Foto: Marcos Acevedo

Carlos Enrique Marulanda

“La carpintería me lo ha dado todo”
SOY GETSEMANÍ

Nació, creció y vive en el callejón Angosto, al que le conoció las épocas más difíciles, pero también las bonitas horas de la infancia. Fue de los primeros getsemanicenses en aprovechar la cercanía con la Escuela-Taller, de la que hoy es orgulloso maestro de ebanistería.

Creció jugando fútbol en El Pedregal en donde hizo parte del equipo de Iván Ríos que se llamaba Getsemaní, pero le decían ‘El Nucita’ porque como no había plata para los uniformes los muchachos aprovecharon una promoción de la golosina que traía la pantaloneta y el suéter. 

“Nos destacábamos porque en los campeonatos llegábamos y se veía que éramos del tipo -Somos getsemanicenses ¡cómo nos vamos a dejar ganar, vamos a echarle y darle duro que no nos podemos dejar!-. Me fui criando con la mentalidad que el getsemanicense es guapo por naturaleza, que uno no se puede echar cuento de nadie”. 

El puente Román, el pastelillo y el robo inocente de mangos en los patios de Manga fueron las aventuras de su infancia. “Crecí en ese entorno y con amigos como Nelson Gaviria, Edgar Miguel Trespalacios, Ariel González, o Eddy Rodallega. Algunos amigos de la época emigraron pero ellos son los que siguen en el barrio”, nos dice en un descanso de su grupo de jóvenes en el taller de ebanistería de la Escuela-Taller, en la calle de Guerrero.

Llegó de casualidad, después de no haber pasado en la Universidad de Cartagena. Pero ya era bachiller técnico industrial del colegio Salesiano, donde aprendió mecánica y soldadura.

“La escuela Taller ya quedaba aquí pero nunca estuve pendiente, solamente un día que iba pasando y veo a muchos compañeros del barrio y me dicen -Carlos, ven, preséntate que vamos a estudiar aquí donde hay carpintería y albañilería-. Yo me presenté para soldadura y lo chistoso es que terminé siendo carpintero porque no había cupos allá. ¡Eso fue lo más suave que vi y me metí ahí!”.

Resultó carpintero de los buenos y que honra la tradición getsemanicense aunque no viene de familia con ese oficio. Carlos es getsemanicense de primera generación. De hecho su papá es de Marmato, Caldas y su mamá, de Tiquisio Nuevo. “Ambos siempre han trabajado en la comida aquí en el barrio, mi madre cocina muy sabroso”, dice.

Se graduó en el 2000, de una de las primeras generaciones de la escuela. Entonces lo invitaron a colaborar en la intervención del claustro de Santo Domingo.

“Trabajé con ellos restaurando por casi tres años. Ahí me enamoré mucho más de la carpintería y me di cuenta que si podía vivir realmente de la madera. Comencé a trabajar como independiente y aquí en Getsemaní restauré tres casas en techo y portones como contratista principal y luego se unió Nelson Gaviria, con quien en esa época trabajamos como socios”.

Y hasta ahora no ha parado: la casa museo Rafael Nuñez, la catedral o la Alcaldía son inmuebles en los que hay trabajos suyos. Entre tanto estudió y se graduó como tecnólogo en delineante de arquitectura en el Colegio Mayor de Bolívar.

Por suerte, ese perfil y la experiencia le valieron para trabajar en la ampliación de la refinería de Cartagena, que también requería maestros de carpintería para el encofrado de todas las obras en concreto.  

Y desde 2013 está en la Escuela Taller como maestro en el mismo taller donde aprendió el oficio. “Dicto cursos técnicos, de diez a once meses de duración. Desde que entran en febrero hasta graduarse en diciembre los muchachos están todo el tiempo de la mano conmigo. En el año tengo un promedio de veinticinco pelados a los que a final del año conozco muy bien porque uno se involucra con ellos y muchos se le abren a uno, le comenta sus problemas personales”, nos cuenta.

A su esposa, Leidy Zúñiga Moreno, la conoció cuando era aprendiz de carpintería en la época del claustro de Santo Domingo. Tienen tres hijas: Carla, Samara y Carol Lucía. Viven en la misma casa del callejón donde se crió.