La disyuntiva era esta: al pequeño Omar, de ocho años, le habían dado cinco mil pesos para comprar un juguete y se debatía entre un caballito o una flauta dulce, de esas con las que todos tomamos clase en el colegio. Eligió la flauta y con ella, un destino.
Pronto empezó a sacarle música tapando los huecos aquí y allá con sus dedos, sin más instrucciones que las que traía la flauta en un papelito. Luego, a punta de oído, podía sacar melodías. La bisabuela Inés lo vio en esas y alertó a la familia: otro músico venía en camino.
Su abuelo materno era Betsabé Caraballo, músico y constructor de instrumentos nacido en Bocachica, pero considerado getsemanicense. La bisabuela, Inés Caraballo, era violinista y el tatarabuelo, guitarrista. Creció con ellos cerca, a unas casas de la suya, en la calle del Espíritu Santo.
Inés propuso que lo ingresaran a una academia en San Diego. La idea inicial de Omar era estudiar piano. “Pero al escuchar los violines se me erizó la piel y les dije ¡No, metanme a violín! El instrumento estaba lejos del presupuesto familiar, pero la profesora de piano le prestaba al suyo. El salto a la guitarra, su instrumento preferido, lo dio en el colegio Salesiano, donde abrieron un curso. La abuela Concepción Simancas le regaló la primera. “Era una de compraventa. No era la mejor ¡pero tenía mi propia guitarra, mi primer instrumento propio!”
“Con el tiempo empecé a tocar en misas, en bodas o cosas así. Con lo que ganaba ahí, más los ahorros de la merienda me fui comprando mis propios instrumentos”. En la academia aprendía música clásica y folklore, pero en el colegio tocaba rock con una banda que armó con otros compañeros. Aunque ya había compuesto algo, fue a sus trece años, con esa banda, cuando empezó a hacerlo de manera más formal.
Resuelto el bachillerato, se fue para Argentina a estudiar producción musical como carrera profesional. Era lo que le habían recomendado en la familia, para que tuviera algo con qué vivir. A la par iba estudiando con maestros y músicos particulares. Pasado el tiempo seguía componiendo, pero sin producir nada propio, sino de otros artistas. En un viaje de mochilero por toda Sudamérica, tocando en las calles, volvió a componer y maduró la decisión de ser músico de tiempo completo, no productor. “Lo mío era la música y al ver que podía tocar en la calle me dije: yo soy feliz en esto, es lo mío. Si no hago música voy a terminar loco. ¡Aquí me quedo! ”.
Cuando regresó a Cartagena empezaron a salirle diversos trabajos que le dieron una estabilidad económica. Decidió hacer su primer disco, llamado Dalai, orquestado con once músicos y énfasis en folklore latinoamericano, recogiendo los aprendizajes de sus viajes. La composición, los arreglos y la producción fueron todos suyos. Tocó con diversos artistas locales y luego en Bogotá. En 2020, con Cual fiera leona, ganó la convocatoria distrital Rompiendo Cadenas: una canción a Cartagena.
En su segundo disco, Caída Libre, que está lanzando ahora, la protagonista es su guitarra. El detonante fue la invitación que le hicieron al IV Festival Internacional de Guitarra, que se celebró en Cartagena. Quería mostrar sus propias canciones, no covers de otros artistas. De ahí salieron los primeros temas. Se trata de una fusión de influencias de músicas caribeñas, soukous, música africanas, algo de jazz y una pizca de rock. Nada mal para haber comenzado tapando huequitos en una flauta de plástico.
Si quieres conocer más de Omar:
https://www.youtube.com/watch?v=zfskmsZx5UU
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