Miguel Caballero

En primera persona
SOY GETSEMANÍ

Miguel es y ha sido líder; cofundador y gestor de Gimaní Cultural y otras iniciativas; economista y negociante; mediador y articulador social; padre y abuelo; estudioso de muchos temas en general y del barrio, en particular; también el fotógrafo más sistemático de Getsemaní y sus tradiciones. Tiene un motor interno que parece no detenerse nunca: siempre hay una idea, un proyecto, algo nuevo por hacer. Conversar con él, una tarde soleada de sábado en su casa de siempre, en la calle Carretero, es también un repaso sabroso y bien charlado de una vida de estudio, gestión y goce todo al mismo tiempo.

“De los cuatro hermanos, dos nacimos acá en Getsemaní, uno en Torices y el otro, en San Diego, que era el barrio de mi mamá, Cecilia Villareal Pérez. Mi papá, Miguel Ramón Caballero, era olayero y trabajaba en el terminal marítimo. Ellos vinieron a vivir en unas casas accesorias en la calle de las Tortugas, donde nací yo. Lola Caballero, la mamá del ex alcalde Pedrito Pereira fue nuestra partera, porque entonces nos parían las casas”.

“De aquí nos mudamos a San Diego y después para Torices y luego de vuelta para San Diego. Al final, cuando yo tenía doce o trece años, otra vez a Getsemaní y aquí nos quedamos. Estudié en el Liceo de la Costa, como los Caballero, porque eso era de un familiar. Asistíamos a clases todos los días. Así fuera enfermo uno se iba siempre. Nunca hicimos la leva y algo se quedó de lo que nos enseñaron”.

“Éramos muchos en la misma casa. Mis hermanos, la abuela, las tías.... Yo dormía en el mismo cuarto de mi mama hasta grande porque era el mayor. Tenía una pilita de libros para irlos leyendo, en la cama. Me ponía uno en el pecho y leía hasta quedarme dormido. Mi mamá entonces venía, me retiraba el libro y apagaba la luz”.

“Mi tía Aida, que también era mi madrina, prefirió no casarse nunca y terminó por ser como la abuela de todo el mundo por acá. Se paraba en la puerta y veía un peladito y decía: —niño ven para aca entra y come—. Aida crió a médicos que ahora son famosos, mucha gente prestigiosa pasó por aquí”. 

“Todos los domingos íbamos a playa en la mañana y, por la tarde, al cine, pero allá muchas veces nos cogía el sueño. Aquí en la casa éramos un poco de gente. Nos alcanzaba hasta para armar el equipo de béisbol o de fútbol, o el grupo de los bailes. De pequeño estaba en el equipo Los Diablos del Fútbol. Luego me decían ‘Piernas Locas’.  Era mediocampista, pero jugaba desde donde me llegara el balón. Podía no tener otras cosas, pero sí precisión para meter el balón donde quería en los tiros directos. Luego a los diecisiete me fregaron la pierna por un golpe que me dieron y ya no pude seguir jugando”. 

“El bonche de amigos aquí en Carretero era con Pepe Miranda, Wilton Torres, Lucho Rueda y Narciso Santamaría. Tenía otro bonche en la calle del Espíritu Santo y uno más en el Parque Centenario con el que paśabamos jugando fútbol y basquetbol. Para los campeonatos yo jugaba con San Diego, donde tenía otro grupo con los amigos que nos criamos juntos y luego allá tuve otro cuando estábamos terminando el bachillerato y comenzando la universidad. A esos me los traje para Getsemaní”.

“Mi primer negocio fue con las estampitas de la primera comunión. Las vendí y con esa plata me compré una puerca, que tuvo marranitos. Vendí eso y después prestaba plata, hasta a mis tías. Después entre cuatro primos tuvimos una bodega de plástico aquí cerca como por diez años. Es que yo vendía hasta un chicle usado. Eso nos debe venir del lado de la bisabuela, que era negociante y que cuando nos pasamos para acá hasta vendía platanitos. En la tienda que pusimos en la esquina yo tenía una vitrina en la que ponía a los que no pagaban. La llamaban ‘la vitrina de los morosos’. Al que salía en esa lista todo mundo le daba lengua. Entonces toda la gente miraba en la mañanita quien salía en la vitrina y aquí llegaba gente a llorar”.

“El plan inicial con la universidad fue estudiar medicina, pero no pasé. Entonces me fui a estudiar al Colombo. Yo ni hablaba inglés ni hablaba español. Me presenté a Medicina en la Metropolitana de Barranquilla, donde teníamos una tía, y a Economía en la de Cartagena y en la Tecnológica. Esa vez pasé en las tres y me decidí por la Universidad de Cartagena, porque era la de más renombre y quedaba más cerca para movilizarme a diario. Estando ahí me gané una beca del Icetex por mis calificaciones. Esa era una platica que servía” 

“Yo estudiaba de lunes a viernes pero viernes en la noche, sábado y domingo ya se daba por perdido. Yo esos días no daba explicación de nada. Con los amigos nos íbamos a tomar por todo lado. Pero aunque tuviera varios bonches, en los de fuera del barrio me se sentía más getsemanisense porque tenían unas cosas y costumbres, mientras nosotros manejamos otras maneras”. 

“Una vez cogí una cámara profesional de un amigo y nos la llevamos a la fiesta para tomarnos unas fotos. Cuando las revelamos no salió ninguna. Yo me dije —esta cosa no me va a dominar. Tengo que aprender a manejar la cámara— Entonces en la universidad armamos un foto club y empezamos a estudiar fotografía profesional. Tuvimos la ventaja de que nos trajeron los mejores profesores del mundo, que nos enseñaron la técnicas, a manejar todas las fases materiales y químicas, los movimientos, las aperturas. De ahí me nació la vocación de fotógrafo y el hobbie de seguirla estudiando”. 

“Estábamos en último semestre y para el año 86 comenzaron a aparecer los movimientos. Yo participé en los estudios que creaban las juntas locales. Entonces con un grupito nos lanzamos a la Junta Administradora Local en el primer periodo y nos enfrentamos a un grupo muy fuerte. Nos lanzamos duro y sacamos la primera votación y ellos se arrancaban los pelos por toda la gente que nos llevamos de aquí para que votara en esa elección. En el primer periodo yo fui edil dos veces entrando como suplente y después fui principal. Entramos a participar en muchas cosas y ahí empezamos a tomar un liderazgo muy grande en el barrio. Luego con Florencio Ferrer nos lanzamos a la Junta de Acción Comunal conmigo de vicepresidente, pero Florencio tuvo que irse a Estados Unidos. Yo quedé en la presidencia un buen tiempo y ese periodo prácticamente lo terminé yo. Después más nunca me ha tentado volver a lo público. Yo articulo y te gestiono lo público, conozco normas porque el Estado es dinámico y tienes que estudiarlo todos los días y me actualizo, pero lo trabajo desde afuera”.

“Por los años 87, 88 y 89 empezamos un proceso de renovación en el barrio por la pérdida de los valores y por el tema de la inseguridad. Teníamos mucho problema de prostitución, o de muchachos ladrones y drogadictos. Eso nos generó un fuerte choque con mucha gente. Fueron de los años más complicados, pero yo ya tenía lo de la fotografía y pasaba por el medio porque  era el fotógrafo de todo mundo. Hasta Samir Beetar no se tomaba fotos si yo no estaba. Yo podía entrar a todas las casas. Se podía pelear todo el mundo, pero conmigo no porque yo era el fotógrafo”. 

“Para el 91 me presenté en una convocatoria en Mamonal para desarrollar trabajo con comunidades. Ahí quedé en la Fundación Mamonal (hoy Traso). Al proceso entramos como cien y salimos cuatro. Nos enseñaron una metodología que me puso a viajar por fuera y dentro de Colombia, que me la conozco enterita. Fueron seis años de aprendizaje y capacitación con profesores de todas las universidades en modelos probados para la acción comunitaria. Ahí se da por hecho que tú no eres el dueño de las cosas, que las ideas siempre deben salir de los otros, que a la gente no se le dice qué hacer sino que se le pregunta. Resultó que fui una de las personas que más aprendió a manejar la metodología y eso me dio un reconocimiento de distintas empresas a nivel nacional y por eso he podido ejercer el proceso en muchos sitios, sobre todo en algunos donde hay conflicto”.

“En una de esas experiencias, en los Llanos Orientales, al comenzar encontramos ciento diecisiete chozas de bahareque. Cuando salimos en 2017 o 18 ya todas las casas estaban hechas de materiales, tenían parque, salón comunal, acueducto y mucho más,  todo gestionado por ellos mismos, pero queda la satisfacción de que uno logró mover el proceso. Pero lo más importante es haberse convertido en amigo de todo un pueblo y que te vas de ahí y tienes que llevar una mano en alto saludando. Procesos así he adelantado en muchas partes. Al sitio de Colombia donde voy tengo amigos y si no, a alguien que conoce  a alguien”.

“Yo me definiría como un articulador, alguien que junta esto con aquello otro y pone a andar las soluciones.  Ahora me llamó una amiga: —Mira, se murió un reciclador por aquí ¿Cómo hago para que la alcaldía me de un cajón?—. —Esperate, la alcaldía no tiene por qué darte cajón ahora mismo. Más bien buscate diez amigos de a cincuenta mil pesos y te consigo que la funeraria te haga un gran descuento porque a mí ya me lo hizo hace siete días para algo parecido y te lo ponen donde tú lo necesitas. Con la alcaldía vamos y hablamos para que te den el permiso para el cementerio y resuelto el problema. Y así siempre, las necesidades te obligan a conocer gente, a tomar roles, a aprender cosas y hacerlo rápido”. 

“Me faltan tres años para la jubilación y entonces quiero entrar en una dinámica de apoyar y hacer cosas puntuales. Me gustaría dedicarme a un negocio de artesanías y desde ya estamos preparándolo. Los cartageneros podemos aprovechar mejor el turismo. Las ganancias se las llevan otros sectores y haciendo las cosas que los extranjeros también saben hacer, como un coctel o una hamburguesa. Uno puede tomar lo de acá y buscarle un valor agregado”.

“Igual uno cambia de ritmo pero no para. Esta mañana tuve una reunión en un barrio; luego a las once, otra con unos campesinos; después me tocó devolverme porque se me dañó el celular y no sabía qué hacer porque sin ese aparato estoy muerto. Ayer hasta las nueve de la noche estaba evaluando metas del Plan de Desarrollo en la parte de cultural porque soy miembro del Consejo Territorial del distrito. Ya no aguantaba más  y, ¡a dormir!  Yo descanso a mi manera. Pocas horas, pero efectivas. Me pueden poner un picó al lado y yo no tengo nada que ver”.

Y termina la tarde con Miguel, pero no se agotan los temas. Sus ideas sobre gestión; sobre lo público y lo privado; sobre su experiencia con el Cabildo y Gimaní Cultural, desde hace más de treinta años por la que tanto se le reconoce en el barrio y en la ciudad y que daría ella sola para un artículo completo; sobre su biblioteca de temas getsemanicenses; de sus archivos fotográficos; de las cuentas en Facebook con cinco mil amigos en cada una; sobre sus hijos Francys, Jhonatan, Gabriela y sobre todo Sara, la menor. Y sus nietas Nohelia y María Ángel. Nos acompaña para otra reportería y nos ayuda a hacer conexiones, a precisar detalles. Miguel hasta despedirnos al caer el sol en la plaza de la Trinidad, siendo él mismo y haciendo siempre lo que sabe hacer tan bien.