Seguir el rastro de los predios franciscanos resultó clave para la reciente extensión del Plan Especial y Manejo y Protección (PEMP) relativos a la manzana 135, donde se ubicaron, y que puede ayudar a repoblar Getsemaní con la diáspora de los últimos años.
¿Quién financió la capilla de la Veracruz, sobre cuyo terreno se construyó luego el Teatro Cartagena? ¿A quienes enterraban ahí? ¿Cómo es que casas del Centro y de Getsemaní estaban gravadas para darle recursos a esa iglesia? El experto español Manuel Serrano escribe en exclusiva para El Getsemanicense este artículo sobre sus hallazgos investigativos.
Hace un siglo (1905) le abrió un nuevo frente al barrio, que desde su origen estuvo volcado hacia el Centro y la salida de la Media Luna. Y a partir de ahí más vida económica, social y hasta recreativa: la virgen, la Gota de Leche, la pesca desde su balaustrada, las lanzadas de los muchachos al agua.
Pistas de una época en que claustros, monjes y comunidades religiosas eran una parte fundamental de la naciente ciudad.
El templo de la Tercera Orden -en el cruce de la calle Larga con la calle San Francisco- ha hecho parte ininterrumpida de la vida religiosa del barrio desde 1755. Sin embargo, sus varias reformas y muchos remiendos se han superpuesto sin mayor criterio arquitectónico. Ya está en marcha una intervención que lo encaminará a sus mejores épocas.
“Dios está en los detalles” era una antigua frase muy usada por Mies Van der Rohe, uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX, para explicar buena parte de su filosofía de diseño. Ese proverbio aplica muy bien para la actual intervención de la antigua sede de Club Cartagena frente al Parque Centenario.
Trazar la historia de este predio —vecino del viejo teatro Rialto, sobre la calle Larga— es como resumir la extensa historia de todo el sector. En su nueva vida integrará varias de esas facetas; cambiar de estancia será como cambiar de época en unos pocos pasos.
La cubierta original del templo de San Francisco se cayó hace muchos años, muy posiblemente por la infatigable acción del comején y la falta de mantenimiento. Así estuvo hasta mediados del siglo pasado, cuando se le puso una cubierta contemporánea para crear el Teatro Claver, que luego fue el Colón.
La marquesina del Club Cartagena hizo parte de las mejores decisiones de diseño del arquitecto Gastón Lelarge, pero también fue el punto débil por el que comenzó la decadencia de la sede en Getsemaní. Hoy revive con los avances tecnológicos y de materiales del siglo XXI. Una pieza con estándares de excelencia, pero muy discreta para que la luz sea la protagonista.
Todos los días, maestros de la mampostería y la carpintería antiguas combinan su saber con el de expertos en técnicas de punta para solucionar los problemas y los dolores que aquejan a un viejo convento con muchos remiendos y que hoy se prepara para una segunda vida.
Uno de los más reconocidos artistas europeos que pisó suelo americano pudo ser el autor del fresco del que aún se conservan algunos fragmentos en el claustro franciscano de Getsemaní. El experto español Manuel Serrano rastreó esta pista y escribe sobre sus resultados para El Getsemanicense.
El claustro de San Francisco fue la primera edificación que se construyó en Getsemaní. Sus fachadas originales se veían bastante distintas de las actuales porque con el paso de los siglos se les fueron añadiendo volúmenes. ¿Qué se enfatiza a la hora de restaurar unas fachadas que han tenido tantos cambios?
Todas las mañanas desde hace un par de meses Suleyma García comienza su labor en un templo silencioso. A pesar de que apenas son las ocho de la mañana, el calor en ese espacio cerrado va haciendo de las suyas y en poco tiempo se trabaja como si fuera un sauna. Ninguno de sus movimientos es brusco. Cada toque de herramienta tiene una intención precisa. No hay margen para equivocarse.
En el trabajo de construcción de PEMP Murallas participaron muy diversos profesionales cartageneros. Tres de ellos nos acompañaron en un conversatorio en el que también participó Mónica Orduña Monsalve, coordinadora de este PEMP desde el Ministerio de Cultura.
¿Qué se puede encontrar en un claustro de monjes con más de cuatrocientos años de historia? Eso nadie lo sabe hasta excavar, despejar los muros y retirar todo lo que se le ha añadido con el paso del tiempo. Por lo escrito en textos antiguos y por la comparación con otros conventos franciscanos se pueden sospechar cosas, pero solo al poner manos a la obra se descubren los secretos únicos de cada construcción.
Un riguroso y sistemático proceso se ha llevado a cabo desde que el Proyecto San Francisco recibió en 2015 la antigua sede del Club Cartagena hasta hoy, cuando su restauración avanza a buen paso de cara a la apertura del Hotel Four Seasons en 2022.
Concretar los diseños arquitectónicos suele ser un camino lleno de obstáculos prácticos y decisiones sobre la marcha. Fue el caso de la sede del Club Cartagena en Getsemaní. Justo hace un siglo sus directivos enfrentaban el reto de construir un edificio que querían fuera emblemático para la ciudad.
Al llegar a su clásica sede del parque Centenario, el Club Cartagena tenía treinta y cuatro años de fundado. ¿Por qué decidieron moverse a un lugar fuera del barrio de más tradición? ¿Cómo fueron aquellos años en Getsemaní?
Dos pequeños edificios de Getsemaní tuvieron el mismo cordón umbilical desde la Colonia. Hace un siglo fueron separados; luego unidos como siameses que compartían órganos; separados de nuevo en las últimas décadas. Ahora estarán juntos, como fue su vocación original. Como Aureliano y José Arcadio en Cien Años de Soledad, hasta terminaron con los nombres trastocados.
Ahora los edificios suelen diseñarse con líneas rectas y estar despojados de decoración exterior. Pero hubo una larga época en que el embellecimiento de fachadas, cielos rasos e interiores era parte integral del oficio de diseñar un inmueble. Las volutas, curvas y formas vegetales no solo estaban permitidas sino bien vistas. Eran un signo de la modernidad en la que debíamos embarcarnos para dejar atrás la época colonial.
Discreta, al lado del Club Cartagena y solo un cascarón en las últimas décadas, la casa de la familia Ambrad, tan tradicional en la medicina de la ciudad, vuelve a la vida con una fachada idéntica a la original.
En la Colonia muchos conventos de América Latina tenían unas grandes huertas y terrenos, a veces tan extensos como barrios, que marcaron el trazado urbano original y cuyas huellas podemos leer hoy. El claustro franciscano de Getsemaní es un buen ejemplo, pero no el único en Cartagena.
¿Cómo un edificio discreto, dedicado a labores menores, terminó siendo el más complejo de interpretar e intervenir en el claustro franciscano de Getsemaní? En esta historia hay un concilio, una garita, dos huertas y un teatro con pantalla curva.
En la región persiste una rica memoria de cómo se creaba belleza en nuestras construcciones de antes: materiales, formas y técnicas transmitidas por generaciones desde la Colonia. En el hotel que se construye en el viejo convento franciscano, en Getsemaní, estos saberes están ayudando a traer de vuelta técnicas, ornamentos y estructuras de la mano de artesanos y maestros orgullosos de su legado.
En la edición pasada reseñamos 115 sitios que existieron en Getsemaní y que hacen parte de su memoria. En esta, mostraremos la inmensa riqueza social, cultural y material que hoy encierran estas veintitrés manzanas. Esa riqueza que hay que seguir defendiendo, recuperando y poniendo en valor. ¡A ver cuántos barrios de América Latina pueden enorgullecerse de tener tanto en tan poco espacio!
Para quienes crecieron con el teatro Cartagena como vecino, su fachada era parte del paisaje. Pero un ojo curioso revelaría que tenía algo distinto a los demás inmuebles. Parecía integrada al resto del paisaje urbano, pero al mismo tiempo no.
Un alcalde de Cartagena tuvo hace algunas décadas la ocurrencia de que el Centro histórico debería verse blanco como los pueblos de la Andalucía española. Se ordenó entonces blanquear las fachadas de todos los inmuebles. Algo muy propio de nuestras calles coloniales estuvo entonces —y hoy sigue estando— en peligro de perderse.
Hay un Getsemaní que habita en el recuerdo. Un barrio bastante más diverso, con una vida cultural y vecinal muy potente. Personajes, olores y sabores de un tiempo no tan lejano.
Si un predio tiene más de cuatrocientos años de historia, pero en él no queda nada en pie ¿qué se toma en cuenta para hacer algo nuevo ahí? Simplificando mucho: ¿Se mira al futuro o se apela al pasado? Si es esto último ¿a cuál pasado?
Detrás de una engañosa sencillez, la parte frontal del templo de San Francisco, en Getsemaní, revela la mentalidad de dos épocas distintas pues -aunque no parezca- hay más de una fachada en esos muros.
¿Has notado que las murallas de Getsemaní son un poco más bajas que las del Centro y que en el Pedregal hay unas puertas como para niños? ¿Por qué nunca se construyeron defensas del lado de La Matuna? ¿Cuántas fortificaciones hubo y cuántas quedan?
En cierto sentido, construir un tejado colonial es como construir un gran barco, darle la vuelta y ponerlo encima de los muros. Por supuesto, es una simplificación, pero es cierta la relación entre el arte de construir embarcaciones y el de hacer cubiertas de edificios. Sus estructuras y funciones se asemejan.
Como cierre de nuestra serie, presentamos una puesta al día de este espacio tan importante para Getsemaní. Y dejar una pregunta, tras recorrer su historia: ¿Qué sería deseable o recomendable para el futuro inmediato?
Nuestra historia comienza con un anónimo pintor europeo de mano maestra que desembarcó en Cartagena para seguir su viaje hasta Lima. Pero antes de llegar allá iba pintando frescos en las distintas paradas de su extenso viaje. La primera de ellas, en Getsemaní.
¿Que experiencia sería entrar al templo de San Francisco a comienzos de los años 1600? ¿Qué vería un feligrés nacido en aquella Cartagena de Indias, que crecía pero aún no estaba amurallada?
Uno cruza el Parque Centenario y asume que siempre estuvo ahí. Es como un espacio atemporal que debió existir desde la Colonia, ¿verdad? Pero no. Tiene poco más de un siglo de historia como escenario de la vida de la ciudad y del barrio.
La mañana del 18 de agosto de 2018 el restaurador mexicano Rodolfo Vallín y su equipo vieron por primera vez y desde dentro la vetusta cúpula del templo de San Francisco, en Getsemaní.
El templo de San Francisco, en Getsemaní, está resurgiendo como en su mejor época tras cuatro siglos en los que se le cayó la cubierta por un incendio, fue abandonado y vuelto a usar para tantos propósitos que se ha perdido la memoria exacta de todos ellos.
Esta no es solo la historia de una casa. También es la historia de una familia, y en cierto sentido, la de un mercado y una calle.
El Claustro de San Francisco, parte del conjunto hotelero que se está construyendo en Getsemaní, ha vivido en sus más de cuatro siglos una incesante evolución.
Imaginen que para salir de Getsemaní por la Media Luna hubiera que hacer fila. Que todavía hubiera muralla y en la mitad de ella.
En Getsemaní, alrededor del claustro de San Francisco y de otros inmuebles circundantes donde se está construyendo un nuevo hotel ahora se ven obreros, grúas y vallas.
Quien ha caminado por iglesias coloniales habrá notado que en ocasiones el piso es bastante desigual, como si se hundiera por parches. La razón es sorprendente: por varios siglos allí fueron enterrados.
Poco queda del arte mural que debió adornar el Claustro y el Templo de San Francisco, pero es imperativo recuperarlo y protegerlo para el futuro inmediato y para la posteridad. Es lo que se está haciendo ahora con dos obras que hablan mucho del pasado.
¿Cómo se reconstruye en el siglo XXI un edificio neoclásico de comienzos del siglo XX, ubicado en el Caribe, que fue proyectado de manera magnífica por un arquitecto francés, pero que no se terminó de construir de acuerdo al plan?
Su verdadero nombre es Arcángel San Miguel, pero le pudo más la tradición popular, que lo llamó Las Ánimas del Purgatorio.
La Casa Ambrad, al lado del Club Cartagena, creció a su sombra y también languideció con la caída de su vecino, hasta convertirse hasta hace muy pocos años en una cascarón de fachada, con puertas y ventanas pintadas sobre unos muros tapiados.
Recorrer nuestro barrio con los ojos puestos en sus casas y construcciones es una lección de arquitectura e historia como pocas en Colombia: capa tras capa, muro tras muro, incluso los que se ven más deteriorados.
¿Cómo se hace para recuperar, restaurar y poner en valor los más de 1.100 inmuebles que el Estado colombiano ha declarado como Bienes de Interés Cultural Nacional?
El Teatro Cartagena -desde su apertura en 1941 y por varias décadas- fue la opción elegante de ver cine en la ciudad.
El conjunto de antiguo convento de San Francisco y sus huertas -donde estaban casi todos los antiguos cines- junto con el Club Cartagena.
La historia del Claustro y el conjunto de San Francisco, las primeras edificaciones construidas en Getsemaní.
En el antiguo templo de San Francisco, en Getsemaní, detrás de los viejos teatros hay una cúpula que se ve poco desde la calle.
Un fragmento de loza, botón o baldosa, son cada uno, una pista histórica para viajar a otros tiempos.
Excavar y hacer arqueología en las zonas históricas de Cartagena significa largas jornadas de un minucioso trabajo para desenterrar y darles de nuevo la luz a objetos y restos que no la han visto en siglos.
Gastón Lelarge imaginó una Cartagena que tuviera edificaciones convertidas en los hitos visuales y de arquitectura que no tenía la ciudad de hace un siglo.
La ubicación del Club Cartagena, frente al Parque Centenario, no fue escogida en vano. Allí debías estar si hacías parte del comercio de la ciudad a comienzos del siglo XX: cerca del mercado y del puerto.