Getsemaní de espanto

EN MI BARRIO

Para creencias, agüeros y temores todos tenemos alguno, pero démonos una licencia en este octubre de brujas y espantos para sacarlos a la luz e imaginar un Getsemaní poblado de fantasmas, misterios y leyenda. 

Pensemos, por ejemplo, en los cuentos de miedo que el viejo Mario Vitola, el Viti, les contaba a los niñitos del barrio: que en algunas noches todavía se escuchan las cadenas de los esclavos arrastrándose. Y que también podían escucharse ruidos y golpes en las paredes y que esos eran los esclavos que abrían huecos en las paredes para esconder los tesoros antes de que llegaran por ellos los piratas.

O también en el forajido al que muchos en el barrio aseguraban haber visto pasear por los tejados en la noche, como un fantasma, inmune a las balas y peligros, tanto de la ley como de sus enemigos, porque tenía una aseguranza. “Hay gente muy supersticiosa y que rumora que en la casa donde vivió todavía se escuchan ruidos extraños. Esa casa era el epicentro de peleas, balaceras y escándalos. Dicen que cuando lo mataron empezaron a sentirse esos mismos ruidos de cuando estaba vivo”, nos dijo un vecino.

 Y qué tal -y parece que no es cuento sino verdad vista con ojos propios y que nos ha contado quien lo vió- que en alguna azotea, hace no muchos años, había vecinos que practicaban el vudú, con gallinas despescuezadas y la sangre en el caldero. Y también se habla de una casa donde se hacían sesiones espiritistas.

Y en los viejos teatros, donde de día había películas y risas, pero de noche a muchos de sus trabajadores les daba miedo deambular solos por ahí. Se escuchaban rumores de que aparecía una mujer. Y que le gustaba hacerlo cerca de la escalera de caracol que subía a la sala de proyección, cuyo encargado, el señor Narváez, decía con temor -Allá sale una sombra-. Entonces más de uno prefería quedarse toda la proyección trepado arriba antes que bajar a comprobar si lo de la sombra era cierto. Y eso que no sabían que debajo de todo aquello habían enterrado a cientos de personas, cuando los templos eran el cementerio natural del pueblo.

Y otro técnico asegura haber visto un fantasma que andaba por los teatros Bucanero y Calamarí “Un día estoy pasando del Teatro Cartagena para el Calamarí, cuando alzo la cabeza y veo en la puerta una sombra y empiezo a gritar y dije: -¡No joda! ¡Yo no voy a hacer más nada aquí! Yo si vi esa sombra”, asegura todavía hoy, tantos años después.

Pero el susto que sí fue real fue cuando aprovecharon un disfraz de Freddy Krueger -muy realista, que les proveyó la distribuidora de la película Pesadilla sin fin- y un empleado se lo enfundó. Llegada la noche y cuando había más gente en la fila, saltaba de improviso desde un rincón que habían calculado minuciosamente o con estudiada teatralidad le tocaba el hombro a algún desprevenido ¡con la garra de metal! O lo escondían detrás del telón del teatro y salía de repente justo después de que apagaban las luces. Eso, nos cuentan, era el propio pandemonio.

Y el joven músico Faruk Kozma también tiene su historia: “en el callejón Ancho había una casa grande en la que vivían varias familias. En la última habitación se escuchaban pasos y ruidos cada vez que alguien se mudaba. En realidad nadie de mi familia creía eso, ¡hasta que nosotros nos mudamos ahí! Las dudas se despejaron del todo cuando sentimos que nos jalaban los pies en la cama, que las puertas se cerraban solas y que mi mamá y mi hermana vieron sombras. En ese cuarto yo sentía escalofríos. Se hablaba de que en ese sector se realizaban enterramientos hace muchos años”. 

Una Getsemaní de espanto y leyenda, para entretenernos un poco antes de que nos lleguen el próximo susto de los servicios públicos o del predial ¡Eso sí que da miedo!