El influjo árabe en Cartagena está tan presente que suele olvidarse. Están los apellidos más obvios, pero hay muchísimo más. El aporte de esta comunidad a la vida económica y social de la ciudad ha sido enorme. Y en esa historia Getsemaní jugó un papel fundamental. Las huellas árabes en el barrio son muchas. Y las huellas que el barrio dejó en esas familias también lo son, aunque haya habido quienes prefieran olvidarlas.
Se puede decir que el rastro árabe en Cartagena viene desde la Colonia, de la mano de aquellos musulmanes que salieron huyendo de la actual España perseguidos por la Corona. Muchos de ellos adoptaron, de manera real o pretendida, la religión católica y también apellidos castellanos. Sin embargo, en este artículo nos referimos a la colonia que llegó en goteo desde finales del siglo XIX y luego en pequeñas oleadas durante la primera mitad del siglo XX. Aquella que en muchísimos casos tuvo a Getsemaní como su primera casa.
Del Mediterráneo al Caribe
La historia es bastante compleja, pero intentaremos condensarla. Hay que recordar que el mundo árabe es anterior a la religión musulmana, con la que muchos tienden a asimilarlo, como si fueran lo mismo. Otro dato es que “árabe” es como decir “latinoamericano”: una etiqueta muy amplia que agrupa muy distintas regiones y fenómenos. Pero no es lo mismo Sao Paulo que Tegucigalpa, así como no es lo mismo Damasco que Estambul.
Por otro lado están los turco-otomanos, que tuvieron un vasto y prolongado imperio que a finales del siglo XIX se estaba desmoronando. Bajo mando turco estaban múltiples territorios de cultura árabe como los sirios, los libaneses, los palestinos, entre muchos otros. Como los ciudadanos de estos territorios viajaban con pasaporte de ese imperio, a todos ellos indistintamente se les llamaba “turcos”. Pues bien, entre el declive del imperio turco otomano, a finales del siglo XIX y hasta después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) los distintos territorios árabes estuvieron sometidos a unas presiones enormes, lo que obligó a muchos de sus ciudadanos a emigrar.
“Nuestro país fue un destino de segunda categoría para los inmigrantes árabes en su aventura hacia América. Los que desembarcaron aquí lo hicieron por cuestiones de azar o por que los rechazaron en el puerto norteamericano o llegaron sin saber cuál era el destino final del viaje. Esto en lo que corresponde a los pioneros es decir los que llegaron a finales del siglo XIX”, dice una fuente especializada.
Ahora bien, en números no fueron tantos, pero sí decisivos. Según datos recogidos por los académicos Fawcett Louise y Eduardo Posada Carbó hubo un período en que los árabes fueron el segundo grupo extranjero más numeroso en Colombia, después de los españoles. En los cuarenta años transcurridos entre 1890-1930 migraron entre cinco y diez mil árabes a Colombia. Para comparar: mientras que en la década del 20 pudieron haber llegado 165 mil árabes a Brasil y 140 mil a Argentina, a Colombia llegaron algo menos de cuatro mil.
No la tenían fácil aquellos pioneros. Nuestro país, en general, fue de los menos receptivos a recibir o promover la inmigración extranjera. Y, peor, para “mejorar la raza” se consideraba que la inmigración debería ser preferentemente “la vigorosa e inteligente raza europea”. Incluso en 1887 se llegó a prohibir legalmente “la importación de chinos”.
“Hubo una discriminación fuerte. Aquí no querían una migración ni africana ni asiática, querían una europea. Se decía que los árabes traíamos enfermedades a Colombia. En 1910 el gobierno colombiano emitió un decreto que prohibía la entrada de migrantes árabes a Cartagena y por eso el resto de la gente fue entrando por Puerto Colombia”, nos explicó Ariel Barrera Haddad.
Y de aquellos primeros inmigrantes muchos llegaron pobres y no conocían la lengua. Pero estas tierras también tenían sus ventajas. “¿Por qué la región Caribe? Podríamos decir que por la similitud con su tierra natal pues son países costeros del mediterráneo. Otra podría ser que por su actividad de comerciantes tener el puerto cerca era una ventaja. De otra parte, las provincias del Caribe colombiano tenían una baja densidad de población, comparada con otras regiones del país, lo cual facilitaba el establecimiento de los inmigrantes así como la adquisición de grandes extensiones de terrenos rurales para dedicarlos a la ganadería”, dice una fuente.
Entra Getsemaní
Entonces, hubo inmigrantes árabes en todo el Caribe, muchos de ellos en Cartagena. ¿Por qué la mayoría eligió a Getsemaní?
“Todo ese sector de Getsemaní les dio la bienvenida a los inmigrantes árabes, muchos de los cuales llegaban sin un solo peso o llamados por familiares que llegaron a Cartagena previamente. Sucedía una cosa que nos obligó a vivir en Getsemaní: el rechazo que tenía la ciudadanía prestante de Cartagena a la inmigración de gente proveniente de Asia”, nos explica Demetrio Saer, presidente de la Asociación Cultural Colombo Árabe Cartagena de Indias (en adelante, Asoarabe).
“Getsemaní era el barrio donde vivía la gente de menor escala social, trabajadora, los artesanos de la carpintería, herrería, y los marineros. Lo bueno de ese sector es que hubo gente amable que aceptó o nunca rechazó a los inmigrantes árabes”, agrega Saer.
“Más tarde, cuando se construyó el Mercado Público les quedó de papayita a las familias árabes porque tenían los productos a buenos precios, cerca de sus casas y les facilitaba el diario qué hacer y la forma de vivir. Los Fegali, los Ambrad, los Char, los Saer abrieron sus tiendas en el primer piso del mercado, frente a la calle Larga y lógicamente frente al Camellón de los Mártires. Prácticamente todas estas tiendas eran manejadas por familias árabes”, cuenta Saer.
Las oleadas
A los pioneros les siguieron otros, en dos o tres oleadas motivadas por grandes tensiones históricas. La primera ocurrió en la década de 1910 por la persecución del imperio contra la comunidad religiosa maronita del Líbano. Los maronitas son católicos del rito oriental, por lo que les resultaba mejor emigrar a países también católicos así fuera al otro lado del mundo, que caer en otro territorio musulmán.
A esa inmigración le seguiría pocos años después otra, motivada por la represión del imperio turco otomano, inmerso en la Primera Guerra Mundial (1914-18). Hombres jóvenes de Siria, Líbano y Palestina “migraron tratando de evadir que los llevaran como soldados otomanos a una guerra que se estaba perdiendo. La situación económica se vino al suelo, muchos se empobrecieron, y comenzaron a salir”, explica Ariel Barrera.
El imperio turco otomano perdió la guerra, así que Francia e Inglaterra ocuparon aquellos mismos territorios. “No fueron imperios que trataban a la gente dignamente, sino que también los maltrataban. Hasta que en cierto punto los árabes dijeron: -Bueno, salimos de una ocupación otomana para entrar a otra-”, explica Saer. La última oleada ocurrió con la creación del Estado de Israel, en 1948, que obligó a la salida de palestinos a la diáspora.
Entre una y otra oleada seguían llegando más paisanos, llamados desde acá para que se abrieran camino. Pero no todos llegaban pobres. Hubo una minoría que primero recaló en Francia y que aquí llegó no solo con algunos recursos para comenzar sus negocios, sino con otros referentes sociales y culturales.
Y aunque todos ellos venían de regiones y orígenes distintos, aquí se encontraron y se reconocieron como comunidad, a pesar de las diferencias. “Al igual que otros grupos sociales y étnicos de la ciudad, aunque con algunas excepciones, los árabes tuvieron que atrincherarse, al principio, en los límites de su territorio social, en la pirámide social de la Cartagena feudal de entonces. Aproximadamente hasta 1930, la mayoría de ellos vivió en la Calle Larga, en las vecindades del mercado. Inclusive, a pesar de traer un pasado fragoroso de discordias religiosas, especialmente entre cristianos y musulmanes, el tácito pacto de paz establecido se convirtió sin problemas en tratos de paisanaje, con cordialidad diaria, atenciones recíprocas en casa y evocaciones de las tierras lejanas”, explicó en su momento Jorge García Usta.
De la choza al palacio
La marcada e histórica vocación comercial de los sirios libaneses encontró terreno fértil en el Caribe, en Cartagena y, en particular, en Getsemaní. Uno de sus descendientes nos dijo que un árabe nace en una choza, pero muere en un palacio. Esto, para expresar la capacidad de trabajo, principalmente en el comercio, de ahorro y la proyección de su vida ya no solo a escala individual sino de la familia entera.
Muchos de los recién llegados comenzaron como buhoneros o vendedores ambulantes y de casa en casa. Era una “actividad comercial que realizaban al llegar, pues como dijimos la mayoría no poseían gran capital, solo con unos cuantos pesos arrancaban sus negocios de manera ambulante lo cual era una manera novedosa de llevar sus productos, puerta a puerta tales como hilos, botones, cortes de tela, adornos, objetos no muy grandes que cupieran en su maleta. Aunque no poseyeran una profesión, si tenían una gran experiencia ancestral en el comercio. Recordemos que son descendencia de los fenicios, famoso comerciantes”, dice una fuente bibliográfica.
Saer complementa: “Muchos lo que hacían era comprar en los almacenes ya establecidos e ir a vender de casa en casa telas y productos necesarios para la vida diaria de las familias. A raíz de eso hicieron algo que no se conocía en Cartagena, pero sí en sus pueblos ancestrales: la venta a crédito a las familias. El mejor deudor es el que mejor paga cumplidamente sus deudas y esas eran las familias medias y bajas en Cartagena: cumplían con el pago oportuno y lógicamente se ganaban la confianza de los vendedores árabes”.
Luego el mercado público -que les podía parecer tan similar a los de su tierra-, el puerto, el tren, el cruce de caminos comerciales en Getsemaní, que al mismo tiempo era barriada popular ayudaron a la prosperidad de este flujo inmigrante.
“Era algo fácil para ellos porque sus productos no los compraba la élite cartagenera sino la clase media y la menos pudiente. Comenzaron a crecer económicamente. Eran muy ahorrativos porque tenían ambición frente al futuro y también porque enviaban remesas de dinero a sus familiares en Siria, Líbano o Palestina. Como cuidaban el centavo les nació el calificativo de “turco cují", pero era porque ellos querían tener una vida muy buena en Colombia, que sus familias crecieran aquí, educar a sus hijos y eso solo lo podían de la única forma que sabían hacer: el ahorro. Sacrificando muchas veces para poder enviar a sus hijos a los colegios y a las universidades”, dice Saer.
Luego vendría la transformación. “La venta ambulante es una fase, hasta que se establecen en un local. Son etapas y en esa medida algunos incursionaron en la industria, de pronto se dedican a otra actividad, no solo a vender las telas sino a fabricarlas. En Getsemaní hubo fábricas de zapatos. En el centro se abrieron las arroceras, las piladoras de arroz. Los árabes dominaban esa industria acá en Cartagena. Las de confecciones, ropa para hombres. Los Ganem manejaban el transporte marítimo fluvial, en lanchas que viajaban de Cartagena hacia el Chocó. Claro estaba la empresa de Hilo Bolita, en San Diego, que le perteneció a mi papá Elías Saer”, dice Demetrio.
Los clubes y el ascenso social
Pero el relato de tantas familias árabes exitosas va de la mano con otra historia: la de los que llegaron, castellanizaron sus apellidos, vivieron con mujeres locales y con ellas armaron su familia. Hay que recordar que los que vinieron eran casi todos hombres y no se casaban por el rito católico. En el barrio había también árabes obreros o dueños de pequeños negocios o servicios como una vidriería o una zapatería. Se integraron tanto al barrio y a la ciudad que terminaron fundiéndose con él.
“La migración en su mayoría fueron hombres: muchos duraron muchos años sin casarse, pero sí vivían con mujeres locales. Al principio viajaban a Siria para casarse con sus primas porque las uniones eran entre familiares. En Getsemaní hay árabes que no son reconocidos, quizás porque no crecieron mucho económicamente y muchos de ellos vivían con mujeres del barrio. Eso es muy normal en cualquier tipo de inmigración”, explica Ariel Barrera
William Nassar, médico orgullos de haber nacido en Getsemaní y de ascendencia árabe nos recordó que primero nació el Club Aldunia, que quedaba en El Cabrero y en el que participaba toda la comunidad árabe, fuesen pobres y ricos. Luego, los de más ingresos quisieron abrir el suyo propio, que fue el Club Unión, pero que con el tiempo no lo pudieron sostener, así que volvieron a llamarlos a todos.
“Por lo general, entre los árabes las reuniones sociales eran entre ellos. Conversaban, cantaban las canciones de sus países de origen, había uno que otro que sabía tocar la guitarra. Y por buen número de años eso estuvo así. En la calle de la Media Luna existía un club exclusivamente para los hombres árabes, donde reunían después del trabajo y los que yo llamo clubes pequeños o reuniones de grupos en el almacén de alguno de ellos.”, complementa Saer.
“Las fiestas eran entre árabes, pero en la medida de que los hijos se fueron educando entablaron amistad con cartageneros, conociendo a las muchachas de las familias y empezó el enamoramiento. Entonces vimos que no se podía prohibir ni de parte de los cartageneros de la élite ni de parte de los árabes el matrimonio entre las dos culturas. Eso trajo hasta cierto punto enemistad, pero se fue olvidando y subsanando poco a poco hasta que llegó el momento, en los años 50 y 60 en que los árabes comenzamos a entender algo como -Bueno, estamos viviendo en Cartagena, esta es nuestra sociedad, nuestros hijos se están enamorando con las chicas y chicos-. Ahí comenzó la aceptación de la unión matrimonial entre las dos culturas”, cuenta Saer.
Este artículo terminará en la próxima edición.
Para saber más
Contar esta historia tiene un reto. Para explicar el contexto de cada migración hay muchos términos en juego: históricos, políticos, de creencias religiosas, incluso de lo que uno u otro recuerda como cierto, etc. Sabemos de antemano que alguien podrá no estar de acuerdo con un término, un dato o una precisión. Por ello intentamos reconstruirlos desde las voces mismas de la comunidad en Cartagena y en Getsemaní. Cada uno de ellos aparece citado con su nombre en el artículo. Otras fuentes son:
https://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/libro-arabes-macondo-jorge-garcia-usta/45215
Getsemaní en la memoria
“Recuerdo mucho cuando los señores de la comunidad árabe iban al parque Centenario. Lo caminaban, le daban la vuelta y se sentaban hablar. A diferencia de otras personas ellos no jugaban, era solo la tertulia. Los espacios de reunión eran sus propias casas. Los mayores se reunían a tomar café, a comer cualquier picada y finalmente a jugar taulet, su juego tradicional de dados y una tabla”, cuenta Wiliam Nassar rememorando su infancia en la calle de la Magdalena.
“Mi madre siempre me refería la historia de un reinado que se celebraba en Getsemaní y en el Centro con participantes árabes. Era un evento importante para la comunidad. Lo patrocinaban los grandes comerciantes y las familias más adineradas de esa descendencia. Uno de los desfiles era desde Getsemaní hasta el Centro”, recuerda Jesús Puello Chamié.
La comunidad árabe también le regaló dos elaboradas fuentes metálicas ornamentales de agua a la ciudad. Una de ellas la dispuso en el Parque Centenario y otra en el Camellón de los Mártires. Sin embargo, tiempo después fueron retiradas y no volvieron a aparecer en los registros de mobiliario urbano de la ciudad.
Una diáspora al revés
Así como en un momento hubo un sentimiento de comunidad, hubo otro, un par de generaciones adelante, en los que los que habían sido exitosos ya no solo en el comercio sino en las profesiones liberales empezaron a anudar lazos con la clase alta cartagenera y a integrarse a ella.
“En la medida en que crecieron económicamente fueron saliendo del Mercado Público, en la calle Larga y a desplazarse a los centros de comercio del Centro y San Diego, donde montaron sus almacenes de tela que importaban de Inglaterra o China y que compraban a las nacientes fábricas de Medellín, por poner un ejemplo de negocio”, explica Saer.
“Más o menos desde la década de los 50 los árabes empiezan a salir de Getsemaní. Pero para buscar residencia, porque los negocios seguían allí. La capacidad económica, la unión social entre las familias cartageneras y árabes se formaron poco a poco, y el prestigio que muchos árabes queríamos tener hacía que nos mudáramos del barrio. Lo que se conformaba, en mi concepto, era un salto social de la comunidad en la medida que iba enriqueciéndose y siendo aceptada por la elite cartagenera. También ocurría que los hijos de los árabes se graduaron de la Universidad de Cartagena. Ellos comenzaban a ejercer y eso implicaba un prestigio para los padres porque decían: -Vea, mi hijo se graduó y es un profesional respetable. Eso hacía que buscaran mejores sitios donde poder vivir”, dice Saer.
El empuje final a esa salida del barrio fueron la explosión en el Mercado Público (1965) y el traslado de este núcleo comercial a Bazurto (1978). La diáspora que una vez llegó a emprender negocios se trasladaba ahora a unos sectores considerados más residenciales. Y el barrio seguía cambiando y mutando, como ha sido su historia desde que nació hace casi cinco siglos, en los que ha acogido a los que han querido permanecer y dejado una semilla dispersa por la ciudad que han llevado quienes se han ido, por distintas razones, a otros sectores de la ciudad.
Huellas arquitectónicas
“La mayoría de los primeros inmigrantes árabes se ubicaron en Getsemaní. El estado deplorable de casas fue aprovechado por algunos sirios libaneses, quienes para establecerse y desarrollar sus negocios, se interesaron en obtener sus bienes raíces, particularmente en Getsemaní. Sin embargo también obtuvieron bienes en los barrios Torices, El Espinal, Canapote, Manga, Alcibia, Lo Amador y Pie de la Popa”, dice una fuente escrita.
Sobre esto hay que hacer una anotación: a mediados del siglo XIX una epidemia de cólera -la misma que inspiró a Gabriel García Márquez- mató casi a un tercio de toda la población de la ciudad, que tenía unos doce mil habitantes. Eso, entre muchos efectos, produjo la desocupación de amplios sectores de la ciudad, en especial Getsemaní. Cuando llegaron los pioneros árabes, pocas décadas después, se encontraron con ese terreno fértil para comprar.
“A las familias árabes les gustaban las casas grandes. En ese entonces las casas eran de 250 ó 300 metros construidas al estilo español. El primer piso siempre era un patio con matas que crecían, luego había una escalera para subir al segundo y tercer piso. También, en forma de L estaban las habitaciones con sala al frente, atrás el comedor y la cocina”, recuerda Saer.
“Getsemaní se convirtió en un barrio árabe. La cercanía al Mercado Público ubicado en el muelle era gran ventaja para los comerciantes. Y es algo que podemos notar al mirar la arquitectura de unas casas con remodelaciones características de esta cultura, como el arco de herradura y doble columna es de la arquitectura árabe, además de la ova del guarda porto, o transformaciones de fachadas para local comercial”, explica una fuente bibliográfica.
Hay conocedores que opinan lo contrario: que los árabes que llegaron venían muy occidentalizados, incluso en sus gustos arquitectónicos. Por el contrario, que había una capa culta de la sociedad local que se inspiraba en el orientalismo que estuvo en boga hace más de un siglo, impulsado desde las artes. Lo oriental era algo exótico y al mismo tiempo sofisticado.
Con la migración árabe también se fortaleció la presencia de los calados para separar, o generar mayor privacidad, pero al mismo tiempo para ventilar. No era solo una elección de estilo sino también había una razón económica porque los calados se producen en serie, nos explicó un conocedor de este tipo de arquitectura.
Con la salida de Getsemaní y San Diego, otros barrios como Manga o Bocagrande fueron principalmente sus nuevos destinos. En Manga hay todavía grandes casonas de estilo árabe. En Bocagrande ocuparon las modernas casonas y lotes que iba dejando la petrolera que en su momento trazó y parceló ese barrio.