Muy pronto veremos una camada de artesanos volcados en la confección de vestuarios para las fiestas del Caribe colombiano: una iniciativa que combina el rescate de tradiciones, con formación especializada y un modelo de negocio para personas o familias que se dediquen a este oficio que ha sido tan propio de Getsemaní.
Detrás de la propuesta están Gimaní Cultural, vecinos y allegados al barrio, y el Ministerio de Cultura. Es el primer paso de una iniciativa mucho más amplia, con una visión de futuro. Consiste en crear un taller-escuela, cobijado por una iniciativa del ministerio para todo el país. Esa política oficial busca fortalecer de manera integral los oficios del sector cultural; ir mucho más allá del esfuerzo particular del artesano para pensar en un desarrollo social y productivo más amplio, así como que su labor sea mejor reconocida y valorada incluso en lo económico. Tienen maneras bonitas de plantearlo: “las manos tienen memoria”, “poner de moda los oficios” o “vamos a volver atractivos los territorios porque los talleres-escuela promueven el turismo cultural”, son expresiones surgidas desde la cabeza del ministerio.
Desde el ministerio nos cuentan que en este momento hay 34 talleres-escuela en diferentes fases de fortalecimiento en todo el país y que la meta es llegar a doscientos. Entre los que están más avanzados, tres son del Caribe: el de Getsemaní, uno con las mujeres tejedoras de Manpuján y otro en San Basilio de Palenque. En esa política caben no solo artesanos, sino en general los oficios de las distintas manifestaciones culturales como danza, teatro, exposiciones de arte, material gráfico y bibliográfico, sonido y temas audiovisuales, música e instrumentos, entre muchos otros.
Las conversaciones para concretar la idea surgieron desde comienzos de 2019 y se fortalecieron en el último Cabildo, al que vino la ministra Carmen Inés Vásquez, junto con Jenny De La Torre, getsemanicense por adopción desde hace décadas y quien hace parte del equipo del ministerio desde su regreso al país, tras vivir varias décadas en el extranjero. En esas visitas ellas siguieron al detalle todas las explicaciones de Gimaní Cultural sobre cada aspecto de esta tradición, incluido el tema del vestuario, al que le vieron potencial para el programa de talleres-escuela. Este se diferencia del formato escuela-taller porque es más móvil, especializado y con capacidad de dar resultados palpables en menos tiempo.
Una industria cultural
Por su parte Nilda Meléndez y Miguel Caballero, alma y nervio de Gimaní Cultural, llevan décadas trabajando para fortalecer el Cabildo getsemanicense y las posibilidades para la población raizal. En particular, habían pensado en maneras para mantener vivos los oficios manuales asociados al Cabildo de Getsemaní y por extensión a las fiestas novembrinas. Así, concretar las ideas no fue difícil por parte y parte. Por un lado, había una política pública y los recursos para hacer posible. Del otro, las ideas, la experiencia y la idoneidad de Gimaní Cultural estaban clarísimas.
La experiencia de Gimaní comenzó a mediados de los años 80, cuando su generación se puso en la tarea de recuperar la tradición del Cabildo, que casi estaba perdida. “Al comienzo una de las mayores dificultades del Cabildo era cómo hacer los disfraces. Nos tocaba ir a todas partes a buscar tela. Encontramos un socio encantador en Barranquilla, William Chams, el viejo. —No te preocupes, negrita, aquí te consigo y te envío tela— me decía. Y así, de alguna manera fuimos recogiendo modistas y artesanos, pero no era realmente lo que se quería. Sentíamos la necesidad de formar gente para eso. Porque si tú quieres formar una industria festiva, una verdadera industria, tienes que tener los elementos que produzcan los insumos para que esa fiesta tenga el lucimiento que se merece, como sucede en Venecia, Nueva Orleans, Brasil o las islas Canarias. Así sucede donde las fiestas se consideran parte importante del trasegar cotidiano de la gente, además de un sustento económico importante. Tú en Venecia te encuentras el mascarero que tiene detrás suyo una tradición de tres o cuatro siglos”, explica Nilda.
“Ese sueño lo hemos ido llevando porque el Cabildo va produciendo su magia año por año. Es al mismo tiempo un proceso y un problema de cada año. Encontramos mecenas que nos ayudan, gente que nos regala los diseños o nosotros mismos diseñamos. Pero no hay un proceso real de formación, que además debe involucrar la memoria barrial y de lo cartagenero. Todas esas cosas que son muy nuestras y que no vas a encontrar en ningún otro lugar”, complementa Nilda.
Primero el vestuario
Miguel nos explica que hay al menos tres frentes de trabajo artesanal que se pueden potenciar en el largo plazo: el vestuario, la zapatería y la “parafernalia”, es decir todos aquellos accesorios que completan el traje festivo. Para este primer proyecto se concentrarán en el de vestuario y en particular el de cuatro danzas del Caribe: la cumbia, el congo, el garabato y el cabildo.
En este taller-escuela se formará a catorce artesanos, modistos y aprendices, que idealmente ya hayan estado conectados antes como creadores de vestuario y accesorios para las fiestas novembrinas y el Cabildo. El proyecto se realizará en el segundo semestre de este 2020, durará cerca de tres meses y tendrá programadas 190 horas de trabajo.
El taller-escuela no solo se dedicará a la confección, sino también a todo el ciclo de administración, mercadeo y comercialización. Y habrá espacio para la innovación: pensar cómo se puede mejorar cada proceso y cada producto. Además no será un espacio tradicional de un profesor “enseñando” técnicas, sino que “será un taller vivo, de aprendizaje colectivo y desarrollo experiencial”. Eso se logrará juntando a maestros del oficio con los artesanos y aprendices y algunos investigadores culturales que quieran meterse al reto de aprender a hacer con sus propias manos. De ahí deberían salir ideas innovadoras sobre cómo mejorar cada proceso y cada producto; también cómo comunicarlos y venderlo mejor. Un paquete completo.
Miguel nos explica que la idea es convertir esa actividad puntual, que ocurre en una época del año, en una actividad productiva permanente y mejor remunerada. Piensa que hay una oportunidad con otras festividades como el Carnaval de Barranquilla, pero también con todo el turismo internacional, que usualmente quiere llevarse de vuelta prendas y accesorios de cada tradición local. Se imagina que en el barrio pueda haber un local donde se vendan todo el año prendas, zapatos y accesorios no solo del Cabildo, sino de nuestra tradición Caribe.
De ahí se derivan muchas posibilidades. Hacer vestuario, zapatería y parafernalia es un saber técnico más complejo de hacer ropa cotidiana. Los terminados son más variados y complejos, hay que crear soluciones para problemas específicos y no se hace por grandes lotes sino en producciones específicas. Todo eso es transferible a otras áreas de la moda. Para comenzar, para hacer vestuario para fiestas como bodas o primeras comuniones. Se trata de aprender de un arte más complejo para que lo más básico resulte reforzado. Crear toda una industria local, algo que Getsemaní sabe hacer bastante bien.
“Dentro de diez, veinte o más años voy a estar viejita pero disfrazada de lo que salga de este proceso. Entonces debería haber una buena camada de jóvenes formados para producir de manera propia los elementos que se necesitan no solo para lo festivo, sino como una oferta de trabajo especializado en la ciudad. También ‘formados para formar’ a otros en este quehacer que debe ser una constante para la ciudad y que debe contribuir a que se recuperen la memoria, los colores, la vivacidad de la tradición festiva cartagenera que dista mucho, por ejemplo, de la tradición barranquillera. Porque cada tradición festiva tiene su propia impronta, como su propia huella digital”, sueña Nilda.
Que sean, ojalá, como los tatarabuelos del mascarista veneciano. Los primeros de una larguísima tradición.
Para saber más
Política de fortalecimiento de los oficios del sector de la cultura en Colombia (PDF). Seleccionar el acceso directo a la respectiva página del Ministerio de Cultura. Es una guía descargable en PDF.Editorial
El ojo en el largo plazo
Rio de Janeiro. Carnaval. Al terminar su desfile en el sambódromo, muchos participantes de las comparsas se desembarazan del disfraz que han portado en las últimas horas, danzando y siempre sonrientes ante más de ochenta mil personas en vivo y ante millones a través de la televisión. Lo que las cámaras no alcanzan a mostrar es la montaña de piezas sueltas de todo tipo de disfraces que va creciendo a cada minuto. Plumas, encajes, bisutería y tejidos son recogidos por recicladores. Para la industria de los atuendos, en ese momento está comenzando el carnaval del año siguiente.
La magnitud del carnaval de Río, que se replica en las demás grandes ciudad de Brasil, nos habla de los riesgos, pero al mismo tiempo de las grandes oportunidades que surgen para las comunidades cuando sus celebraciones y su cultura se vuelven referentes para muchos otros. Allí la industria alrededor del carnaval es un ciclo productivo que dura todo un año.
En todas estas celebraciones siempre hay una discusión entre tradición e innovación; entre lo autóctono y lo masivo; entre el colectivo original que mantiene un legado y quienes llegan desde afuera queriendo disfrutar eso tan particular que tiene cada fiesta; entre la identidad y la comercialización. Por eso es tan importante este proyecto que Gimaní Cultural y otros allegados impulsan desde el barrio mismo. Hay en él una visión de largo plazo que teje al mismo tiempo el respeto de la tradición, la sostenibilidad y la generación de ingresos para familias getsemanicenses. Contábamos en otro artículo cómo Getsemaní fue un barrio de sastres y modistas que atendían clientela de toda la ciudad, así que un proyecto así contribuye también a recuperar una actividad productiva que nos ha sido muy propia.
Traducir una parte de nuestra riqueza cultural y festival en bienestar para las familias raizales y residentes es un buen proyecto. Que desde el Ministerio de Cultura se le haya prestado apoyo es una gran señal, junto a los recientes avances para la declaratoria de Ángeles Somos en la lista de lista representativa de Patrimonio Cultural inmaterial del ámbito Nacional y otros que vienen en camino. Es un primer paso de algo que puede ser grande y que ayuda a que el barrio mantenga el manejo de su acervo cultural y patrimonial.
Lograr que este tipo de iniciativas se concreten requiere una habilidad de la que se habla poco: la capacidad de diseñar y escribir proyectos; de convencer adentro y afuera; de negociar sus detalles, presupuestos y reescribir propuestas. De pensar en lo estratégico, no solo en el proyecto puntual. No se trata, como en otros tiempo, de extender la mano o de tener una conexión con alguien. Hay que estar atentos a las oportunidades que surgen en el Estado, en las empresas y gremios, en los organismos multilaterales y no gubernamentales. Esa capacidad de gestión se está viendo en este y otros proyectos que han surgido en los últimos años. Hace falta desarrollarla más y ampliarla. Afuera hay un amplio mundo de opciones y oportunidades. Para llegar a ellas hay que tener las ideas claras. En el barrio, como muestra esta experiencia de Gimaní Cultural, las hay.