de la Independencia, arquitectos, empresarios y diversos vecinos ilustres.
Su origen, algo difuso, suele ubicarse en la Edad Media. En ese entonces los oficios se aprendían por gremios. La masonería o también llamada francmasonería nació en el de la construcción. En francés, maçon significa albañil o constructor. De ahí derivó el nombre. Unas versiones indican que su primera motivación fue blindar sus saberes y técnicas, que estuvieron detrás de la construcción de las catedrales medievales. Otros defienden una visión más espiritual y de transmisión de sabiduría, que se remontaría más atrás en el tiempo.
La simbología es muy importante en la masonería. Es usada como una especie de pedagogía y conocimiento que se les revela a sus miembros en la medida que van avanzado en los distintos grados y rituales. Entre sus imágenes más conocidas están la escuadra y el compás, imprescindibles en el oficio de la construcción. También el cincel y en menor medida el nivel y la plomada. Otros símbolos son la estrella de cinco puntas, la figura del ojo encerrado en un triángulo. Entre sus creencias más arraigadas está la de Dios como el Gran Arquitecto del Universo.
Este artículo pretende mostrar algunas de las huellas de esta sociedad, como una muestra de ese extraordinario crisol cultural y social que ha sido el barrio, algunos de cuyos hilos hemos seguido y seguiremos mostrando en próximas ediciones.
Antes de continuar hay que recordar que por mucho tiempo los masones fueron una cofradía conocida y reconocida socialmente, incluso más que ahora, como se verá más adelante. Lamentablemente, hubo una leyenda negra que surgió en un contexto muy específico de la Alemania del siglo XIX, que tomó sus propios vuelos por el mundo y que luego encontró otros reflejos, como en la dictadura de Franco, en España, que a su vez tuvo ecos en América Latina. Incluso ahora, con tanta teoría de conspiración suelta, hay quien sigue repitiendo bulos de hace mucho tiempo, sin ninguna base sólida.
Hoy se calcula que hay unos seis millones de masones alrededor el mundo. En Cartagena mantienen su logia como en el resto del mundo, con un carácter discreto, pero no secreto.
Alarifes y masones
La masonería tuvo una gran difusión entre el gremio constructor más allá de Francia. Aquí se les conocía como alarifes, palabra de raíz árabe.
“Es indiscutible la relevancia que los alarifes tuvieron en la construcción en todo el territorio americano a lo largo y ancho de este continente, personajes formados y con experiencia en la construcción de una buena cantidad de templos góticos en toda Europa, incluyendo la península Ibérica además en construcciones de mezquitas y construcciones civiles etc. Algunos de estos personajes también hacían parte de logias masónicas (...) Estos albañiles y canteros formados en la filosofía de las Logias, dejaban evidencia de sus raíces, trazando símbolos y elementos, testigos de ser aprendices y ahora maestros en las artes de la construcción”.
Así comenzaron Rodolfo Vallín Magaña y su equipo un apartado en su informe final sobre la restauración de la cúpula del templo de San Francisco, en la que recuperaron frescos y motivos gráficos coloniales que no se sabía que existían. Vallín, fallecido tempranamente, era considerado uno de los mayores expertos de estos temas en Colombia.
Él y su equipo caracterizaron como de un origen probablemente masónico dos símbolos hallados en la cúpula, entre otros de origen franciscano y de la arquitectura mudéjar en Andalucía, como la estrella tartésica. Se trataba del “Ojo de Dios” y de un entrecruce que se asemeja al de la escuadra y el compás con el que esa organización se identifica habitualmente.
Sobre el Ojo de Dios fue muy cauto pues, según describió: “sin duda acompaña también el simbolismo masón. Sin embargo, son tan variados los elementos que lo acompañan que no podemos aseverar con certeza su significado”. En efecto, ese símbolo también ha sido usado como representación del Espíritu Santo o como el Ojo de Horus, en la antigua tradición egipcia, para citar dos ejemplos.
En cambio, encontró más pistas en el otro símbolo:
“Al parecer se trata de una versión de la escuadra y el compás, símbolos de la masonería, en cada una de las vértices de dicha composición. Se aprecian cinco elementos circulares o semicirculares, que pueden estar relacionados con los cinco fundamentos de las Logias masonas que son: Libertad, Igualdad, Fraternidad, Tolerancia y Humanidad. (...) Se pueden observar diferentes formas propias de la simbología masónica sin hacer alusión a ella directamente, son lenguajes ocultos plasmados pictóricamente en el tambor de la cúpula de este templo”.
Padilla y San Juan
Una cosa eran los símbolos y el conocimiento compartido entre los colegas del gremio constructor que nos llegó a comienzos de la Colonia y otra cosa eran las logias, mucho más organizadas y jerárquicas, que además, aceptaban miembros más allá de los arquitectos y maestros de obra. Para eso habría que esperar a la Cartagena de fines del siglo XVIII, cuando el clima social e intelectual empezaba a apuntar hacia la Independencia.
La primera logia cartagenera fue fundada en 1770 bajo el nombre de Logia Britannia No. 1, con el auspicio del comerciante jamaiquino Wellwood Hyslop. Funcionó hasta 1815, año de la retoma española de Cartagena, en la feroz campaña de Pablo Morillo. También hasta ese año funcionaron las otras dos logias locales: la Beneficencia de Cartagena y Las Tres Virtudes Teologales, en casas coloniales de próceres como los hermanos Amador o José María García de Toledo.
Se suele hablar de la relación entre la masonería y la revolución francesa o la independencia de los Estados Unidos. Según los estudiosos, esta es relativamente cierta pero hay que matizarla bastante. No hay una relación directa de causa y consecuencia. “La Revolución francesa, por ejemplo, no fue una revolución masónica, ni mucho menos. Fue una revolución en la que participaron masones y algunas ideas se discutieron en sus reuniones”, nos explica Alberto Salazar, masón cartagenero y quien ha organizado para su logia mucho conocimiento disperso sobre esa sociedad en Cartagena.
Siguiendo sus ideas, hay que decir que muchos oficiales de ambos bandos, el patriota y el realista eran masones, pero no quiere decir que la masonería hubiera sido la gran inspiradora del movimiento libertador, como algunos pretenden ver, desconociendo que sus causas fueron más complejas y entremezcladas. Los círculos intelectuales, sociales, económicos y masones solían coincidir bastante y seguramente se retroalimentaban. Antonio Nariño -masón- organizaba sus tertulias literarias, que le servían como tapadera para discutir de ideas de emancipación, en las que a su vez había distintos compañeros masones. En ese contexto, la masonería era vista con una connotación positiva de libertad.
Veamos una lista rápida de masones en la época republicana, casi todos presidentes de Colombia en algún momento: Simón Bolívar, Francisco de Paula Santander, Rafael Urdaneta, Tomás Cipriano de Mosquera, José Hilario López, José María Obando, José María Melo, Manuel Murillo Toro, Eduardo Santos, Darío Echandía o Alberto Lleras Camargo.
De esa lista ilustre sacamos un nombre muy interesante para Getsemaní: el del almirante José Prudencio Padilla. Él había sido formado en la armada española y compartía con sus compañeros ibérico la afiliación masónica. Pero él, como Bolívar, era miembro de la logia Estrella del Oriente Colombiano, constituida durante el Congreso de Angostura, en 1819. Estaban bajo la jurisdicción de la Gran Logia Provincial de Jamaica, a su vez dependiente de la Gran Logia Unida de Inglaterra.
La logia masónica más conocida tenía una sede pública, posiblemente ubicada en la calle de la Chichería. La noche de San Juan -el 24 de junio de 1821- coincidía con una celebración de la logia por San Juan Bautista en la que había desfiles y se adornaba la casa. El otro patrono católico de la masonería es San Juan Evangelista -24 diciembre-. Ambas fechas coinciden con los dos solsticios de verano e invierno en el hemisferio norte, lo que les confiere un simbolismo particular.
Padilla utilizó esa circunstancia a su favor: sabía que muchos oficiales iban a estar en esa celebración de la logia, en lugar de sus puestos militares. Eso y la noche cerrada fueron un factor clave en el éxito de aquella sangrienta jornada, que significó el fin del dominio español en nuestras tierras, según recordaba el doctor Pedro Covo Torres en un reciente evento virtual en conmemoración de esa fecha.
Los hombres del cincel
Paradójicamente, Bolívar firmó en 1928 un decreto que prohibía “todas las sociedades o confraternidades secretas” e imponía multas de cien y doscientos pesos a quien asistiera a una de sus reuniones. Pero su efecto duró pocos años y en 1833 la masonería de la ciudad se reorganizó y se mantuvo arraigada en la ciudad, según ha estudiado Salazar. De hecho, la ciudad era un enclave fundamental al que estaban afiliadas decenas de logías de toda la región Caribe y Centroamérica. Tuvo varias sedes hasta que se estableció en la que aún hoy se mantiene en la calle San Juan de Dios. La consecución de esa casa resultó de aportes de cartageneros como los Román.
Hablando de mediados del siglo XX, el académico Jairo Álvarez Jiménez explica:
“En este clima de tendencias liberales y de gran activismo político de los sectores artesanales era destacable también el papel que tenía en Cartagena la existencia de logias masónicas desde el mismo nacimiento de la república. En efecto, la ciudad fue un lugar esencial para la organización de estas sociedades secretas que, aunque generalmente estaban integradas por sectores de las elites, daban cabida a dirigentes del artesanado. Esta era una sociedad laica que adoptaba actitudes libertarias contra los regímenes monárquicos, clericales y absolutos; y mostraba una marcada oposición no solo a la existencia de gobiernos tiránicos o dictatoriales, sino también a la influencia del clero en la política y en la sociedad. La masonería, que salvaguardaba los intereses liberales ajenos al beneficio eclesiástico y que fue el sustento de las políticas radicales, encontró desde temprana época en Cartagena, y más que en cualquiera otra ciudad colombiana, un fortín para el desarrollo de sus ideales”.
Por aquellos años se fundaron varias logias en la ciudad, entre ellas la primera de carácter femenino. Y también de ahí se derivó una línea filantrópica que se sostuvo por mucho tiempo. Por ejemplo está Rosa Petrona De Pombo y Latoison cantante lírica y parte de aquella logia femenina en Cartagena, quien organizó exitosos conciertos para recaudar dinero destinado a obras benéficas.
Alberto Salazar ha rastreado pistas dejadas por los arquitectos en espacios como el camellón de los Mártires, en el que los diez héroes independentistas aparecían afiliados a distintas logias masónicas. O el parque Centenario, cuyo obelisco tiene reminiscencias egipcias, tradición que los masones sienten muy cercana. En la base se relaciona a los diecinueve firmantes del acta de Independencia, de los cuales once eran masones. A su vez, el diseñador el del parque fue el ṕrestigioso arquitecto Pedro Malabet Madrid, masón de grado 33, quien fue Gran Maestro de la logia local.
Una referencia aún más cercana es el Centro de Convenciones, inaugurado en 1982 y cuyo constructor en jefe fue el cartagenero Pedro Claver Orozco Haydar, masón de alto grado, quien pudo haber conciliado el lenguaje arquitectónico diseñado por la firma Esguerra Sáenz y Samper con algunos guiños propios del acervo masónico. Un ejemplo son los treinta y tres escalones que van desde la calle hasta lo alto del Patio de Banderas (33 es el grado mayor en las logias masónicas); la presencia de elementos en triadas en la fachada o una muy particular disposición de tres orificios de tres pulgadas de ancho que hoy están tapados por una pantalla gigante y cuya proporción es idéntica a los tres puntos equiláteros que acompañan la firma de los masones.
De Tiburcio a Gil María
Getsemaní ha sido una fuente de librepensadores y gente estudiosa e ilustrada. No es raro que entre ellos también haya prendido la llama de conocimientos de carácter iniciático como el masón.
Por ejemplo, y volviendo a la relación fluida que hubo por mucho tiempo entre el catolicismo y la masonería, Pedro Tiburcio Ortíz, el pintor del cuadro del arcángel San Miguel -uno de los tesoros artísticos y de fe de la iglesia de la Trinidad- fue un masón grado 33. El cuadro merece toda una lectura en claves mágico religiosas, espirituales y católicas, según Rosita Díaz de Paniagua, una de las gestoras del rescate del cuadro, que estuvo a punto de perderse. Una de ellas es el efecto óptico de una mirada que pareciera apuntar a los ojos del espectador desde cualquier lugar que se le observe, una referencia al “ojo que todo lo ve”, del que hemos hablado arriba.
El abuelo de la propia Rosita, el general Manuel Díaz, veterano de la Guerra de los Mil Días, fue masón de grado 33. Su hijo y padre de Rosita, Luis A. Díaz, también fue masón. No llegó tan lejos en la jerarquía aunque sí le impidió la boda con su esposa, pues para esa época había calado la idea de que masones y católicos iban por caminos separados. Rosita tiene entre sus recuerdos que Salomon Ganem, gran amigo de su abuelo y cuyo apellido está en al menos dos edificios del Centro y Getsemaní, también pertenecía a la logia. También tiene claro que a las mujeres les hablaban poco de esos temas, reservados para el ámbito másculino.
Pero el ser mujer no era una puerta cerrada. Como se ha visto, se creó una logia femenina. Tejiendo hilos sobre la getsemanicense Carmen de Arco y Torres, la primera enfermera colombiana graduada, con formación en París y Kingston (Jamaica, cuya logia estaba enlazada con la cartagenera), Álvaro Suescún recordaba que:
“La casa de la tía Carmen era epicentro de tertulias a las que concurrían algunos masones como el médico Bartolomé Escandón; Antonio Regino Blanco diputado en varias ocasiones; Camilo S. Delgado, más conocido como el doctor Arcos; Bernardino Castro, concejal, y Gabriel Eduardo O’Byrne, fundador del Diario de la Costa”.
El propio Jorge Artel, sobrino de Carmen, aparece como afiliado a la Logia masónica, pero no alcanzó grados altos. Además, su exilio en 1948 debió haber interrumpido ese nexo.
Otro conocido de Getsemaní que pertenecía a una logia masónica era Gil María Gavalo, el recordado intelectual y fundador del Colegio Libre, que se ubicó originalmente en la calle de Guerrero. Jorge Valdelamar Meza recordaba, a propósito de otra anécdota, lo siguiente: “Mi papá, Juan Manuel Valdelamar, que era hermano de Logia del maestro Gil Gavalo, fue a la escuela, y le dijo sobre el castigo, pero todo quedó ahí”. Más adelante dice, sobre la mudanza del colegio de Guerrero al lado de la iglesia de la Santísima Trinidad. “Él era muy amigo de los padres alemanes, que en ese entonces vivían en la iglesia. Su masonería no impedía esa relación”. Más adelante completa con este detallado recuerdo:
“Los martes asistía a la Logia un hermano de masonería. Era Martín Banquez, escultor que trabajaba bien el yeso. Lo recuerdo caminando las calles de Cartagena con su vestido blanco entero de saco y corbata, acompañado de su permanente sombrero blanco. Mi papá fue muy buen amigo del doctor Bartolomé Escandón Gómez. Ellos eran hermanos de Logia, iban a las tenidas los martes y regresaban a media noche. A mi papá lo visitaban los Vargas, especialmente Raúl”.
En los extensos archivos que ha trasegado Alberto seguro hay más vecinos y personajes cercanos al barrio. Pero con lo visto parece suficiente para mostrar el vínculo de esta forma de conocimiento, que convivió en su momento con el catolicismo del barrio, pero también con su actitud libertaria de la Independencia, y con la librepensadora del siglo XX. Un hilo más de los muchos que se entretejen en Getsemaní y que explican su inmenso aporte a la ciudad.