“¡Las tiendas eran la vida del barrio! Ese era el sitio de encuentro donde llegaba toda la información ¡Era el punto del chisme! Algunas tenían en su interior bancas largas de madera en las que la gente se sentaba a hablar mientras esperaban para ser atendidos. Ahí nos actualizábamos de las últimas noticias de Getsemaní o de la ciudad”, recuerda Florencio Ferrer, vecino y líder del barrio.
“La mayoría de las tiendas estaba en las esquinas. Atendían todo el día, e incluso algunas cerraban a medianoche. Cuando había fiesta en el barrio no cerraban, sino que también amanecían ahí con los vecinos hasta que la celebración se acabara. Casi siempre estaban conformadas por un mostrador, peso de balanza y los estantes era de madera. Unas tenían neveras improvisadas con palo. Es decir, se compraba el hielo y se metían las gaseosas ahí”, recuerda Florencio,
“Recuerdo las antiguas tiendas de mi barrio con mucha tristeza. Todo era más barato. La gran mayoría pertenecía a getsemanisenses. De niño nos encantaba hacer mandados por la ‘ñapa”, dice Lina Acevedo sentada en la sala de la casa de su vecina Judith.
“Las ñapas eran algo imperdible. Íbamos a cualquier tienda y al final de la compra era ley decir: -Ajá, ¿y la ñapa?-. Ahí era cuando el tendero sacaba un dulcecito o cualquier otra cosa para complementar la compra. En nuestra época de infancia disfrutamos mucho eso, porque hacíamos mandados tres o cuatro veces para que el señor de la tienda nos diera confites de diferentes colores. Decíamos: -Pero si ya me diste uno rojo, ahora quiero uno azul-”, cuenta entre carcajadas Lina mientra choca las manos con Judith.
“Si la mamá de uno era buena paga, como hijos teníamos derecho de ir a pedir cosas con el ‘vale’, eso sí, las mamás advertían hasta qué punto podíamos pedir cosas en la tienda”, recuerda Iván Posada, quien creció en el barrio.
“Ni hablar del popular ‘Fiame’. Ahí los tenderos ¡puyaban más ojo!”, dice Lina, refiriéndose a que a veces los tenderos se les iba uno que otro número en el ‘vale’, que era un cartón donde llevaban las cuentas, algo así como una tarjeta de crédito. “El tendero anotaba la cuenta de la compra en su cuaderno y a nosotros nos daba el vale”, agrega Lina. Mientras que Judith dice: “Pero yo llevaba siempre mi cartón y verificaba lo que ponían en el cuaderno”.
“En las tiendas comprábamos cosas pequeñas, menudeadas, ya fuera una bolsita de arroz, un libra de azúcar o la gaseosa para la comida. O cuando no teníamos plata y necesitábamos que nos fiaran, porque las compras grandes las hacíamos en el antiguo mercado público, que lo teníamos cerquita”, cuenta Judith.
“Incluso las mismas tiendas se abastecían del mercado público, que estaba cerca. La mayoría de los tenderos se iban abastecer allá los lunes. Eran tiendas pequeñas que podían hacer las compras semanales. En la Confitería Colombiana era donde compraban los dulces al por mayor”, cuenta Florencio Ferrer.
Iván Posada recuerda que “los proveedores de leche les ponían condiciones a los tenderos para vendersela; también tenían que comprarles el queso, el suero, el huevo o el pan. El tendero tenía que comprarles todo eso o no había negocio con ellos”.
“En la esquina de la Trinidad con Sierpe había una tienda muy famosa, ahí nos reuníamos después de los servicios religiosos para esperar a las noviecitas o los amigos. Precisamente ahí fue me tomé las primeras cervecitas y fueron las mareadas con el famoso vino Moscatel”, dice Iván.
“La Tienda del Pueblo era para nosotros algo majestuoso por su extensión. Los dueños eran especiales, personas muy respetables y amables. Cuando iban por las calles se les rendía reverencia, precisamente porque trataban bien a sus clientes. Los getsemanicenses considerábamos a la Tienda del Pueblo como nuestra tienda. Ahí había de todo y además te evitabas la congestión del mercado”, rememora Pedro Blas Romero Julio.
“También recuerdo la famosa tienda de la familia Daza. Era una tienda de nuestro cariño por el trato de los señores Luis y Rafaela. No puedo dejar por fuera la ‘tienda del Viejito’, porque la atendía un señor de la tercera edad de cabello blanco. Lo curioso es que en esa tienda se dieron las grandes balaceras en otra época”, recuerda Pedro Blas.
“Los tiempos han cambiado. Ahora la gran mayoría de las tiendas son de personas del interior, una que otra de algún vecino. Ya no se ve el ‘vale’ y la popular ñapa desapareció. Sin embargo, aún los getsemanicenses seguimos comprando en ellas, no en grandes cantidades, pero sí las cosas básicas o algo que nos haga falta en el día a día", dice Judith.
Salsamentaria y tienda El Ocañero
Calle Primera de la Magdalena, esquina Cl. Tripita y Media.
#9-83.