Su puesto en la plaza de la Trinidad es el de la esquina con Carretero, justo al lado de la campana. Desde allí hace veinticinco años que alegra las tardes con sus jugos, el sustento de una familia de nuevos profesionales que buscan abrirse paso en la vida.
“Mis abuelos y tatarabuelos nacieron aquí en diferentes calles del barrio. Ellos tuvieron sus casas pero desafortunadamente en nuestro lado de la familia nos quedamos sin casa propia y vivimos siempre en arriendo. Cuando nací, vivíamos donde mi abuela, en la calle del Pozo; de ahí nos mudamos a la calle de La Magdalena y cuando tenía cuatro años nos mudamos al edificio Mainero”.
Fueron cuarenta y cuatro años de su vida en el Mainero, el del Pedregal, diagonal al puente Heredia. Hoy está sellado, después de un tiempo en el que decayó mucho. Pero en sus orígenes allí se vivía muy cómodo, en apartamentos de unas dimensiones que ahora solo se ven en sectores más pudientes. Hasta donde la memoria le alcanza, Nira recuerda que ellos eran los únicos oriundos getsemanicenses pues estaba habitado principalmente por gente de la región y algunas pensionadas universitarias.
“Eran buenos apartamentos, los dormitorios eran grandes y el nuestro tenía una buena terraza. Había seis apartamentos por piso. Los vecinos estábamos muy unidos y si había algún problema lo resolvíamos entre todos o acudíamos con don Jairo Correa, que era como un padrino que nos decía que íbamos a hacer esto o aquello”.
“Cuando mi mamá llegó pagábamos mil quinientos pesos de arriendo y al salir, doscientos cuarenta mil. Era una cosa normal, ni cara ni barata, nada que ver con lo que se paga hoy de arriendo”.
“Hacía diez años que mi mamá había fallecido cuando salimos del Mainero. De ahí nos mudamos a Las Palmas y luego al callejón Ancho. Yo estaba sin trabajo, con cuatro hijos y un compañero que no ayudaba. Necesitaba producir ingresos. Un amigo me dijo —¡Lo que sea! Ponte aquí una venta de frutas, de cualquier cosas. Y me dije —Yo voy a vender jugos y empanadas. Después puse el puesto aquí en La Trinidad y no me he movido más. Comencé con jugos y empanadas y ahora vendo jugos y cocteles. Fui la primera. Yo hacía un “fruit punch”. Un día vinieron unos gringos y uno de ellos me dijo que al suyo le echara ron. Luego vi que a todo mundo le gustaba y me quedé con los jugos y los cocteles”.
Con ese trabajo ha sacado adelante a Mauricio, profesional en Comercio Exterior; Jorge Luis; José, que estudió Arquitectura y le ayuda con el negocio; y María Angélica, abogada. Son su mayor orgullo. “Ya te digo yo que con mis 62 años ¿quién me va a dar trabajo? ¡Nadie! Esta es una forma de sobrevivir y seguir luchando hasta que todos mis hijos estén trabajando en lo suyo. Ojalá Dios permita eso”.
La pandemia por Covid 19 les puso las cosas difíciles. El cierre permanente de la plaza la dejó sin ingresos. Y luego está el tema de los puestos de comida en La Trinidad. “Ahí gente que nos quiere sacar, que no les conviene tenernos aquí. Ojalá nos dejen trabajar con el turismo porque es una forma de vivir esta vida tan dura”. Ahora que se reabrió la plaza, está de nuevo en la brega.