Hay dos getsemanicenses conocidos por ser buenos salseros. Uno de ellos es Roberto Salgado, de la calle del Espíritu Santo, y Judith Suarez, del callejón Ancho. Él fue pionero de los salseros en el barrio y ella desde muy joven se vestía con su mejor pinta y se iba a tirar pase en los bailes.
Hablar de salsa con Roberto significa que te invite a pasar a su casa, te ofrezca una silla para que te acomodes y escuches sus anécdotas. Saca un taburete pequeño, se sienta en él, termina de abrocharse su camisa y le da rienda suelta a sus recuerdos.
“Aunque nací en esta calle, luego nos mudamos para el callejón Ancho y después regresamos porque mi papá compró la casa. Él era trabajador de una empresa naviera y falleció en los años 70. Mi primaria la realicé en un colegio en el callejón Ancho. Luego pasé al colegio Liceo de la Costa, donde terminé bachillerato. Como buen getsemanicense también jugué el bate-tapita. Por supuesto, me encantaba jugar bola de trapo, bailar el trompo y uñita, con las bolitas de cristal. Todo eso lo jugaba acá en el barrio, con los amigos de la zona”.
“Presté el servicio militar como bachiller en el batallón Córdoba, en Santa Marta. Trabajé como cobrador por muchos años en Muebles Charly. En 1979 me gradué como economista de la Universidad de Cartagena. Posteriormente laboré como Jefe de Presupuesto en el Hospital Universitario de Caribe. También conformé una empresa de encuadernación dedicada principalmente a los documentos contables de las empresas. Me desempeñé como asesor tributario”.
“Mi historia con los bailes inicia por la amistad que hice con los hermanos Corpus, de la calle de Guerrero. Como buenos adolescentes nos gustaba mucho todo lo relacionado con la música y en especial el boom de la salsa o más bien la música antillana. A través de eso hicimos amistad con otras personas del barrio. Nuestro pasatiempo era ir a escuchar esa música a otros barrios. Regresábamos a las nueve de la noche a la casa. Siempre teníamos dificultades para conseguir el transporte y fue ahí que entre todos coincidimos en que eso se podía replicar en Getsemaní. ¿Por qué no traer los picó al barrio? Así empezamos a avanzar con la idea”, cuenta Roberto.
“Fundamentalmente uno aprende a bailar es bailando. Recuerdo que al principio tomaba a las parejas por el revés y las pisaba. Después uno se iba adaptando a los ritmos tanto de la canción como de la persona. También se aprende algo viendo bailar como en una novela, de la que le copié pasos a un puertorriqueño”.
Judith Suárez
Judith es hija de la famosa Prende la Vela y es reconocida por ser una getsemanicense muy alegre, rumbera y amante de las fiestas novembrinas. Ahora tiene 70 años, que no aparenta. Es alta, morena y tiene una sonrisa espontánea y contagiosa. Es madre de tres hijos, que sacó adelante gracias a la venta de chance.
“Yo nací aquí en el Rincón Guapo, precisamente en la casa de dos pisos que está entre calle Lomba y Pedregal, que era un pasaje. Ahí viví hasta que tenía unos doce años. Después mi mamá se mudó para la plaza del Pozo, luego yo me fui a vivir a la calle Lomba, callejón Angosto y terminé aquí en callejón Ancho, hace veintidos años”.
“Los recuerdos que tengo de mi infancia es que todos éramos muy respetuosos con todo el mundo. Los vecinos me regañaban y nosotros sin manera de contestar y responder. Nos íbamos derecho para la casa. Getsemaní era como una familia. El barrio estaba conformado por pasajes”.
“Mis primeras fiestas fue cuando yo estaba hecha y derecha. Podía tener entre dieciséis y diecisiete años. Todo era sano en esos bailes, uno no bebía trago. Cuando una mujer estaba bailando con un muchacho le decía: -Ay, tengo calor- y lo que le brindaban era gaseosa. Mis primeras fiestas eran con la salsa vieja y también la música de Pastor López, también con la de Nelson y sus Estrellas, que eran de Venezuela. Yo iba a mis fiestas con amigas. Eso sí, la mayoría de las veces que me iba a bailar por fuera del barrio lo hacía sola. Sin embargo, siempre encontraba a un conocido allá”.