Y sí: ella escribe el Barbosa con ‘s’, no con la ‘z’ de su antepasado, que en algún momento se trastocó. Sofronín hizo parte de un par de generaciones de getsemanicenses del siglo fines del XIX líderes en la medicina y la academia, pero también hizo una inmensa fortuna en inmuebles, sobre todo en El Pedregal y en San Diego: en la familia se dice que fueron casi cien, contando casas accesorias y puede que también las subdivisiones de inmuebles más grandes. Aún así la cifra da un indicio interesante.
Según recuerda Sofronín tuvo dos hijos, uno de los cuales no tuvo descendencia, así que a su papá le tocó la herencia. Pero tuvo trece hijos: los cinco de la familia de Evelia y otros ocho en distintos hogares. Respondió por todos y cada uno recibió su parte.
Evelia recuerda que las casas que iban desde la mitad de Tripita y Media, dando la vuelta a la esquina hasta donde actualmente queda un almacén de eléctricos sobre la avenida Daniel Lemaitre, eran directamente de su papá, Euclides Barbosa Barrios, quien se dedicó a administrar los demás bienes de Sofronin.
Pero con su familia crecieron cerca de ahí, en una casa de madera por los lados de la calle de Las Tortugas y la Daniel Lemaitre, donde hoy quedan unos almacenes de telas. Desde ahí veían el peladero de La Matuna, donde se instalaban los circos y las ciudades de hierro que son un recuerdo imborrable de su infancia. También estaba allí un paradero de buses. En el centro de ese lote recuerda una escuelita de kinder más o menos donde está el edificio de Telecom.
Y, cosa curiosa, a Carlota, que era la hermana mayor, y a ella las internaron en el Colegio Lourdes, que quedaba donde después estuvo la Femenina y que originalmente se llamaba la Obra Pía, a mediados de la Media Luna. La recuerda como una época feliz y divertida: el colegio y el dormitorio compartido con otras niñas, los baúles donde guardaban sus cosas y el saco de ropa sucia que debían llevar a la casa al salir el fin de semana.
Después del bachillerato estudió comercio, algo usual en la época. Su trabajo más adorado fue en el Bienestar Familiar, donde duró treinta y seis años, hasta pensionarse. “Cuando empecé a trabajar las oficinas estaban en Olaya Herrera y todavía no se habían creado los hogares de bienestar. Luego nos pasaron a Turbaco para empezar a abrir los hogares, haciendo visitas primero y un censo; me fascinaba trabajar en la parte de educación con las madres comunitarias; yo aprendí mucho de ellas”.
En lo personal se casó y tuvo tres hijos: Sara, Luis y Sadie Herlinda Pérez Barbosa. Lamentablemente hace pocas semanas falleció Luis por complicaciones de una enfermedad crónica.
“Mi papá no nos dejaba salir a ninguna parte; nos criamos como en una cárcel con la puerta cerrada en la casa de madera, pero a mí me gustaba mucho cantar y me decía —Ay cómo hago para poder cantar, no sé cómo será—”.
Hasta que llegó el concurso de voces de la Emisora Fuentes, al que se pudo inscribir. Era para aficionados y se cantaba en vivo. Evelia tenía unos catorce años. “Los días de concurso me levantaba temprano, me vestía y ponía la emisora, que era la Emisora Fuentes, que quedaba en el Centro. Y cuando yo veía que faltaba un poquito pegaba una carrera, y llegaba allá. Entonces decían que “le toca cantar a fulana de tal” y yo lo que hice fue cambiarme el nombre a “María Castro”; que no sé de dónde lo saqué”.
Un día su papá le siguió la pista y descubrió el secreto, pero ella ya estaba en el estudio y apenas lo entreveía por una hendija de la puerta. Aún así no le tembló la voz y cantó lo suyo. Un rato más tarde, con unas manzanas de regalo le dijo: —Bueno mija, pero tú ahora te podrás cambiar el nombre a Evelia Barbosa, que es como te llamas—. Pero Evelia le respondió: —No, el que me está dando fama es María Castro—. De ahí en adelante la acompañaba a la emisora.