En las excavaciones del Proyecto San Francisco se ha encontrado un testimonio de nuestra historia que nos debe interpelar: los esqueletos de cinco mujeres atadas de manos encima de la cabeza. Por su localización y contexto muy posiblemente se trate de mujeres mártires tras el sitio en 1815 del español Pablo Morillo, que retomó la ciudad que cuatro años atrás había declarado su Independencia de la Corona.
Dos de ellas tenían quizás entre 40 y 48 años, blancas, con rasgos europeos. Había otra una mujer mestiza de unos 40 años. Se les encontraron huellas de artritis extrema y pérdida de piezas dentales. A una de ellas apenas le quedaba un diente en pie. Tres estaban debajo del atrio de la iglesia de la Veracruz y otras dos, debajo del suelo del templo de San Francisco.
Un artículo de El Universal,en 2011, recuperaba los nombres y la semblanza de heroínas cartageneras, algunas de ellas mártires, en el sitio de Morillo. Eso, según una relación que hizo la administración distrital de entonces para el Día de la Mujer: Eugenia Arrázola, María Barona y Angela Llanos, las tres fusiladas por las tropas españolas; Leonor Guerra, azotada públicamente por defender la causa patriota y quien murió por ese castigo; María Josefa Fernández; Josefa Sayas; Salvadora Alao; Isabel Narváez; Francisca de Paula Llovet de Esquiaqui; María Ignacia, Micaela y Nicolasa Piñeres.
Pero no solo han sido las mujeres. Hay que recordar que a nuestros héroes mulatos o negros también se les ha corrido un velo. El ejemplo mayor es nuestro Pedro Romero, de quien no quedaron imágenes salvo un boceto en miniatura en el que aparece, además, bastante “blanqueado”. En una exposición sobre la Independencia en Bogotá, hace unos años, repleta de cuadros clásicos de héroes de la patria, el suyo era un muy diciente espacio en blanco. Un retrato vacío para imaginarlo.
Se calcula que en el sitio de Morillo murieron hasta seis mil o siete mil cartageneros, la tercera parte de la población. Y sus formas de ser mártires no fueron solo por heroismos de guerra y acciones intrépidas. Esa fue la minoría. Se trataba, sobre todo, de defender la ciudad, de organizar a los vecinos, de dar de comer en tiempos de escasez absoluta, de llevar mensajes, de defender una idea de autonomía frente a un poder externo.
En las décadas posteriores a la Independencia, esos mártires visibles e invisibles nos hablaban de los cimientos de una patria grande y de esta patria pequeña llamada Cartagena. Ahora que la nación está consolidada, al menos formalmente, y que corren otros tiempos, esos mártires nos hablan de una idea que hay que terminar de construir y poner a andar para darle un nuevo rumbo a Cartagena: la de ciudadanía.
Una ciudadanía que debería ser hoy el equivalente de aquella que luchó en los tiempos de la reconquista española. No solo se necesitan esos héroes visibles, necesarios y líderes, sino también y sobre todo esos ciudadanos que construyen comunidad y sentido día a día, que se toman en serio las causas concretas y que son los que echan para adelante las cosas.
En el Getsemaní de antes y en el de ahora hay referentes de esa ciudadanía: organizaciones líderes; vecinos trabajando juntos para preservar, defender y construir la esencia del barrio; hombres y mujeres concretos con visión, educación y capacidad de trabajo para impulsar nuevas ideas.
También en el barrio hay dos elementos que puede darle luces al resto de la ciudad. El primero es la resiliencia, esa capacidad de aguante y sobreponerse ante las adversidades: ataques piratas, pestes, un sitio como el de Morillo, crisis económicas, guerras independentistas y civiles, la salida del puerto y del Mercado Público, etc. El otro es la resistencia, que ha permitido que tras los fuertes embates de procesos que inducen a la gentrificación, haya podido mantenerse como el único barrio fundacional que se mantiene como tal.
Ahora, más que nunca, la ciudad requiere de otras dinámicas que nos lleven hacia adelante y también de símbolos que nos recuerden de dónde venimos, así como el papel y el honor de Cartagena en la construcción de la nacionalidad colombiana. Pero hasta los héroes ya se nos volvieron paisaje, unos anónimos bustos a los que no se les presta atención mientras vamos de paso por el Camellón de los Mártires.
Son tiempos nuevos en los que el rol y liderazgo de la mujer está siendo, por fin, puestos en primera fila. También se ha avanzado, aunque falte mucho, en el reconocimiento de lo africano y lo indígena en nuestra historia. Emergen nuevas ciudadanías, que piden entrar en el tejido social con toda la fuerza y el reconocimiento que se necesita.
Sin embargo, como un todo, la ciudad ha aflojado en ese rol de liderazgo nacional que tuvo tanto tiempo. A Getsemaní le sigue correspondiendo un importante papel en ese proceso. Uno que trace una línea de continuidad entre aquel heroísmo silencioso y de todos los días, con nuestro momento actual de transformaciones y con ese futuro que quisiéramos mejor para todos.