Chambacú

El hermano del lado
SOY GETSEMANÍ

Si Getsemaní tenía una rivalidad con San Diego, con Chambacú el asunto era de otro nivel: el barrio vecino nació de la entraña misma de Getsemaní, como su nombre lo atestigua y sus conexiones sociales y culturales eran fuertes. Su desalojo marcó una huella de resistencia en los getsemanicenses que lo vivieron.

Chambacú ocupaba ese amplio terreno, hoy vacío en la mayor parte de sus trechos, que va de la salida del Centro histórico hasta Papayal. Lo que hoy vemos como una planicie regular, en realidad es el relleno de varios siglos, sobre todo de la primera mitad del siglo XX. En el comienzo de la época colonial se componía de islotes cuyas orillas y configuración cambiaban con los vientos y las épocas de lluvias. Pero lo que más había era aguas bajas y manglar.

A los españoles les convenía así. Esa área anegadiza y con poco resguardo, a no ser que fueran los matorrales: allí ningún enemigo estaría a salvo del cañoneo enfrentado desde el cerro de San Felipe y los baluartes de la muralla. La única entrada posible era una compleja estructura militar que conectaba con la calle de la Media Luna.


Chambacú en Getsemaní

El nombre le viene del sector de Getsemaní que se llamaba así, en referencia al sector de la muralla al que llamaron baluarte de San Miguel o de Chambacú, en la esquina de Getsemaní más cercana a donde hoy está la India Catalina, en la avenida del Pedregal. 

Sabemos con certeza que en la Colonia se le llamaba así y que el mismo nombre tenía el playón que iba desde el parque Centenario hasta la avenida el Pedregal, según lo recogió Donaldo Bossa Herazo, el mayor estudioso del orígen de los nombres cartageneros. Eso, aunque el nombre original era baluarte de San Miguel y otros le llamaron baluarte de Gamboa.

El profesor Luis Fernando López Noriega se dió a la tarea de investigar el orígen de la palabra, sin un resultado en firme. Habló con antiguos habitantes de Chambacú y rastreó en libros, revistas y periódicos. En conclusión, puede haber sido “una invención, una apropiación semántica y de construcción territorial que desconoce cualquier otro nombre preexistente”.

A todo un sector de Getsemaní se le llamó Chambacú en el siglo pasado, según una división política e informal que nos explica Rafael Ballestas:

“Un detalle histórico de este barrio, sucedido a fines del siglo XIX y comienzos del XX, que pocos cartageneros conocen, fue la división del mismo en dos zonas muy caracterizadas y tradicionalmente contrapuestas: Chambacú y el Pozo. Servía de frontera que separaba los dos sectores de la calle de la Media Luna. De la Media Luna hacia la avenida Daniel Lemaitre era Chambacú, increíblemente conservador y de la Media Luna hacia la calle Larga era el Pozo, entusiastamente liberal. Esas definidas militancias partidistas de los vecinos de Getsemaní originaron inofensivas y jacarandosas rivalidades”.

“Entrados los primeros años de la centuria pasada, la gente fue dejando de llamar Chambacú a la parte más septentrional del barrio y esta denominación, que se había extendido a la isla cercana conocida con el nombre de Elba, se quedó en ella exclusivamente. De manera que la famosa y extinguida isla de Chambacú debe su nombre y su extraña simpatía "goda" a la proximidad al ex Chambacú del viejo Getsemaní”.

Bossa Herazo comentaba al respecto que “Menos mal que la pugna no pasaba de emular sus habitantes en sus tradicionales fandangos de la Pascua de Navidad, con una que otra copla alusiva y a ratos perdidos unos cuantos descalabrados". Al menos un par de getsemanicenses muy mayores recuerdan los fandangos en la plaza del Pozo, con reina propia, y aquella división entre liberales y conservadores. 


Nace Chambacú

No hay una versión precisa del nacimiento de Chambacú como barrio aparte, incluso de cómo se conformó ese espacio. De manera muy general se puede decir que aquellos islotes y arenales de la Colonia se fueron uniendo de a pocos; que había una isla un poco más grande llamada de Elba, que el expresidente Rafael Nuñez le habría regalado en agradecimiento a su cochero; que la isla de Elba y otra de tamaño importante terminaron por fusionarse. Según describe una fuente académica:

“Chambacú no era propiamente un terreno apto para la construcción sino más bien una maraña de manglares en medio de porciones de tierra y mar que, a fuerza de los incesantes rellenos de arena, cáscara de arroz y basura, permitió a sus habitantes acceder poco a poco a algunos metros de tierra firme”. 

Sobre su poblamiento también parece haber varias capas y momentos. Quizás algunos habitantes dispersos en el siglo XIX, pero a finales de ese siglo comenzó un resurgimiento de Cartagena, que se había estancado tras la Independencia. La llegada del tren que venía de Calamar hasta el Centro histórico parece haber traído más habitantes a Chambacú. 

Quien mira desde lo alto del Mall Plaza actual hacia el cuerpo de agua verá una delgada línea de concreto y algo de hierro: es lo que queda de ese tren que hacía parada  al frente del parque Centenario. Abrirle paso requirió aplanar terrenos y abrió un nuevo acceso entre Getsemaní y Chambacú. En la explanada de ese lado de La Matuna jugaban los muchachos de ambos barrios, según recuerdan los mayores. 

La ciudad siguió creciendo. En particular el Mercado Público, el muelle y los playones aledaños por los que llegaban productos agropecuarios de las islas y el litoral. Se requerían manos y fuerzas para acarrear, organizar y también allí surgían oportunidades para sobrevivir vendiendo al menudeo frutas y hortalizas descartadas por los grandes negociantes.  

A Chambacú llegaron a finales de los años 30 muchos de los desplazados de Pekín, el Boquetillo y Barrio Nuevo, los asentamientos hechos del otro lado de la muralla, donde hoy fluye la avenida Santander.  Luego vendría la construcción de la carretera que hoy es la avenida Pedro de Heredia. La estudiosa Elisabeth Cunin describió en 2003:

“Chambacú se convirtió en el más grande de los barrios aledaños a las murallas. Al finalizarse esas obras, chambaculeros y chambaculeras se desempeñaron como obreros de construcción, lavanderas, y cocineras en las casas de los sectores más pudientes de la región. Como es el caso de muchos barrios pobres cercanos a las ciudades, las autoridades nunca se preocuparon por el bienestar de Chambacú y sus habitantes no conocieron los servicios básicos de electricidad, acueductos e higiene”. 


Muy humano

En efecto, ni siquiera quienes lo conocieron desde una perspectiva humana y de hermandad, como Manuel Zapata Olivella, romantizaron la vida en Chambacú: no había servicios públicos, las calles estaban destapadas, el agua se crecía con alguna lluvia un poco fuerte, proliferaban las enfermedades, no había servicios oficiales de salud ni educación.

Gabriel García Márquez, quien también conoció Chambacú, le dedicó algunas de sus últimas líneas como reportero de El Espectador, en junio de 1955.

“Como todo el mundo no lo sabe, Chambacú es la zona negra de Cartagena, moridero de 8.687 personas que se han ido a vivir en una isla hecha de basura y cáscaras de arroz, a pocos metros del centro urbano. Es una ciudad aparte, de casas apelotonadas construidas con tablas viejas, papel periódico y hojas de lata”. (...)

“Por eso no se ve muy claro lo que quiere decirse que Chambacú será humanizada. Lo más humano que tiene Cartagena es Chambacú, un barrio que hierve y se pudre de pura humanidad, con unos catres de madera en los que duermen tranquilamente ocho personas, y unos cuartos estrechos y sofocantes donde duermen doce, tranquilamente. Donde duermen esos niñitos escualidos y barrigones que se bañan en el lado negro del lago del Cabrero, cuyas riberas son limpias y residenciales por un lado, y hechas de muladar con malos olores por el otro, por el lado del muy humano barrio de Chambacú”. 

“Lo que no es humano es otra cosa: las autoridades que por veinte años han visto crecer 1.127 barracas sobre un basurero y no han encontrado la manera de cambiar las cosas, a pesar de que esta nota se está escribiendo desde hace veinte años, casi todos los meses y en casi todos los periódicos”. 

En efecto, del tema se venía hablando en la ciudad de tiempo atrás y escaló a nivel nacional. Se le llegó a definir como “el más grande y antiguo tugurio del país”. A esas alturas ya se pronosticaba un gran potencial turístico alrededor del Centro Histórico y Chambacú se veía como una afrenta urbana que chocaba con esos planes. Diversos autores plantean de manera rotunda que además del desarrollo urbano aquí también era clave un tema racial en contra de los habitantes afrodescendientes, que eran la mayoría del barrio. 

La nota de García Márquez muy seguramente replicaba el anunció del Instituto de Crédito Territorial, ese mismo año, de una iniciativa para erradicar el barrio. Hasta casas prefabricadas se encargaron en Finlandia para disponerlas en el nuevo asentamiento. Pero una escuela católica se quejó de que le llegaran esos nuevos vecinos y ahí se enredó el proceso, que tuvo sus idas y venidas en los siguientes años, sin que se concretara nada.

En 1969 el gobierno de Carlos Lleras Restrepo logró destrabar el proyecto, que en 1971 llevaría al inicio del desalojo. En lugar de un solo punto de llegada, los habitantes fueron trasladados a los barrios San Francisco, Nuevo Porvenir, República de Venezuela, Chile y Los Cerros. El proceso se llevó a cabo durante un par de años. Un estudio posterior encontró que en sus nuevos barrios mantenían las mismas condiciones de abandono estatal que tenían en Chambacú.


Resistencia

El desalojo de Chambacú, en 1971, y el traslado del Mercado Público, en 1978, marcaron a las generaciones de getsemanicenses que los vivieron con apenas siete años de diferencia. 

En ambos casos implicó el arrasamiento de lo que había antes: en el caso del Mercado Público los edificios fueron derribados y en tres años ya estaba en pie el Centro de Convenciones, que cumplió con creces el objetivo trazado de poner en el mapa a Cartagena como centro de grandes eventos. 

En el caso de Chambacú, después de medio siglo y de un sonado escándalo nacional, está a la vista que no se concretó un plan o un proyecto para la zona sino desarrollos puntuales -el Edificio Inteligente, el parque Espíritu del Manglar y el centro comercial Mall Plaza- cada uno en momentos distintos y sin conexión orgánica entre uno y otro.

Según han revisado algunos estudiosos entre las élites de la ciudad se ambientó por aquellas décadas la idea de que el destino de Getsemaní era convertirse en una zona de renovación urbana. En plata blanca, que se podría tumbar sus casas para hacer construcciones nuevas. Eso alimentó en el barrio la sensación de que era el que seguía en esa secuencia de tierra arrasada.

Cuando se habla con los vecinos acerca de aquellos tiempos, resaltan que esa sensación de estar en la mira contribuyó a fortalecer una resistencia social y cultural, que a su vez respondía a la tradición getsemanicense de saberse organizar comunitariamente, que viene desde la Colonia.


Para saber más

La bibliografía sobre Chambacú es amplia. Publicarla al detalle sería muy largo aquí. Al interesado le recomendamos una búsqueda web de nombres como los de Elisabeth Cunin, Lucía Ortíz o Luis Fernando López Noriega, entre varios otros. Hay diversos libros sobre estudios del Caribe o de Cartagena en los que se menciona al barrio, aunque no lo tomen como tópico específico. Una de nuestras citas proviene de Tres siglos de demografía en Cartagena. Orlando Deavila Pertuz, profesor de la Universidad de Cartagena, le dedicó su tesis de pregrado a Chambacú y el barrio ha sido un tema constante en diversos artículos suyos alrededor del desarrollo urbano y turístico de Cartagena, en particular en cómo el elemento racial ha tenido un papel preponderante.

El arte que abre este artículo se basa en una fotografía de Giovanni Mangini, cuya obra fue reunida en el precioso libro La Cartagena de Mangini, editado con el esfuerzo de un equipo liderado por su nieta María Isabel  Lara en 2014. 

La fotografía en la que se basa la ilustración de cierre  fue tomada por Nereo López y publicada en noviembre de 1955 en la revista Cromos, acompañando un artículo de Juan Zapata Olivella -hermano de Manuel-, según un rastreo hecho por el escritor e historiador Javier Ortíz Cassiani. Ambas son las fotos más difundidas en redes sociales y acaso queden para la posteridad como las dos imágenes icónicas del barrio.