Un recorrido arquitectónico por Getsemaní

MI PATRIMONIO

Recorrer nuestro barrio con los ojos puestos en sus casas y construcciones es una lección de arquitectura e historia como pocas en Colombia: capa tras capa, muro tras muro, incluso los que se ven más deteriorados, muestran huellas del pasado, de quienes vivieron ahí y de cómo usaban esos espacios.

¿Has notado que en algunos muros que rodean lotes hay todavía marcas de puertas, ventanas y escalones? ¿O que hay unas formas particulares de disponer las fachadas? ¿O que entre la Calle Larga y la del Arsenal abundan las construcciones que van de calle a calle? Hicimos un recorrido acompañados con ojos expertos como quien descubre el barrio, su trazado y su arquitectura por primera vez.

Comencemos por lo grande, que luego ayudará a entender lo pequeño. Al fundarse Cartagena de Indias, Getsemaní era una isla separada del Centro por el caño de San Anastasio, que conectaba las aguas del actual Muelle de los Pegasos con Puerto Duro,  Todo lo que hoy conocemos como La Matuna era agua. En los planos coloniales la isla de entonces fue representada como un lugar despoblado y lleno de vegetación nativa.

Eso de estar rodeada de agua marcó un rasgo, entre varios, que hoy podemos notar. Muchas casas antiguas fueron levantadas por encima del nivel de la tierra, previniendo las ocasionales inundaciones y entradas de agua en días de tormenta o mareas altas. Eso se ve en el par de escalones que tienen las casas más antiguas frente a su puerta principal.

Lo que primero se empezó a construir, de a pocos y a lo largo de más de un siglo comenzando en 1555, fue el templo de San Francisco, como parte del convento del mismo nombre. Ese carácter pionero en un territorio inhóspito dotó al conjunto franciscano de lo que sería la manzana más grande del barrio y del Centro Histórico. En ediciones precedentes hemos contado con detalle cómo evolucionó ese conjunto, del que sobreviven el Claustro, el Templo de San Francisco y la iglesia de la Orden Tercera, frente a lo que hoy es el Patio de Banderas del Centro de Convenciones.

A los pocos años se ordenó la construcción del matadero en lo que hoy es el Parque Centenario. Bajo la actual pista de patinaje existen vestigios de ese matadero, demolido en el siglo XX. En términos técnicos de arquitectura se trataba de una logia simétrica con arcos. ¿La razón para sacarlo del Centro? Era una actividad de poca higiene, con sangre y sacrificios animales de por medio, así que las normas disponían que eso tuviera lugar fuera de las murallas. Y con el matadero llegaron sus actividades económicas conexas como las curtiembres y la elaboración de muebles como taburetes o puertas que tenían partes de cuero. Esa actividad comercial dejó huellas en las calles cercanas.

Ya erigidos la semilla del Convento de San Francisco y el matadero empezaron a trazarse las primeras calles. Las primeras fueron la Calle Larga, que atravesaba un flanco de la isla para conectarla con Manga y la Calle de la Media Luna, que atravesaba otro flanco para comunicarla con la salida terrestre de Cartagena. En el cruce de ambas el Convento de San Francisco. Los nombres fueron posteriores, pero lo importante fue el trazado que se creó y que marcó la vida del barrio para los siglos posteriores, principalmente porque se convirtieron en las dos arterias comerciales.

Junto a esas dos calles aparecieron pronto la Iglesia y la Plaza de la Santísima Trinidad. Y con ellas la necesidad de que las nuevas calles confluyeran ahí, en lo que hoy todavía es el centro vital del barrio. Empezaron a aparecer calles como la de Guerrero, la del Pozo y la de La Sierpe.

El reparto de lotes también marcó la fisionomía del barrio. En las ciudades más importantes de la América hispana se hacía un trazado de cuadrícula o damero. En el centro o su lugar equivalente estaba la plaza principal, en cuyos costados se disponía la iglesia principal (que muchas veces terminó siendo la catedral), las autoridades civiles y algunos miembros principales de la fundación. Las manzanas de alrededor solían dividirse en cuartos o en octavos para repartirlas entre militares, funcionarios y personas prestantes, principalmente. Algo de eso se ve todavía en el Centro Histórico de Cartagena.

Pues bien, en Getsemaní el territorio era un poco más irregular (era una isla) y el reparto de solares era para más gente, así que se intentaba que la “torta” alcanzara para todos. El truco fue el mismo: rebanadas más pequeñas para cada quien. Se repartían lotes que daban sobre las cuatro calles de la manzana, cuyo centro quedaba como un espacio común a todos: un patio comunitario con árboles al que todas las casas tenían acceso. Esos centros de manzana empezaron a ser adquiridos por particulares desde el siglo XIX, pero aún subsisten algunos como espacios protegidos por la norma urbanística para que mantengan su carácter verde y arborizado, así como su baja densidad de construcción.

Aquellos pequeños lotes del reparto dieron orígen a un tipo de construcción muy getsemanicense y también del barrio San Diego, que era como el barrio popular del Centro: la casa baja. Esta se caracteriza por tener la puerta a un costado de la fachada y seguida de dos ventanas, muy pocas veces de una o de tres. Detrás de la puerta estaba el zaguán y su lado estaba el salón, que correspondía a las ventanas de la fachada. Pasado el zaguán estaba el vestíbulo, que era una de zona de reparto y reunión familiar. El espacio siguiente del zaguán era el patio, en cuyo lateral estaban las habitaciones. Al fondo del patio y separándolo del traspatio estaba la cocina.

Esa disposición era fruto de lo que se llamaba el consenso. Este era una especie de acuerdo no escrito entre vecinos y autoridades de la Colonia y que funcionó hasta los primeros tiempos de la República acerca de cómo se debía construir una casa. En general nadie en aquellos tiempos se ponía a edificar a su manera, inventándose estilos o disposiciones radicalmente diferentes.

El reparto de solares también dió origen al tipo de construcción más extendida y propia de Getsemaní: las casas accesorias. Donde quiera que se mire en el barrio hay este esquema: puerta-ventana; puerta-ventana; puerta-ventana, etc. A veces hasta cinco o seis, todas protegidas por la misma estructura de techo. Se trataba de espacios muy sencillos. En términos de hoy: una pequeña sala adelante y un cuarto atrás que daba acceso a un patio común para todos, donde podían tener sus elementos y ejercer su labor.

Esas accesorias pertenecían por lo común a un solo dueño, que las construía bajo ese esquema para arrendarle cada espacio y de manera temporal a marineros que debían quedarse en tierra por meses y se buscaban el sustento con algún oficio que supieran hacer. También algunos artesanos solos podían vivir allí.

Otra manera de organizar las viviendas que surgió desde la Colonia y se fortaleció con la compra de centros de manzana por parte de particulares fueron los pasajes o “vecindades” con patios, a manera de las corralas de Madrid o Sevilla. El actual pasaje Spat o Mebarak, en la calle de Guerrero es un ejemplo: casas de familia volcadas alrededor de un espacio verde en común.

En algunos casos las vecindades se organizaban por patios. El patio que daba a la calle se consideraba una mejor ubicación que un patio interno. La expresión “quinto patio” como algo de menor categoría y muy alejado viene de ahí. Vivir en el “quinto patio” era tener la peor ubicación. También solían pertenecer al mismo dueño quien cobraba la renta él mismo o con un administrador. Sí: igual que el señor Barriga de El Chavo del Ocho, cuyo origen mexicano muestra una manera similar de disponer del espacio en una manzana. Hasta décadas tan recientes como los años 50 o 60 aún quedaban espacios así en el barrio. Todavía hay muchos vecinos que recuerdan haber crecido en pasajes o patios.

Otro factor que determinó las formas del barrio fueron, por supuesto, las murallas. Para las autoridades de entonces era clarísimo que no se podía construir viviendas o edificios pegados a la parte interna de la muralla porque las balas de cañón caían justo en esa zona. Nadie querría estar ahí cuando eso pasara. Por eso del lado del Pedregal hubo muy pocas construcciones coloniales, que abundan en el resto del barrio, porque era menos poblado. También por eso se pudo pasar por ahí la actual calzada vehicular bastante más ancha que las calles internas del barrio. Es probable que allí hubiera corrales y plazas de armas. En San Diego, en cambio, al lado de la muralla había mejor tierra para huertas, quizás por ser tierra firme y más alta.

El Arsenal representó por siglos una esencia fundamental del barrio: era el puerto, la conexión de Getsemaní con el mar, con el comercio internacional, con los barcos venidos de todo el Caribe, de Quibdo y de las poblaciones del litoral Atlántico. Era también el sitio de los pescadores, del comercio y de los marineros. Donde ahora está un costado del Centro de Convenciones y su parqueadero había muralla y frente a ella el playón donde sacaban los barcos para repararlos.

De la vida naútica en el Arsenal y del prodigioso éxito del Mercado Público de derivó otro tipo de construcción: la bodega que tenía una entrada por el Arsenal, para recibir mercancías del puerto, y otra por la calle Larga para atender el comercio. Había variaciones: con local al frente, con casa del vigilante, con residencia en el segundo piso. Pero el espíritu era el mismo: una conexión entre el puerto y el comercio. Sitios como Mister Babilla o dónde quedó La Carbonera y ahora el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC) mantienen esos rastros. A propósito, por muchos años y antes de la electricidad, funcionó por aquel lado un acopio de carbón del que todavía hay trazas.

Un apunte que da algo de luz: nuestro “Arsenal” tiene la misma raíz de palabra Dársena, que significa “Parte resguardada artificialmente en aguas navegables, dispuestas para la carga y descarga de embarcaciones”. No tiene que ver con el significado de depósito de armas y material de guerra.

De los primeros siglos viene otro tipo de construcción muy de Getsemaní: la tienda de esquina. En este caso se abría una puerta de cada lado de la esquina y esa parte de la construcción se remataba con un tejado en cúspide, como una especie de pirámide, que era una manera de resaltar ese espacio. En algunos casos -no en todos porque era costoso- en la propia punta de la esquina la pared era reemplazada por una columna, como otra forma de enaltecerla. Aún se ven y siguen siendo comercios los que ocupan esos locales.

Del éxito material que significó para algunos la dinámica comercial del barrio surgió otro tipo de casa, que se ve sobre todo en las calles principales: la casa de dos pisos. Usualmente se trataba de la claśica casa de un piso a la que un dueño exitoso le adicionaba un segundo. En este caso el salón pasaba a ocupar todo el frente del segundo piso porque era más amplio y más aireado. Abajo el comercio se adaptaba al espacio del salón que quedaba vacío, cuyas ventanas se convertían en puertas para que el público entrara. Las mismas tejas y la misma madera de soporte que se quitaban del primer piso se usaban para techar el segundo piso. Esas casas de segundo piso se pueden ver mucho en San Diego, donde se edificaron desde la Colonia, mientras que las de Getsemaní suelen ser de los siglos XIX y XX.

Por razones estructurales durante la Colonia resultaba muy difícil hacer ventanas horizontales alargadas. Entre más ancha fuera la ventana se perdía más soporte. Por eso un rasgo clave en la arquitectura de Getsemaní es la ventana vertical, delgada y alargada. Esa característica, como muchas, está protegida por la normativa. Para preservar la esencia arquitectónica del barrio no se pueden hacer ventanas horizontales, por mucho que las técnicas y materiales actuales de construcción lo permitan.

Luego, en algo que debió ser un proceso paulatino desde el siglo XIX, se fue perdiendo el consenso. Se llegó al punto en que cada cual adaptaba o superponía un estilo. Aquello en arquitectura se conoce como eclecticismo: un poco de aquí, un poco de allá, algo de lo antiguo con algo de lo moderno. Todo según el parecer del dueño o del arquitecto. En Getsemaní eso se concreta, por ejemplo, en algunas edificaciones cuya primera planta es colonial, a la que se le adicionó una segunda de un estilo distinto.

Entre finales del siglo XIX y el comienzo del XX se generó otra dinámica, que duraría décadas: la de Getsemaní como enclave de pequeñas industrias. En la manzana de la calle de las Tortugas y la Segunda de la Magdalena hubo distintos talleres de ebanistería, trabajo con cuero y producción de ropa. Otro ejemplo es la Fábrica Lemaitre, en la calle San Juan. También todavía algunos recuerdan como hasta hace pocos años había talleres que copaban la calzada peatonal.

En 1894 comenzó operaciones el ferrocarril que unía Cartagena con Calamar y cuya parada principal era en La Matuna, donde hoy queda el edificio del Banco Popular. Hacer esa estación implicó secar una parte del caño existente desde siempre.

Restaba pocos para desecar el caño que quedaba. Algunos de esos espacios de La Matuna eran como un patio de juegos para los chicos del barrio. Las manzanas del barrio original que entonces daban al caño y ahora sobre la avenida Daniel Lemaitre pasaron a hacer parte de un entorno comercial y relativamente moderno, con los edificios que empezaron a ser construidos al frente en lo que fue un plan urbanístico para remozar todo el sector: un sueño de arquitectura moderna del que hablaremos en otra edición.

A principios del siglo XX se inauguró el Mercado Público, que fue el gran símbolo de modernidad de una ciudad que crecía. ¡Y cómo le cambió la vida al barrio! Hubo una presión demográfica porque mucha gente que trabajaba en el Mercado prefería vivir en el mismo barrio. Con las décadas vendría su desborde por todo el sector aledaño, lo que obligó a trasladarlo. En su lugar se construyó el Centro de Convenciones.

El Club Cartagena marcó una época y un estilo. Que la élite comercial de la ciudad ubicara su sede social frente al Parque Centenario y en la ruta hacia el Pie de la Popa, hacia tierra firme, por la calle de la Media Luna, significaba que ese era el epicentro económico de la ciudad y el sitio donde se tenía que estar.

Al mismo tiempo, durante el siglo XX se fortaleció el comercio en la calle Larga y la Media Luna, muchas veces con inmigrantes sirio libaneses dinamizando el sector: en la primera con muebles, confecciones y enseres. En la segunda, con boticarios y consultorios médicos. Aún persisten huellas de esa actividad comercial y del influjo sirio libanés en fachadas de la calle Larga. También en distintas calles del barrio había talleres y bodegas al mismo tiempo tales como ebanisterías o herrerías, oficios complementarios a la actividad portuaria y a la provisión de elementos para las casas, que nunca dejaban de surtirse de cosas debido a que la población no hacía sino crecer.

Para terminar este recorrido, que todavía se puede profundizar más, hay que hablar del Parque Centenario. Se trata del primer parque conmemorativo de la ciudad, de estilo inglés, cerrado con rejas, con pórticos y esculturas de mármol importadas de Italia. Hay fotos antiguas en el que se ven las primeras bicicletas que llegaron a la ciudad. El espejo de agua que todavía existe fue parte del diseño original, que lamentablemente se desdibujó con el paso de las décadas y que incluía una selección muy cuidadosa y estratégicamente distribuida de árboles y otras especies vegetales. Aunque hoy palidezca en ese aspecto, su sentido original fue del de ser un gran espacio de entretenimiento para la ciudad.

Fuentes principales:

Arquitectos restauradores Ricardo Sánchez y Rodolfo Ulloa.

Tipologías Arquitectónicas Coloniales y Republicanas. Afinidades y oposiciones. Francisco Angulo Guerra. Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano. 2008

Getsemaní en sus inicios con algunas de sus primeras edificaciones. Entre ellas se encuentran el conjunto San Francisco y la carnicería. Se ven los inicios de la calle Larga.

División temprana de cuadras en Getsemaní. Se aprecian el conjunto San Francisco, la carnicería, la plaza y iglesia de La Trinidad, la calle Larga, la calle del Arsenal entre otras.

Templo de San Francisco y Capilla de la Veracruz. Fotografía Colección Jaro Pitro. Derechos reservados.

División de manzanas en Getsemaní. Arte basado en el mapa de Pearson & Son Ltda. de junio de 1915.

Una casa baja del barrio.

Casas accesorias. Se aprecia el patrón puerta-ventana; -puerta-ventana.

Pasaje Mebarak.

Al callejón Angosto se le conocía como "quinto patio".

Muralla del Pedregal.

Calle del Arsenal, 1965.

Mister Babilla: una bodega sobre el Arsenal.

Tiendas de esquina con tejados en cúspide y columnas.

Casa de dos pisos.

En 1894 comenzó operaciones el ferrocarril que unía Cartagena con Calamar y cuya parada principal era en La Matuna, donde hoy queda el edificio del Banco Popular.

Antiguo mercado público de Getsemaní. 

Centro de Convenciones.

Antiguo Club Cartagena.

Parque Centenario.