Foto: Sergio Acuña

La Milagrosa: la escuela que se creció

EN MI BARRIO

Nuestra insignia pedagógica nació como una escuela de primaria para atender a las niñas del barrio y a las hijas de quienes trabajaban en el Mercado Público. Era una entre varias opciones que había en Getsemaní. Pero por diversas razones se fue quedando sola. Desde entonces se mantiene como una de las mejores instituciones públicas de la ciudad; luchando por mantener su legado y preservar el patrimonio; en medio de dificultades que se supondría ya superadas.

El comienzo es simple. Corría 1944 y el barrio hervía de gente: el mercado, las nacientes empresas, los talleres de madera, herrería y artesanía, el puerto… en pocas palabras: aquí había empleo y futuro. Cartagena era entonces la capital del gran Bolívar, que ocupaba una extensión similar a la de Costa Rica, y casi todos los recién llegados tenían aquí algún familiar o un conocido. Se trataba de una barriada popular, con servicios deficientes, calles sin asfaltar y un cúmulo de necesidades bastante lejanas del barrio actual. Abundaban los pasajes y las accesorias, las familias grandes y una inmensa comunidad de niños por atender. 

En ese contexto el Círculo de Obreros de San Pedro Claver (COSPC) fundó ese año la Escuela del Santísimo, la predecesora directa de La Milagrosa, en la casa del Espíritu Santo donde hoy funciona una de sus sedes.

El COSPC había sido creado un par de años antes por el padre jesuíta Aureliano Bustos, a semejanza del Círculo de Obreros de San Francisco Javier, que funcionaba en  Bogotá desde 1911. Recibió el apoyo de familias prestantes de Cartagena, según recuerda Florencio Sánchez, que veían en esa nueva organización una manera de encauzar su filantropía en la ciudad. Focalizó su acción en Getsemaní por el contexto mencionado arriba.

Algunos años después la escuela fue llevada al claustro de San Francisco. El Mercado Público quedaba cruzando la calle. Había sido usado para funciones muy disímiles desde la Independencia: casa de beneficencia, fábrica de sombreros o asilo de mendigos, entre muchos otros. Hay registro de que hacia 1940 la junta del Asilo de Ancianos vendió “lo que quedaba del antiguo convento (...) para levantar en su solar un edificio moderno para fábrica o cualquier otro uso”. La escuela del Santísimo creció, pues, en un inmueble ruinoso y eso pareció marcar uno de sus rasgos permanentes: una lucha sin fin para tener unas instalaciones adecuadas.

En 1946 se declaró al claustro franciscano como Monumento Histórico y Colonial y se prohibió “realizar en él demoliciones, construcciones o reformas de todo género, mientras el gobierno toma las medidas necesarias para incorporarlo al patrimonio nacional”.  En 1947 una nueva ley le ordenó a la Nación adquirir el Claustro y la iglesia de San Francisco para cederlos al Círculo de Obreros. 

Lo estatal y lo filantrópico

“En 1950, la escuela fue reconocida oficialmente mediante el decreto 71 y entregada a las Hermanas Vicentinas, quienes le dieron el nombre Escuela de niñas de La Milagrosa y la orientaron hasta 1965”, según documentos formales de la institución. 

En aquellos años había una relación intrincada de la que se han perdido los detalles pero que implicaba al municipio (Cartagena solo sería Distrito desde 1991), a la filantropía de algunas familias, a la comunidad vicentina y las dos organizaciones de origen jesuita: el COSPC -de origen cartagenero- y la Fundación Social -de alcance nacional-, que en sus respectivas y variables dinámicas institucionales fueron alternando y complementando su apoyo a La Milagrosa. 

En 1960 La Milagrosa fue trasladada a su actual sede principal, en la calle del Espíritu Santo. En 1964 se abrió en el claustro franciscano el Apostolado de la Máquina, fundado por Ana María Vélez de Trujillo, con el apoyo decidido del Círculo de Obreros y familias prestantes de la ciudad. Era el bachillerato natural para las niñas egresadas de La Milagrosa. Allí se les daban clases de secretariado, modistería o repostería. Visto ahora puede parecer anacrónico o anticuado pero en aquella época era todo lo contrario: la mujer colombiana estaba entrando de manera masiva al mundo del trabajo y había que proveerle formación y herramientas. Contribuir en esa revolucionaria transformación social estaba en la mentalidad jesuita de la época.

En 1965 el manejo pedagógico pasó de nuevo al Círculo de Obreros, aunque formalmente fuera una escuela municipal. Ese esquema fue relativamente común en aquella época en diversas ciudades del país. Había profesores nombrados y pagados por el Distrito y profesores nombrados y pagados por el Círculo de Obreros. Entre ellos la rectora Bonna Cecilia González, quien estuvo unos veinte años al frente de La Milagrosa y dejó una huella indeleble por su liderazgo y capacidad de gestión.

Esta doble dinámica entre lo estatal y lo filantrópico marcó la primera época y perduró, aunque en cierto declive, hasta finales del siglo pasado. Había programas y proyectos más allá de las horas escolares, en los que la comunidad se implicaba. Por ejemplo, en la década de los 80 los sábados y domingos se preparaban a adultos para presentar la validación del bachillerato, a través de un examen del ICFES. A los vecinos del  barrio se sumaban otros estudiantes de la ciudad y poblaciones cercanas en las que el Círculo de Obreros tenía influencia. “De ahí graduamos varias generaciones de bachilleres”, recuerda Florencio Ferrer, quien por años formó parte del Comité Directivo de la escuela.


Nuevos tiempos

En 1994, cuando Raúl Paniagua llegó a la dirección del Círculo de Obreros y la Fundación Social en Cartagena (ambos cargos estaban fusionados), el distrito tenía más injerencia en la planta de personal. 

“Para ese año el Círculo de Obreros tenía en su nómina unos seis o siete docentes que venían vinculados con la escuela quizás desde los años 60. Los docentes querían al Círculo y había una estrecha relación. Era una forma de conservar para la escuela unos perfiles pedagógicos, unos afectos profundos y contribuir con la calidad que se le reconocía, hasta que cada uno de ellos se fue pensionando”, rememora Raúl. “Cuando se retiró la profesora Cecilia, la Secretaría de Educación puso por primera vez a la rectora”, explica. Recuerda que se pagaban unos bonos a mitad y fin de año, se ayudaba en algo con el mantenimiento y se hacían otras acciones puntuales en favor de la escuela.

En esa época el Círculo le dedicó mucha atención a la formación docente. Como la Universidad Javeriana también es de origen jesuita, pudo gestionar la visita de un sinnúmero de figuras intelectuales como Adela Cortina, Fernando Savater, Marc Augé,  el epistemólogo Renato Ortiz y una pléyade de expertos nacionales en pedagogía y ciencias sociales. En los talleres o conferencias que ellos daban siempre había profesores y personal de La Milagrosa. La profesora Mirna Calvo recuerda lo importante que fueron esos procesos de formación, en particular, los encuentros con otros profesores cercano al Círculo en ciudades como Bogotá, Medellín o Neiva.

Pero las agendas y las dinámicas de las tres instituciones se distanciaban poco a poco. La escuela entraba cada vez más en la órbita del Distrito y en 1999 se abrió la sección de bachillerato, lo que supuso un cambio profundo. El COSPC, por su parte, había ampliado su acción en otros barrios y poblaciones de la región. La Fundación Social también se había ampliado hacia otras zonas más vulnerables de una Cartagena que no hacía sino crecer. Desde hace algunos años, bajo el nombre de Grupo Fundación Social, desarrolla sus programas en la Comuna 6, que abarca a Olaya Herrera y otros sectores. Getsemaní seguía transformándose y ya no era aquel barrio de 1944 donde empezó todo.

Una escuela patrimonial

El profesor Germán Gónima Pinto tomó posesión del cargo cuando en el horizonte asomaba la llegada del Covid 19 con su secuela directa: el cierre físico de la escuela y el paso a una educación virtual que ha afectado a todo el mundo. Venía de dirigir la Institución Educativa Luis Carlos Lopez, de 1.500 alumnos, en Blas de Lezo. Ahora lo motiva tener que liderar el futuro de una institución con setenta y seis años de historia a cuestas.

“La Milagrosa tiene muy buenos indicadores de calidad educativa y una población educativa pequeña en relación con otras instituciones de la ciudad. Por tener un personal docente muy comprometido ha logrado posicionarse en el top de las instituciones educativas públicas con mejores resultados en pruebas Saber. Eso ha generado muchas peticiones de matrícula de personas que viven cerca. Tiene un muy buen clima escolar y mucho compromiso de su comunidad educativa”, comienza contándonos mientras tomamos un café en el barrio antes de proseguir su agenda de reuniones.

Está muy entusiasmado con impulsar el proceso para que La Milagrosa se convierta en una Institución Educativa Patrimonial. “Cada vez que nuestros estudiantes van a clase -aunque de momento sea virtual- ¡recorren más de quinientos años de patrimonio! Es el único sitio en el país donde eso sucede. Pero también es conocido para todos que Getsemaní corre el peligro de que le suceda lo mismo que a San Diego, por donde caminas y encuentras un barrio solo; sin su gente; donde el cartagenero no está vibrando. Ahí confirmas que no todo es patrimonio material -que es muy valioso- pero que hay otro componente inmaterial que sí se vive en Getsemaní pero que se está perdiendo”.

Por razones como esa, La Milagrosa fue una de las ocho instituciones que postuló la Vida de Barrio de Getsemaní a la Lista de Patrimonio Inmaterial de la Nación.  “Hemos tomado la decisión de mirar cómo pensamos con todos los profesores en un Proyecto Educativo Institucional (PEI) de carácter patrimonial. Los wayúu tienen colegios étnicos, los palenqueros también. ¿Y nosotros?. Nuestro actual PEI habla de la contextualización. Tú te emocionas cuando lo lees porque desde hace años La Milagrosa se dijo: —Yo estoy en un territorio, rodeada de una historia, en un entramado cultural fuerte, en unas calles históricas, con unos dichos, unos bailes y una cultura muy específica, caribeña, muy propia—. Queremos trascender ese primer capítulo y expresarlo en el currículo. Preguntarle al profesor de historia, ciencias o matemáticas: usted tiene este patrimonio ¿cómo lo va a defender?”. 

Pero esa visión de futuro hay que acompasarla con las realidades del día a día. En particular el tema locativo, que nunca ha dejado de ser una preocupación. Ahora funciona en dos sedes separadas por un predio entre ambas. Una es propia; la otra es una sede que el Círculo de Obreros le arrienda al Distrito, lo que genera algunos tropezones. En general le hace falta espacio para todo lo que requiere un colegio contemporáneo y una mejor capacidad locativa. Se trata de construcciones antiguas, con pocas adaptaciones, en las que los alumnos están un poco apretados. 

Jaime de la Cruz, director del Círculo de Obreros, señala que para su organización “es imprescindible que La Milagrosa siga ejerciendo su acción en beneficio de los niños y jóvenes de Getsemaní”. “En nuestra razón de ser está contribuir para que esto siga siendo así”, nos dice y explica que el arriendo que se le cobra al Distrito se invierte en el mantenimiento de la misma sede. Una opción que está sobre la mesa es que el Distrito compre la casa, lo que facilitaría cualquier plan futuro para invertir y adecuarla mucho mejor, que es una de las necesidades más evidentes que se tienen. 

De los más de quinientos alumnos actuales de La Milagrosa, unos cien son de Getsemaní. En ellos y el grupo de profesores y administrativos particularmente comprometidos; en el Distrito; en las instituciones amigas -que no son pocas-, y en la comunidad del barrio está la inmensa responsabilidad de sostener esta institución llamada a permanecer en Getsemaní y seguir siendo una luz, como lo ha sido, para muchas otras escuelas y colegios de la ciudad.


Mucho más que clases

La Milagrosa se ha distinguido siempre por ser mucho más que una suma de aulas, alumnos, profesores y horarios de clase. La lista de proyectos y programas en que ha estado involucrada es muy larga, con instituciones como el Ministerio de Cultura, la UNESCO, la Organización de Estados Americanos, entre otras. Ha tenido profesores y directivos muy comprometidos con ir más allá del tablero. Ahora, como explica el rector Gónima, instituciones como el Museo del Oro, la Escuela-Taller o la Sociedad de Mejoras Públicas han tendido su mano para hacer iniciativas con La Milagrosa. 

Una de las más queridas es haber constituido y mantenido tras veintiocho años el Cabildo Estudiantil, en articulación con Gimaní Cultural. Fue el primero de la ciudad y replicado en distintas instituciones con gran éxito. “Mediante nuestro Cabildo se ha recuperado y restaurado la memoria festiva de la Independencia de Cartagena en nuestros estudiantes y la comunidad getsemanicense. Nuestros muchachos se convierten en actores del jolgorio público desde una propuesta artística con componentes pedagógicos”, describe la profesora Mirna Calvo, nativa del barrio y líderesa de ese proceso.   

En el colegio también hay orgullo por la Biblioteca Pedro Blas Julio Romero, el gran poeta getsemanicense, abierta en 2019. “Ese año, en vista de que los niños no tenían un buen espacio de consulta, porque el lugar donde quedaba la biblioteca había perdido su función, con la profesora Carmen Patricia Paternina, del Programa Todos a Aprender, decidimos reconvertir ese espacio. Era muy pequeño, pero se adecuó con lo que había para que fuera un lugar de lectura. El 6 de junio se reinauguró la biblioteca, con invitados como el propio Pedro Blas -que estuvo muy contento y orgulloso- y autoridades del distrito. En 2020 no hubo mayor asistencia física por la pandemia de Covid 19, así que logramos cambiar la biblioteca a un lugar más amplio donde funciona actualmente”, nos explica la profesora Martha Viloria. Entidades como Centro de Formación de la Cooperación Española en Cartagena o el Ministerio de Educación han apoyado a esta iniciativa.

Una antecesora fue una biblioteca de cerca de mil ejemplares sobre educación y temas conexos que donaron Raúl Paniagua y Rosita Díaz, que por varios años, bajo la rectoría de la profesora Cecilia González, estuvo abierta al público.


De ‘seño’ a profesoras

La Milagrosa ha sido el espacio de muchas profesoras memorables, comenzando por Bonna Cecilia González, la rectora de tantos años. Antes del actual rector estuvo al frente la profesora Primitiva Padilla Barrios, entre 2016 y 2020.

Hoy enseñan allí cuatro mujeres getsemanicenses: la profesora Mirna Calvo -gran impulsora del Cabildo estudiantil; y las profesoras Idalia Castilla, Emilce Rossi y Maura Ruiz. Más adelante, ellas tendrán un artículo propio, que rinda homenaje a su aporte al barrio.

Junto a ellas el legado de La Milagrosa pasa por profesoras memorables y casi innumerables tras más de setenta años de gestión, como Yasmina Coquel que a su labor en las aulas sumaba la minuciosa preparación anual de los niños y niñas para la Primera Comunión. María Luján, quien hizo toda la primaria en La Milagrosa, recordaba en un chat de Facebook. “a la ‘seño’ Carmen; la seño Marina, la seño Jacobina”. De aquella época en el claustro franciscano la también ex alumna Mariela Montero, recordaba “a la ‘seño’ Aydee Torres”. Por su parte, Daliz Del Socorro Osorio, “a sor Elena, la monja vicentina que ejerció la rectoría”.