Los barrios cartageneros no se quedan atrás cuando pregonan el cántico celestial, donde los ángeles llegan a cada puerta con ‘boros’ inmensos, baldes y matracas, con la vivacidad de seguir con una tradicional colecta motivada por ese delicioso sancocho que se prepara cada 1 de noviembre.
Los servicios públicos y el predial están carísimos; se ha perdido la vecindad; los restaurantes y hoteles generan un tema ambiental complejo de manejar; hay mucho arte urbano que no nos representa; el precio de las casas y alquileres están por las nubes; a los nuevos vecinos parece no gustarles mucho nuestro estilo de vida.
Sigue adelante el paciente trabajo de varias instituciones y vecinos del barrio para crear la herramienta institucional y legal que ayudará a que los habitantes de Getsemaní permanezcan en el barrio preservando su peculiar manera de vivir, relacionarse y ser comunidad.
¡Qué ilusión nos hace volver al formato impreso después de los tiempos de pandemia que obligaron a interrumpirlo! Nos ha ido muy bien en el formato digital, que se ha fortalecido y seguirá vigente. Pero poco se iguala a la sensación del papel físico y a la capacidad de coleccionarla, como hacen tantos hogares del barrio.
Este septiembre celebramos dos años de ediciones mensuales ininterrumpidas documentando la memoria, la historia, la cultura y hasta el ‘swing’ de un barrio icónico e irremplazable.
Cuando se estudia a Getsemaní se llega a una conclusión sencilla y con varias implicaciones: desde su inicio hace casi cinco siglos ha sido un barrio en una incesante transformación.
Hace pocas décadas muchos economistas, entidades y gobiernos empezaron a darse cuenta de que la productividad de un país, región o ciudad no debía medirse solamente por lo que generaban sus industrias y comercios.
En las excavaciones del Proyecto San Francisco se ha encontrado un testimonio de nuestra historia que nos debe interpelar: los esqueletos de cinco mujeres atadas de manos encima de la cabeza.
Esta es la duodécima edición de El Getsemanicense. Un año ha pasado ya desde que comenzamos este camino.
Getsemaní y sus habitantes han sabido reinventarse económicamente en cada época. En algún tiempo el barrio fue el epicentro económico de la ciudad y siempre, en todo caso, fue uno de sus grandes motores.
Cuando se piensa en patrimonio quizás lo primero que viene a la mente sean elementos materiales como un edificio, una iglesia, una pintura o una escultura.
El patrimonio de una comunidad no es solo material como las murallas, las construcciones o los hitos de arquitectura.
¡Menuda decisión! Si nuestro nombre iba a ser el gentilicio del barrio teníamos que acertar en un tema muy simple: ¿se escribe con C o con S en la sexta consonante?
La respuesta de los vecinos en las calles leyendo El Getsemanicense de la primera a la última página ha sido el mejor regalo tras los meses de preparación, diseño y reportería.
Nacimos para contar el barrio, su historia, su gente, sus tradiciones, sus sueños, retos y oportunidades. Y lo hacemos desde una mirada optimista y realista a partes iguales.