Esta historia tiene muchos componentes, siglas y fuentes, pero el final vale mucho la pena: una posibilidad concreta para mantener la comunidad viva que ha hecho de Getsemaní sea el barrio tan particular que es hoy.
Las huertas franciscanas
El relato comienza a finales del siglo XVI cuando los dueños de la isleta aledaña al centro fundacional legaron una inmensa manzana, la más grande la toda la ciudad, para fundar un convento franciscano.
La isla estaba deshabitada y separada del Centro por el caño de San Anastasio, que ocupaba el espacio de la actual la vía Transcaribe, La Matuna y el parque Centenario. Es decir: era algo distante y distinto. El convento sería su primer hito urbano.
Los conventos de entonces necesitaban mucho espacio: sitios de almacenamiento, zonas de oficios, espacio para animales domésticos y huertas suficientes para proveer de alimentación no solo a los monjes residentes sino a los visitantes, que en Cartagena eran muchos por ser el punto privilegiado de entrada y salida del virreinato.
El rastreo histórico y predial del claustro señala que sus terrenos originales llegaban como mínimo hasta la calle San Antonio. De hecho su nombre y el de la San Juan delatan ese origen. También lindaban con las calles Larga, Media Luna y Sierpe actuales.
Había unas huertas internas, aledañas al claustro, donde se mantenían los cultivos de más cuidado y otras, aproximadamente desde donde está el Centro Comercial Getsemaní hasta la calle San Juan. Allí hubo hasta hace menos de un siglo unas huertas con muchos cocos y árboles frutales, según fotografías que han llegado hasta nuestros días.
¿Y qué pasó entonces con la manzana entre las calles San Juan y San Antonio? Resulta que desde la misma dotación del predio para el convento se preveía que se pudieran ir vendiendo lotes individuales e ingresar dineros -según se fueran necesitando- para las necesidades del convento y la construcción del claustro de monjes o las iglesias, que eran tareas de décadas.
Estas comunidades sabían que la sola fundación de un convento valorizaba los terrenos aledaños. Así, desde muy temprano por todo el contorno del extenso terreno se lotearon y vendieron a particulares.
Compradores no faltaban pues el crecimiento de la ciudad al comienzo de los años 1600 fue explosivo. En ocasiones también los alquilaban, pero hay registro de que desde cierto momento se prohibieron en el convento franciscano porque esos arrendamientos les habían traído problemas.
Y aunque había casas privadas en todo ese contorno, las huertas permanecieron intactas hasta mediados del siglo XIX, cuando se les dió el nombre del ‘Corralón de Porto’, en referencia a quien las compró.
Nace la San Juan
La calle San Juan, que es muy importante para este relato, no existía al comienzo de la Colonia. Nunca estuvo en el trazado original. En diversos mapas aparecía como una delgada línea quebrada, señal de que era un paso irregular, cómo quien atraviesa un potrero privado para llegar a alguna otra parte.
¿A dónde querían llegar los primeros pobladores getsemanicenses cortando camino por allí? Era el atajo que comunicaba más directamente a la plaza del Matadero -hoy el parque Centenario, aproximadamente- hasta una ‘poterna’ o pequeña puerta en la muralla sobre la bahía, por donde se podía sacar la basura que servía de relleno, según dispuso el cabildo municipal.
Así fue que la San Juan pasó de trocha, a callejón y finalmente a la calle actual. Hay fotos antiguas que muestran claramente una tapia que era la salida trasera de las huertas.
Décadas después, en pleno siglo XX, don Daniel Lemaitre fundó allí la Jabonería Lemaitre, conectando al principio varias casas viejas, cuyas huellas de puertas y ventanas se ven hoy en el muro largo de esa calle. Allí estaba la ‘burrera’ que mencionó Lucho Pérez en su canción El Getsemanisense, el himno informal del barrio.
Luego, en la parte trasera don Daniel edificó unos galpones industriales, de unos cuatro pisos de altura. Los vecinos mayores aún recuerdan el olor a jabón y perfume en la parte que conecta con La Sierpe mientras que en la parte que da hacia la calle Larga recuerdan más el penetrante olor a potasa y a químicos y la ceniza que algunas tardes obligaba a recoger de prisa la ropa tendida al sol.
Desde el cierre de la fábrica el predio quedó en semiabandono y actualmente se utiliza como parqueadero auxiliar del Centro Comercial Getsemaní.
Una población en declive
Getsemaní estuvo muchísimo más poblada que hoy al menos en dos momentos de su historia. Eso lo demuestran los distintos censos.
El primer momento fue en aquellos años 1600. Getsemaní era un barrio con una buena economía, donde convivían comerciantes, esclavistas, marinos, militares, muchos artesanos y población de diverso nivel social y adquisitivo.
Había tanta gente que mientras en los barrios principales del Centro Histórico cada manzana se repartían en cuartos y hasta en octavos entre los personajes más notables, en Getsemaní era como si partieran una torta de cumpleaños para muchos invitados. Resultaba necesario para atender a la creciente población que se instalaba en la ciudad y que no tenía cabida en el sector fundacional.
El otro momento, lo recuerdan muchos vecinos actuales, fue durante el auge del Mercado Público. Algún cálculo de entonces indicó que cuando fue trasladado al actual Bazurto en 1978, la población flotante que dependía del mercado era de unas veinticinco mil personas. Un grueso porcentaje de ellas debía vivir en Getsemaní, pues era lo más conveniente por distancia y costos.
Fue la época de los ‘pasajes’ (o inquilinatos) y las casas accesorias repletas: en el Pasaje Franco o ‘Ciudad Perdida’ había hasta calles internas. Y estaban el Luján, el Leclerc, el de la Carbonera, el Mebarak, el Murra o el de los Muchos Cuartos, en la calle de la Magdalena.
Pero tras la salida del Mercado Público, la crisis social y económica que le siguió en el barrio y el reciente boom turístico, el barrio ha perdido el grueso de su población nativa.
Hasta hace pocos años la plaza de la Trinidad era el patio de juego de los niños y el lugar de reunión de toda la comunidad. La mayoría de la calles estaban habitadas por vecinos residentes con varias generaciones getsemanicenses encima. No era la muchedumbre de los años setenta y el mercado público, pero sí un barrio consolidado en todas su calles.
¿Y el PEMP qué?
Aquí es donde se juntan todos los hilos y se da un paso adelante.
Por una parte, los siglos de historia y de capas migratorias y sociales han hecho de Getsemaní un barrio patrimonial, con una cultura y un estilo de vida tan propios que ahora se está avanzando para declararlo como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación.
Pero esa herencia comunitaria se está perdiendo ante nuestros ojos. El barrio se está despoblando día tras día. Quedan núcleos de nativos cada vez más conscientes y organizados para pervivir y resistir en el barrio, haciendo que el flujo económico derivado del turismo ayude a sostenerlos.
Pero eso puede ser insuficiente y en todo caso cualquier acción para mitigar la diáspora y repoblar a Getsemaní con vecinos de toda la vida, que conocen su cultura y comparten sus valores, es prioritario. Y a partir de ahora eso será un poco más posible, como se verá.
Por otra parte, la construcción del nuevo hotel Four Seasons que adelanta el Proyecto San Francisco implicó la elaboración de un Plan Especial y Manejo y Protección (PEMP) que es un documento muy detallado y con acciones y responsabilidades muy precisas pues el nuevo hotel incluye entre sus inmuebles algunos catalogados como Bienes de Interés Cultural del Orden Nacional (BICN) como el Club Cartagena, el claustro franciscano y el templo de San Francisco.
La rigurosa investigación historiográfica y documental que avala ese PEMP tuvo mucho que ver con el origen del convento y sus predios, pues allí se ubican aquellos BICN.
Y en ese proceso vino el hallazgo de la extensión hasta la calle San Antonio, la huella urbana que dejó el claustro y la rica historia detrás, que al final fortalece y explica buena parte del Getsemaní actual. En paralelo se abría paso la reflexión de cómo contribuir al repoblamiento del barrio y al mismo tiempo defender su legado comunitario.
Fue por ello que -ya en curso el PEMP que permitió la construcción del hotel- se trabajó por años para completar la investigación y la propuesta para ampliar la zona de influencia del PEMP original dada la conexión tan explícita con el pasado franciscano y profundizar de la dimensión social del plan para hacer viable “un conjunto de vivienda, comercio y servicios destinado predominantemente, a antiguos vecinos del barrio de Getsemaní”.
Así, el objetivo fundamental de la ampliación del PEMP que aprobó el Ministerio de Cultura permite:
“Desarrollar un Proyecto Piloto de Vivienda de Interés Cultural en el predio de la antigua Fábrica de la Jabonería Lemaitre, de uso mixto, que estimule el repoblamiento de vecinos del barrio, y propenda por la recuperación, protección y conservación del patrimonio cultural inmaterial representado en la vida y quehacer cotidiano de sus pobladores, gestores y/o portadores de conocimientos y saberes tradicionales y con ellos buena parte de su patrimonio cultural material e inmaterial”.
Y ese desarrollo -para cerrar el círculo de este relato- se ubicaría en las antiguas huertas franciscanas, el mismo predio que ocupó la Jabonería Lemaitre entre las calles San Juan y de la Sierpe, el mismo la de ‘la burrera’ y el pasaje Luján: puro corazón de Getsemaní.
En próximas ediciones profundizaremos más en la parte técnica de esa ampliación del PEMP y las posibilidades que abre para el repoblamiento de Getsemaní.
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Crédito: la investigación para esta ampliación del PEMP fue elaborada por el arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara y su equipo de trabajo.