El ‘golito’ y luego la pelota de trapo le ayudaron a construir su rol comunitario, muy reconocido de puertas para adentro, pero siempre en un segundo plano, sin estridencias ni poses. Vive entre un día a día repleto de actividades y los sueños que no para de imaginar.
Hasta que hubiera luz
“Nosotros sí que jugamos golito en la avenida del Pedregal, donde ahora está el Pedregal Park. Amoldamos un terraplén y a desde las tres de la tarde nos encontrábamos toda la muchachada del barrio y tirábamos bastante golito hasta casi las siete de la noche, cuando ya no podíamos ver bien”.
“Luego de ducharnos nos encontrábamos de nuevo en la Plaza de la Trinidad o en otra esquina para hablar de todo lo que había pasado: si no hicimos el gol y por qué, si uno se cayó o si peleó. Y si no, hablábamos del boxeo o del buen béisbol amateur que teníamos en Cartagena y de los torneos en los que participaba Getsemaní; discutíamos cuál equipo era el mejor entre el nuestro, el de Colpuertos, Conastil, la Universidad de Cartagena o Águila. Y así en esas y otras tertulias hasta la madrugada”.
“El golito tiene la particularidad de no tener posición fija; los cinco jugadores van rotando por la misma dinámica del juego. Casi siempre cuando uno se cansa regresa a la arquería. Aún así, yo era más fuerte en la defensa, tenía una visión para cortar los pases cuando venían con jugadas peligrosas. En la alineación ideal de los que jugaron conmigo pondría a Nelson Lezama, Pedro Julio, Eusebio Pernett, Juan Orol, Néstor Terán y Jairo Caballero, que consiguieron un montón de títulos”.
“Aquí había equipos buenos. Con el Ajax participé en varios torneos, como el de Bruselas donde competían equipos con jugadores de fútbol grande. Y estaban los torneos del barrio, que jugábamos en el parque Centenario, a donde venían equipos bravos con jugadores de talla. Ya dejé el golito y me he dedicado a la dirección y la organización. Aún hay campeonatos fuertes, pero afuera y lo que quiero es rescatar y traer de nuevo el golito para acá”.
Bolita de telenovela
“En la bolita de trapo mi posición era la segunda base y a veces de lanzador cuando no estaba el titular. Estos juegos son muy dinámicos porque nuestros terrenos no son propicios para jugadas comunes y corrientes; aquí hay que tener mucha pericia y concentración. Además de conocer al bateador contrario y por dónde es más fuerte su bateo, hay que saber para donde va a ir la bolita si golpea alguno de los obstáculos. Todas esos detalles lo hacían a uno muy habilidoso para lograr un out. Pasábamos unos fines de semanas muy amables y chéveres hasta que hubo la remodelación de la plaza de la Trinidad y trasladamos el campeonato hacia el Pedregal, donde aún lo realizamos”.
“El equipo con el que más jugué y recuerdo con más cariño es Casa Loma. Ese es de los bravos y tradicional desde el primer torneo. Le pusimos el nombre por la telenovela Los Cuervos, en la que toda la acción pasaba en esa casa. Lo convertimos en un club que organizaba bailes dentro del barrio para obtener recursos. Los integrantes originales de Casa Loma tenemos una amistad muy chévere, de la que nacieron compadrazgos y cuñados. Personas como los hermanos Marcelino y Gregorio Zabaleta; mi cuñado Hermógenes Crizón; mi hermano Fráncico Ruiz; el difunto Rubén Acosta. Un sinnúmero de personas que le han pasado la bandera a la nueva generación, conmigo al frente dirigiéndolos y ayudándolos en la parte administrativa”.
“También estoy en la organización del campeonato. No queremos que esa tradición se pierda, aunque no contemos con la cantidad de habitantes de antes. Cuando empezó, del barrio salían fácilmente doce equipos y ahora contamos con ocho”.
Tocando puertas
“Me gusta ver a las personas bien y si tengo la oportunidad de ayudarlas lo seguiré haciendo siempre que se dejen. Esta vocación nació de mi mamá, una señora muy convencida de ayudar y que siempre estaba presta a que la gente estuviera bien. Eso lo vi y lo aprendí de ella y le agradezco por esas enseñanzas”.
“Por ejemplo: estuvo el caso de un muchacho que vino de Barranquilla un poco enfermo y acá comenzó con la carpintería, pero por cosas del destino cayó en la droga y la bebida. Con mi amigo Davinson Gaviria lo veíamos mal y nos propusimos ayudarlo. Lo internamos dos veces. Pero a veces las intenciones no bastan. Hay cosas en las que el Distrito y el gobierno apoyan muy poco. Cuando salía de estar internado tras seis o siete meses, no tenía una casa y vivía en la calle. Davinson lo apoyó en su casa y allí le conseguíamos alimentos y cosas, pero de nuevo recaía. Por intermedio de otra amiga, Ana Elvira Martínez, pudimos conseguirle un cupo en un albergue católico en Torices. A veces pienso cuál hubiera sido su destino con esta pandemia sin haber logrado ese apoyo”.
“Así ha sido con otras personas que han requerido ayuda. Se la hemos prestado de corazón, pues no pido nada a cambio. Solamente soy muy acérrimo a Dios, le pido entendimiento y sabiduría para estas cosas. Varios amigos con los que compartí la niñez están en Estados Unidos y me han abierto las puertas para hacer esta labor tanto en lo social como en lo deportivo. Y hay que reconocer que hay muy buena gente en Getsemaní que me ha colaborado”.
De la imaginación a la acción
“En la Junta de Acción Comunal siempre he estado en el deporte y en lo social, porque es lo que me gusta. Ayudo a la junta de manera incondicional en esos y otros temas, porque de todo participo, pero siempre desde atrás. A mí no me gusta ser el protagonista, guardo mi bajo perfil pero me agrada motivar a las personas. Si Dios lo permite, donde yo esté quiero que estas personas la tengan clara y que el legado siga. Muchas veces no aparezco en la foto, pero apoyo y exalto a las personas que están conmigo. Cuando me ha tocado figurar es porque lo ha ameritado y toca dar un paso al frente, para hacer un énfasis o dar un ejemplo. Ahí sí me pongo al frente en un ciento por ciento”.
“Después de dos años, el Pedregal Park ha sido un éxito total. No solamente vienen los muchachos del barrio para hacer ejercicio y participar en la tertulia. También gente de afuera a hacer ejercicio. Estoy caminando todas las mañanas y siempre termino en el Pedregal Park. Veo gente que viene en carro, usa sus máquinas y luego se van. Soñamos con expandirlo un poco más después de la Virgen, hasta donde la Escuela Taller lo pueda permitir sin salirnos de la reglamentación, colocando más actividades para los niños. Entre los planes también está proyectar películas para ellos, como antes, en el parqueadero del Centro de Convenciones”.
El Pedregal Park surgió de un regalo de equipos que dejó la película Gemini Man, de Will Smith, para el barrio. La Junta de Acción Comunal, el Proyecto San Francisco y otras organizaciones alistaron el terreno junto a la muralla e instalaron los equipos. Y Bobby ha sido líder en su dinámica y mantenimiento. Al terminar nuestra entrevista se marchó al parque a regar las matas.
“En la novena de diciembre pasado llegamos a unos ciento cincuenta niños, entre los cero y los once años, tanto habitantes del barrio y también los que vivieron y regresan para participar de las actividades, pues se mantienen enterados y se sienten parte de eso: de la cabalgata de caballito de palo en febrero; del festival del barrilete, en agosto; o del campeonato de bola de trapo, que uno hace exclusivo para ellos. En diciembre dimos regalos y ya estamos organizando los kits escolares para comenzar el año escolar”.
“Con respecto al parque Centenario me estoy ‘craneando’ una iniciativa solamente para la cancha porque el patinódromo ya tiene sus escuelas que tienen tiempo de estar ahí, y no dejan de vigilar por su buen uso. El parque ha cambiado mucho: la jardinería está muy buena, con su personal asignado. Lo que no está funcionando, lastimosamente, es la cancha de baloncesto. La utiliza el IDER y quiero ayudar a rescatarla, ya que desde que entró la pandemia no ha habido ninguna actividad. Ahí se puede jugar golito, micro fútbol y básquetbol. Estoy haciendo el lobby para una reunión con la nueva directora y explicarle toda la dinámica. Quiero involucrarlos a ellos que son los dueños de la cancha, para tener participación en el cuidado y mantenimiento. Cuando los espacios no se utilizan llega la gente que no tiene que llegar, los orinan, los ensucian y los deterioran. Ahora viene gente a jugar baloncesto como se pueda, pero quiero organizarlo como debe ser un escenario deportivo. En ese orden de ideas hemos hablado con otros amigos, ediles, el alcalde de la localidad. Han sido muy receptivos y están prestos a colaborar. Voy a hacer todo lo posible para que eso sea una realidad”.
En El Getsemanicense escribimos una serie de cuatro artículos sobre el Parque Centenario en los que se recupera la tradición que tuvo Getsemaní en esa cancha de baloncesto, uno de los polos capitales para la recuperación y el tejido comunitario del barrio en su época más difícil.
Callejón del alma
“La casa donde vivo es familiar. Yo no lo vi, porque soy el menor, pero me cuentan que mi bisabuelo y mi abuelo criaban puercos en la parte de atrás de la casa, que es bastante grande y tiene un patio que colinda con el callejón Angosto. Ellos criaban, sacrificaban y vendían cerdo tanto crudo como frito. De niño me metía en cualquier casa y era bien llegado, al igual que cuando los amigos llegaban a mi casa: el intercambio de comida, actividades y los juegos como la lotería, ludo y parqués… todas esas cosas eran muy chéveres y todos participábamos”.
“Mi mamá se llamaba Hilda y murió hace 16 años Su familia ha sido muy tradicional de Getsemaní: los García González. Después apareció mi papá, Francisco, que también es de acá y así nacimos los Ruiz González: Zaida, Francisco, Maura, Mabel y yo, Jorge, aunque ya nadie me dice así. Tenemos una buena compenetración y hermandad, siempre todos nuestras cosas y problemas nos ayudamos. Mi papá tiene 92 años y gracias a Dios aún lo tenemos fuerte en la casa”.
“El callejón Angosto me gusta demasiado y aquí tengo buenas amistades; lo disfruto y me lo gocé en mi niñez, aún con toda la dinámica que pasaba. Uno era feliz porque se gozaba las tertulias y hasta las peleas normales de los jóvenes. Me tocó la época brava y vi su evolución. Ahí mi mamá fue el pilar porque con su buena educación y su mirada hacia la realidad, me enseñó a no ser un caballo cochero, a ser abierto a lo que pasa a nuestro alrededor para corregir las cosas a tiempo”.
“He trabajado en diversas instituciones como Carlo Logística, Dow Química, y el Terminal Marítimo. Ahora estoy en la Gobernación en el área de archivos. Me casé primero con Neris Crizón, la hermana de un amigo de Casa Loma. Con ella nacieron mis dos hijos mayores, Eric y Dania. Eric está en Estados Unidos y Dania, en España. Luego me separé y comencé mi relación con Alicia Salguedo, con quien llevamos veinte años y tuvimos a mi tercer hijo, Isaac, de quince años”.
“Siempre me ha gustado ser muy activo y estar pendiente de lo que pasa en la comunidad en aras de que todo marche bien. Más ahora con el proceso de gentrificación de la última década, por lo que hay que dar una buena lucha. No pienso parar, porque la verdad soy muy inquieto. Pero hay que decir que a estas alturas, a mis cincuenta y ocho años tengo una vida tranquila y contenta, con los sinsabores, las felicidades y las bendiciones de la vida común, intentando llevar las cosas lo mejor posible y siempre en Getsemaní, hasta la tumba”.