El Cartagena fue, en muchos sentidos, el teatro de toda la ciudad. Aunque nació en 1941 con la vocación de ser la más moderna y lujosa sala de cine, terminó siendo un eje de nuestra vida social. Allí se hacían los grados y las asambleas; muchos noviazgos nacieron en uno de sus matinés o vespertinas; en su recinto se celebraba el Festival de Cine y se coronaba a la Señorita Colombia.
Las pestes y epidemias no han sido ajenas a Getsemaní o Cartagena. De hecho, fueron muy comunes hasta hace un siglo. Al punto que fueron una causa importante en la caída de la población y la economía en el siglo XIX.
En agosto próximo se cumplen 125 años de la llegada de la Madre María Bernarda Butler a Cartagena.
El baluarte de San José quizás pase un poco desapercibido, incluso para los vecinos de toda la vida, pero en su momento fue una temible estructura militar.
Al Camellón de los Mártires todos lo hemos atravesado muchas veces en la vida, pero de tanto estar ahí se nos ha vuelto paisaje: una tierra de todos y de nadie.
En la pasada edición vimos cómo el Camellón de los Mártires no surgió de la nada sino que tras conseguir la Independencia una manera de construir la identidad de la nueva nación era honrar a quienes habían ofrendado su vida por esa causa.
Hoy se llama el Camellón de los Mártires, pero antes -en la Colonia y comienzos de la república- tuvo diversas formas y usos. Sin embargo, a lo largo del tiempo ha cumplido dos funciones: conectar y ser punto de encuentro.
El influjo árabe en Cartagena está tan presente que suele olvidarse. Están los apellidos más obvios, pero hay muchísimo más. El aporte de esta comunidad a la vida económica y social de la ciudad ha sido enorme.
Como diría el Joe: quiero contarle mi hermano un pedacito de la historia nuestra, caballero.
¿Cómo luciría Pedro Romero si viviera hoy entre nosotros? Nadie tiene certeza, por supuesto. Menos cuando su imagen, a diferencia de otros próceres cartageneros, no fue preservada ni glorificada.
“El mercado fue chévere, bacano. Recuerdo esa bulla, el desorden, los bultos que pasaban de aquí para allá, la tiradera de tomate entre los vendedores mamando gallo, se tiraban el tomate y le pegaban al que fuera, eso era sabroso.
El asunto no era -como hoy- ir a cine una vez al mes, si acaso. Era cosa de todos los días: ver películas, sí, pero también hacer pilatunas, colársele al portero, hacer amigos y novios.
“¡Allá va Pepino apurado en esa bicicleta!” le gritaban a Ramón Díaz cuando recibía el rollo de la película que tenía que llevar del teatro Padilla al Teatro Colonial en Bazurto.
Si bien en Cartagena las primeras películas se proyectaron en la calle del Coliseo -en el Centro- fue en Getsemaní donde el cine se volvió costumbre.
Los viejos teatros fueron fundamentales en la vida social de Getsemaní entre la década del 30 y hasta el fin de siglo XX.
El intenso romance entre Getsemaní y el cine duró casi ocho décadas y contribuyó a formar el sentimiento, el vestir, los deseos y la cultura del barrio en el siglo XX. Pero no era solo el cine.
El mercado público -tan esencial en la vida del barrio- comenzó como un espacio mucho más elegante y atractivo visualmente de lo que se conoce de su final en 1978.
Por casi medio siglo XX la Jabonería Lemaitre hizo parte central del paisaje de Getsemaní.
Ahora que han terminado las Fiestas de Noviembre, después del jolgorio y la maicena es bueno sentarse en la mecedora a preguntarse de dónde viene esa celebración.