“¡El día de las velitas era candela! Desde las cuatro de la mañana estábamos despiertos, corriendo por todas las calles de Getsemaní con las latas. Todos los ‘pelaos’ de entonces cogíamos las latas y las amarramos con una cabuya, arrastrándolas para despertar a todos los vecinos”.
“Salíamos del Pedregal o de la Calle Lomba. Cuando terminábamos íbamos a bañarnos a la playa. Nos tirábamos al agua. La celebración de las velitas era todo el día, pero la gente bebía desde la noche anterior, la del siete de diciembre. ¡Sabrosos que eran esos días, bien chévere! También se repartía bastante cariseca, un bizcocho de maíz. ¡Ombe, uno comía cariseca que daba miedo! Entonces no había luz, ni la calle estaba pavimentada. Ya te puedes imaginar esos tiempos. Aquí era pura vela”, relata Orlando Ríos, nativo de 74 años, que vive en la Avenida El Pedregal.
“Ahora más que todo los jóvenes se reúnen y empiezan la celebración desde el día siete por la noche. En la madrugada sale la procesión y colocamos las velas. La tradición es que el día de las velitas estén las casas con los adornos puestos”, dice Enith Valdelamar Morillo, de la calle Lomba.
Jesús Taborda, de la Calle del Guerrero aclara que “aquí celebramos la Virgen. Lo que pasa es que se ha convertido en un festejo mundano, pero la razón es la Virgen. En la madrugada aquí, en Getsemaní, hacemos un recorrido. Los que están dormidos se despiertan o los que están amanecidos se unen. El año pasado con mi esposa hicimos un chocolatico y nos sentamos en la terraza a prender las velitas. Esto es una fiesta que se popularizó mucho, cuando armamos los altares llegan los turistas, toman fotos y se unen a la celebración”.
“Recuerdo cuando nos levantábamos a las tres y media de la mañana e íbamos a la iglesia de la Trinidad. De ahí salíamos en procesión por las calles mientras se prendían las velitas. Los niños nos quedábamos hasta las seis de la mañana para recoger la esperma y crear más velas” relata Carlos Barroso, quien vivió en la calle del Carretero.