Gastón Lelarge imaginó una Cartagena que tuviera edificaciones convertidas en los hitos visuales y de arquitectura que no tenía la ciudad de hace un siglo. Imaginó un bulevar rodeado de un edificio para la Gobernación, otro para la Alcaldía, uno más para una Exposición Permanente y un Edificio Nacional de Correos y Telégrafos. Los diseñó todos minuciosamente; pero ninguno de ellos fue construido al final.
Se diría que fracasó en su empeño, pero no. Le legó a la ciudad parte de su perfil inconfundible: la cúpula amarilla de la Iglesia San Pedro Claver; la cúpula florentina y la remodelación de la Catedral; el Club Cartagena, que está siendo reconstruido y pronto recuperará su esplendor; el hotel Monterrey a unos pasos, que en su tiempo fue la casa de la familia Obregón ; el edificio Yabrudy, en donde hoy funciona el bar Alquímico y la casa Lecompte en la calle del Cuartel.
Llegó a Cartagena después de unos treinta años de grandes obras en Bogotá, pero también de cuentas que no le pagaban, de una persecución política y de la reciente muerte de su suegro. Era diciembre de 1920 y aquí viviría hasta su muerte.
“El arribo de Gastón Lelarge a Cartagena no obedeció únicamente a una alternativa para aliviar sus quebrantos de salud, pues esta ciudad costera le ofrecía un panorama halagador, ya que desde 1917 continuamente le hicieron invitaciones para adelantar allí la ejecución de múltiples proyectos y obras”, señala el recién publicado libro Gastón Lelarge, Itinerario de su obra en Colombia.
“Cartagena me parece de hecho infinitamente más hospitalaria para los extranjeros que la terrible Bogotá, donde la xenofobia es espantosa”, escribió Lelarge, según un artículo especializado.
“El señor Lelarge sabía lo que traía entre manos, y se empeñó en aclimatar en Cartagena edificios de prosapia francesa, como sentía él aquellas reminiscencias de su añorada patria (...) Era cultísimo, pero de temperamento terco y caprichoso. Se le metió entre ceja y ceja que la corona del escudo colonial de Cartagena debía ser mural, como la de París, por haber estado ambas ciudades rodeadas de murallas. Y por su cuenta le modificó la plana al rey Felipe II”, escribió Donaldo Bossa Herazo, el historiador cartagenero, quien también dijo que Lelarge fue “el más notable de los arquitectos que actuó entre nosotros”.
La mano prodigiosa
“Lelarge era un magnífico dibujante y acuarelista. Tenía una mano prodigiosa para diseñar. Eso no es posible encontrarlo en muchos arquitectos, ni siquiera de esa época. Dibujaba de memoria y era particularmente artístico. Su trazo era casi como el de David Manzur, de esa calidad. Algo impresionante. Cualquier boceto en un papel para ser construido es increíblemente proporcionado”, dice el arquitecto restaurador Ricardo Sánchez, quien conoce a fondo su obra.
Gabriel Páez, un amigo suyo de cuando vivió en la ciudad dijo: “Lelarge era introvertido, hasta el punto de que en los años que con él compartí en Cartagena llevaba una vida casi solitaria, sin más amistades que las de don Carlos y don Adolfo Lecompte”.
En sus últimos años vivió en el Corralón de Mainero, que quedaba en el actual sector de El Espinal, cerca del Castillo de San Felipe. Esa construcción tenía unos 120 apartamentos, de ochenta metros cuadrados, con cocina, baño y luz eléctrica, que entonces no era común. Vivía en uno de ellos y en el otro estaba su estudio y su archivo repleto de documentos, planos y bocetos. Un incendio parcial del edificio hizo que la mayor parte de aquello se perdiera para siempre.