El tinglado de los Zambrano
Manuel Zapata Olivella
“Diocleciano, acorde con el temperamento belicoso de la familia, fue quien introdujo el boxeo en el barrio. Detrás de la fachada de ladrillo, entre la fragua del padre y el tendal donde se hacinaba la parentela de hijos, nietos y arrimados, clavó los cuatro puntales del ring”.
“Una mañana las cuerdas aparecieron sujetas a las estacas como si estuvieran allí desde mucho tiempo atrás. La noche anterior el “Maco” desvalijó el encordado de los mástiles de dos chalupas varadas en la playa del Arsenal. Bajo un árbol de higo, cuyas raíces caminadoras habían derruido las paredes de la construcción colonial colgaron el saco lleno de arena y aserrín para los entrenamientos. Así comenzó el tinglado de una profesión para quienes sólo conocían las palizas de la miseria y los desengaños”.
“La industria de los golpes pareció promisoria, al menos por los repetidos triunfos de Diocleciano, un semipesado a quien todos vaticinábamos una corona mundial. Siempre que llegaba a Cartagena algún púgil de fama procedente de Panamá, Cuba, Puerto Rico o República Dominicana, encontraba dispuesto el cuerpo del negro Diocleciano. Lo recuerdo, memoria trágica, la noche en que se enfrentó a un estilista del ring, avezado pegador, Kid Centeno, oriundo de Cuba. Lo trajeron a su casa sobre los hombros de sus segundos, inconsciente, pesado, moribundo. Un médico del barrio, beisbolista, logró resucitarlo con sales de amoníaco. Despertó con el inconsciente traumatizado. Gritaba, trabados los dientes: “¡Quítenmelo!”, “¡quítenmelo!”.
“¡Pero había resistido ocho inolvidables asaltos al legendario Centeno!”
“Aquella derrota, convertida en victoria pírrica, bastó para que el cuadrilátero trazado en el suelo se convirtiera en entarimado. Un pedazo de riel servía de campana. Lo demás lo puso el instinto deportivo y fiestero del barrio. El “Maco” comenzó a cobrar por la entrada a los combates de los sábados o domingos donde él o sus hermanos hacían parte del cartel. Fue por esos tiempos cuando el machigua Domingo, con el apodo de “Baby San Bias”, abandonó la fragua y se sumó a los aspirantes a campeones mundiales”.
“Desafiando el riesgo de la contaminación y las advertencias de mi padre, yo era un visitante clandestino de los Zambrano. La algarabía del público aplaudiendo los combates de los boxeadores; los trompos de totumo de Trino, capaces de volar por encima del techo de las casas, eran tentaciones demasiado fuertes para que pudiera resistirlas. Siempre que podía abandonar cuadernos, tiza y lápices en el colegio de mi padre, me escapaba a la universidad de mis vecinos, donde era bien recibido”.
“El menor de los Zambrano me invitaba a boxear; él mismo me ponía guantes hechos con los pedazos de lona que le sobraban al hermano. Aún recuerdo el terror que sufrí al verme por primera vez con aquellos guantes como si estuviera armado con espuelas de gallo. Mi miedo no provenía de los golpes que pudiera propinarme el amigo, sino de la ofensa que pudiera recibir mi padre al saber que uno de sus hijos había iniciado el aprendizaje de un deporte que para él constituía un delito. “¡Quítamelos!”, pensaba, pero enfrentado a las trompadas del amigo, cabriolando y dando muestras de aguerrido, aprendí que para sobrevivir en el barrio debía aceptar aquel desafío. Aunque nunca llegué a ser un boxeador profesional, esa mañana recibí las primeras lecciones de un arte que me ha permitido esquivar los muchos asaltos matreros que me ha dado la pobreza”.
¡Gloria eterna al "Ñarro"!
Pedro Blas Julio Romero
“De una u otra forma, el boxeo consigue ir categorizando al conglomerado getsemanicense casi como en algo de su sentido de pertenencia. A tal punto que cuando más de dos estaban enfletados con alguna jevita, pues ella de manera muy sabia lograba solucionar aquello expresándose de manera imperativa: “Por favor, empiecen ustedes ahí mismo a organizar un campeonato”, decía la disputada jevita. Por orden de la misma se daba comienzo a un campeonato entre sus numerosos pretendientes. Siendo, por lo tanto, que de a dos en dos empezaban a darse trompadas… sin guantes. Ella, al vencedor magullado, goteando sangre, le tomaba de la mano, sabe dios, a cuál imprevisible rumbo por recovecos con la piedra”.
“Duros como ‘El Ñarro’ con quien el ‘Curita Meza’, hoy eminencia de ingeniero, jugábamos a los dados ‘seven leven’ y al ‘tablón’ y de ahí salía otra vez la trom pera. Sí, buena trompada que nos dimos con aquel ‘Negro Warru’, ‘El Ñarro’, ‘El Pinkiboy’ y el ‘Curita Meza’. Eso sí, sin dejar de ser siempre hermandad getsemanicense. Se encuentra a la palestra Getsemaní en lo concerniente al pugilismo a mano limpia. Repitiendo yo con mucho regocijo que de la misma forma como nos rodeaban ovarios de salas de cine, de manera similar nos cubrían gimnasios de boxeo. El boxeo a mano limpia siempre fue nuestro deleite. Y el público a partir de las siete de la noche en sendas apuestas, se acomodaba encaramado por las ventanas, que hasta en los tejados, por no dejar de verse un combate a mano limpia del ‘Ñarro’ con ‘Joselito Omar’, de la Calle San Juan. O del ‘Miguelito Puello’ de la Calle Magdalena, con quien saliera ganador del combate entre ‘El Ñarro’ y ‘Joselito Omar’. Que después de aquellos combates salíamos con la ganancia de las apuestas, gracias al fenomenal gancho de izquierda del “Ñarro”, hacía los ovarios de salas cinematográficas con que la vida, en otra orilla de la noche, a los getsemanicenses nos arrullaba.... ¡Gloria eterna al "Ñarro" y a su gancho de izquierda...!
Extractos de:
¡Levántate mulato!
http://zapataolivella.univalle.edu.co/obra/
Texto de Pedro Blas Julio para la postulación de la Vida de Barrio de Getsemaní a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial.