Uno de los personajes más emblemáticos de mi pequeña República Independiente del Caribe, Getsemaní, fue la señora Tomasa Heredia, quien siempre tuvo la chispa para encender la alegría de la vida. La recuerdo al pie del fogón alimentado por los tizones de la carbonera del antiguo mercado del Arsenal y también donde Mercedes, en la calle de Carretero, hoy llamada Pedro Romero.
Me parece verla agitando el cucharón entre la manteca para lograr esa perfecta cocción que hacía de sus fritos los más apetecidos, al tiempo que le decía a uno de los tantos tramposos que iban a fiar: “Uffff, Pacheco Osorio”. Años después aprendí que el mencionado era un eminente abogado penalista, profesor, decano y rector de la Universidad de Cartagena, magistrado de la Corte Suprema y cuyos libros eran de obligatoria consulta para los estudiantes. Eso me lleva a pensar que nuestro personaje, tenía un amplio bagaje en las cosas y personajes de la ciudad y mientras cocinaba también construía la memoria del barrio.
Así como los mejores fritos salían de su enorme caldero, también lo hacían las más risibles situaciones. Aún me pregunto por qué cuando el Babicón, un señor bien elegante, aparecía de vez en cuando por el callejón Angosto, Tomasa le gritaba desde su acera para que escuchara todo el barrio: “Dale, dale huevo al Babicón”. O cuando algún tramposo o mala paga se arrimaba a su mesa a pedirle fiado, ella le replicaba con desdén: “Maluco el peo, dijo Chupahuevo”. O cuando descifró el misterio de la deposición que un habitante de la noche dejaba cada madrugada en diagonal a la accesoria donde vivía en el callejón Angosto. Aquella noche, Tomasa se quedó ojo en rendija, acechando, y lo vió. El hombre, al que le decían Oso, volvió a hacer lo suyo y se esfumó rápidamente, sin sospechar que desde la mañana siguiente todos lo conocerían con el nuevo apellido de ‘Cagón’, que Tomasa se encargó de propagar en adelante.
Además de sus legendarios fritos, también se destacó por su exquisito sazón en los platos típicos de la región Caribe y todo tipo de dulces de frutas tropicales que alegraban el paladar.
Pero, anécdotas aparte, recuerdo que Tomasa Heredia fue quien primero nos habló de los Cabildos de Negros que venían de los barrios de San Diego y de los desaparecidos Pekín, Pueblo Nuevo y Boquetillo, al pie de la muralla donde hoy corre la Avenida Santander. Nos contó que se celebraban cada 2 de febrero en conmemoración de la Virgen de la Candelaria, patrona de la ciudad y que eran una parodia de las cortes reales españolas que los habían esclavizado.
De su boca vimos salir negros vestidos de realeza acompañados de interminables golpes de tambor. De su boca salió el Abanderado y también el Saltimbanqui; vimos por primera vez la Corte de Cabildantes en el burlesco desfile; vimos a la Reina, maraca en mano, dando inicio al ceremonial; y también a su Matachin con voz de muñequito, leyendo el edicto que ordenaba a sus súbditos danzar hasta que se ocultara el sol; y también vimos a la burguesía criolla de Ciudad de Siempre, vistiendo a sus servidumbres con sus mejores atuendos y tocados; los vimos portando lujosos antifaces y mezclándose entre los negros, disfrutando del Carnaval. De su boca, sin saberlo, surgía una gran semilla de nuestro Cabildo de Getsemaní.