Hay una pequeña calle que es como una extensión de la de Carretero. Al pensar en ella muchos traen al recuerdo un lugar de mucha vecindad y habitantes inolvidables.
Formalmente lleva el nombre de Pedro Romero, el héroe getsemanicense de la Independencia, pero casi nadie la llama así. Unos le dicen Olayita, pero para otros es la misma calle de Carretero. Para Donaldo Bossa Herazo, el gran estudioso de los nombres de las calles cartageneras: “a este callejoncito se le ha llamado de San José, por el baluarte vecino; de Monteverde, por algún vecino de tal apellido; del Congo, casi que por lo mismo; y de la Galería, que es como lo registra el plano de 1808”.
Monteverde, el nombre que más ha perdurado en la memoria, también fue un pasaje compuesto de accesorias. Para el foráneo: un pasaje es una especie de inquilinato y una accesoria es un tipo de casa muy abundante en Getsemaní, bastante pequeña, usualmente de una puerta y una ventana, que compartían con otras un patio y los baños. Eso es lo que se ve en el muro que aún pervive: una sucesión de puerta y ventana, puerta y ventana, que da la vuelta hasta el Pedregal, por donde quedaba la entrada.
“Recuerdo a los personajes que vivían allí, gente de mucha calidad y con una hermandad increíble, eso era algo muy lindo y da nostalgia que ya esas personas no estén allí”, nos dice un vecino que lo conoció bien. ¡Y qué personajes! Estaban los Barbosa, familia de mucho arraigo getsemanicense que se dedicaban a la carnicería en el Mercado Público. Roberto Barbosa fue un tercera base y bateador memorable
Otra familia de allí falsificaba licores, según recuerdan los mayores. También vivieron los Miranda: es decir la familia del ‘Chilo’ y la hermosa Primitiva de Ávila, que tan bien hacía los uniformes de béisbol, un oficio que han mantenido varios de sus descendientes.
Estaba la vecina de senos notablemente generosos que terminó por bautizar el número 88 cuando se jugaba lotería en las casas. Era costumbre no cantar los números sino cambiarlos por referencias que todos en el barrio entendían. Al salir el 88 se gritaba “las tetas de…” y enseguida el nombre de esta querida vecina. Estaban los Villaroel y los Torres, que hacían las bolas de trapo. También los de La Hoz, los Mercado y los Santamaría.
Por los años 60, mientras estudiaba bachillerato, Roberto Salgado vivió en la primera accesoria, que lindaba con la tienda de Lucho Mendoza. Recuerda a unos vecinos que amasaban las melcochas de panela contra la pared, luego las empacaban en bolsitas plásticas en el patio para que luego el ‘Fiter’ saliera a venderlas. La cosa era alegre, pero precaria: había un solo inodoro y una ducha para tres accesorias. “Con el tiempo el nombre se ha perdido, pero quienes vivimos allí sí sabemos que eso era Monteverde”, dice Roberto.
Miguel Caballero tiene clara la imagen de la gente esperando su turno para el baño, intercalando entre los dedos el cepillo, la crema de dientes, la crema Yodora y la gomina. En la otra mano, la toalla.
Hoy se construye allí una nueva edificación que con buen criterio mantendrá el mismo nombre querido: Monteverde fue y Monteverde quedará.