Foto: Angelino Medoro

¿Pintó Angelino de Medoro el tríptico del convento franciscano?

Manuel Serrano García Doctor en historia
MI PATRIMONIO

Uno de los más reconocidos artistas europeos que pisó suelo americano pudo ser el autor del fresco del que aún se conservan algunos fragmentos en el claustro franciscano de Getsemaní. El experto español Manuel Serrano rastreó esta pista y escribe sobre sus resultados para El Getsemanicense.

La Cartagena de finales del siglo XVI era la puerta hacia el interior del continente: el lugar donde hacían su entrada al nuevo mundo los artistas destinados a decorar los grandes conventos del virreinato del Perú. Entre ellos destacaron Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio y Angelino de Medoro, un joven pintor romano. Al igual que sus compañeros, Angelino había abandonado Italia y, tras una breve estancia en Sevilla, se aventuró a buscar suerte en el nuevo mundo ante la demanda de artistas por parte de las órdenes religiosas. ¿Podría ser Angelino Medoro el artista que realizó el mural de la crucifixión de Cartagena cuyos fragmentos aún se conservan en el viejo convento franciscano de Getsemaní?

Para cuando Medoro ingresó a tierras americanas el convento apenas estaba levantando sus muros, por lo que su estancia en Cartagena debió ser un mero paso hacia el interior del continente, donde había más posibilidades de trabajo. A partir de ese momento, Medoro desarrolló una prolífica carrera en los principales centros religiosos y artísticos de la región. Por tanto, la realización del mural habría que situarla posteriormente, en el primer tercio del siglo XVII, cuando el convento franciscano había terminado las obras de cantería y comenzaba a realizar la decoración de sus estancias. Hay que recordar que la Cartagena del primer tercio del siglo XVII vivió un periodo de auge constructivo en el que los principales conventos de la ciudad terminaron sus obras y comenzaron a decorar sus edificios. Asimismo, nuevas fundaciones religiosas se establecieron en la ciudad en plena efervescencia constructiva, por lo que debió acoger a numerosos artistas que recién arribados al puerto de la ciudad tenían la posibilidad de mostrar su maestría a modo de presentación en el nuevo mundo americano. 

La ciudad no solo fue lugar de entrada sino también de salida para los artistas que decidían volver a España. Es aquí donde debemos situar la elaboración del mural, pues se tiene constancia de que Angelino Medoro regresó a Sevilla en torno a 1622. En consecuencia, es probable que pasara por la ciudad y en el lapso hasta embarcar en los galeones de vuelta a la Península recibiera el encargo de decorar una estancia del convento franciscano. El estudio arqueológico llevado a cabo en paralelo a la restauración muestra cómo la zona donde se sitúa la sacristía fue ampliada por esa época, lo que pudo ser aprovechado para decorar sus muros.

¿Qué evidencias nos pueden hacer ver las manos de Medoro en la obra de Cartagena? El mural fue realizado siguiendo la técnica del fresco. Se estructura a modo de tríptico dividido por un sencillo marco pintado, del que desgraciadamente solo se conserva la escena central, con numerosas lagunas, y un pequeño detalle de la esquina superior derecha del lateral izquierdo. El tema central representa a Cristo crucificado acompañado por dos santos a modo de Calvario. Se trata de un Cristo muerto con la cabeza inclinada hacia la izquierda, corona de espinas conservada parcialmente, paño de pureza anudado en el lado izquierdo y clavado con tres clavos en una cruz plana coronada con el INRI. La representación de Cristo guarda unas proporciones clásicas, con un conseguido estudio anatómico evitando la representación de los rasgos más lacerantes de la pasión, apenas se distingue un fino reguero de sangre que brota de las palmas de las manos, así como de la herida de la lanzada del costado.

Los dos santos que lo acompañan se pueden identificar como franciscanos. Aunque la figura de la izquierda puede identificarse con el fundador de la orden, es más aventurado hacerlo con el personaje de la derecha. Su hábito es similar al franciscano por lo que es más certero  relacionarlo con esa orden que con la de los dominicos, como se le había relacionado anteriormente. La composición es usual, representados de perfil en posición orante. La escena queda enmarcada en un fondo prácticamente neutro, solo recortado por una sencilla línea de relieve e iluminado de forma uniforme por una luz crepuscular dorada. De esta manera, la escena queda dotada de una intensa serenidad, creando un ambiente de fuerte misticismo que llamaría a la oración, consecuente con el espacio íntimo del convento en el que se encontraba.

Las escenas laterales no se han conservado. La izquierda ha desaparecido por completo, mientras que la derecha solo conserva un saliente rocoso con vegetación, lo que nos indica la existencia de una escena de exterior con un paisaje de fondo. 

Aunque la existencia del mural está documentada desde principios del siglo XX, su lamentable estado de conservación, a pesar de haber sido restaurado anteriormente, impidió un estudio detallado de la obra. La reciente restauración ha devuelto al mural su aspecto original en las partes conservadas, lo que permite realizar una posible atribución. A falta de firma y sin fuentes documentales que recojan los encargos decorativos del convento, solo nos queda la adscripción por similitudes estilísticas. Los rasgos anteriormente descritos, junto con la buena factura del trazo de la pintura, así como la complejidad de la composición nos llevan a pensar en un autor europeo. 

La Crucifixión de Cartagena comparte los rasgos del llamado manierismo que caracterizó a los artistas italianos que se asentaron en el virreinato del Perú y en el Nuevo Reino. Allí llevaron a cabo una prolífica carrera cuyas obras hoy se encuentran en las capitales y ciudades más importantes como Lima, Cuzco, Santafé, Tunja o Quito. Las similitudes de nuestro mural con este tipo de producciones se pueden percibir en el estudio anatómico del crucificado, en la serenidad que transmite la obra y en la composición del calvario.

Además, encontramos similitudes estilísticas con obras atribuidas a Medoro que están repartidas en otras ciudades. La composición de Cartagena con santos franciscanos es similar a la obra conservada en la iglesia de San Marcelo de Lima, catalogada como Crucifixión con San Francisco y atribuida a Angelino Medoro por el historiador Stastny. De hecho, podemos comprobar cómo la representación de los santos franciscanos es prácticamente la misma, aunque la de Cartagena denota mayor naturalidad. La obra de Cartagena está más próxima a los postulados manieristas que la de San Marcelo, tanto en el canon alargado del Cristo como en la serenidad que transmite. Un rostro y tipo de cruz más cercano a la Crucifixión del convento de San Francisco de Lima, con el que coincide también en el paño de pureza. 

También podemos encontrar similitudes con el Calvario, de la comunidad agustina de Bogotá atribuido también a Medoro por Aponte Pareja. Asimismo, la obra de Cartagena comparte con otras de Medoro los fondos dorados que iluminan la composición como en el caso de la Virgen con el Niño del Museo de Arte Colonial de Bogotá. 

La atribución a Medoro nos permite lanzar una hipótesis sobre la temática de las escenas perdidas. Así pues, el conjunto debía mantener una coherencia teológica; aunque sea aventurado, podríamos pensar en dos escenas de la Pasión de Cristo, propias para el espacio de la sacristía, donde los sacerdotes se preparaban para la celebración de la misa. La concepción del mural como retablo que presidía uno de los testeros del espacio refuerza la idea de la coherencia temática, pues era habitual que las sacristías contaran con altares y retablos donde celebrar misa de forma eventual. En consecuencia, no podemos dejar de pensar en temas de la Pasión de Cristo tratados por Medoro como es la Oración en el Huerto conservada en la catedral de Tunja cuyo fondo con roquedos de los que nacen troncos nos recuerdan al fragmento conservado en el lateral derecho. También los podemos ver representados de la misma manera en el ciclo de la Pasión del convento franciscano de Lima. 

La obra de Medoro se encuentra distribuida por gran parte de la geografía peruana y colombiana. No obstante, a diferencia de otros lugares, su estancia en Cartagena quedaría probada por la naturaleza de la obra, aunque no debe descartarse la mano de algún ayudante.

Así pues, la importancia del mural no solo radica en la calidad de su factura sino en las implicaciones que conlleva su realización, lo que nos lleva a completar la visión de la historia de Cartagena, al margen de la más que conocida ciudad militar y comercial, en lo relativo a su faceta en el siglo XVII como centro artístico. En nuestro caso, la propia factura de la obra sitúa en la ciudad un grupo de artistas que trabajaron para unas órdenes religiosas que demandaban este tipo de obras. Los templos cartageneros debieron contar con numerosas obras de arte perdidas para siempre debido a la turbulenta historia de la ciudad y a la inclemencia de su clima. El descubrimiento de pinturas murales en varios espacios del conjunto conventual franciscano sugieren la posibilidad de haber existido otras más, lo que nos permite relacionar nuestro convento con otros de la orden franciscana que también contaron con numerosos murales, como el convento de Lima; de hecho su claustro estuvo decorado con murales cuya factura también podemos relacionar con la obra de Cartagena.

Aunque sobre la atribución a Angelino Medoro siempre va a sobrevolar la duda, su puesta en valor es para Cartagena, y también pare el arte colombiano, de suma importancia al tratarse de una obra de gran calidad, imprescindible para entender la pintura mural colonial colombiana, un campo en el que queda todavía mucho por hacer.