El homenaje fue alegre y emotivo. Fue el 9 de enero de 2018, el día de su penúltimo cumpleaños. El barrio se congregó alrededor de aquel hombre en silla de ruedas, con una sonrisa enorme, recibiendo el cariño de los vecinos y de sus ex alumnos. Era el profesor Fortunato Escandón, el fundador del colegio Camilo Torres.
“Era un negro con clase, que sabía tratar y al que le gustaba que lo trataran bien. Nunca me dijo una mala palabra. Nunca”. Ese es el primer recuerdo que aflora en Dominga Pérez, la legendaria partera, con quienes compartieron la vida por 67 años. Ella nos recibe en su casa de Torices, en una esquina discreta, sin comercio. Es modesta, de las originales, pero con una gran terraza que cubre ambos lados y en las que dan todas las ganas de sentarse a tomar el fresco de la tarde. Eso era lo que hacían Dominga y Fortunato en los últimos años, cuando las piernas ya no le daban para salir a la calle.
“Era callejero como él solo. En las Fiestas de Noviembre se perdía desde el Bando. Me enviaba un papelito: mándame esta ropa y estas camisas”, recuerda Dominga. Añoraba tanto el Cabildo que hasta ese 2018 -el último año en que pudo- lo esperó a su paso por Torices, con su jarra de aguadepanela para ofrecerles a sus antiguos vecinos. Al terminar su jornada en el colegio llegaba a su casa, se cambiaba y echaba para afuera. “Las tertulias eran con Alejo, Quique, Roberto, Juancho Castro, el doctor Arredondo… Muchas veces se iban al parque Centenario y podías verlos a todos en una banca ”.
Vivieron en la calle del Espíritu Santo, en una casa tan grande que había que darse un paseo para llegar a la cocina. “Te voy a regalar unos patines”, le bromeaba a Dominga. Allá se levantaba temprano para ir al Mercado a hacer las compras. “Le fascinaba el pescado en todas las formas, la carne hilachada y el sancocho de gallina con carne salada”. También le gustaba el deporte, sobre todo el béisbol. Y bailar. “Era de los de un bolero en una baldosa”, dice ella.
Había nacido en la calle de las Palmas en 1924. Su papá era don Bartolomé Escandón, un prestigioso médico. Su mamá era Cástula Acosta, otra partera de leyenda, conocedora de las plantas y sus propiedades curativas. Así que la vocación debió haber sido la de médico, pero en cambio fundó el colegio, que primero funcionó en la casa donde quedaba el sindicato de choferes, luego en la de los loteros, hasta que lo llevó a la calle de Carretero, donde duró más tiempo. Hace unos 25 años lo llevó a Torices, a la misma casa donde nos recibe Dominga. Vivían en un apartamento cercano. “Ya no me siento con tanta habilidad ni tanta fuerza”, les dijo varias veces, antes de cerrar el colegio que fue tan importante para él y para el barrio.
Con Dominga se conoció después de que ambos habían tenido un matrimonio previo. Luego lo suyo si fue para toda la vida. Tuvieron tres hijos: Teresa, abogada; Elías, odontólogo que vive en Nueva York hace más de veinte años; y Ligia, maestra. A sus 94, Fortunato murió de achaques de la vejez, pero lúcido y recordando siempre su barrio.