Un barrio con fe

CULTURA VIVA

La celebración de la Semana Santa y otros ritos católicos en Getsemaní hunden sus raíces en el origen mismo del barrio. Tiempo de hermandad, oración y vecindad. 

Era tanto el fervor en Semana Santa que hasta una la “calle de Nuestra Señora de las Palmas Benditas” o calle de Las Palmas fue llamada así porque sus vecinos eran muy devotos de esa virgen y activos en esos días. Por muchísimos años las hojas usadas el domingo de Ramos eran sacadas de los palmerales que había en las huertas del convento franciscano.

El régimen de no cocinar durante los días santos se seguía con bastante rigor en la Colonia. Eso ayudó a que en esas jornadas los alimentos calientes fueran remplazados por dulces, colaciones, galletas y demás, la mayoría de origen negro y otros traídos de las sabanas. También la tradición de intercambiar comida -tan apreciada y practicada en nuestro barrio- seguramente encuentra sus orígenes en aquellos tiempos.

“Acá celebrábamos Semana Santa jugando lotería y repartiendo comida. Cada quien cogía su cartoncito, nos reuníamos varias vecinas y ¡a jugar! Desde que empezaba la Semana Mayor comenzábamos a departir por ratos, pero el jueves y viernes eso sí era todo el día. Cocinábamos desde temprano para estar desocupadas en la tarde. Para comprar los alimentos había que ir al mercado, que estaba aquí mismo. Otros simplemente iban al puente Román y traían el pescado fresco que se preparaba en las casas. Recuerdo mucho el ayaco, un mote con plátano amarillo, ñame, yuca y bagre. También hacíamos otro mote bien rico que se llamaba maguana, que traía frijolito y coco. ¡Esos tiempos en Getsemaní no vuelven!”, recuerda la querida matrona Carmen Pombo desde el callejón Angosto.

Antes era una semana de mucho recogimiento. Las emisoras de radio, incluso las de música tropical ponían música clásica o solemne. En el cine la cartelera dejaba de ser de películas de acción y otros géneros populares para pasar filmes como El Mártir del Calvario, Los Diez Mandamientos, Quo Vadis o Ben Hur. Ver esas películas y sufrir con los dramas sagrados era otra expresión de la fe popular.

El viernes era el día más sacro. Había que bañarse y preparar la comida a primera hora pues más tarde se consideraba una ofensa contra el sufrimiento de Jesucristo. Si los niños jugaban, que estaban jugando con la vida de Cristo; si se bañaban tarde, que saldría sangre en lugar de agua o se iban a volver lazarinos o lazarinas, como se les llamaba a los enfermos de lepra. Mucha gente, incluidos niños se vestían de color morado, representativo de la Pasión de Cristo. Había incluso quienes se vestían de luto el viernes, pero también de flores y colores muy vibrantes el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección. 


Celebraciones memorables

Las hermanas Alina, Hazina y Rijiam Shaikh nos ayudaron a recordar cómo eran las celebraciones antes. Ellas han sido muy devotas desde niñas. Aparte de practicar todos los ritos católicos tenían una tradición familiar, quizás influida por algún ancestro de su papá indio, el recordado ‘Culi’: siempre estrenaban ropa el Domingo de Ramos, el Jueves, Viernes y Sábado santos. 

Las tres coinciden en el inmenso fervor católico y la gran cantidad de feligreses -de Getsemaní, pero también de afuera- que celebraban esas fechas en el barrio. Las multitudes eran tan grandes que desbordaban la iglesia y se apiñaban en el atrio. No había pilas de sillas Rimax que dieran abasto.

Según su memoria, las celebraciones por días eran así:

El Domingo de Ramos solía hacerse la bendición de los ramos en la plaza del Pozo, antecedida o seguida de la misa en La Trinidad, según decidiera el párroco a cargo. La procesión era corta porque era a media mañana, con el sol bien arriba en el cielo. Muchos vecinos guardaban en la casa sus ramos bendecidos, buscando la protección divina. Al año siguiente, de la parroquia mandaban buscar esos ramos resecos para hacer con ellos la ceniza para la señal de la cruz el miércoles antes de entrar a la cuaresma. Hubo párrocos que organizaron esa procesión con un burrito y un joven representando a Jesucristo.

De lunes a miércoles no había mayor celebración masiva sino confesiones. El Jueves Santo era el Lavatorio de Pies, en los que era común que doce muchachos del barrio hicieran las veces de los doce apośtoles y el sacerdote, el de Jesús. En otras ocasiones podian ser los feligreses que iban a la misa o niños que estaban en catequesis.

En las tardes se hacía el Recorrido de los Monumentos, que consiste en visitar las siete iglesias tradicionales: la Catedral, Santo Domingo, San Pedro y Santo Toribio, en el Centro, y la Trinidad, San Roque y Tercera Orden, en Getsemaní. En cada iglesia se hace una oración y una petición personal. Hay testimonios de getsemanicenses acerca de sanaciones y milagros ocurridos a raiz de esas peticiones. Lo usual era hacerlo en la noche porque en la mañana del jueves se hacía la Misa Crismal en la Catedral, que concelebraban los sacerdotes de distintas parroquias. 

Ese jueves se hacía -y se sigue haciendo- el arreglo del altar en La Trinidad. Este era particularmente elogiado por los visitantes, incluso muchas veces se le consideró el mejor de las iglesias del Centro. “San Pedro podía ser más vistoso porque había más recursos, pero el de la Trinidad era muy especial porque a pesar de la pobreza y las limitaciones, la gente de acá hacia unos altares preciosos”, dice Rijiam, quien muchas veces colaboró en esos arreglos.

El Viernes Santo era el día del Viacrucis, muy tradicional en el barrio. El recorrido variaba de año en año, saliendo y regresando por distintas calles. Era largo porque recorría el barrio de lado a lado, así que las estaciones se hacían cortas para poder avanzar con tiempo hacia la siguiente parada. 

En cada cuadra escogida para una estación los vecinos resolvían a quién le correspondía recibirla ese año. Lo usual es que fueran las personas más vinculadas a la parroquia o la casa donde hubiera un enfermo, para procurarle un socorro espiritual. No había competencia entre las distintas estaciones porque no se sabían de las limitaciones de cada quien. La estación donde las Shaikh, en la calle de La Sierpe, era prácticamente infaltable. En la de Carretero, solía hacerse donde doña Olga Hurtado, una de las más fieles devotas de la parroquia. También las casas de los Castro, doña Victoria o la de Jesús María Taborda eran habituales para las estaciones.

El Sábado de Gloria era la bendición del fuego y del agua, en la noche. María Clara ‘Mayo’ Julio León recuerda cómo fue esa celebración en años más recientes con el padre Yamil, a quien se le atribuye haber avivado la llama de la fe tras varios años en que esta decayó en el barrio. 

“Para prender la candela buscábamos trozos de madera. La iglesia estaba totalmente a oscuras y a medida que las personas iban entrando desde la plaza de la Trinidad, cada uno con su vela, se iluminaba el lugar. Cuando el recinto estaba totalmente lleno, se encendían las luces. En la bendición del agua cada persona llevaba una botella llena y entonábamos: —Bautízame Señor con tu espíritu, bautízame Señor con tu espíritu… y déjame sentir, el fuego de tu amor, aquí en mi corazón... Señor”, cuenta Mayo.

“Antes, el sábado se rompía la olla con un sancocho de las siete carnes. Sí, esa era la expresión: ¡Vamos a romper la olla!  El Sábado de Gloria era el desquite, porque toda la semana nos guardamos comiendo pescado por respeto. Esas sopas traían carne de cerdo, de vaca, cerdo salado, ubre, costilla, hueso y gallina”, nos recordaba Inés Hoayek.

 


Cabuyas, escobas y hormigas

El gran Daniel Lemaitre Tono (1884-1961), tan recordado en el barrio por la Jabonería Lemaitre, escribió algunos graciosos apuntes sobre cómo eran hace más de un siglo las celebraciones de Semana Santa en estas calles


Judíos y Figurantes

  • Las procesiones de Semana Santa en Gimaní revestían especial esplendor. En las estaciones que se hacían se escuchaba la orquesta religiosa de los “Hermanos Cervitas”, fundada por los hermanos Tatis. Allí los violines de Benjamín Baena, Manuel Tatis y Pepe Jaspe; el contrabajo de Julio Patrón y la flauta del ‘Mestro’ Ariza.

    Un negro alto y gordo a quien apodaban José ‘El Popano’ cantaba:
    Sois vos el que padecéis,
    Soy yo quien os ofendí
    ¡Ay de mí!, ¡ay de mí!

    La orquesta se llamaba “La Vicaria” y sus miembros le hacían un fiestón remojado a una estatua de San Rafael que se guardaba en casa de los Tatis.

  • En uno de los pasos figuraba un judío con disciplinas en la mano pero aquí se las cambiaron por una escoba. El judío de la escoba, pues, era particularmente horrible. Tenía ojos de vidrio de mirar espantoso. Pedro Caballero era todavía pipiolín, pero se acuerda de Cruz Martínez, aquella buena señora de Maparapa, mucama de su casa, a quien mandaron con algunos trebejos a la Iglesia cuando estaban arreglando los Pasos. El judío de la escoba estaba accidentalmente junto a la puerta y fue tal su error ante aquellos ojos y el palo de escoba levantado que se tiró de rodillas.

    —¡Perdóneme pae Jesú, que yo lo que vengo es a hacé un mandao! 
  • Figuraban también en la procesión algunos promeseros vestidos de Nazarenos con capuchas y cilicio de cabuya de cerda enrollada desde la cintura hasta el pecho, para hacer lo cual necesitaban de otra persona, como los toreros con la faja. Esas cabuyas de cerda las usaban las lavanderas para tender la ropa, pues no la manchaban. ¡Qué buenas lavanderas las del tiempo de antes! ¿No, señores viejos?
  • Antaño como hogaño, siempre se abusó del celele de frijol en los días Santos, y me cuenta Pedro Caballero que un Nazareno tuvo que hacer una diligencia a la Playa del Arsenal, cuna hogaño como antaño de cuanta basura hay en la ciudad.

    No se sabe cómo fue la cosa pero regresó a su puesto en la procesión y de pronto se puso a bailar la conga con todo y capucha.

    —¡Llévenselo! ¡Saquen a ese borracho!, gritaban espantadas las devotas.

    Y, repito, no se sabe cómo fue la cosa, pero el pobre Nazareno había asimilado un botón de hormigas candelillas que se desarrolló dentro de la faja cuando el maestro Ariza empezaba a lucirse con la flauta.

 

El arreglo de los pasos

Existieron en la calle Larga, de San Antonio, Guerrero y Media Luna unos azulejos sevillanos que representaban  las estaciones del Calvario y ante las cuales hacían parada la procesión del Jueves Santo o la del Viernes de Dolores, especialidad del barrio. Aquellos azulejos empotrados en la pared han desaparecido como tantas otras cosas pintorescas del ayer. 

La vestimenta y el arreglo de los pasos  estaba a cargo de las familias Caballero y Porto, líderes de aquellos contornos por su distinción y prestancia.El viejo general Don Eloy Porto ponía especial esmero en arreglar la mesa de la Cena y la surtía con cuantas frutas podían conseguirse en la región.  Allí de mangos, patillas y melones hasta Juan Garrote y Lágrimas de San Pedro. El “hit” cómico del banquete  era un racimo de corozos agrios y espinosos que vengativamente se le ponía por delante a Judas Iscariote.

Recuerdo al venerable viejito montando guardia junto a la mesa para evitar un asalto de la turba infantil mientras llegaba la hora del reparto.

Los apóstoles eran muñecos de brazos y piernas articulados y desmontables. Los  Judíos se vestian con calzones de volatineros y gorros de reclutas. El personaje principal después de nuestro Señor Jesucristo era Simón Cirineo, de frac color vino tinto, botas altas arrugadas como acordeón y “burra” de pelo. 

Y como si esto no tuviese suficiente colorido, don Antonio de Zubiría, vecino del barrio en una casa que hoy es el Club Cartagena, y quien tomaba parte en el arreglo de los Pasos, se equivocó al armar los apóstoles y en plena procesión hubo risas poco edificantes y chacota porque tenían los juanetes al revés.

Agradecimiento al arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara por la sugerencia y levantamiento de estos textos, de escasa circulación actualmente.