Quizás haya sido la calle más densamente poblada del barrio. A su estrechez se sumaba la existencia de muchas casas accesorias, tan propias de Getsemaní. Mucha vecindad y básicamente ningún comercio en muy pocos metros cuadrados. El resultado fue una de las calles con más vida de barrio, aún hoy.
El gran Donaldo Bossa Herazo en su infaltable Nomenclátor Cartagenero escribió de él, juntándolo con el callejón Ancho: “Estos dos callejones que comunican a la calle del Pozo con la calle de Lomba, tienen un gran valor documental como testimonio de la influencia musulmana en la arquitectura popular del sur de la península ibérica, Andalucía y Extremadura en España, y el Algarve y Alentejos en Portugal, y que emigrantes de aquellas provincias trajeron a nuestras playas. Eso solo debería bastar para preservar los dos populares callejones de Jimaní, y no irlos a tirar con cualquier pretexto urbanístico futuro”.
Ha tenido épocas difíciles. En los últimos meses los vecinos se han organizado y están trabajando en iniciativas para cambiarle la cara. Han puesto una decoración aérea y repintado fachadas y muros antiguos. Se nota en la calle mucha vida y un aire de buena vecindad. La pintora Ruby Rumie puso allí su taller hace casi tres décadas, cuando no había asomos de la gentrificación de los últimos años.
Plutarco ‘Pluto’ Meléndez, ha escrito una sentida memoria de los viejos tiempos, que nos ha permitido compartir en estas páginas.
El Getsemaní que prefiero. Callejón Angosto
El de mi escuelita de banquitos de la seño Silvia y de su mamá, la señora Ana, entonando sonidos guturales a lo largo del día, entre letras, números y una guerra de pepitas de mamón, mientras éramos observados desde un tendido de ropa por Matias Moreno, que reposaba al sol el baño de agua de ponchera de la noche anterior. Era la época de “la letra con sangre entra”.
El del señor del que tocaba el clarinete desde la casa de la señora Emiliana, cuyas melodías despertaban al mundo y a los amantes de las siestas.
El de la fábrica de vaporosos y psicodélicos sueños de humos que iban directo a la cabeza.
El de la gran olla, donde se depositaba el producto de lo robado en la plaza de mercado del Arsenal.
El del viejo Manuel, sentado en su taburete al frente de su chatarrería, fumándose un interminable y mortal cigarrillo, mientras Nutricia ponía a punto sus cordeles y anzuelos, para ir a pescar pargos al Puente Román. Lo hacía en cuclillas y como carnada usaba plátano maduro que le regalaban en el mercado.
El del tío Galán, siempre elegante al mejor estilo Caribe, luciendo sus impecables zapatos ‘caprichos’ y su estilo único cuando con una manivela, le daba ‘crank’ a su taxi, para ir a trabajar.
El de la familia Salguedo, de muchas mujeres y un varón.
El de la familia Seña, amigas de muchísimos años.
El callejón dónde conocí a Fanny Mendoza, quien hoy es mi esposa
El de Eberto, el ‘Puntería’, exhibiendo llamativos tatuajes traídos de ultramar y dándonos a conocer la música del profeta Bob Marley.
El de las campales batallas verbales entre Froilán y El Burro.
El de Eduardo, constructor de carretillas que luego iban a la faena diaria de mercado, transportando mercancías..
El del ‘Quinto Patio’, donde le lanzábamos la primera piedra a sus techos de zinc, solo para escuchar el estrile de sus moradores.
El de la familia Díaz, más conocidos como ‘Los Pepinos’, con franjas de accesorias que ocupaban un tercio del callejón, hacia los lados de la calle Lomba, mi calle.
Ese es el Getsemaní de la memoria, el que prefiero. No el de ahora, de turismo depredador y de medio peso.
Agradecimientos a Carmen Pombo y a Marcos Vargas por su apoyo para esta nota.
Fotografías de las casas: Jorsie Artahona del equipo de José Caballero.
Antes, con la casa de al lado, hacía parte de las accesorias de los Julio. Por muchos años funcionó la tienda Mamá Linda, de Inés Gaviria Flores. Ahora vive Geraldo Arcila.
También fueron accesorias de la familia Julio. Aquí vivió Hilda Mercado, que vendía chance. Después de ella, Eduardo, el que hacía y reparaba carretillas. Ahora viven Carmen Pombo y sus sobrinos.
Antes vivió un señor de origen chino y apellido Tang. Enrique, uno de sus descendientes, fue responsable de la Notaria 4. Desde 1994 es el taller de la artista cartagenera Ruby Rumié.
Antes vivió un señor de origen chino y apellido Tang. Enrique, uno de sus descendientes, fue responsable de la Notaria 4. Desde 1994 es el taller de la artista cartagenera Ruby Rumié.
Aquí quedaba la escuela de banquito de la ‘seño’ Silvia, donde tanto getsemanicense aprendió las primeras letras. Ahora viven Jose Ignacio Bustamante y su familia.
Fue una accesoria que por mucho tiempo fue la casa de los Carrillo. Adentro hay un túnel tapiado que las leyendas dicen que llegaba hasta el castillo de San Felipe. Actualmente pertenece a la señora Adriana.
Toda la vida ha vivido la familia Corcho. Ahora viven allí Francisco Corcho, Edilma Palacio, sus hijos y nietos.
Aquí vivía Fanny Martelo. Ahora es de su hija, Fanny Mendoza, casada con Plutarco Meléndez, quienes la acomodaron como Casa Fanny, para arriendo turístico y que maneja su hermana Yolanda Mendoza.
Aquí vivía Benicia, que tenía una venta de fritos, con sus ocho hijos: Pepe, Paye, Niño, Viti, Acho, Mayo, La Negra y Dory Carriazo.
Aquí vivía Benicia, que tenía una venta de fritos, con sus ocho hijos: Pepe, Paye, Niño, Viti, Acho, Mayo, La Negra y Dory Carriazo.
Este era el pasaje Marruecos, de los Vargas y que salía al callejón Ancho. Tenía cuartos bien grandes y un buen patio. Las tres casas del frente eran accesorias. Ahí vivieron Las Mellas, Minga y Lala. Ahora es el Hostal Pasaje Marruecos, de Horacio, el ‘Capitán’.
Este era el famoso Quinto Patio,que daba contra otra casa de los Vargas. Aquí vivía Fanny Martelo Martelo y, ahora, la familia Rodallega
Quinto Patio.
Vivieron muchas familias, como la de Edelmira Gaviria Flores, que tenía una venta de fritos. O Norma Valdelamar y su esposo, el carpintero Lucho Real.
Ahora viven Yolanda Mendoza Martelo y familia.
Aquí vive Ramón el ‘Pepino’ Díaz con su familia, hasta los bisnietos. Ramón trabajó en los viejos cines llevando los carretes de película de un teatro para otro.
Aquí vivía Alcira Guarin, con su esposo Rafael Herazo, que era mecánico. También vivió Luis Armando Rodríguez Pinzón, ‘El Cachaco’, que fue portero del Padilla y del Rialto, y del Circuito Velda. Le hacía mantenimiento a los teatros. Su hija es Judith Ridríguez, ‘La Cachaca’. Ahora vive Evelyn Martelo Román.