Por: John Jairo Junieles
Si tienes la suerte de haber vivido en Getsemaní, luego el barrio te acompañará a donde vayas por el resto de tu vida, porque Getsemaní, es una fiesta que nos sigue.
Esa declaración de amor, que también proclamó Hemingway sobre París, y a la que cantó Kavafis a Alejandría en su poema La ciudad, comparte el mismo espíritu que alimenta el alma barrial de la obra de Roberto Burgos Cantor. Toda experiencia humana real y transformadora trasciende el tiempo, muchas veces sin que seamos conscientes; es un latido allá abajo que nos acompaña, disfrazado de muchas formas.
Así como un médium busca materializar espíritus, el mago Burgos en muchos pasajes de su obra mezcla pasajes líricos con alegres y espontáneos apuntes sobre Getsemaní, como éste en el que conjura al desaparecido mercado de la bahía que funcionó hasta 1978:
“Un hilo secreto preserva y acumula la memoria de su magia. Basta dejar ir los pasos al albedrío del acaso y entonces todo regresa por un instante. El suficiente para vivirlo. Donde estuvo el mercado de aves y carne de monte, de granos y hortalizas, uno de los más abigarrados del caribe y que fue erradicado con las ferreterías y depósitos de cocos, y ahora se levanta la mole fría y de fastuosidad de cartón del Centro de Convenciones, allí, hay que esperar el milagro. Sucede apenas se inicia la sombra del alcatraz y la gaviota, al término de la tarde, con los destellos del faro de la bahía enviándoles guiños a las sirenas viudas.
La brisa trae a la orilla el crujido de las embarcaciones de vientos atrasados. Nada queda de los restos de la gritería y la súplica que llena el espacio de los pequeños negocios. En los tenderetes de los vendedores de comida disponen las mesas con manteles de hule de colores. Encienden los fogones de carbón vegetal y los mechones y lámparas de queroseno. Es tenue el aroma de la guartinaja guisada de piel dorada y el arroz de coco y el arroz de cangrejo y el arroz de langosta y las postas de sábalo.
Al alba no faltará jamás la punzada de la nostalgia, el deseo de quedarse en ese escenario, pero nada perdura y el ruido ahogado del motor anuncia al camión de la basura y en su sitio reciente la piedra de Turbaco del inexorable y plano Centro de Convenciones.”
Este pasaje, que hace parte de la crónica Cartagena, boceto de amor encabronado, es un breve recordatorio de cómo el ancestral laberinto del mercado a orillas de la bahía, cruce de trabajos, fiestas y resacas, de industrias, carnavales y lamentos; sobrevive por las artes de la memoria sentimental al paso del tiempo. La modernidad y el desarrollo, que muchos dicen inevitable, también pudo ser más humana, y hoy todavía podría reconocer, de alguna manera, la importancia simbólica de esa esquina nostálgica que fue el mercado de Getsemaní.
Y así, a la manera de Konstantinos Kavafis, el barrio nos sigue a donde vayamos, como una sombra, como abejas a la miel: “Nuevos lugares no hallarás, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá”.
John Jairo Junieles es escritor, periodista y abogado. Nacido en Sincé, Sucre (1970), a los siete años llegó a Getsemaní, vivió con su familia en el edificio Puerta del Sol, y luego en la Calle del Carretero. Vive en Bogotá. En 2019 publicará El hombre que hablaba de Marlon Brando, una novela sobre sobre los seis meses que Brando estuvo en Cartagena, en 1968, mientras filmaba La Quemada. Su libro más reciente es la antología de cuentos: Fotos de cosas que ya no están (Collage Editores, 2015).