Un alcalde de Cartagena tuvo hace algunas décadas la ocurrencia de que el Centro histórico debería verse blanco como los pueblos de la Andalucía española. Se ordenó entonces blanquear las fachadas de todos los inmuebles. Algo muy propio de nuestras calles coloniales estuvo entonces —y hoy sigue estando— en peligro de perderse.
El color blanco se quedó en muchas casas por bastante tiempo y todavía hay quien piensa que ese es el color “natural” del Centro histórico y de Getsemaní en particular. Se nos iba olvidando que el barrio tenía unos colores propios, de hecho muy alegres y con cierta diversidad.
“Lo que hoy ves en el barrio no es ni la sombra de lo que era esa paleta original, maravillosa, de los ocres, de los rojos, de los azules”, dice el restaurador getsemanicense Salim Osta. Él quedó enamorado de la paleta del barrio desde muy joven, cuando en un taller la conoció de primera mano, haciendo el trabajo minucioso y paciente de desenterrar capa por capa de pintura en las fachadas y los interiores de las casas de la calle de Guerrero, hasta llegar a los colores que se usaron en la Colonia y se mantuvieron en buena medidas hasta la blanqueada de los años 60.
El taller, rememora Salim, fue dictado en los años 80 por el restaurador Luis Fernando Romero, con el apoyo de Colcultura, el antecesor del actual Ministerio de Cultura. Participaron diversos jóvenes getsemanicenses como el propio Salim, nacido y criado en la calle de la Media Luna. El nombre técnico fue “Exploración estratigráfica sobre muro” y buscaba encontrar la paleta original de colores del barrio. Un ejercicio similar se había hecho en el barrio La Albarrada, de Mompox, en el marco de la celebración de los 500 años del entonces llamado descubrimiento de América. Colcultura buscaba, además, corregir el entuerto de aquel color blanco obligatorio.
“El barrio necesita recuperar su color, su esencia, limpiar sus fachadas, que hoy están llenas de barriletes, paraguas y murales que no son de su tradición. Es un ejercicio que se ha propuesto muchas veces. Hay que tomar las decisiones de limpieza visual del barrio y sus fachadas, poner en cintura colores y murales arbitrarios”
Salim pide que se tengan en cuenta estudios técnicos como los de los años 80 para tomar cualquier decisión al respecto. “Los muros no mienten. Ahí está claramente expresado el histórico de la paleta de colores de estos barrios. Y así se acaba con la costumbre reciente de disfrazarlos con tonos inapropiados o los colores imaginarios de los decoradores”.
Paredes tatuadas
Otra persona que en los últimos meses ha hablado de este tema es Alfonso Cabrera Cruz, director de Patrimonio del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena -IPCC-. “La potencia de la gama cromática del Centro Histórico está sucumbiendo ante la imposición de nuevos paradigmas que tatúan y rasgan la piel de la ciudad patrimonial y que nada tienen que ver con su historia”, dijo en febrero en una reunión con habitantes del barrio en la Escuela-Taller, en la calle de Guerrero. Cabrera recordaba entonces que la estratigrafía mostraba hasta siete colores predominantes como cierta gama de amarillo, ocres, rosados y azules, que se pintaban siempre sobre cal.
Mientras pasaba una larga serie de imágenes antiguas, Cabrera mostró cómo el Centro Histórico no ha sido monocromático nunca, salvo tras la alcaldada de los años 60. Por su parte, también recordaba cómo desde los años 80 se empezó una recuperación en firme de la escala cromática original basada no en la opinión de un funcionario, sino en la recuperación de materiales de archivo y en la labor arqueológica de descubrir las capas de pintura a punta de bisturí.
También hizo énfasis en que la viveza de los colores no se quedaba afuera. Adentro de las casas había mucha pintura hecha directamente sobre las paredes: galeones y barcos, flora y fauna local. Aún debajo de capas y capas de pintura pueden latir aún imágenes que eran un arte bastante común en la Colonia, en la que no abundaban los cuadros de colgar en la pared.
Vientos de cambio
El final del siglo pasado le significó a Getsemaní recuperar de a pocos aquellos colores en las fachadas que se iban repintando. Con la llegada del siglo XXI y la turistificación del barrio empezaron a aparecer más y más colores, muchos provenientes del arte mural.
En esto confluyen y, muchas veces, se confunden distintos fenómenos. Tomemos como ejemplo el caso de La Sierpe. Hasta comienzos de siglo era una calle más bien solitaria y en sus muros no pocas veces se acumulaba basura y había un persistente olor a orines. En una iniciativa de recuperación de memoria, y al mismo tiempo de recuperar un poco esa calle, el colectivo cartagenero Pedro Romero Vive Aquí organizó por unos cuatro años jornadas en las que la gente pintaba sobre los viejos muros el Pedro Romero que ellos imaginaban. Mucho arte popular, grafitos y escalas de grises sobre blanco, formatos de escala humana.
Poco tiempo después un colectivo de grafiteros venidos de fuera de la ciudad, con muy buena intenciones, pero desconectados de la tradición del barrio repintaron encima de todo el arte popular que se había pintado en los años previos en La Sierpe. Empezaba el arte urbano de figuras mucho más grandes, de un colorido más vibrante pero lejos de la escala cromática del barrio. Luego el arte urbano, que originalmente se hacía en paredes de solares vacíos fue llegando a las fachadas de comercio y casas, cada vez con elementos más ajenos al barrio, de un orden más decorativo que de memoria, raíces o identidad.
Más recientemente, se fue dando el cambio a colores todavía más fuertes, diversos y de imágenes diseñadas ex profeso para fachadas casi siempre comerciales. Ya no es un arte efímero callejero, en paredes abandonadas y cuya naturaleza es desaparecer de un día para otro, sino de imágenes permanentes en la pared frontal de inmuebles en pleno uso.
En otros casos sí se han hecho las consultas debidas y permisos oficiales obligados. Pero sobre todo, se ha tenido la sensibilidad de respetar los procesos previos que implican al barrio.
Pero la tensión entre artistas urbanos y la comunidad se volvió a vivir a comienzos de este año, cuando un respetable colectivo de artistas cartageneros hizo una toma del barrio para pintar una serie de vistosas piezas murales. La reunión de febrero, organizada por el IPCC, se originó en el malestar de los vecinos ante algo que se veía como una intervención externa, sin contexto y cuyas imágenes ni fueron consultadas ni ayudaban a construir la memoria del barrio y sus gentes, según expresaron ese día varias voces getsemanicenses.
En aquella reunión la voz oficial del IPCC, en cabeza de Alfonso Cabrera, instaba a mantener y atenerse a la paleta oficial de colores, basada en criterios históricos y con un suficiente abanico cromático. También, entre otros, dió un argumento simple en favor de la humilde cal de toda la vida: la transpiración. Eso es clave en un clima húmedo como el nuestro. Los vinilos y pinturas de aerosol usualmente forman una capa que agrede las paredes originales y tiende a formar costras que se descascaran con el paso del tiempo. La cal sabe comportarse mejor en estos climas.
Parte del problema estriba en que los turistas vengan al barrio -como estaba pasando antes de la pandemia global- interesados en verse y fotografiarse frente a los murales, pasando de largo por la esencia original de Getsemaní, que tiene muchísima historia, patrimonio y personalidad propias. Nuestras paredes se estaban convirtiendo en bonitos fondos para fotos de Instagram, pero poco más que eso. El barrio no puede convertirse en un decorado.
Sobre el arte efímero, como los murales, Cabrera recordó que no se puede hacer intervenciones al tuntún, bajo el criterio de cada quien, sino que hay que surtir con el procedimiento para pedir los respectivos permisos, que se analizan caso por caso. Un principio de solución, proponían desde el IPCC, es convertir a La Matuna en un distrito de arte urbano, aprovechando las muy diversas culatas (paredes laterales) de los edificios y otros espacios de amplia circulación. Argumentaban que el arte urbano se requiere en muchísimos barrios de la extensa Cartagena, donde contribuirían a embellecer espacios, pero que se hace necesario recuperar los colores de Getsemaní y el Centro Histórico, no solamente para honrar su legado colonial sino también por su condición de Patrimonio Inmaterial Patrimonio Histórico de la Humanidad declarado por la UNESCO en 1984.
Lo que dicen las normas
Entre los muy diversos elementos que se exigen para intervenir inmuebles en el Centro Histórico y su periferia el IPCC señala -para lo que respecta a temas de color- principalmente los siguientes aspectos:
En nuestras páginas
Cuando empezó la aventura de El Getsemanicense una de las primeras labores fue definir la paleta de colores de la revista, que es más amplia que la paleta oficial de colores que rige para las fachadas. Las carretas y los colores de las frutas y verduras, los motivos de los pisos, la vestimenta, las plantas o la explosión visual del Cabildo son ejemplos de los vivos colores que hacen parte del barrio más allá de las fachadas. Quisimos capturar esa riqueza y los fotógrafos de la agencia Guido Ulloa se pusieron a la tarea. El resultado es el que se ve página tras página y edición tras edición de la revista. Básicamente no hay un color en nuestros artículos que no correspondan a algo real y concreto en Getsemaní.