Es la penúltima novena de Navidad y en la plaza de la Trinidad los niños la celebran animados por Liliana Urrego, incansable y que canta los villancicos a todo pulmón mientras pasa el micrófono entre los chiquillos. En el atrio también están atentos Rijiam Shaikh y Davinson Gaviria, otros líderes del barrio, que este año tomaron el liderazgo.
Y detrás de ellos, apenas asomándose desde la puerta del templo, está ‘Mayo’ Julio, discreta y acompañante, sin hacerse notar, pero siempre presente y pendiente de que las cosas ocurran. Así ha sido su papel por varias décadas su papel en el barrio.
De hecho, la actual tradición de la Novena en La Trinidad nació con un grupo de mujeres de Getsemaní entre las que estaban la propia Mayo y otras como Victoria Zabaleta, Patricia y Rosario Mendoza, Inesita Hoayeck y Ángela Hurtado.
“Todos me conocen como Mayo, pero mi nombre real es María Clara Julio León, getsemanisense de pura cepa, nacida en la casa 775 de la calle de las Chancletas. Allá viví con la familia de mi mamá, Albertina León, con mi papá, Ceferino Julio, con Griselda y Almayda, mi hermana. Todos ellos ya están descansando en la paz del señor”.
“Mi niñez fue muy espectacular. El barrio no era como ahora, sino solo familias y vecinos. Me crié con un grupo de amigos jugando al escondido, al vasito con agua, la patilla y otras tradiciones que hoy se han perdido”.
Recuerda a las Chancletas como una calle sin pavimentar, con vecinos de pocos recursos viviendo en cuarticos aquí y allá.
Las Tablitas// Su abuela, Ana Carmela Torres Jiménez fue propietaria por muchos años de la tienda esquinera que hasta hace pocas semanas conocimos como Las Tablitas y era la más antigua del barrio. En ese tiempo no tenía un nombre en particular, pero sí los mismos tablones de madera basta que le dan su personalidad tan propia. Ahora abrieron allí un restaurante de comidas rápidas.
La mamá de Mayo nació en 1923 y para entonces la abuela ya tenía la tienda. “Recuerdo que vendía arepa con huevo, empanadas, buñuelos, avenas y chichas, pasteles y eso se llenaba con puros vecinos. Yo tenía siete u ocho años y me ponía a jugar en la ventana de nuestra casa y desde ahí veía cómo mi mamá le ayudaba a mi abuelita en la tienda. Ella levantó a sus cinco hijos con eso”.
“Abría la tienda a las cuatro de la mañana, venían los del periódico y los tiraban, Había otras tiendas más grandes cerca del mercado. En cambio, en las Chancletas se vendían porciones más pequeñas, calculado todo con pesas pequeñas, el aceite medido con cuchara de aluminio y el empaque, con bolsas de papel. Los estantes eran de madera. Vendían leche Lesa, la más popular entonces”.
“Mi abuela tenía un taburete y a veces se echaba sus reclinadas a dormir. Si llegaban las personas respetaban mucho. En esos años no se robaba y ella se quedaba dormida tranquila con eso”.
Cuando tenía nueve años a la abuela le pidieron el local y vino una mudanza.
“De las Chancletas pasamos a la casa 734 de la calle de Carretero, en la casa de la familia de mi padre. Ahí pasé muy contenta el resto de mi niñez. Estaba más cerca de la plaza de la Trinidad, que entonces tenía otra configuración y donde se jugaba al bate de tapita y aprendí a montar bicicleta”.
“Nos sentábamos con mis papá y mi mamá en la plaza y eran puros getsemanicenses a los que veíamos ahí, vecinos y amigos. Ahora uno no puede disfrutar la plaza como antes en familia. Hoy solo veo getsemanicenses sentados temprano en la mañana, antes de la eucaristía y en la noche es solo gente de afuera”, se lamenta.
Chancletas otra vez// Mayo estudió en el colegio del Sindicato de Choferes, en la Mercedes Abrego y en La Trinidad, antes de pasar a un colegio departamental. De muchacha tenía el permiso de Ceferino para estar con sus amigos por el barrio hasta las doce de la noche: así de tranquilo estaba con quienes acompañaban a su hija, que recuerda una adolescencia espectacular.
Luego Ceferino decidió vender la casa porque los servicios y el predial estaban llegando muy caros, así que regresaron a la casa materna, en la calle de las Chancletas. Allí estuvo con sus sobrinos hasta 2018, cuando decidieron alquilarla porque les venía muy grande y con el arriendo podían generar un ingreso que les permitiera vivir más holgadamente en otro lado. Hoy funciona allí el hostal La Pacha Mama.
Mayo vive desde entonces en Daniel Lemaitre, pero eso no ha declinado su compromiso con la parroquia. Con mucha nostalgia, pero un pequeño alivio: “Por acá es como un Getsemaní pequeño, muchos habitantes y vecinos que conocía allá”.
Católica hasta la médula// La herencia católica le viene de la mamá y la abuela. “Yo ingresé a la parroquia a los siete años. Entonces iba con mi hermana a la eucaristía los domingos y en diciembre participábamos en un coro para las novenas de Navidad, con la ‘seño’ Olga Hurtado, Hacíamos las pandereta con tapitas de gaseosa, que machucábamos y poníamos en un alambre”.
Doña Olga fue por muchas décadas la principal colaboradora de la parroquia, hasta que la salud se lo permitió. Ahora es Mayo quien ocupa su lugar y desde ese rol ve con alegría a los niños participando en la novena, como ella lo hizo en su infancia, con el ojo protector de doña Olga.
La bautizó el padre Campoy, el párroco que dejó más huella en el barrio, pero no lo conoció personalmente sino de oídas en la parroquia. Tras participar en el coro empezó a ayudar con las lecturas, animada por el padre Gilberto Hoyos.
“Él, que en paz descanse, nos formó en un grupo que se llamaba Nidos de Oración para trabajar con los niños. Yo era una adolecente y colaboré con el grupo unos seis o siete años: por las encuestas que hacíamos sabíamos cuántos niños había en el barrio y los invitábamos a las integraciones de los sábados a las tres de la tarde en el salón parroquial, donde les enseñábamos catequesis y valores. También logramos que los niños que no eran bautizados, lo hicieran o ayudábamos a los que no habían hecho la primera comunión por cuestiones económicas. En la plaza vendíamos sopas o arroz con pollo y hacíamos actividades para organizarles sus primeras comuniones y sus bautizos”, rememora.
De las compañeras de ese tiempo recuerda a Victoria Zabaleta, Francisca Hoayek y a Concepción Julio, entre otras varias.
Recuerda mucho las celebraciones de la Semana Santa, en particular el sábado de Gloria con la bendición del fuego y del agua en la noche.
“Para prender la candela buscábamos trozos de madera. La iglesia estaba totalmente a oscuras y a medida que las personas iban entrando desde la plaza de la Trinidad, cada uno con su vela, se iluminaba el lugar. Cuando el recinto estaba totalmente lleno, se encendían las luces. En la bendición del agua cada persona llevaba una botella llena y entonábamos: —Bautízame Señor con tu espíritu, bautízame Señor con tu espíritu… y déjame sentir, el fuego de tu amor, aquí en mi corazón... Señor—”, cuenta Mayo.
Las Marías// “Luego armamos un grupo de rosario en el Pedregal, donde está la virgencita, los miércoles a las siete de la noche. Y vimos muchos milagros por la intercesión de María. Por ejemplo: una joven no podía tener un bebé y la invité a rezar con fe en nuestro rosario. Y se le hizo el milagro. Otra señora quería y necesitaba ir a los Estados Unidos, pero las cosas no se le daban. Después de acompañarnos en el rosario también le salió su visa”.
“Nos pusieron el grupo de las Marías, con las que también hacíamos actividades para sostener el grupo, como rifas y serenatas, para no estar pidiendo dinero para lo que hiciera falta”.
Con el padre Yamil Martínez Gómez se ocupó por cuenta propia, sin remuneración, de la secretaría de la parroquia desde 2012 hasta 2018. Antes, hacia el 2000, fue secretaria de la Junta de Acción Comunal.
“Mi función actual en la parroquia es la de servidora: apoyo en las lecturas, en abrir y cerrar la iglesia, toco la campana, recojo las ofrendas, estoy en la ventas de las velas a Santa Marta los martes. Apoyo regularmente las misas de martes y viernes a mediodía, pero también asisto a otros eventos incluso en San Roque, que tiene la eucaristía los domingos a las cinco de la tarde”.
“Los domingos asisto a mi eucaristía de nueve de la mañana a doce del día. También tengo el servicio de catequista para los niños mayores de siete años que no se han bautizado y para los niños de la escuela La Milagrosa, así como a algunos niños que no son del barrio pero les gusta la iglesia de la Trinidad para ser bautizados”.
“Nuestra parroquia antes abría de lunes a domingo pero actualmente no es así. Quizás porque hay pocos sacerdotes o no sé qué ha pasado. Tenemos al padre William Narváez que atiende las tres iglesias del barrio: Tercera Orden, San Roque y la Trinidad”, explica.
“No tuve hijos, pero sí tengo tres hermosos sobrinos, hijos de mis hermanas. Uno se llama Ariel González León, getsemanicense neto que vive conmigo y mis dos sobrinas María del Carmen y Angélica Isabel, que nacieron mientras vivíamos en la calle de Las Chancletas y cuando crecieron se mudaron a Manga”.