Foto: Render del Proyecto San Francisco

La salsa se queda

EN MI BARRIO

En Getsemaní hay dos pequeños edificios muy parecidos que alguna vez fueron un mismo predio y que tienen una gran vista sobre el Camellón de los Mártires y la Torre del Reloj. Su arquitectura es bastante sencilla, reflejo de unas necesidades prácticas en la época de su construcción.

Descrito así en abstracto quizás todavía no le suene a muchos cartageneros, incluso vecinos del barrio, pero si decimos Quiebracanto o La Caponera ahí sí muchos se ubican al instante. 

Ambos edificios fueron parte de un mismo solar que se edificó muy rápidamente por estar sobre el camino de entrada y salida de la ciudad, frente a la plaza y los corrales del matadero y al lado del convento de San Francisco. Para la toma de Drake, en 1586, ya aparecía como casa de un piso y en el censo de 1777 ya eran casas altas como predios separados. Así fue hasta hace unos ochenta años, cuando se construyeron los pisos superiores, con el apogeo del Mercado Público.

Por muchos hubo allí, en el primer piso, un almacén de víveres y abarrotes fundado por  Antonio y Rafael Paternina Portacio. Así lo recuerda Iván Posada, vecino del parque Centenario: “En la época cuando existía el mercado público -de 1904 hasta los años setenta- había en la zona muchas tiendas de abarrotes y misceláneas, era algo muy comercial. Cuando regresé de estudiar del extranjero eso ya estaba convertido en una zona totalmente diferente”.

Parte de esa transformación también se dió en el primer piso. Los hermanos Paternina le habían transferido el almacén de abarrotes a don Emigdio Morales Puello, quien puso allí en local de venta de repuestos para automóviles. Lo llamó Puerta del Sol y la voz popular lo usó para el edificio completo. Otros lo llamaron edificio Morales, por don Emigdio. 

Vino una época de vaivenes, pero a mediados de los años noventa llegó el nombre con el que más se asocia ahora: Quiebracanto. Alvaro Manosalva, su propietario nos contó así su llegada al edificio: “Cuando vine a Cartagena pensé ubicar el bar en una edificación con un espíritu de tradición. Luego vi este sitio al frente del Camellón de los Mártires, donde había algo como una ferretería o de repuestos de la familia Morales. Subí, miré por el balcón y con esa vista impresionante me dije: ¡Aquí es!”.

 “Me contaron que antes funcionaba otro bar de un extranjero, que luego lo cerró y se lo vendió a unos peluqueros, hubo algo de apuestas, y parece que también funcionó una  sede del EPL. Cuando lo tomé lo iban a usar como bodega porque no tenía instalaciones de nada, estaba abandonado y convencí a esa persona que iba a ser un lugar de historia, cultura y arte”, relata.

En el primer piso, donde estuviera el almacén de don Emigdio, funcionó desde 2000 La Caponera, nombre de exitosa novela de televisión. Primero funcionó como un estanco-tienda de día y en la noche un bar con música variada, hasta que en 2004 ya funcionó como un negocio nocturno con énfasis en la salsa y un ambiente que acogía a más clientes, por los precios, el ambiente relajado y el carácter abierto sobre la calle.  Al lado de La Caponera funcionó en los últimos años otro local de venta de licor, con escaso público y en los dos pisos superiores había un muy modesto hotel.

En el tercer piso del lado de Quiebracanto funciona el cine club de ese bar: un espacio cultural donde se pueden ver películas clásicas o asistir a una magnífica conversación académica sobre cómo nos vestimos en el Caribe, por ejemplo, tal y como ocurrió hace pocas semanas con lleno total, principalmente de jóvenes.

En el cuarto y quinto piso había unos deteriorados apartamentos. Allí vivió Jhon Narváez, el actor y gestor cultural cartagenero, quien era un asiduo asistente de Quiebracanto en los años noventa, mientras estudiaba en la Universidad de Cartagena. 

“Y al fin terminé viviendo en el quinto piso del Quiebracanto en dos épocas”. La última de ellas terminó en 2016. “Yo veía la hora en el reloj público en la mañana desde mi cama. Esa es la mejor vista de toda la ciudad. Tú estabas ahí y al frente tenías el Centro, el Camellón de los Mártires y el muelle”. 

Pero se trataba de apartamentos muy vetustos a los que se les hacía un escaso mantenimiento y ni hablar de reformas o modernizaciones. Se habían estancado en algún momento de varias décadas atrás. Cada vez que llovía, los cántaros de agua apenas si cabían en los baldes y cuencos desperdigados por todo el apartamento del quinto piso.

En el inmediato futuro, el edificio hará parte de un conjunto hotelero que construye el proyecto San Francisco y que engloba también el claustro y el templo de San Francisco, los viejos teatros, el Club Cartagena y la casa Ambrad. La idea es recuperar su arquitectura sencilla, dejando la fachada actual con los ajustes de ingeniería necesarios para integrarlos a un conjunto hotelero de alto estándar.

La buena noticia para los amantes de Quiebracanto y de su salsa es que luego de la intervención integral del proyecto hotelero, el bar se quedará en el hotel, con su espíritu de siempre. Mientras tanto operará temporalmente en otro local cercano. La salsa se queda.