Huesos que cuentan historias

MI PATRIMONIO

Quien ha caminado por iglesias coloniales habrá notado que en ocasiones el piso es bastante desigual, como si se hundiera por parches. La razón es sorprendente: por varios siglos allí fueron enterrados parroquianos a lo largo y ancho del templo, incluso afuera, en el atrio. La iglesia era el cementerio. Y cada vez había que retirar las baldosas o ladrillos y volverlos a colocar. Una y otra vez por siglos. 

Así sucedió en el templo de San Francisco, en Getsemaní. “Fueron más de tres siglos enterrando cuerpos en el mismo espacio. Con las muertes naturales, las enfermedades, las batallas, la violencia común. ¡No había espacio para tanta gente! Además, el templo tenía inconvenientes como espacio funerario. La estructura no permitía mucho”, explica Monika Therrien, la experta a cargo del proceso de exploración arqueológica del Proyecto San Francisco.

Hay que recordar que el cementerio como lo conocemos ahora es un concepto del siglo XIX. Antes ‒al parecer no solo por fe o costumbre social sino por cuenta de mandatos reales‒ la gente debía ser inhumada en tierra sagrada: es decir, en un templo católico. De hecho, hasta hace pocas décadas muchos tenían por cierto que el entierro bueno era en iglesia, a pesar de haber cementerios. 

Por eso en la Colonia a un templo principal, como el San Francisco, solían surgirle capillas a los lados, cuya construcción financiaban familias o cofradías, para que sus miembros fueran enterrados allí. En las cofradías los distintos miembros ayudaban a conseguir los recursos. Una de ellas fue la que amplió una capilla previa para convertirla en la de Iglesia de la Veracruz, que en el siglo XX se convirtió en el Teatro Variedades y luego fue demolida para darle paso al Teatro Cartagena.

Se sabe que las órdenes religiosas de aquella época -Franciscanos, Jesuitas, Dominicos y demás- podían llegar a pelearse los muertos, dependiendo de sus recursos materiales. Si quedaban en su templo significaba más familias visitando su iglesia y más contribuciones. Hay anécdotas de monjes esperando un descuido en la velación para llevarse el cadáver a sus templos o de enfrentamientos entre unos y otros por los restos de un parroquiano.

A falta de capilla familiar o de la cofradía, las personas en vida o las familias de los fallecidos pagaban para que los enterraran en el templo. Entre más cerca del altar, costaba más. El atrio, fuera de la iglesia, quedaba para los que no tenían dinero y debían ser enterrados de caridad. Los menores de siete años no podían ser enterrados en el templo porque no habían sido bautizados y sin bautismo no había conocimiento de Dios, según los usos católicos de la época. Por ello en un espacio atrás del templo, llamado ahora Claustro de Lectores, se encontró un espacio donde fueron enterrados los cuerpos de unos veinticinco niños. 

Así, la congestión de restos humanos por exhumar es grande. Han sido extraídos más de 500 restos de individuos y se espera llegar a un poco más de 600. Es una cifra gigante para un hallazgo arqueológico. En total han sido hallados nueve espacios funerarios que van del siglo XVI al XIX o comienzos del XX. En las capas del siglo XVIII empieza a encontrarse un arreglo más racional de los entierros, como si alguien hubiera intervenido para poner algo más de orden. 

Entre esos nueve espacios se cuenta uno encontrado en la crujía (lado) frontal del Claustro, diagonal al Centro de Convenciones. El espacio colinda con una cripta subterránea y pudo haber sido parte de una antigua capilla que también abarcaba el actual Pasaje Porto, construido sobre lo que fue un cerramiento con barda. Bajo este pasaje, dicen algunos, hubo un cementerio primitivo. Ocasionalmente también se hacían enterramientos en los muros, como lo atestiguan los restos de tres individuos en un muro lateral del templo. 

Un rompecabezas 

“En algunos casos parecen dispuestos de mala manera, se han visto extremidades dislocadas y posturas como si fueran enterrados de afán o los despreciaran”, precisa la experta. Hay que recordar que antes las tasas de mortalidad eran mucho más altas. Las epidemias se llevaban un porcentaje grueso de la población en muy poco tiempo; morían más niños en la primera infancia y más adultos por enfermedades que hoy se tratan de manera sencilla; las secuelas de los accidentes eran peores; las condiciones de vida, en general, podían ser más duras, de manera que un adulto de cuarenta años nos parecería alguien entrado en años. 

Y estaba la violencia. El sitio de Pablo Morillo, en 1815, por ejemplo, se llevó en pocos meses a la tercera parte de la población: unas seis o siete mil personas. A esa eṕoca corresponden al parecer los esqueletos de cinco mujeres atadas de manos (hablamos de ellas con más detalle en otro artículo de esta edición). De otras épocas también se han encontrado entierros de mujeres con infantes a sus pies y el de una mujer con el feto que estaba gestando.  

Pero no hay que llevarse la idea de que todo aquello es un desorden de restos a la bartola. Sí que hay fosas con esqueletos apilados de prisa -como podría pasar con una epidemia de cólera o tras una toma militar-, pero hay algún tipo de lógica o de estructura según cada época. Hay entierros individuales, por parejas, uno por encima del otro. Armar ese rompecabezas espacial no ha sido sencillo porque las obras en la primera mitad del siglo XX para acondicionar el templo y sus anexos como teatros resultaron en una masacre de las cubiertas, techos y muros. Bajo tierra quedaron vestigios de los cimientos, que permitieron determinar la forma y orientación de las capillas. 

Un hallazgo interesante es el de algunas cuentas de baquelita, el primer plástico sintético, patentado en 1907, lo que indica que debió haber algunos entierros  ya entrado el siglo XX, aunque el templo de San Francisco hubiera tenido usos militares y civiles después de la Independencia. Nuevas estructuras halladas dentro del templo sugieren que el espacio fue subdividido para esos múltiples propósitos. En estos mismos estratos se están encontrando esqueletos de niños. Una hipótesis preliminar es que con la apertura del Cementerio de Manga -cuyo primer origen data de 1815- paulatinamente los adultos empezaron a ser enterrados allí. Eso habría dejado espacio para los niños, que ya no tenían aquella restricción de edad y bautismo de la época colonial.

Técnica, leyes y mucha paciencia

A todos estos hallazgos les espera un largo análisis no solo físico sino interpretativo. “Es la historia que está escrita en los cuerpos de las personas. ¿Qué pasaba con las mujeres, con los hombres, con la dieta o con el trabajo? Hay varios años de estudio por delante. Es una colección muy trabajada y bien excavada que puede dar muy buenos resultados. Los vestigios materiales de cinco siglos ayudarán a narrar a Cartagena de otra forma”, resume Monika.

En Colombia hay que hacer excavación arqueológica preventiva en las obras que ocupan más de una hectárea. En el caso del conjunto del convento San Francisco (que incluye tanto al Claustro como al templo) hay otro añadido. Se trata de un Bien de Interés Cultural del orden Nacional (BICN), lo que conlleva unas obligaciones específicas de preservación y puesta en valor de su riqueza cultural. Se comenzó con un equipo de cuatro arqueólogos, pero ante la magnitud del hallazgo pronto se ascendió a veinte profesionales de tiempo completo. El cronograma de obras tuvo que ampliarse un año más. 

La delicada labor de desenterrar las fragmentos óseos implica usar herramientas especializadas, muchas brochas y pinceles y una paciencia infinita. Luego las piezas son fotografiadas y catalogadas. Antes y durante el proceso hay mucho del contexto funerario por analizar: la localización, profundidad, orientación y dimensiones de la fosa; o la orientación y postura de cada cuerpo.

Luego siguen unas tareas que son parte del ABC de cualquier labor bioarqueológica. Primero, determinar el número mínimo de individuos en una fosa, que a veces no es fácil porque son muchos restos entreverados entre la tierra compactada. Luego, determinar la “cuarteta básica”: el origen geográfico, el sexo, la edad y la estatura de cada individuo. En tercer lugar el análisis simbólico de otros elementos como la vestimenta, el tipo de fosa o ataúd, etc.

Por disposiciones legales, reguladas por Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) los restos deben ser analizados por instituciones que tengan los laboratorios adecuados. Para este caso, la tarea le corresponde al laboratorio que tiene la Universidad del Norte, en Barranquilla, que tiene el visto bueno del ICANH. La magnitud del hallazgo ha sido tal que el Proyecto San Francisco tuvo que alquilar un contenedor de 40 pies con control de humedad para guardar los restos porque en el laboratorio de la Uninorte porque ya no les cabían. Es una medida provisional mientras se terminan la obra del nuevo laboratorio, que tendrá la capacidad de albergar este inmenso testimonio histórico.

Luego, en el hotel que se está construyendo en lo que fuera el convento de San Francisco y algunos predios aledaños se pondrá en valor lo más representativo de los hallazgos arqueológicos y de arquitectura. 

De perros, brocales y pipas

En las excavaciones se encuentran más que esqueletos y huesos. Como en otras partes del mundo, hay pequeños tesoros arqueológicos en los rellenos que se hacían cada vez que se iba a rehacer o añadirle algo a una edificación. 

Esos rellenos se superponían con el paso de los siglos. En el Claustro de San Francisco las diversas capas llegan a más de dos metros de profundidad. ¿Qué se encuentra usualmente entre la tierra? Muchos pedazos de cerámicas, baldosas, azulejos, botellas y materiales resistentes. También basura de cada época, no solo la colonial. Los restos humanos también pueden estar acompañados de restos de la ropa con que fueron enterrados, de medallas o pequeñas reliquias propias.

Un hallazgo llamativo es el de varios esqueletos de perros. Además del apego de sus dueños hay que tener en cuenta que San Francisco es el patrono de los animales. Otro hallazgo: ¡un viejo Volkswagen! Está herrumbrado y casi desecho. Y nadie tiene idea de cómo pudo llegar allí.

Pozo o brocal: ubicado el centro del Claustro, en la posición en que se encuentran piletas y fuentes en construcciones similares de la Colonia.

Cerámica: se han encontrado tanto europeas como mexicanas, que eran consideradas un poco más lujosas, como las elaboradas aquí.

Figas: un amuleto de protección contra el mal de ojo, muy popular en todas las clases sociales, para proteger a los niños de enfermedades. Los hay de azabache, cristal de roca, hueso y piedra.

 Medallas: en particular desde el siglo XVIII aparecen las de San Venancio y San Anastasio de Persia, santos muy populares en Europa, a los que se les atribuía protección contra las pestes y enfermedades.

Candelabro: Puede que se les haya olvidado al lado del muerto, pero deja preguntas: ¿lo enterraron de noche, hacía parte de algún ritual?

Pipas para tabaco: muy populares en el Caribe de aquella época, en la que fumar se consideraba bueno para la salud. Algunas muy singulares y otras hechas localmente, lo cual resultaba inusual.

La prestigiosa, decorada con formas y con colores vibrantes, venía de México o España. Aquí hubo producción de cerámicas más modestas, para el uso cotidiano.

En particular desde el siglo XVIII aparecen las de San Venancio y San Anastasio de Persia, santos muy populares en Europa, a los que se les atribuía protección contra las pestes y enfermedades.

Un amuleto de protección muy popular en todas las clases sociales. De varios materiales.

Muy populares en el Caribe de aquella época, en la que fumar se consideraba bueno para la salud. Algunas muy singulares y otras hechas en la región.

Ubicado el centro del Claustro, en la posición en que se encuentran piletas y fuentes en construcciones similares de la Colonia.

Puede que se les haya olvidado al lado del muerto, pero deja preguntas: ¿lo enterraron de noche, hacía parte de algún ritual.