Cartagena casi no se fundó por la falta de agua. Por el agua hubo epidemias, carretas, casas por pares, algunos trazados urbanos y fuentes de empleo en Getsemaní. Hasta películas del Pato Donald y Pepe Grillo en los viejos cines. La relación del barrio con el agua ha sido determinante.
Esta historia casi no alcanzó a comenzar. Pedro de Heredia no estaba seguro de que fuera una buena idea fundar una ciudad que no estuviera cerca de un río o un lago. Tener agua fresca y a la mano era tan conveniente para la vida diaria como estratégico en lo militar. Eras más vulnerable mientras más lejos tuvieras el agua. Heredia deambuló varios meses por toda la costa Caribe buscando el mejor sitio. Al final ganaron las ventajas que este territorio ofrecía para construir un puerto resguardado y con unas buenas defensas. El agua para los moradores sería un tema por solucionar en el camino: la respuesta definitiva demoró más de cuatro siglos.
El primer intento fue hacer un acueducto romano desde Turbaco. Sería de columnas y arcos, con el agua bajando por una suave pendiente, pero la fortificación de la ciudad le puso fin a esa iniciativa. No había mucho dinero y se debía priorizar el gasto. Primero había que detener los ataques de los piratas.
Así que los jagüeyes fueron la primera opción. Eran una especie de piscinas naturales o pozos abiertos que recogían agua lluvia o agua subterránea. La tradición era bastante extendida por el Caribe. En la isla de Kalamari -hoy el Centro- había varios: uno quedaba en la actual plaza Fernández de Madrid y muchos en San Diego, que por eso recibió el nombre de barrio de los jagüeyes y tuvo unas extensas huertas.
Había al menos tres tipos de agua. La primera era el agua lluvia, que entonces era bastante más abundante que ahora. Los aljibes, surgieron como construcciones para almacenar la que traían las tormentas y los inviernos. No hay que pensar en cisternas cuadradas y sencillas como los tanques de ahora, sino en construcciones de grandes dimensiones, del tamaño de un cuarto inmenso o hasta de una casa entera. Unas eran subterráneas y otras, sobre la superficie.
Las otras dos eran aguas subterráneas: unas eran más ligeras y aptas para el consumo humano, como las de San Diego. Otras eran más salobres, apropiadas para los oficios y lavar los caballos. Ambas manaban de pozos que se hacían excavando y poniendo en el subsuelo una tubería de ladrillo por la que afloraba el agua sin necesidad de ningún otro mecanismo. Hubo casas que excavaron pozos dentro de los aljibes, así que tenían agua por duplicado. El brocal era la salida del pozo o aljibe. Se hacía con ladrillos y usualmente de forma circular. Es lo que muchos llaman, erróneamente, un pozo.
Pozos y vecindades
Los pozos podían ser privados o públicos, caso en el que solían quedar en las plazas o cerca de ellas. El lector getsemanicense podrá estar pensando, acertadamente, en la plaza del Pozo. También es muy posible que los centros de manzana tuvieran su pozo colectivo para el uso de los vecinos cuyos lotes rodeaban la manzana. También hubo casas que se hicieron por pares, para compartir un pozo. Ese aprovechamiento colectivo de un mismo pozo o aljibe tienen que ver con un rasgo histórico de Getsemaní: era un barrio para vivir más en alquiler que en sitio propio. Por eso en el barrio hay tantas casas accesorias, que eran de un solo espacio -como un cuarto- o si acaso dos, con el baño, el agua y la cocina en áreas compartidas.
Una relación de aljibes en los barrios del Centro justo antes de la Independencia, indicaba que Getsemaní tenía 80 aljibes en manos de particulares. En cantidad eran apenas más que el resto de barrios: Santo Toribio (79), La Merced (78), San Sebastián (77) y Santa Catalina (76), Pero con sus 258.388 pies cúbicos de agua almacenada, era el barrio con mayor capacidad, incluso cuadruplicando la de San Sebastián, que apenas llegaba a 65 mil pies. Eso resultaba estratégico pensando en un cerco militar de la ciudad.
El agua también era fuente de negocios y empleo en el barrio. Para surtir de agua fresca a las embarcaciones grandes estaban los aljibes de la calle del Arsenal. Desde allí había que transbordar el agua en bongas que cruzaban la bahía y surtían a los barcos atracados en lo que hoy es la Base Naval. En las semanas en que aquí se reunían las flotas de galeones que venían o iban hacia España la actividad era frenética. Burros, carretas y carretillas -muchos de ellos cargando agua- formaban nudos de tránsito difíciles de sobrepasar. Hay construcciones actuales en el Arsenal cuya estructura básica fue un aljibe colonial.
Algunos de esos pozos coloniales llegaron hasta nuestros días. Hace pocos años funcionaba uno en la calle del Carretero, en el predio que le decían La Carbonera, del que los vecinos se surtían cuando se cortaba el servicio del acueducto, cosa que era bastante usual.
Potras y pandemias
Pero el agua acumulada significaba permanentes problemas de salud pública porque era el factor clave para diseminar las gastroenteritis, la disentería, la hepatitis, la fiebre tifoidea y la poliomielitis, entre otras enfermedades. Cada cierto tiempo, los aljibes favorecieron epidemias como las de cólera, que se ensañaron particularmente con nuestra ciudad. Sin embargo, solo hasta finales del siglo XIX se descubrió de manera científica ese nexo. Las ciudades y barrios densos de gente -como Getsemaní- empeoraban el problema.
También había otra enfermedad tropical que producía efectos muy visibles: la filariasis, llamada “potra” en el Caribe colombiano. Era producida por un gusano nemátodo de orígen africano cuyas larvas viven a sus anchas en aguas quietas -como las de los aljibes- desde donde los zancudos las trasmiten a los humanos. Producen elefantiasis que en algunos casos se manifestaban en el escroto y el pene, causando una deformación difícil de ocultar.
Ciudades como Londres o París acometieron obras gigantescas para dotarse de acueductos y alcantarillados. Era el primer paso para volverse más saludables. El ejemplo fue seguido por muchas otras ciudades del mundo. En Cartagena eso se volvió una necesidad en la que coincidían todos. Además, el nuevo canal de Panamá impuso como política comerciar solamente con urbes que tuvieran unas garantías mínimas de salubridad. Esto, para evitar nuevos episodios de epidemias que hubieran paralizado todo el tráfico marítimo por su canal recién inaugurado, que fue la razón inmediata de que se fundara la nación hermana, que tantos nexos tenía con Cartagena y Getsemaní.
Por aquellos tiempos la ciudad seguía creciendo. En los barrios del Centro y en Getsemaní el sistema colonial de aljibes, pozos y sus vías de desagüe por “husillos” en las murallas o vertidas al caño de San Anastasio llevaba siglos de decadencia. El primero de varios intentos por traer agua a Cartagena data de 1892, pero falló. La ciudad no tenía recursos para costear una red de acueducto en tubo de hierro así que la fórmula era entregarlo a empresas extranjeras que recuperarían la inversión cobrando por el servicio a los usuarios finales, fuera para vivienda, comercio o industria.
La situación era de tal gravedad que en 1903 el gobernador de Bolívar expidió un decreto según el cual:
“Se restringía el uso del agua de "los aljibes pertenecientes al gobierno" o "aljibes públicos" para "consumo de las tropas acantonadas en esta ciudad y para las personas enteramente pobres"; creaba el empleo de "celador de aljibes públicos" entre cuyas funciones se contaban la de asearlos por dentro y en sus canales, procurarles puertas y vigilar que se mantuvieran cerradas. El uso del agua limpia era un privilegio en la Cartagena de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, pues había que comprarla y los aljibes públicos, por su mal estado, constituían un verdadero peligro para la salud. La salud era, pues, otro privilegio de las gentes pudientes”.
La base del actual acueducto que trae agua desde Turbaco (Matute) comenzó a operar en 1907, año en que se estableció la empresa Cartagena -Colombia- Water Works Co, cuyas oficinas quedaban detrás de la estación del tren en La Matuna, al frente del parque del Centenario. En paralelo se fortalecían las iniciativas para cegar los pozos y sellar los aljibes. En 1908 la Junta Departamental de Higiene ordenó:
“Cerrar con tela de alambre los aljibes, los tanques y demás depósitos de agua porque estando al descubierto se convertían en "criaderos de mosquitos". La policía sanitaria fue encargada de recorrer todas las calles de la ciudad impidiendo que las personas derramaran agua, formando charcos, que favorecían la reproducción de dichos mosquitos. El gobierno nacional comenzó a estudiar el problema de la pavimentación y alcantarillado de la ciudad para evitar la gravedad de los males provenientes de la multiplicación de los insectos”.
Aquello fue un tema de conflictos entre los habitantes de barrios como Getsemaní -donde los pozos y aljibes tenían tanta importancia y tradición- con la policía sanitaria, a la que acusaban de intentar quitarle por la fuerza el agua al pueblo. En 1909 se ordenó “el cierre de los pozos públicos y privados y desecar por los métodos conocidos (rellenos etc.) los lugares de la ciudad donde existan aguas estancadas”. Se insistió en que los dueños de aljibes o tanques los mantuvieran sellados con alambre de cobre. La multa por no hacerlo era de 5 a 50 pesos oro. Sin embargo, el acueducto no tenía un buen servicio, así que cumplir esas y las otras normas relativas era dejar sin agua a los sectores populares, entre los que Getsemaní sobresalía.
Pato Donald en el Padilla
El tema del agua y la salubridad no era solo de Cartagena, sino de todos los llamados ‘países en vías de desarrollo’. Los cines eran una manera directa de hacer llegar mensajes. Así ocurrió con una película institucional Los Tres Caballeros, que implicó a la filantropía de los Rockefeller, al estudio Walt Disney y a una organización previa a la Organización de Estados Americanos. En ella el Pato Donald es un gringo; Pepe Carioca, brasileño y Pancho Pistolas, mexicano. La película, como otros mensajes institucionales de salud, la pasaron en los teatros populares, incluyendo casi sin duda, al Padilla y al Rialto.
Pero, cosa curiosa, el afán de dotar de agua a la ciudad no iba acompañado del mismo empuje para construir la red de alcantarillado. Se intentaba solucionar la mitad del problema, pero la otra mitad quedaba en el aire. “En 1929, se autorizó al alcalde del distrito, Enrique Grau, para que adelantara las gestiones necesarias a la pavimentación general de las calles de Cartagena, Getsemaní y otras avenidas extramuros” y al año siguiente se nombró una junta para el alcantarillado que era un tema conexo con la pavimentación. Nótese cómo se menciona a Getsemaní como algo externo a la ciudad, lo que denota una tendencia que pervivió mucho tiempo. Las cosas para el barrio se demorarían mucho más de lo previsto en concretarse. Aún hoy los vecinos mayores recuerdan las luchas de los líderes del barrio para que las distintas calles fueran incluidas en los planes. Hay recuerdos de los años 60 y quizás hasta los 70 de calles que fueron excavadas para enterrar las tuberías. Muchos getsemanicenses recuerdan que pasaron su infancia en calles de tierra y sin autos circulando. El agua que faltó por tantos siglos por fin fluía al alcance de un grifo.
Para saber más:
La reportería de este artículo resultó principalmente de conversaciones y aportes del arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa Vergara, complementados con datos específicos y principalmente el artículo académico siguiente, de donde provienen las citas largas:
Los circuitos del agua y la higiene urbana en la ciudad de Cartagena a comienzos del siglo XX
https://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0104-59702000000300006
La referencia sobre cine y salubridad fue aportada por el profesor Ricardo Chica Geliz, de la Universidad de Cartagena.