La Trinidad: mucho más que un templo

LA HISTORIA

Como diría el Joe: quiero contarle mi hermano un pedacito de la historia nuestra, caballero. Nada menos que empezar a hablar de la iglesia de la Santísima Trinidad, que es mucho más que el templo y epicentro católico. Es parte de la esencia, la historia y la naturaleza de Getsemaní.

Y esta historia comienza en los años 1600. Getsemaní era entonces una isla que se iba consolidando como vecindario. Ya se habían trazado la calle de la Media Luna y la calle Larga como los ejes fundamentales, y se había empezado a construir el Claustro de San Francisco, pero lo más de la isla eran lotes enmalezados.

Aún así ya había una creciente comunidad de vecinos por lo que en 1620 el obispo le solicitó al rey, entonces Felipe III, quien murió al año siguiente, que creara una “ayuda de parroquia” en Getsemaní. Los argumentos eran similares a los usados para pedir lo mismo en  San Diego, que era en términos actuales el barrio popular del Centro Histórico. De ahí nació la iglesia de Santo Toribio.

El obispo argumentaba que el barrio estaba muy alejado de la catedral y por “tener que pasar el puente y ser grandes los calores”, no se les podían administrar a los vecinos los Santos Sacramentos con la debida puntualidad.

Ahí aparece un nombre clave: el capitán Juan Evangelista, quien ofreció subvencionar la obra, incluyendo la vivienda para el cura y el sacristán y “proveerla de los primeros ornamentos necesarios”. Pero el regalo tenía una condición: que le dieran el patronato de la iglesia parroquial, lo que implicaba poder elegir el cura, y que le pudiera heredar ese derecho a sus sucesores.

La leyenda dice que al rey no le gustó esa condición, pero hay que ver en perspectiva si a un monarca que tenía dominios en medio mundo y conflictos con los otros reinados europeos, le interesaba tanto la situación de un vecindario en una de las muchas ciudades de su imperio. El caso es que entre la burocracia del imperio español y la lentitud del correo oficial, que iba y regresaba en barco primero se murió Juan Evangelista, pero su ofrecimiento material quedó en pie.

En la cédula real del 22 de febrero de 1642, más de dos décadas después de la primera petición, el rey ordenó al Gobernador, “que le informará el número de vecinos que tenía en el barrio, la distancia  a que se encontraba a la ciudad y la necesidad de fundar la parroquia”. Es decir: comenzaba formalmente el proceso para construir el templo, que se inició en 1643 “con dineros del cabildo secular de la ciudad (curas párrocos y presbíteros)”, según una fuente especializada.

La iglesia ya aparece construida en un plano de 1688 y en otro de 1716 se la representa con toda exactitud. En 1808 se convirtió formalmente en parroquia y el 21 de diciembre de 1839 fue consagrada.  

Formalmente, la iglesia es similar a la Catedral de Cartagena, en la que está inspirada: una nave central y dos laterales, separadas entre sí por seis arcos sostenidos a través de columnas de piedra del orden dórico. La torre-campanario, recuerda el de la iglesia de Santo Domingo, también en el Centro.

Adentro, para quien la visita por primera vez hay distintos elementos por detallar. El primero es el retablo del Purgatorio, pintado por Pedro Tiburcio Ortíz Alaix en 1868, que tiene dos particularidades: en lugar de la Vírgen María está el arcángel San Gabriel y tiene una relevante simbología religiosa y pagana. Valdrá la pena dedicarle un artículo. Otro aspecto es el viacrucis en alto relieve, con estaciones en los pabellones laterales. Los techos de las naves y el presbiterio están ornamentadas con artesonados estilo mudéjar, según descripciones más técnicas.

La fachada quedó bastante sencilla, con esos gruesos contrafuertes que la distinguen vista desde afuera. Sin embargo, esa simplicidad arquitectónica exterior también le da ese carácter entrañable de iglesia de barrio, que es tan patente para quien visita la plaza de la Trinidad.

Alfonso Hurtado

“Fui monaguillo y sacristán de la iglesia hace cuarenta años. Anteriormente había mucho fervor. Las misas los domingos eran a las cuatro de la mañana. Las personas que servimos teníamos que estar a las tres de la mañana. Yo vivía en la calle Las Tortugas y a los doce o trece años, junto con otros compañeros nos íbamos solos caminando hasta allá. Un día se nos apareció un borracho y nos preguntó que qué hacíamos a esa hora en la calle y yo le respondí ¡vamos para la iglesia!”

Iván Alonso Posada

“A los ocho años entré como monaguillo  a la iglesia de la Trinidad porque mi mamá era una ferviente seguidora y dama rosada. Ella ayudaba mucho a las obras de la parroquia. Siempre estuvo muy solícita en ayudar a todo el que necesitaba: en aquella época nuestra posición económica era muy buena y ella organizaba mercaditos y comida para los pobres”.

“Recuerdo mucho al padre Campoy. Era un español, bajito, blanco, colorado, muy piloso, enérgico, entregado a Dios y a todo lo que tenía que ver con la iglesia, le ayudó mucho a la parroquia y al barrio en su momento. Era muy activo. A veces se vestía de sotana, pero fue uno de los primeros curas que se la quitó y usaba su pantalón. Era un padre malgeniado, no temía sacar a una persona que fuera en mini falda o mal vestido. Era un hombre justo, todos los domingos unos daba 2 ó 3 pesos, más o menos unos 20 ó 30 mil pesos de los de ahora”.

“Las procesiones que hacía el padre Campoy eran solemnes: delante íbamos los monaguillos más experimentados, con nuestro tradicional ropón, la cruz y dos velas a los lados. También iban las damas piadosas de la iglesia, todas con chalinas, que se usaban para entrar a la iglesia o visitar el Santísimo. Había una procesión muy importante que era la de la Virgen de los Marineros: iba el cura con el megáfono, la santa, atrás el poco de gente, la policía. Salíamos de la iglesia, subíamos la calle de Guerrero, la Media Luna, subíamos hasta el reloj público y regresábamos por la avenida Venezuela. Lo mismo las procesiones en Semana Santa. Antes casi todas las iglesias del centro se reunían y realizaban las procesiones en conjunto”.

“Las navidades eran muy hermosas, la iglesia fue de las primeras que puso villancicos en vivo y las panderetas. Los pesebres eran particulares e inmensos: podía coger una de las naves la izquierda o derecha y venía desde el altar hasta un cuarto de la nave. La campana sin duda alguna era muy importante en el barrio: en Navidad eran las 12 de la noche y sonaban las campanas. Podíamos estar en cena de Navidad o lo que tú quisieras, pero el que estaba de turno le tocaba ir a tocar la campana, porque era cuando la gente se abrazaba, es decir la iglesia marcaba todos esos puntos. Lo mismo el 31 de diciembre, los pitos eran las campanas, para uno de pelao eso era un desorden también.”.

“En el año 71 o 72 -yo podría tener unos diez años- hubo unas excavaciones porque empezaron a cambiar cosas en el piso y en ese momento encontraron una serie de nichos en el piso, algunos con restos humanos y en la mitad de la iglesia. Encontraron una caja de bronce o de hierro muy bien cerrada. Hubo que darle martillo hasta poder abrirla. Adentro había un cáliz oxidado, muy antiguo y unos pergaminos en cuero y si mal no recuerdo, en algunos de ellos estaba escrito en latín que ahí estaba el corazón del padre Alonso de la Cruz. Él fue el cura que fundó el Monasterio de la Popa y fue asesinado por indios, quizás de Barú, en plena conquista. Como no pudieron traer su cuerpo, tomaron su corazón y lo enterraron en la Trinidad. Ese cáliz estuvo expuesto en el altar mayor muchos años, yo luego me fui al exterior y seguía ahí”.

“La iglesia conserva un archivo histórico de las familias tradicionales de Getsemaní y de Cartagena: muy completo, eso se eleva a tres, cuatro siglos. Por ejemplo ahí está toda mi familia. Todos los bautizos y matrimonios”.

“La pila bautismal de la Trinidad es una obra de arte. Había un cuadro de Juan, bautizando a Jesús, eso era muy importante. También una serie de pinturas coloniales. Atrás había un cuarto de san Alejo donde estaban un montón de estatuas de santos antiguos”.

“En los bautizos nos peleabamos por ayudar porque en ese entonces había una vaina que se llamaba el padrino pelón: el padrino tenía que llevar muchas monedas. Al final del bautizo, todos los sacristanes salíamos al atrio y ahí el padrino nos tiraba su poco de monedas. Ahí también llegaban los pelaos del barrio y se formaba el desorden y si no tenía plata lo levantábamos: ¡El padrino pelón! ¡El padrino pelón! y pasaba su vergüenza”.

“En los matrimonios si la novia era “importante” la alfombra iba desde el altar hasta la mitad de la plaza de la Trinidad y ahí llegaba el carro y ella subía. Si la novia era “más o menos” llegaba hasta la mitad de la iglesia y si no tenía plata pues solo era el pedacito del altar. A los monaguillos nos tocaba abrir esa condenada alfombra que pesaba más que el carajo, cargarla, sacudirla y abrirla, barrerla y limpiarla”.

Patricia Helena Mendoza Hurtado

“Desde muy pequeña he estado vinculada a las labores comunitarias, especialmente a las de la Iglesia de la Santísima Trinidad. Empecé mi servicio con el padre Nicolás Vergara Álvarez, el primer sacerdote que vi y que me educó en la fe. También con mi tía Olga Hurtado fue una de las principales pioneras y gestoras del trabajo religioso en la parroquia junto con Victoria Puello. Eran las directoras del grupo de oración”.

“Comencé en el coro de la iglesia y mientras iba creciendo me fui vinculando a todos los grupos de la parroquia hasta que quedé al servicio de la labor litúrgica. Cuando falleció el padre Nicolás Álvarez, lo reemplazó el padre Gilberto Hoyos. Junto con él  y el profesor Jaime Carranza, líder fallecido, conformamos un grupo de catequesis, que duró más de cinco años”.

“En un tiempo yo era quien abría la parroquia. Madrugaba todos los domingos, a las ocho de la mañana yo tenía que estar preparando todo para la misa. A las ocho y media ya estaba tocando las campanas ¡éramos de todito!. Cuando llueve muy fuerte la parroquia se inunda, esa labor de sacar el agua le toca a uno. El padre está oficiando la misa y nosotros sacando agua. Eso es lo que marca el amor y el servicio hacia Dios”.

“Aún se sigue manteniendo el toque de las campanas, que es algo característico del barrio, aunque ahora como todo ha cambiado a nivel de la arquidiócesis se han perdido muchas tradiciones. Ya no va mucha gente de la comunidad. Siempre vamos los mismos con las mismas. Ese fervor que había antes ya no se despierta.  Quienes más llegan ahora son visitantes”.

Para saber más: