Lo que logró el prestigioso arquitecto cubano Manuel Carrerá con esta fachada fue notable, al integrarla como si siempre hubiera estado allí junto a sus dos vecinos: el colonial templo del claustro franciscano y la republicana casa del doctor Manuel Obregón -hoy hotel Monterrey- reformada hacía pocos años por Gastón Lelarge, el arquitecto del cercano Club Cartagena.
Lo sorprendente es que el estilo que Carrerá escogió no correspondía a ninguna de esas dos escuelas arquitectónicas. Y sin embargo, tendía puentes con ambas.
Parte de su genialidad fue escoger como influencia principal a los teatros californianos de los años 20. En particular, puede que el Castro Theatre, de San Francisco, hoy convertido en monumento histórico de esa ciudad, haya sido un referente clave.
El Teatro Cartagena, con capacidad para 1.400 asistentes fue inaugurado en 1941 como el más lujoso de la ciudad, en un tiempo en que abundaban los cines y cada barrio tenía el suyo. Los hermanos Lequerica y Enrique Mathieu querían todo lo mejor que se pudiera en el Caribe colombiano, desde la pantalla de proyección, hasta la cortinería pasando por el mobiliario, el sonido, el aire acondicionado y la arquitectura. De ahí el llamado a Carrerá, que se había establecido con mucho éxito en Barranquilla, donde había diseñado el teatro Rex.
La larga cadena de influencias -como explicamos en nuestra edición 24- va del teatro californiano a la adaptación que se hizo en el México colonial del barroco europeo, en particular los ornamentos de estilo plateresco o churrigueresco. Pero para un transeúnte cualquiera aquella fachada parecía hacer parte del paisaje quizás desde la Colonia, aunque en realidad fuera algo muy del siglo XX.
Aunque su fuerte era el cine, también nació para presentar espectáculos como recitales de pianistas o cuartetos de cuerdas; óperas, operetas y zarzuelas; cantantes, tenores y sopranos; declamadores y magos. Incluso, danza, como cuando en marzo de 1955 presentó a Josephine Baker, para algunos la bailarina más grande de todos los tiempos y que también era un referente en las luchas de la población negra.
Pero aunque el diseño de Carrerá fue tan apropiado, no se puede decir lo mismo de los materiales que se usaron: bloques de cemento común y corriente, arena de mar, hierro sin buenas especificaciones.
Pero no hay mucho que culpar a los constructores. No estaban construyendo para la posteridad sino para erigir un teatro que si bien estaba diseñado para ser el mejor de la ciudad también respondía a criterios de costo/beneficio.
La regular calidad de los materiales en un clima tropical como el nuestro pasaron factura en el largo plazo: la arena de mar era de uso común entonces, pero no se sabía de sus efectos pasado el tiempo. Algo similar ocurría con el tipo de hierro, que no respondía a estándares técnicos como los actuales. Por eso en el Centro Histórico se ven algunas construcciones de la misma época que no han tenido un correcto mantenimiento y exhiben el concreto degradado y las varillas oxidadas.
Ese era el caso de esta fachada, pero eso no se sabía a ciencia cierta al comienzo de su intervención actual que comenzó hace unos tres años. Sí se podía intuir dada la mala calidad de los materiales de los ornamentos, en una primera inspección visual y en el seguimiento que se le hacía a ese frente de obra.
Ante ese escenario, en el Proyecto San Francisco, -responsable de la adecuación de este espacio para integrarlo al complejo hotelero que abrirá sus puertas en 2023 como parte de la cadena mundial Four Seasons- se consideró que lo mejor era trabajar bajo la consigna que se podía recuperar y reforzar la fachada original.
Mientras se intervenía, a la fachada se le adaptó una costosa estructura metálica, que hacía las veces de unas muletas de apoyo y que se vió en los últimos dos años desde el camellón de los Mártires.
En cualquier escenario, había que tomar moldes y sacar muestras de los ornamentos como las columnetas y los alfiles que en los últimos años del teatro sobresalían visualmente por estar pintados de rojo.
De ese proceso, que tiene mucho de artesanal, se encargaron Antonely de la Barrera y su equipo de artesanos locales. Con más de tres décadas de experiencia, Antonely es reconocido como uno de los mejores contratistas de la ciudad para temas de este tipo de restauración. En su taller se están terminando y almacenando para su uso final los ornamentos, que serán fieles reproducciones de los originales.
“Pero un estudio de profundidad, encargado a una firma externa de ingenieros, determinó que la fachada estaba en tal mal estado de conservación que había que reconstruirla. El concreto estaba carbonatado: el acero, oxidado; y los bloques estaban desmoronándose, pues con el paso del tiempo pierden la consistencia y se desmoronan”, explica Rafael Tono, gerente del Proyecto San Francisco y principal fuente de este artículo sobre los aspectos técnicos y constructivos alrededor de esta fachada.
Peor aún: los cimientos que soportaban la fachada también estaban sumamente deteriorados. La realidad material contradecía de manera rotunda la decisión inicial de preservar: había que demoler y comenzar de cero. Desde el subsuelo, para ser más precisos.
En sentido estricto no era imprescindible reconstruir la fachada. Dado lo relatado arriba, esta no esta listada como un Bien Inmueble de Interés Cultura (BIC) ni del orden nacional ni distrital: no es un inmueble de la Colonia, por ejemplo, o con unos valores estéticos y de época que la hicieran merecedora de un título así, como sí lo tienen el claustro y el templo franciscano, el pasaje Porto o el Club Cartagena, todos vecinos suyos.
El apego a ella es de la ciudadanía. Las últimas generaciones nos acostumbramos a verla y son muchos los recuerdos de grados, convenciones, reinados nacionales de la belleza y hasta las primeras versiones del Festival Internacional de Cine de Cartagena, por cuya alfombra roja desfilaron tantas estrellas de cine, para el gusto de los getsemanicenses y foráneos que se plantaban a sus costados para ver en carne y hueso a sus ídolo del celuloide.
“Quisimos mantener la fachada a pesar de que no hubiera obligación porque forma parte del perfil urbano y porque la ciudadanía recuerda con nostalgia los teatros”, explica Rafael.
Pero aunque no sea un inmueble BIC, cualquier modificación o ajuste hay que presentarlo ante las autoridades, principalmente el Ministerio de Cultura y el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena de Indias -IPCC-.
La razón es que el conjunto de inmuebles que pertenecían al claustro franciscano -incluido el Teatro Cartagena, que originalmente fue la capilla de la Veracruz- están cobijados por un Plan Especial de Manejo y Protección, que es una norma de normas que regula de manera muy detallada lo que se puede hacer y lo que no.
“El Ministerio y el IPPC hicieron visitas de inspección y estuvieron de acuerdo en que esa era la solución”, dice Rafael.
Ese proceso tomó muchos meses pues implicaba adecuar el diseño de la fachada en su integración con el resto del complejo hotelero y luego pasar la serie rigurosa de presentaciones y aprobaciones oficiales.
¿Que verá allí el transeúnte cartagenero una vez se concluyan las obras? Esencialmente la misma fachada que se inauguró en 1941 y que estuvo en pie hasta hace poco tiempo.
Le será difícil apreciar las diferencias, salvo que haya leído este artículo o sea un muy buen conocedor de la arquitectura.
Quizás el cambio más notable sea el retiro de los escalones que precedían la entrada. Estos se hicieron para compensar la ‘isóptica’, que es la pendiente que baja hacia la pantalla de un teatro y que permite que todos los espectadores puedan ver bien. Retirar esos escalones hizo necesario prolongar los arcos de la fachada hacia la nueva línea de base, que estará al mismo nivel de la renovada plazoleta de San Francisco.
Otro ajuste son los tejadillos, que originalmente eran de teja de arcilla y que serán reemplazados por pequeñas cornisas, tanto por temas estéticos como de mantenimiento. El color de la nueva fachada será blanco, lo que elimina el rojo que demarcaba los ornamentos en las últimas décadas.
Y en lugar de adaptar la fachada al nuevo uso hotelero -que era un camino posible, pero que hubiera cambiado sus elementos y proporciones- lo que se decidió fue exactamente lo contrario: adaptar el edificio nuevo a los vanos de la fachada.
En el nuevo volúmen hotelero, retirado unos metros de la fachada, se hicieron unos ajustes precisos para que las respectivas ventanas quedarán alineadas con los vanos abiertos. Además, la parte interna de la fachada será un fiel reflejo de la externa, como si tuviera una doble faz. Los huéspedes la podrán contemplar casi como la verían desde afuera y, a través suyo, el Centro Histórico.
En el primer piso funcionará una pizzería de amplio acceso para el público e integrada a la renovada plazoleta de San Francisco.
Una habitación tendrá un privilegio particular: su balcón ocupará toda la terraza frontal del antiguo teatro, donde se ubicaba la marquesina con los anuncios de las películas. Pocos saben que allí quedó el apartamento donde vivía el mítico Floro Sánchez Villa, administrador del teatro por décadas, quien tenía esa vista de ensueño al atardecer.
Lo que sí notará es el aviso de Teatro Cartagena incrustado en el muro como un ornamento más, tal cual estaba desde 1941. El mismo que sobrevivió al abandono de dos décadas, desde que el cine cerró sus puertas a comienzos de este siglo.
Una fachada esta vez sí construida pensando en la posteridad, con materiales contemporáneos y de alta durabilidad. Un homenaje a una época del barrio, a la nostalgia de los viejos teatros y a una obra particular no por haber brillado sino -al contrario- por haber sabido estar discreta entre vecinos tan notables.