Foto: Fotografía: Colección Jaro Pitro. Derechos reservados.

Desenterrar las raíces

MI PATRIMONIO

Excavar y hacer arqueología en las zonas históricas de Cartagena significa largas jornadas de un minucioso trabajo para desenterrar y darles de nuevo la luz a objetos y restos que no la han visto en siglos. Un botón partido, un pedazo de loza o un pequeño resto óseo resultan ser muy elocuentes para quien sabe interpretarlos.

Para eso están Mónika Therrien y su equipo. Ella ha excavado en Cartagena desde 1988 en sitios clave del Centro como el conjunto San Pedro Claver o la primera Catedral, pero no lo había hecho en Getsemaní. Estaba muy interesada en comparar, encontrar patrones o diferencias, en seguir rastreando nuestra historia que yace capa por capa, apretadísima una sobre la otra en casi todo el subsuelo del barrio, que es de piedra coralina y abajo de ella una arena muy limpia. Hasta allí deben llegar los arqueólogos pues hay que recordar esto era una isla.

“Todas las excavaciones habían sido en el Centro. Esta la primera que se hace fuera. Para mí es algo nuevo. Entiendo que en Getsemaní no hay reportados trabajos arqueológicos de esta envergadura”, nos dice Mónica, una de las antropólogas más reconocidas en el país.

En el terreno donde ahora trabajan, el del Claustro San Francisco y los viejos teatros que hacen parte de un proyecto hotelero en construcción, han encontrado nuevas evidencias de un pasado que llega, como mínimo, a los comienzos de la Colonia.

“Nuestra meta es entender cómo funcionó el convento de San Francisco, saber qué espacios y servicios ofrecieron a la comunidad. También descubrir si debajo había o no un asentamiento prehispánico. Además, pretendíamos relacionar estos hallazgos con los del Palacio de la Gobernación, que habíamos excavado antes. Este era el único convento religioso en Getsemaní, así que sus aportes a la comunidad eran fundamentales”.

Quizás lo primero sea aclarar que no se trata de un conjunto de obras que haya nacido de una sola vez en la forma como lo reconocemos ahora. Ningún obispo o jerarca revisó los planos, dispuso del dinero y mandó construir de una vez claustro, templo, capillas, refectorios y patios. Todo fue un proceso de siglos y muy fragmentado. Aunque había disposiciones generales desde la alta jerarquía católica en Roma sobre cómo debían construirse estos conjuntos, el de San Francisco, como tantos otros en América Latina, empezó de una manera un poco más prosaica: ranchos de paja y madera en lo que debió ser un matorral. Luego, tumben aquí, pongan allá, suban una pared de barro, después otra, luego tumben las dos y hagan algo más robusto, sumen un predio u otro, hagan una capilla, recórtenla a la mitad, hagan un ala. Un va y viene que duró siglos y abarcó generaciones.

Desenmarañar ese proceso de construcciones superpuestas y paralelas es una tarea árdua. Los arqueólogos intentan interpretarlo hasta donde les alcanzan los profundos conocimientos de su oficio, de la historia de la Colonia y de Colombia o de los hallazgos en Cartagena y otras ciudades del Caribe. Pero casi siempre lo que descubren son fragmentos, muchas veces minúsculos. Es como un rompecabezas del que no se sabe cuántas piezas tiene y a veces ni siquiera cuál es la figura que hay que armar. Por eso Mónica y su equipo insisten en el carácter provisional de las explicaciones con las que intentan darle sentido a los hallazgos. Hoy se puede pensar que algo es así y mañana una investigación inédita en el Archivo de Indias nos puede revelar que en realidad era asá.

“Arqueológicamente hemos encontrado cómo empiezan a construir el templo principal y al menos el primer volúmen, dónde iban vivir, con sus celdas. Ahí vamos buscando y tratando de entender cuáles fueron los diferentes espacios, los más antiguos y los más recientes, los usos que les daban”.

Uno de sus mejores aliados es la basura. “Cada vez que querían cambiar un espacio tenían que cambiar el terreno. Entonces juntaban la basura disponible y la botaban ahí, en la base, como relleno. Con suerte, en las excavaciones nos aparece esa basura: platos, carbón, las cenizas, etc. Con todos esos materiales tenemos un estimado de en qué fecha se produjeron”.

“Vamos excavando por pisos y encontrando capas de acuerdo a diferentes colores. En un nivel, por ejemplo, nos encontramos la tableta de adoquín y el morterito para pegarla, arena de cal, un piso de relleno, con suerte hecho de basura. Luego encontramos otro piso viejo, otro morterito y más relleno para nivelar el piso”.

“En un plano del 1600 dice que había muchas huertas y bosques. Resulta interesante porque quiere decir que este “arrabal” era muy bonito”, dice Mónika. Ella, como otros, tiene indicios de que incluso desde sus primeras épocas el barrio no era tan arrabal como se piensa. Pero esa es otra historia, para otro número de El Getsemanicense.

Cerca o lejos del altar

Durante la Colonia las iglesias y sus espacios anexos eran el cementerio. No había uno aparte, como ahora. Se enterraban difuntos debajo de los pisos, en las capillas, en el atrio, pero no en cualquier orden. Los más pudientes quedaban cerca del altar y lejos de él los que menos aportaban. Los más ricos financiaban la construcción de su propia capilla para ser enterrados ahí con sus familias.

“Generalmente enterraban a la gente con los pies hacia el altar porque el día de la resurrección ellos se iban a levantar para estar al amparo de Dios. Una cartagenera me contó que a sus parientes los habían enterrado así y también me dijo: -el día que yo me muera me entierran por acá cerca, porque a mí no me van a llevar a un cementerio-”, explica Mónica. A los sacerdotes  los enterraban al contrario, con los pies hacia la salida para ser los primeros que recibieran a los feligreses resucitados.


¿Atrio y puerta lateral?

Los huérfanos, los pobres, los desposeídos y las mujeres solas no tenían un espacio para ser enterrados dentro de las iglesias. Se lo hacía en el atrio, afuera. Los arqueólogos están hallando indicios de que el atrio de la capilla de la Veracruz era lateral y con una posible puerta de entrada, Es posible que los entierros en los atrios de este lado de la ciudad fueran bastante mezclados: indígenas, afros, blancos, mestizos. Al parecer las normas raciales no eran tan estrictas.

Enterramiento de niños

En la Colonia a los niños solo los bautizaban hasta los siete año cuando tenían “conciencia de Dios”. Antes de esa edad por no estar bautizados no los podían enterrar dentro de las iglesias ni en las capillas. Al parecer se les organizó un espacio en lo que años después sería el Patio de Lectores. En algún momento fueron enterrados muchos en muy poco tiempo, posiblemente por una epidemia de peste. En otras capas hay algunos en pareja y otros en individual. Una pareja está enterrada sobre una gran tortuga. En general los restos discernibles son pocos y están en mal estado. Solo ojos expertos se percatan de qué se trata.

“Hay muy poco material. Algunos restos tenían unas telitas, que pudieran ser un gorrito como el de los curas y que están saliendo de un tono verdoso, posiblemente de hilos de plata. Es decir, quizás no eran tan pobres como se pudiera creer”

Sin embargo, dentro de la Veracruz aparecieron dos esqueletos de ninos. Se sabe de al menos un caso en el que un padre tuvo un pleito legal con los franciscanos para que le permitieran enterrar a su hija dentro del templo.


Dos templos y dos capillas

Lo que hoy llamamos Capilla de la Veracruz, era realmente un templo como el de San Francisco, justo al lado. Durante décadas ahí funcionó un teatro de variedades, que  luego entró en desuso. Pues bien, el original Templo de la Veracruz tenía dos capillas. La primera presumiblemente era la de San Antonio, la más antigua y ya conocida por los historiadores. De la segunda, quizás llamada San José, se tenían algunos indicios por planos antiguos, que no siempre eran tan rigurosos, pero con la excavación arqueológicas se precisó dónde están sus cimientos.


Patio de Lectores
Un ligero piso de adoquín parece ser el rastro de lo que fue el Patio de Lectores: un tradicional espacio para que los religiosos salieran a leer la Biblia caminando alrededor. Encima de él se encontró un basurero con restos de artículos de cocina, muy probablemente del momento del siglo XIX cuando algunos inmuebles religiosos pasaron a ser cuarteles militares.

Más estudios

Un estudio histórico y documental previo, a cargo de los especialistas Ricardo Sánchez y Rodolfo Ulloa le aportó elementos a la investigación arqueológica. A su vez, los hallazgos de esta ayudarán a continuar la investigación, a cargo de Sánchez. Por protocolos del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) los hallazgos en bioarqueología y los restos materiales deben ser analizados por un laboratorio especializado. El mejor en el Caribe colombiano es el de la Universidad del Norte, donde se hará ese análisis, con el visto bueno del ICANH.  


Puesta en valor

Como una de varias estrategias para poner en valor esta riqueza cultural, el Proyecto San Francisco planea habilitar unas ventanas arqueológicas para que se puedan ver algunos de estos hallazgos arqueológicos, que también se están incorporando a los diseños del proyecto.