José David, un guajiro en la Escuela Taller

SOY GETSEMANÍ

José David Guerra camina por los pasillos de la Escuela Taller de Cartagena, en la calle del Guerrero. Saluda a sus compañeros levantando las cejas y sonriendo a medias. Lo conocen mucho. Y cómo no, si en 2017 recibió todos los aplausos y reconocimientos por ser el mejor egresado de su promoción. Es alto y delgado. Se sienta en una banca, recoge sus piernas y reflexiona sobre su vida, a los 23 años. Al comienzo se muestra tímido y no te mira a los ojos, pero en cuestión de minutos se convierte en tu ‘vale’.

La Escuela Taller

“Llegué a la Escuela Taller por el presidente de la Junta de Acción Comunal de mi barrio, el Nelson Mandela. Me dijo que había unos cursos. Yo le pregunté: -Pero, ¿hay que pagar?-. Y me dijo -vas a pagar con lo que tú hagas-. Vine y presenté un examen que gracias a Dios pasé. Yo tenía la idea de estudiar carpintería pero al final escogí pintura”.

Al inicio le costó adaptarse al grupo. “Me daba pena hablar. Le comenté al profesor que no quería hacerlo por mi problema de labio leporino”. Un tema de toda su vida. “Había momentos en que no hablaba con nadie. Me afligía porque pensaba que me rechazarían por mi forma de hablar”. Pero en la ETCAR lo superó rápido. “Con el tiempo me gané la confianza con mis compañeros, nos fuimos conociendo y empezó el desorden. Eso sí, éramos juiciosos en las tareas y actividades”, dice mientras se ríe.

“La historia de vida de mi maestro también me inspiró; le tocaba salir a las cuatro de la mañana. Aquí hay compañeros que viven en el barrio y les da flojera ir a clases. Yo me levantaba a las cinco”.

Pintando Getsemaní

Cuando iban a grabar la película de Will Smith nos tocó pintar casi todo el Callejón Angosto. Allá tuve una experiencia muy bonita: mientras pintábamos, un vecino de la calle nos decía: -si necesitan agua o un favor aquí está mi casa a la orden-. Si necesitábamos buscar algo él mismo se ofrecía. Me pareció muy chévere porque siempre hay ese amor hacia el prójimo. Él ni siquiera nos conocía y de una hasta nos ofreció guardar las cosas en su casa”.

“También pintamos la casa de la esquina de la calle San Antonio, por el lado de La Trinidad. Era complejo porque a veces el color quedaba subido o bajito. Lo mismo que en el Callejón Angosto con una casa que pintamos cuatro veces, en la que nos exigían una tonalidad perfecta”.

“A veces terminábamos nuestras obligaciones y nos íbamos a compartir un rato a la Plaza de la Trinidad con los señores de aquí. Es muy chévere porque ellos cuentan la historia del barrio. Lo que más me gusta del Getsemaní son sus casas. Me encantaría vivir acá. Uno ve por fuera que son pequeñas, pero cuando entras son inmensas. Es algo muy bonito; el diseño, los colores, todo es colonial y llamativo”.

“El trabajo que más me enorgullece ha sido pintar la fachada de la Escuela. Es como agradecerles, porque sin ellos no hubiese podido subir un peldaño más en mi vida. La Escuela Taller me cambió la vida porque me brindó la oportunidad de estudiar sin pagar nada. Uno adquiere un título y ahora estoy ejerciendo en el área laboral”.

La confianza y los sueños

“Tuve mi primera novia en el grado 11. Con los años fui adquiriendo confianza y hablaba con todo el mundo, pero me daba pena conversar con las mujeres. Un día me pregunté: -pero, ¿por qué? si yo estoy bien, estoy mejor que mucha gente; tengo mis piernas y muchos no las tienen. Mi problema sólo está en mi voz-. Entonces tomé valentía y me le declaré. Ella me dijo: -¡tú estás jodido! Yo estaba esperando que tu me dijeras eso hace rato-. Si logré eso, que pensé que era imposible, quería decir que soy capaz de hacer muchas cosas. De ahí he tenido muchas novias”, dice con sonrisa pícara.  

“Mi mamá siempre ha estado conmigo. Ella es el motor. A mi papá lo conocí el año pasado: yo sabía que tenía uno porque yo estoy vivo. Nos vinimos para acá por la violencia. Yo tenía siete años y dejamos todo allá en Conejo, en la Guajira”.

Lleva más de trece cirugías en su labio y paladar, la primera a los tres meses, “y me faltan todavía una o dos más”. Quiere llegar a ser ingeniero o arquitecto para “poder construirle esa hermosa casa a mi mamá”.