Mi cine, mi Getsemaní

LA HISTORIA

El asunto no era -como hoy- ir a cine una vez al mes, si acaso. Era cosa de todos los días: ver películas, sí, pero también hacer pilatunas, colársele al portero, hacer amigos y novios. ¡Hasta leer al revés cuando los colados tenían que ver la película por el lado contrario de la pantalla! Hoy todavía los vecinos del barrio recuerdan esas épocas.


“Conocí a Celia Cruz, cuando era flaquita y usaba una cola de caballo. También conocí a Pedro Infante, a Javier Solis, a Luis Aguilar, a Flor Silvestre, entre otros. ¡Yo sí que he conocido artistas! ¡Mis ojos sí que han visto cosas! Mi papá me daba el permiso para ir a cine y como yo me casé jovencita, antes de los 16 ya me iba a vespertina y noche. Eso sí, íbamos con gente grande y llevábamos la chorrera de pelaitos, porque los dejaban entrar era conmigo. A veces daban las películas al revés: los pies para arriba y la cabeza para abajo y la gente comenzaba a partir las banquetas. En el Padilla también hacían bailes. Toda esa época de antes era bien bonita”.
Virginia Heredia.


“El Padilla y el Rialto era de la clase baja y eran cines abiertos, tenían lunetas (donde había un pedacito de techo) y especial. La silletería eran bancas, uno entraba con bolsas de chicharrón, patacón que envolvíamos en una bolsa de papel y comprábamos guarapo que vendían en una lata de aceite. Solo le quitaban el filo y ahí tomábamos”.
José Ignacio Bustamante


“En esa época el cine mexicano estaba en su apogeo. Cuando iba con mis amigos nos metíamos con un tiquete dos o tres personas. Había un loco que se llamaba Máximo que se metía al teatro a sacar los colados. Cuando entrábamos y veíamos a Máximo nos agachábamos y nos metíamos al Padilla corriendo y nos acostábamos debajo de las bancas. Rosario Morillo.

“Nosotros no podíamos ir a todo tipo de cine porque estaban las censuras. En ese entonces donde está el Centro Comercial Getsemaní había unos árboles inmensos. Los porteros del Padilla nos vendían los puestos en los árboles y nosotros nos poníamos a ver lo que no podíamos ver e incluso un espectáculo que se llamaba Big-Bum-Bang-Sexy, que era de estripticeros. Los teatros tenían tarimas y hacían eventos de teatro y desde el árbol se veía porque era destapado. Uno se montaba en el árbol, ponía una tablita y veía todo. De hecho, Efraín Medina se ganó el premio nacional de literatura con esa historia”. Nilda Meléndez


“Llevábamos almohadas, sábanas y comida para acostarnos allá en el Padilla. Como íbamos en grupo entrabamos con las ollas de comida para comer allá. ¡Esos tiempos! Me gustaba ver mucha película de miedo. Cuando dieron Drácula, esa medianoche me enfermé porque en una escena de la película había un árbol y detrás aparecía la luna y donde yo vivía veía eso mismo por la ventana. ¡Ay Dios mío! yo puse cruces de todo tipo”. Virginia Heredia.

“Después de un tiempo me nombraron fijo como portero, tuve bastante problemas con los asistentes, porque se las tiraban de ‘gatos bravos’ y querían entrar a la fuerza. ¡Ombe, no sé por qué no llegaban donde mí de buena manera! A los que sí lo hacían les decía: deja que el gerente se distraiga y te dejo pasar. Como portero me pagaban mensual 150 pesos con un billete de 100 y los otros 50 pesos en menudo. Con eso tenía yo que alimentar a mi gente. Yo no tengo queja del personal de los teatros, esos eran tiempos muy bonitos ¡sabroso que la pasaba uno ahí! En el Padilla los asientos estaban divididos en luneta, especial y una zona donde entraban los carros, ellos pagaban su tiquete y veían las películas desde sus asientos”.  Ramón “Pepino” Díaz.


“La gente en el Padilla se quedaba dormida. Las señoras mayores se llevaban almohadas, sábanas, se acostaban en las bancas y uno de pelaito les hacía la maldad. Les tirábamos bolitas de papel, piedra. A veces les poníamos un fosforito entre los dedos de los pies. Cuando esa gente reaccionaba uno ya se había ido corriendo. Hubo muchos problemas por eso, pero eran cosas sanas, vainas de pelao”. José Ignacio Bustamante


“Cuando estaba pelao a veces no teníamos para entrar al cine. En el barrio había un personaje que le decían ‘El Chaqueta’. Un día estábamos en la entrada del Padilla y llegó él diciéndonos: pónganse en fila india y vayan entrando. Le gritó al portero: -¡Déjalos entrar!- y él  iba contando: -uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y aquí está la boleta del siete que soy yo-. Dice el portero: -¡Ajá! y ¿los seis que entraron?- y ‘El Chaqueta’ le responde: -Yo te dije que los dejaras pasar, más no que yo te los iba a pagar-”.  Santander Gaviria


“Recuerdo que ahí había un señor que le decían Pacho y vendía un guarapo espectacular. comprábamos la comida en el mercado y antes de entrar al cine llegábamos donde Pacho y ¡pum! pa’ su cine”. Jaime Castro


“A los ocho años gané un concurso por una poesía y un dibujo. Figúrate cuál era el premio: Un tarro de pintura Parker, 20 cuadernos y ¡30 entradas al teatro Cartagena y al Colón! Me las gasté todas. A mí no me dejaban salir solo, pero me llevaba un tío. Yo, un pelaito de pantalones cortos y tirantes. En realidad fueron 15 películas porque a todas tenía que ir con mi tío y ahí se me fueron la mitad de las boletas”. Pedro Blas Romero Julio

“En la época de las reinas yo salía a  ver los desfiles, para ver a las reinas. Cuando llegaba el tiempo del Festival de Cine me iba para el Camellón y veía muy bien a los artistas sin necesidad de empujar, ni de pagar plata, ni nada. En ese entonces a veces iba al teatro Cartagena, pero eso se pasó de moda. Íbamos a cine casi todos los días, al Padilla y al Rialto”.   Carmen Pombo


“Yo no me acuerdo de ninguna de las películas de esa tanda de 15. Pero sí de todo el cine que vi después aquí en el barrio. Lo primero que me gustó fue el neorrealismo italiano. Eso fue muy gracioso porque había cines para blanquitos, más elegantes, y los cines del barrio, para “la chusma”. Pues resulta que el hombre que tenía que entregar las latas con las películas, (¿te acuerdas que antes venían así?), se equivocó y las trajo para el cine popular. ¡Imagínate!
El ladrón de bicicletas o Seducida y abandonada. Yo veía eso y lo que se proyectaba en la pantalla se me hacía tan parecido a las calles y a la vida en Getsemaní”.  Pedro Blas Romero Julio


“Una prima mía tenía una tienda cerca y le compramos cosas para llevar de comer. O si no en el mercado, que estaba ahí mismo. Cuando se acababa la película íbamos al pasaje de Leclerc a comprar fritos y guarapo. En el Rialto vendían unos helados muy sabrosos, de pura fruta. Yo iba mucho al Rialto. Al Padilla solo cuando iban a dar películas mexicanas, porque las otras películas no me gustaban. Si había un doble mexicano en el Padilla decíamos: vamonos de vespertina y noche a doblarnos allá”. 
Virginia Heredia.


“Cuando empiezan a retirar los teatros nos sentimos un poco tristes, porque ya quitaron los populares, donde uno entraba con frecuencia. Yo iba a cine todos los días, esa era nuestra distracción. Estábamos sentados en cualquier parte y mirábamos la hora y decíamos: vámonos para el teatro. En la puerta del Colón había un muro y ese era nuestro punto de encuentro. Fuera de eso, como conocíamos a los porteros, dueños y taquilleros a veces teníamos entrada libre”. José Bustamante. 

EL FICCI EN GETSEMANÍ

Desde su nacimiento en 1960 el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (FICCI) era inseparable del conjunto de teatros de Getsemaní, principalmente del Cartagena, donde se hacían las galas. Víctor Nieto, su fundador y alma por medio siglo era un enamorado del barrio, según nos recordó su hijo Gerardo, quien también recuerda las buenas fiestas que se hicieron en aquellas dos primeras décadas en locaciones de los teatros.

Con la apertura del Centro de Convenciones, a principios de los 80, el FICCI mudó sus actividades principales allí. Sin embargo se mantuvo una relación importante con Getsemaní. Lorena Puerta Vergara, gestora cultural y quien trabajó por 25 años en el Festival rememora aquellos años.

“En Getsemaní estuvieron locaciones importantes para la realización del Festival. Ahí estaba el Teatro Cartagena y los invitados venían caminando de la Torre del Reloj hacia Getsemaní. El grueso de personas que más tenían las salas de cine eran del barrio, por la proximidad y porque ya conocían a los porteros y administradores. El hecho de estar cerca le dio esa connotación de barrio”.

“En los eventos cerrados a los getsemanicenses les daba algo parecido a la claustrofobia porque les dolía ver que sus vecinos se quedaban por fuera. En cambio, haciéndolos en la Plaza de la Trinidad todo el mundo tenía la posibilidad de asistir. Era una cosa hermosa. Siempre pensaban en ellos. En el barrio realizábamos presentaciones de videos, la competencia de cortometrajes iberoamericanos y la proyección de películas. En ocasiones llevábamos a directores, actores, actrices y productores. Hacíamos Cine a la Plaza, para llegar a la comunidad de diferentes barrios, pero el que más lo gozaba y el que más estaba pendiente de solicitar espacios era Getsemaní. También se hacían maratones de películas 24 horas, una tras otra. A los ganadores, los que se quedaban todo el día, se les daba su premio”

“Además hicimos la Muestra Internacional de Video, que empezó en 1999 y la presentamos en Getsemaní hasta el 2005. Allá gustaban mucho los videos cubanos. También estaba la Muestra de Nuevos Creadores, que desde 2001 fue un espacio para los chicos de universidad que no tenían la oportunidad de mostrar sus trabajos en ninguna parte por problemas económicos”.

“En Getsemaní hay mucha gente que sabe de cine y fue formada por el Festival. Hay vecinos que sostienen una conversación de cine latinoamericano con propiedad y justificación, sin haber pasado por una facultad de comunicación o producción audiovisual. Esto se da porque el Festival no solo en trajo cine, sino que teníamos varios eventos teóricos y eso los movimos al barrio”.