Comprometidos con la historia de Getsemaní y buscando aportes significativos a la estructura arquitectónica y patrimonial; se apuesta por un manejo especial a los estándares culturales que, años, siguen vivos en este importante barrio de Cartagena.
No es fácil asumir el liderazgo de una institución que vio partir de repente a quien había sido su rector por los últimos años. Alejandra Pallares asumió ese reto en la institución educativa más tradicional de Getsemaní.
Concepción Marín de la Lastra era alta y morena; una señora de porte y respeto. También era una modista reconocida: diseñaba y elaboraba vestidos que eran muy apreciados por las vecinas de Getsemaní. Los ancestros le venían del Chocó, que entonces tenía unos nexos fuertes con el barrio.
Hoy es la colaboradora más asidua de la parroquia de la Trinidad, de la que fue secretaria por varios años; como lo fue también de la Junta de Acción Comunal. Su primera infancia, en la calle de las Chancletas, gravitó alrededor de la abuela y de la tienda de las Tablitas.
Olga García Galeano llegó en 1979 a Getsemaní desde su natal Caucasia, con el propósito de trabajar y estudiar tras haberse graduado de bachiller. En la calle del Pozo encontró el comienzo de una nueva vida.
De niño, en el mismo Pasaje Spath donde ahora vive, aprendió a dibujar y encontró una vocación para siempre.
Dos vocaciones conviven en este buen vecino de la calle del Espíritu Santo: la de un hombre discreto y distante de las controversias y la del melómano consumado desde hace más de cincuenta años, cuando a su vida entró la música antillana para nunca más salir.
Nunca fue fiestera, pero desde que desfiló en el primer Cabildo de Getsemaní se ha convertido en una parte infaltable de la comparsa. Del ancestro cachaco casi no le queda nada a esta getsemanicense de los pies a la cabeza.
En la calle Larga desde hace veinte años vive una cartagenera que es al mismo tiempo activista ambiental; hormiga incansable de proyectos: preguntona terca con los alcaldes y funcionarios; odontóloga de calidad y una vecina que se ha comprometido como pocos con el presente y el futuro de Getsemaní, al que ve como un posible modelo para toda la ciudad.
Con su hermana Carlota y su hija Sara son las últimas habitantes nativas en esa calle convertida casi en un pasaje comercial a cielo abierto. Conoció La Matuna cuando era un solar lleno de tierra y vivió la transformación del barrio en el que su abuelo, el célebre médico Sofronín Barboza.
Este descendiente directo de los míticos Julio pasó sus primeros años con Clara y Fermín Julio, los hermanos que heredaron y acrecentaron la herencia de doña Concepción Herrera. Toda una vida en Getsemaní.
Vivió muchos años en la felicidad colorida de Curazao creando y diseñando hoteles, resorts, restaurantes, casas y tiendas especializadas en el ejercicio de su profesión de arquitecta y su vocación de pintora. Pero un día le pudieron las ganas de regresar a su calle Larga, en Getsemaní, donde creció feliz y dejó raíces.
El matrimonio contrariado de Eusebio Vargas Rivera y Purificación Vélez Domínguez tiene tintes de novela garciamarquiana. Él, un carpintero de ribera de ancestro chocoano, fue descrito como “negro como la noche”. Ella en cambio, era hija de un notable general que por poco fue presidente de la República. En Getsemaní ambos dieron origen a una dinastía que hoy pervive en la ciudad.
Nació, creció y vive en el callejón Angosto, al que le conoció las épocas más difíciles, pero también las bonitas horas de la infancia. Fue de los primeros getsemanicenses en aprovechar la cercanía con la Escuela-Taller, de la que hoy es orgulloso maestro de ebanistería.
Regina nació en la calle Papayal, de Torices, un 24 de abril, pero nadie la estaba esperando. Su gemela Isaura, de peso y talla regular, nació primero. Después la partera le dijo a su mamá: –Señora Berta, a un lado tiene otro bultico–.
Si Getsemaní tenía una rivalidad con San Diego, con Chambacú el asunto era de otro nivel: el barrio vecino nació de la entraña misma de Getsemaní, como su nombre lo atestigua y sus conexiones sociales y culturales eran fuertes. Su desalojo marcó una huella de resistencia en los getsemanicenses que lo vivieron.
Doña Concepción, Clara y Fermín fueron el origen de una familia que en Getsemaní se multiplicó y fue muy próspera. Tuvieron muchas casas en el barrio, pero no tantas como dice el mito urbano. Jesús María Julio Correa nos los cuenta.
El ‘golito’ y luego la pelota de trapo le ayudaron a construir su rol comunitario, muy reconocido de puertas para adentro, pero siempre en un segundo plano, sin estridencias ni poses. Vive entre un día a día repleto de actividades y los sueños que no para de imaginar.
Un templo que regresa a sus formas y técnicas originales de construcción, pero que al mismo tiempo incorpora avances del siglo XXI. El auge, la caída y el renacimiento de la primera construcción en Getsemaní se podrán leer en sus muros y cubierta cuando se reabra en el futuro inmediato como un nuevo teatro para la ciudad.
Fue la primera reina infantil del Cabildo de Getsemaní. Hoy es una diseñadora gráfica con alma de barrio. Junto con unos cuantos jóvenes más, representa el futuro de la fiesta que concentra nuestra esencia y nuestro sentir.
¡Qué orgullo y qué emoción ver a los niños y adolescentes de la Institución Educativa La Milagrosa explicando con mucha propiedad a más de quinientos internautas cómo son las tradiciones de Getsemaní!
Son setenta años de casados. Toda una vida que les ha alcanzado para hacer una familia que llega hasta el tataranieto. También para abrirse camino en Estados Unidos y ayudar a la oleada de getsemanicenses que migraron a la Gran Manzana por los años 70 y 80. Y luego regresar para no irse más del barrio de sus amores.
Si este hombre dejó huellas en toda Cartagena, en Getsemaní aún más. Fue uno de sus lugares más cotidianos y queridos. Aquí tuvo su jabonería, terminó la construcción del Club Cartagena y a sus calles y personajes les dedicó varios de sus apuntes y poesías.
¿De dónde llegaron y cómo los Gaviria crecieron hasta convertirse en una estirpe legendaria en el barrio? Con la guía de Jorge Gaviria —hijo de Encarnación y de Julio, crecido en el pasaje de la Gobernación— intentamos desenredar el hilo de una familia con tanto arraigo en Getsemaní.
Comenzó en una chaza del Centro, vendiendo en la calle productos según cada temporada; guardándose cuando había lluvia y corriéndole a los operativos de espacio público. Treinta y seis años y mucho trabajo después es la dueña de Variedades Elena, un negocio que conquistó al resto de la ciudad.
Agapito De Arco Coneo -ese era su nombre civil- nació en 1909 en el núcleo del barrio, frente a la Plaza de La Trinidad. De allí surgieron muchos motivos de su obra, que lo encumbraron como uno de los exponentes mayores de la poesía negra en América.
A Nicolás ‘Chilo’ Miranda no le bastó con ser uno de los grandes impulsores del béisbol en Getsemaní; le legó al barrio una familia para la que la pelota caliente ha sido el pan de todos los días. Con sus hijos se podría llenar un diamante, posición por posición, incluyendo las mujeres, que jugaban de tú a tú.
¿Tardecita de brisa, ganas de sentarse con los amigos a tomar una cerveza y de escuchar buena salsa hasta que llegue la noche? En Getsemaní la respuesta a esa pregunta tiene para muchos un nombre propio: Donde Pacho.
La casa de los Castilla, en la calle del Espíritu Santo, siempre ha sido de puertas abiertas. A la abuela Chanchi todos la conocían por su hospitalidad con la gente que venía de provincia. Así que cuando Matilde Castilla Gálvez abrió su escuela de banquitos en el zaguán, hace setenta y cinco años, no estaba haciendo otra cosa que ampliar esa vocación de acogida que le venía en la sangre.
Este 24 de junio se cumplen doscientos años de la Noche de San Juan, la gesta que selló la Independencia de la Nueva Granada respecto de España. Una noche que comenzó en nuestro Arsenal, de la mano de un hijo que el barrio adoptó como suyo.
Este veterinario llegó de muchacho y se enamoró del barrio y de una de sus mujeres. Junto a otros vecinos ha abanderado la transformación de su callejón, que desde hace algún tiempo tiene otro sabor.
La calle Lomba que Medardo vivió en su infancia era una mezcla de carencias económicas, calles sin asfaltar, niños a montón, perros sin dueño, boleros y música tropical, gente bullera y amable. La felicidad, en pocas palabras, en medio de la Caldera del Diablo, como él llama para sus adentros a la calle de sus amores. Ha recorrido el mundo, pero en el fondo nunca ha podido salir de allí.
La disyuntiva era esta: al pequeño Omar, de ocho años, le habían dado cinco mil pesos para comprar un juguete y se debatía entre un caballito o una flauta dulce, de esas con las que todos tomamos clase en el colegio. Eligió la flauta y con ella, un destino.
Uno de los personajes más emblemáticos de mi pequeña República Independiente del Caribe, Getsemaní, fue la señora Tomasa Heredia, quien siempre tuvo la chispa para encender la alegría de la vida. La recuerdo al pie del fogón alimentado por los tizones de la carbonera del antiguo mercado del Arsenal y también donde Mercedes, en la calle de Carretero, hoy llamada Pedro Romero.
En la calle del Espíritu Santo nació y allí se mantiene su casa de toda la vida, donde viven su mamá y sus tías. Es la misma calle de la escuela La Milagrosa, donde trabajó desde 1993 como maestra y gran gran animadora del Cabildo Estudiantil. Este marzo reciente se jubiló. Un buen momento para rendirle homenaje junto a una de sus compañeras, ambas maestras nativas getsemanicenses de la única escuela pública que aún queda en el barrio.
La ‘seño’ Idalia, otra profesora de La Milagrosa y nativa de Getsemaní, nos escribe de su propia mano la historia de su vida como docente hasta llegar al barrio de sus amores.
Desde niño ha estado vinculado al Cabildo de Getsemaní, del que ahora es el abanderado. Hoy es un joven arquitecto con gusto por la restauración, ideas claras sobre el barrio, el Cabildo y una manera muy estructurada de exponerlas.
Su puesto en la plaza de la Trinidad es el de la esquina con Carretero, justo al lado de la campana. Desde allí hace veinticinco años que alegra las tardes con sus jugos, el sustento de una familia de nuevos profesionales que buscan abrirse paso en la vida.
En aquella lejana y fragmentada Colombia de los años 70 no sabíamos qué era eso de ser campeones mundiales de boxeo y casi de ninguna disciplina deportiva. Pero primero, en 1972, llegó Pambelé, del cercano San Basilio de Palenque y vecino habitual de Chambacú. Dos años después, Rocky Valdés, de Getsemaní, sería nuestro segundo campeón mundial.
“Diocleciano, acorde con el temperamento belicoso de la familia, fue quien introdujo el boxeo en el barrio. Detrás de la fachada de ladrillo, entre la fragua del padre y el tendal donde se hacinaba la parentela de hijos, nietos y arrimados, clavó los cuatro puntales del ring”.
A Antonio —de los Miranda de tradición en Getsemaní— la vida lo llevó afuera, lo trajo de nuevo y lo volvió a sacar. Pero él regresaba en las tardes, terco y paciente, a la plaza de la Trinidad de su infancia. Cuando parecía que el destino era quedarse en Los Corales, decidió retornar para vivir a la calle San Antonio. Aquí está lo suyo y aquí se va a quedar.
“Cartagena me hizo marinero soñador y bachiller”, dijo Manuel alguna vez. Sus abuelos paternos, Ángela Vazquez y Manuel Zapata Granados, eran raizales getsemanicenses, así como su padre, el legendario Antonio María Zapata, que salió del barrio recién casado y regresó décadas después con su prole de siete hijos vivos. Manuel, uno de los menores, tenía siete años. En el centenario de su nacimiento, leamos de su propia mano, su vida en Getsemaní.
Getsemanicense hasta la médula, líder desde muchacho, creador del bar Los Carpinteros y hoy presidente de la Junta de Acción Comunal. Una tarde de sábado, en el bar vacío, Davinson nos cuenta en su propia voz de dónde viene y para dónde va.
No recuerda cuándo comenzó con la música, pero sí que lo ha acompañado toda la vida. Dice que no hay mucho más que contar pero en realidad sí: hay trabajo, letras, ideas y una visión de mundo que empezó y se mantiene en el barrio.
Para escribir sus memorias, Jesús Taborda Puello -getsemanicense hasta la médula- necesitaría tres tomos y quizás un poquito más. Compositor, poeta, estudioso, galerista, gestor cultural, auxiliar contable, marinero, tornero y trabajador en Estados Unidos, presidente de la Junta de Acción Comunal en un período difícil para el barrio, comparsa de disfraces en los desfiles novembrinos, organizador del Musical Serenata de Getsemaní. ¿Qué no ha sido Jesús?
En unas pocas décadas, La Sierpe ha sido varias calles a la vez. Ha habido épocas difíciles, de pobreza y bonanza, pero también de una tranquila vida de vecinos. En medio de tantos cambios algo ha permanecido: la familia Shaikh, la del ‘Culi’ y Catalina con sus nueve hijos e hijas. Rijiam, la menor de todos resultó la más fiera defensora de esa calle. Una guardiana a la que nada le pasa por alto.
Miguel es y ha sido líder; cofundador y gestor de Gimaní Cultural y otras iniciativas; economista y negociante; mediador y articulador social; padre y abuelo; estudioso de muchos temas en general y del barrio, en particular; también el fotógrafo más sistemático de Getsemaní y sus tradiciones.
Su trono es el pretil de la casa, en la esquina con la calle del Espíritu Santo, el mismo donde su esposo y padre, el inolvidable Mario Vitola se sentaba cada tarde a echarles cuentos de pescadores y espantos a los muchachos del barrio.
Esta foto fue tomada en 1968 ó 69. Estaban en la Casa del Abogado, en San Diego donde hicieron una fiesta memorable. Los ocho eran el núcleo central de ese clan juvenil y han mantenido una sólida amistad por más de cincuenta años.
Un año sin la maestra, madre, vecina, confidente, conciliadora, organizadora, bailarina, devota, consejera… un sinfín de facetas, siempre alegres y solidarias que caracterizaron a esta mujer, que vivió los distintos Getsemaní que conviven en nuestro barrio.
Cuántos getsemanicenses querrían devolver el tiempo para sentarse un sábado en la tarde donde Esther María después de los partidos de bolita de trapo.
Nieto de sirio libanés y getsemanicense hasta la médula. Padre de tres hijas y esposo de Mariana, otra gran restauradora y motor del Grupo Conservar, con el que han restaurado un sinnúmero de obras patrimoniales. Pudo haberse quedado en otras partes, pero un día, tras muchos años afuera, se dijo: “Me regreso a mi tierra”.
Hijo del Maestro Venencia; profesor de varias generaciones; entrañable vecino, tío y hermano. Hará falta en las tertulias de amigos en la Plaza de La Trinidad, con su aroma de Agua de Farina y su corrección al hablar y vestir.
Manuel Lozano Muñoz lleva más de cuarenta años dando pedal en Getsemaní. Ha vivido el auge y el paulatino deterioro de un oficio en el que el barrio fue epicentro para toda Cartagena: la confección a mano de ropa masculina.
Si preguntabas en el barrio por Isabel Guerrero Escudero seguro que casi nadie te sabría dar razón. Pero si preguntabas por ‘Prende la Vela’ ahí sí la cosa era distinta.
A Lina Acevedo las noches ventosas de este abril le recuerdan cuando al Padilla y al Rialto había que entrar con sábanas para protegerse del frío porque eran destechados y al aire libre. Eran los tiempos de las películas mexicanas en aquellos cines a los que les cabían hasta tres mil personas. Pero ella no iba a ver ninguna película.
El homenaje fue alegre y emotivo. Fue el 9 de enero de 2018, el día de su penúltimo cumpleaños. El barrio se congregó alrededor de aquel hombre en silla de ruedas, con una sonrisa enorme, recibiendo el cariño de los vecinos y de sus ex alumnos. Era el profesor Fortunato Escandón, el fundador del colegio Camilo Torres.
Te acordarás, Delia, de la bicicleta en que te escapabas recorriendo las calles de Getsemaní como un barrilete volando al viento.
Por Nellie B. García Moreno
Para mí todo comenzó luego que mamá me dijera: “Mija, el padre Salazar desocupó nuestra casa en Cartagena.
Está sentada en una mecedora en la sala de su casa frente al zaguán, como antes lo hacían sus padres para esperarla cuando ella salía a bailar al bando, en la plaza de la Aduana.
“Esto es muy lindo”, dice Boris Campillo al recibir el cariño de los vecinos, que tantos años después lo siguen reconociendo, saludando y abrazando en la calle.
Si alguien conoce Getsemaní a ojo cerrado es Nemesio Daza. Por cosas de la vida perdió la vista, pero eso no le ha impedido que lo recorra con total confianza. Por la calle lo saludan: ‒¡Ajá, Nemesio!‒ otros lo detienen y le ‘maman gallo’.
“¡Oye, Wilmer, están preguntando por una peluqueada!” le grita un vecino mientras él está en la plaza de la Trinidad. Corre, se acerca, se presenta y llega a un acuerdo con el cliente.
“Soy getsemanicense de pura cepa. Lo digo y pregono con mucho orgullo. Nací en el corazón de este barrio histórico, en la calle de la Sierpe, a una cuadra de la iglesia de la Trinidad. Tuve una infancia muy sana e inocente.
Hay dos getsemanicenses conocidos por ser buenos salseros. Uno de ellos es Roberto Salgado, de la calle del Espíritu Santo, y Judith Suarez, del callejón Ancho.
¿Quién de los vecinos criados en Getsemaní no conoce a Rosita Díaz de Paniagua? ¿Quién no la ha visto argumentar, proponer y ponerle los puntos sobre las íes a más de uno, sobre todo si viene a pontificar desde afuera?
Plutarco Meléndez -‘Pluto’ para sus vecinos de toda la vida- nos propone dar la misma vuelta que cada tarde daba con los amigos de la niñez: empezar por su casa de la calle Lomba, callejón Ancho, calle del Pozo, callejón Angosto y retorno.
Tres generaciones en una misma casa de la calle del Pozo: tres mujeres getsemanicenses que representan a quienes se han quedado en el barrio y lo han vivido con sus altibajos por más de medio siglo.
“¡Allá viene Ramón, vamos a armar el juego aquí de una vez!”, dice Octavio González Pérez, ‘Papá Ucha’, sentado en la calle del Pozo frente al callejón Ancho.
“Si necesitas saber algo del barrio llega donde Papá Ucha, que él te puede contar todo”, te dicen en el barrio. Es getsemanicense, alto, moreno y tiene una sonrisa que casi siempre acompaña con fuertes carcajadas. Cuando habla también lo hacen sus manos, sus ojos y las expresiones de su cara.
Dominga Pérez estaba tranquila en la mecedora de la sala de su casa en Papayal, a eso de las tres de la tarde. De pronto asoma Aníbal Amador y abre la reja con la confianza de un viejo amigo.
Cuando era niña, había compañeras de colegio que le hacían el feo para ir a estudiar a su casa porque no querían pisar el barrio.
“Entonces alguien me dijo: -Oye Faruk ven acá. ¿Verdad que tú tienes un grupito de música en tu universidad, en Bellas Artes? Necesitamos a alguien que cante en la coronación de Jennifer. ¿Te le mides?-.
Cinco hermosas matronas de Getsemaní que se representan a sí mismas y muchas otras, pero sobre todo, a una forma de ser del barrio.
¿Quién no ha visto a Florencio Ferrer caminar por las calles de Getsemaní?
¡Nilda, Nilda, Nilda! La de la calle San Juan. La que llevó a Getsemaní como una patria a Loma de Piedra y a Roma, al otro lado del mundo donde estuviste como ausente como por diez años.
José David Guerra camina por los pasillos de la Escuela Taller de Cartagena, en la calle del Guerrero. Saluda a sus compañeros levantando las cejas y sonriendo a medias. Lo conocen mucho.
Uno le pregunta a Jesús, el fundidor de la avenida El Pedregal que cuántas generaciones de su familia recuerda que sean raizales de Getsemaní.
Por años tuvo una de las mejores vistas de Cartagena. Al despertar, sin salir de la cama, podía ver en la mismísima Torre del Reloj qué horas eran.
Aquel día en que Pedro Blas bajó del barco para pasar unos días con su familia no sabía que sus vecinos de toda la vida le estaban preparando un homenaje.