¿Cómo luciría Pedro Romero si viviera hoy entre nosotros? Nadie tiene certeza, por supuesto. Menos cuando su imagen, a diferencia de otros próceres cartageneros, no fue preservada ni glorificada. Muestra de eso fue el marco vacío que impactó a Jhon Nárvaez en alguna exposición sobre la Independencia en Bogotá: en medio de tanto retrato heroico, a Pedro Romero le correspondía un cuadro sin imagen.
Aquello fue el origen del movimiento Pedro Romero Vive Aquí, que por algunos años citó un día en particular a quien quisiera para pintar en La Sierpe a este getsemanicense tal cual como se lo imaginara, sin restricciones. Casi todos lo pintaron con rasgos de afrodescendiente. Nuestra portada escogió uno de esos rostros imaginados.
El único rastro concreto de cómo podría haber lucido es una miniatura, que conservaba su descendiente Donaldo Bossa Herazo, quien la recibió de su abuela materna, bisnieta del prócer. Hoy está en poder de Carlos Arturo Bossa Ojeda. Sin embargo, varios historiadores argumentan que se ha querido “blanquear” a Pedro Romero. Algo común en la época para quienes habían logrado algún estatus social viniendo desde muy abajo, como fue su caso.
Otros piensan que representaba el estereotipo del hombre caribeño. Es decir, el resultado biotípico de la mezcla de diferentes razas, como solía suceder en la Colonia, particularmente en Colombia, donde el mestizaje fue mucho mayor que en otros países. Algunos historiadores se han referido a él como un mulato, pardo, mestizo, cuarterón o quinterón, que eran categorías raciales de la época. Otros no se atreven a clasificar su condición étnica, pero lo señalan como un cubano mestizo, según relata el profesor Rafael Ballestas en un libro que se considera fuente muy confiable sobre este tema. Así fue representando en su estatua de la Plaza de la Trinidad.
Hubo una imagen que definitivamente no gustó para nada, como cuenta el poeta Pedro Blas Romero. “Durante la alcaldía de Domingo Rojas contrataron a unos artesanos que elaboraron algo con yeso y le colocaron una pátina verde que se asemejaba en algo al bronce. Eso fue un espectáculo grotesco. Muchos me respaldaron en mi protesta porque una noche tomé el micrófono y llamé a toda la ciudadanía diciendo que eso era un atentado, un irrespeto contra la historia, pero específicamente contra la comunidad de Getsemaní. Cobraron mucho dinero por esa supuesta estatua. Yo le dije a la comunidad: -¡Esto es un irrespeto, túmbenlo!- Y la comunidad, indignada, destruyó aquello”.
Independientemente de sus rasgos físicos -que en aquella época eran cruciales socialmente- se le consideraba un ciudadano respetable. Un dato clave del ascendiente que tenía entre sus conciudadanos es con quiénes se casaron sus hijos: “su hija Ana María se casó con el francés Luis Horacio de Janon; su hija María Teodora se casó con el dirigente patriota Ignacio Muñoz Jaraba, primo de los Gutiérrez de Piñeres, dirigentes de la independencia en Mompox y Cartagena; su hijo Mauricio José se casó con Ana Josefa Gómez y una hija de esta unión se casó con el comerciante cartagenero Manuel Martínez Bossio, miembro de una de las familias más adineradas y socialmente reconocidas de la ciudad en el siglo XIX” dicen Adolfo Meisel y María Aguilera.
Que sus hijos se hayan casado con blancos socialmente prominentes hace pensar que Pedro Romero “debía ser a veces blanco, y en otras ocasiones que él no podría escoger, era mulato” citan Meisel y Aguilera. Precisamente la Independencia tenía como uno de sus propósitos acabar con este tipo de contradicciones y abolir el sistema de castas, que luego se convirtió en una estratificación basada en la clase social.
¿Matanzas o Cartagena?
La versión históricamente más aceptada hasta ahora ha sido que fue oriundo de Matanzas, Cuba, pero recientes inmersiones en documentos de la época llevan a pensar que el hombre nació en Cartagena.
La versión previa asegura que llegó con un grupo de artesanos que el ingeniero militar Antonio Arévalo trajo de La Habana en el decenio de 1770, para adelantar obras de ingeniería militar. También que vino con su esposa María Gregoria Domínguez y sus hijas mayores, con el cargo de Maestrante de Fundición. Otra asegura que Romero llegó a finales del siglo XVIII, junto con su hermano, esposa e hijas en calidad de exiliado político. La versión de que fue enviado con su familia a un destierro forzado, acusado del delito de infidencia por las autoridades españolas, tiene en contra un argumento: si fue desterrado ¿por qué fue acogido laboralmente por el mismo régimen?
La reciente hipótesis cartagenera tiene en cuenta varios hallazgos realizados por el profesor Sergio Solano Aguas al cotejar censos, genealogías, contratos, registros y hasta un expediente judicial.
La ruta probable que traza el profesor Solano se resume así: Pedro Romero nació hacia 1756 y era el mayor de los ocho hijos de Andrés Romero y María Porras declararon en el censo de 1777 que la familia vivía en “la casa baja N° 10, de la manzana 20 en la plaza de Nuestra Señora del Buen Camino”, actual Tripita y Media.
En 1779 fue apresado por un litigio con un alcalde que quiso desalojarlo de su taller de herrería en la calle de Nuestra Señora de la Amargura, en el Centro. Al parecer le incomodaba al funcionario porque había comprado una casa de dos pisos cerca de ahí. En el expediente Pedro Romero dice que vive en Getsemaní y que sostiene a sus papás.
En 1780 aparece en el censo de artesanos con el taller en esa misma casa accesoria de la Calle de la Amargura. Para ese año ya estaba casado y había sido miliciano, una especie de servicio militar. De su esposa, María Gregoria, también hay registro en los censos y aparece como vecina suya en alguna época antes de estar casados, con lo que la hipótesis se fortalece.
Una revisión de archivos muestra que entre 1782 y 1783 construyó una lengüeta de hierro para la campana del Castillo de San Felipe, y varias cerraduras con sus respectivas llaves para las puertas de la Media Luna, del rastrillo de la puerta de Santa Isabel y de las puertas de los almacenes de pólvora del Bosque y de Santo Domingo.
En 1796 está de nuevo en Getsemaní como una especie de contratista (asentista) según un documento de aquella época. La clave es que para respaldar un contrato puso como fianza su “casa baja situada en la esquina de Nuestra Señora de la Mar”. Esto es la actual casa esquinera frente a la iglesia de la Orden Tercera, en la calle Larga. Otra fuente señala que luego la transformó en una de dos plantas, con balcones y ventanales hacia la bahía.
En el museo del convento de Nuestra Señora de La Candelaria de la Popa, en Cartagena se conserva una campana fundida por Pedro Romero y fechada el 15 de julio de 1803. En la iglesia de San Roque se encuentra otra campana, fechada en 1804 y que muestra su nombre claramente inscrito en ella. Una hipótesis es que las donó, lo que sería indicio de su avance económico y social.
Un estudio del profesor Solano evidencia que entre 1788 y 1810 Pedro Romero devengó $119.895, una cifra importante. Ello, solamente por trabajos realizados en el asentamiento de la Marina, por obras de hierro y bronce, fundición, cerrajería y armería de los bajales de Guardacostas, que es de lo que se tiene registro.
En 1810 le pidió permiso a las autoridades en Madrid para que a su hijo Mauricio José se le dispensara su condición de mulato y pudiera presentar en Bogotá sus exámenes para titularse en teología y jurisprudencia, otra señal de que la familia tenía medios y prestigio en la ciudad, pues para aquella época alcanzar esos niveles de estudio estaba al alcance de muy pocos. En esa petición afirmó que era natural de Cartagena.
Ese mismo hijo le escribió en 1815 a Francisco de Paula Santander. En esa carta menciona que su familia era propietaria de locales comerciales situados en el portal del Puente (en el actual Camellón de los Mártires) y que tenían un corto número de esclavos. Es decir: un gran éxito material.
Y en 1816 una hermana suya, Marcelina, le reclama a las autoridades coloniales -hay que recordar que el español Pablo Morillo había reconquistado la ciudad- que de lo que le confiscaron a su hermano por insurgente le restituyeran a ella 1.500 pesos que le había prestado para que los pusiera a producir. Marcelina aparecía en el censo de 1777 y si reconoce a su hermano como el insurgente pareciera que el círculo se cierra y todo concuerda.
Lo curioso es que el profesor Solano no estaba buscando demostrar la nacionalidad o el orígen de Pedro Romero, sino que investigaba sobre artesanos en la época colonial y poco a poco fue dando con las pistas. “El proceso mio fue inconsciente porque no quería demostrar si Pedro Romero era de aquí o no. Mi interés era ver su trabajo como artesano, pero me fui encontrando con mucha información”.
Su muerte y sus restos
Al parecer Pedro Romero falleció en Los Cayos, Haití, en enero o febrero de 1816, a los sesenta años aproximadamente, durante el exilio forzado con su familia por la retoma del español Morillo. Una versión, acaso muy romantizada, sostiene que murió de hambre en las playas y que sus huesos estuvieron a cielo descubierto hasta deshacerse. Algunos historiadores aseguran que los restos del prócer se deberían encontrar en el piso de la nave principal de la iglesia Santo Toribio, en San Diego, a donde fueron traídos por sus hijos al retornar en 1821.
Rafael Ballestas cuenta que “los restos de su esposa sí se encuentran con seguridad enterrados en la iglesia de la Santísima Trinidad del barrio de Getsemaní, donde, por coherencia histórica, deberían reposar los del prócer Romero”.
El prócer
La faceta de prócer de Pedro Romero merece, por sí misma, otro artículo para una edición posterior. Basta decir que hasta 1810 era un personaje prestante y de confianza para sus vecinos, pero no un líder político o militar. Ese estatus surgió con su apoyo, y el de Getsemaní, para deponer al gobernador Francisco Montes y con su empeño en la causa independentista hasta el sitio de Pablo Morillo, en 1815, que lo obligó al exilio. De los Lanceros, de su grado como teniente coronel y la gesta de aquel lustro hay muchísima tela de donde cortar.