Getsemaní y sus habitantes han sabido reinventarse económicamente en cada época. En algún tiempo el barrio fue el epicentro económico de la ciudad y siempre, en todo caso, fue uno de sus grandes motores. Cuando hubo puerto, estación de tren, mercado públicos, pequeñas y medianas empresas, y casi siempre mucho comercio, hubo nichos económicos grandes y pequeños para quienes vivían aquí.
Los tiempos han cambiado y lo que antes eran actividades económicas principales se ven reemplazadas ahora por el turismo y el alojamiento, los restaurantes y, en las calles principales, los sitios de bailes. Todas esas actividades tienen una doble relación con el barrio: complican la vecindad tradicional, pero al mismo tiempo generan un flujo económico interesante. Foráneos que quieren permanecer y conocer más de este barrio con un sabor tan auténtico como escaso en tantas ciudades.
En el editorial pasado hablamos de la rica tradición gastronómica de Gestemaní como una posibilidad económica real para los emprendedores del barrio, con innumerables ejemplos alrededor del mundo. Esta vez insistimos en ello y proponemos otros caminos para conseguir ese difícil equilibrio entre conjugar la vida del barrio y sus tradiciones con la necesidad de generar ingresos para las familias raizales.
Aquí se baila así: la salsa en Getsemaní se baila de otra manera. Y nada que agregar a la relación del barrio con la champeta y la música de la ciudad. La última revista de una reconocida aerolínea hizo un recuento de dónde aprender no solo el baile, sino la cultura de la salsa en ciudades como Medellín, Bogotá y hasta Pereira. Es fácil imaginar a Getsemaní como uno de esos destinos. Lo tenemos todo, empezando por una rica tradición de salones de baile, como lo contamos en un artículo de esta edición
Los juegos de mesa: no se trata, por supuesto, de fomentar la ludopatía y las apuestas sino de establecer una conexión cultural con quienes nos visitan. Nuestros juegos como el arrancón, el ludo, la buchacara, el dominó o la yuca son simples y naturales en nuestras manos, pero algo extraño o quizás curioso a ojos externos. Para ellos sería toda una experiencia pasar una tarde aprendiendo y compartiendo con los vecinos del barrio.
La guianza turística: los jóvenes Vigías del Patrimonio están intentando un camino que hay que profundizar: ¡Hay tanto del barrio por contar y por dar a conocer! El recorrido arquitectónico de esta edición es apenas una muestra de ello. En general, los turistas siempre agradecen tener guías locales que no solo reciten fechas y nombres, sino que vibren y se identifiquen con los espacios. Sobre todo quieren que les relaten historias, no solamente tomarse una foto sino tener una relato que contar a su regreso.
Nada de esto surge de la noche a la mañana. Lo primero es pensar en estas y otras ideas de cómo hacer parte del circuito económico que significa el flujo constante de turistas en nuestro barrio. Esto, como en el resto del mundo parece imparable, y tiene el inmenso reto de saberlo gestionar. Si no, que le pregunten a Roma, Praga o Barcelona, cuyos vecinos tradicionales perviven con las dos caras de la moneda. Pero nadie le va a poner portones a los centros históricos del mundo, así que también hay que pensar cómo desde Getsemaní mismo se puede entrar en esa actividad económica legítima y que puede ser un intercambio en el que ganan tanto el turista como los viejos habitantes del barrio.