Regina Velasco

Vestir las fiestas
SOY GETSEMANÍ

Regina nació en la calle Papayal, de Torices, un 24 de abril, pero nadie la estaba esperando. Su gemela Isaura, de peso y talla regular, nació primero. Después la partera le dijo a su mamá: –Señora Berta, a un lado tiene otro bultico–. 

 “Ese bultico era yo, mucho más pequeña que Isaura y por eso hasta pensaron que no iba a sobrevivir, pero mi mamá dijo –Ella vive–. Como no existían las incubadoras, me metieron en una vitrina de fritos para que acabara de crecer. Me daban la leche con un algodoncito y aunque siempre fui más flaquita que mi hermana, crecí normal”. 

 De doña Berta heredó el apellido y tres hermanos con los que sigue estando muy unida. Pero, el sentido de su vida y el espacio vital lo encontró desde muy joven en Getsemaní.

“De pelada siempre fui juiciosa, acoplada y buena estudiante. La primaria la estudié en el Mercedes Abrego porque en Torices no había colegios. Quedaba en la calle de Guerrero, donde ahora está la Escuela Taller y sigue igualita: los mismos árboles y los mismos salones. Yo entro allá y me siento como si tuviera diez años. Ese colegio lo quitaron cuando hicieron la reforma educativa del distrito. Tenía muy buenos profesores. Después pasé a La Santísima Trinidad a hacer todo mi bachillerato: me tocó con el padre Vergara y su hermana Posidia, que era la subdirectora. Muchos getsemanicenses se graduaron de ese colegio, algunos vecinos de mi generación siguen viviendo aquí”. 

 “Cada vez miércoles de ceniza o alguna fecha religiosa convocaban al colegio a la iglesia. Con Campoy había unas misas los domingos a las que iban los niños de todos los colegios del barrio. Pero a mí me tocó con el padre Vergara. De aquella época me quedó una religiosidad normal: uno asiste a su iglesia como nos enseñan nuestros padres, pero esa nunca ha sido mi vocación”. 

 Regina recuerda que en esa época ya se había ido el Mercado Público y para entrar al barrio a veces había que tener cuidado, pero que los pillos del barrio nunca se metían con los estudiantes, así vinieran de otros barrios de la ciudad. Estos llenaban la plaza de la Trinidad: muchos de la jornada de la mañana se quedaban hasta la tarde y muchos de la tarde se quedaban allí hasta que anochecía.

 

Telas y risas

Mientras tanto Regina estrechaba los lazos con la familia de Cecilia Martínez, gran amiga de su mamá. “En el bachillerato venía cotidiano a esta casa y almorzaba donde los Castro, en la calle de Guerrero. Mi mamá les pagaba a ellos por ese servicio”. 

Hablamos con Regina en la sala de la casa de Nilda Meléndez, donde vive hace muchísimos años y que es, en todo sentido, su hogar. Por varios meses, el año pasado, corrieron los muebles de la sala para darle espacio a las máquinas del taller de vestuario festivo que ella coordina. Diez mujeres de Getsemaní y barrios cercanos se dedicaron allí a aprender los secretos de la ropa tradicional. Había tijeras, patrones, telas, frases y risas de lado a lado en este espacio que hoy vuelve a ser la tranquila sala de siempre.

 “Desde antes tenía esa vocación manual porque yo trabajé con adultos mayores y a ellos les ponen a hacer manualidades. Con ellos aprendí a hacer aritos y otras cosas. En este taller también aprendí mucho: no sabía manejar una máquina y aprendí a ensartar, a cortar por moldes, yo no sabía nada de eso; la vida nos va enseñando que sí se puede, después de que se tenga esmero y ganas”. 

 El Taller Escuela es un esfuerzo financiado por el Ministerio de Cultura, que tendrá continuidad este año y que se inserta en un proyecto de mucho más alcance para Gimaní Cultural: un taller y un sitio para venderle al público general y a los turistas, en particular, vestuarios y accesorios de la tradición festiva del Caribe colombiano, con un énfasis en la tradición del Cabildo de Getsemaní. Y no solo eso, ropa de calidad para eventos especiales. Por ejemplo esa guayabera especial o un vestido elegante y cartagenero para quien necesite asistir a un matrimonio o un bautizo.

 

De nana a administradora

 “A los diecisiete años me gradué de la Trinidad. Me quedé en Getsemaní porque nació Camilo Polo, el hijo de Nilda, y por la amistad y la gran confianza con mi familia me pidieron venir a ayudar con el niño. Camilo es como mi hijo putativo; me trata igual que una mamá y los adoro a ambos, aunque Nilda a veces se ponga celosa. ¡Y salió bueno mi muchacho!: le enseñé a jugar fútbol y a mover la bandera que lleva en el cabildo”, cuenta Regina. 

Camilo estaba en el vientre de Nilda durante el primer desfile y al año lo disfrazaron de cabildante. Hoy es el abanderado y uno de los líderes de la nueva generación del Cabildo.

Cuando Camilo estuvo un poco más crecido, Regina empezó a trabajar en el sector público mediante contratos puntuales. “El primero fue en Familias en Acción: ahí recogía la documentación de los niños de primaria e infancia. Los contratos se iban renovando; trabajé hasta el 2019 que entró la pandemia y los suspendieron. Hasta ese momento llevaba trece años de contratación con el Distrito”

“Durante ese tiempo, siendo adulta, entré a estudiar en la Universidad Rafael Núñez y me gradué como administradora de empresas hace diez años. Me siento muy orgullosa de ese logro. Al principio fue duro porque a veces no daban los contratos a tiempo y no tenía para la matrícula, pero siempre lograba hacerlo de una u otra manera y aquí estoy, con mi tarjeta profesional y todo. Eso de trabajar, llegar cansado a las seis de la tarde y salir de inmediato para la universidad, es duro, pero cuando uno quiere el éxito llega”. El alivio era que la universidad le quedaba en el mismo barrio, a unas cuadras de la casa.

 

Segunda generación

“Yo siempre asistía a las reuniones de la fundación Gimaní Cultural porque me invitaban informalmente. Pero cuando empecé a estudiar en la universidad me dijeron –Ven, Regina, para que hagas parte de la fundación–. Luego me encargaron de pagarle y coordinar en el desfile a los grupos folklóricos, que han llegado a ser setenta u ochenta”. 

“Estoy desde el cuarto cabildo y llevo como treinta años desde entonces. De los primeros que se hacían dentro del barrio, logré ver como uno o dos. Yo le enseñé a Cami a traer el desfile, porque antes lo hacía yo: Nilda le daba a la maraca y yo salía con la comparsa adelante. Camilo es igual como abanderado: cuando se alza la primera bandera no lo detiene nadie hasta llegar a la plaza de la Trinidad”. 

“Nilda y Miguel Caballero son la primera generación del cabildo, junto con Neri Guerra, Sami o Cledis y muchos más. Yo sería de la segunda generación, con amigas como Isabel Covilla, Emilia Amor o Rosalía Taborda. Luego viene la generación más jóven, que está tomando el relevo como Camilo, Francis Caballero o Camila Ahumada. Además, tenemos amigos que siempre están para apoyarnos. Todos trabajamos por amor, porque al que le gusta el arte le gusta esto. Aquí todo el mundo tiene su rol y lo desempeña con compromiso”. 

“El desfile del año pasado me hizo mucha falta y nos dio guayabo, pero había que acatar las restricciones. Si este año se logra hacer el desfile presencial, estamos pensando en dónde debe morir, porque la plaza de la Trinidad nos quedó chiquita, quizás en El Pedregal o en el parque Centenario, pero hay que analizar. Es un evento maravilloso, que se convirtió en un desfile de ciudad, no solo del barrio, aunque aquí lo gestionemos”. 

Igual que antes, Regina sigue pendiente de la logística y los recursos que esta necesita. “Antes, la fundación ponía una venta de cervezas en la plaza y nos iba bien, se hacía un buen recurso porque el desfile necesita insumos: desde cables y cintas hasta muchachos para que lo controlen porque ya es muy grande. Algo de esa magnitud es digno de admirar, pero las entidades que debieran no lo apoyan como se merece. La fundación no posee grandes recursos, pero hay grupos de danza de la ciudad que siempre han estado apoyando al cabildo. Afortunadamente cada uno de nosotros tiene su trabajo, pero la gente que nos apoya necesita al menos un bus o una gaseosita”. 

 

El barrio

“El rincón del barrio que más me gusta es la calle Lomba; ahí hacían un baile, pero Aníbal Amador lo quitó. Los sábados de Lomba eran bien chéveres, tú ibas y tomabas, oías música y si querías bailabas. Era hasta la una o dos de la mañana, pero muy tranquilo, sin desorden. En Getsemaní tú puedes estar en cualquier fiesta y nadie se mete contigo, a menos que llegue uno de afuera. Para el cabildo ha habido veces en que amanecemos hasta las cuatro o cinco de la mañana y no se forma nada”. 

“Hay vecinos que extrañan los viejos tiempos. La época del mercado público fue muy especial para ellos, pero nuestra juventud también vivirá su propia época. El barrio cambió al cien por ciento. He visto a mucha gente irse: a veces por circunstancias de la vida, porque los servicios son muy caros o porque los hermanos quieren dividir y vender. Pero el progreso llegó; muchos residentes ahora tienen sus propios negocios. Con poner un puesto de fritos o de lo que tú quieras se va a vender porque a Getsemaní llegan muchos turistas: no sólo extranjeros, sino de otros barrios de Cartagena”.

“No soy nostálgica ni veo de manera negativa el cambio porque las ciudades tienen que evolucionar, pero siempre para el beneficio de las comunidades Eso no va a cambiar nuestra esencia: la gente que vive aquí es la que hace al barrio. A la gente de afuera le gusta convivir con nuestra gente y cosas bonitas que a veces no ven en sus países, como jugar dominó en la calle”.

Ahora está pendiente del arranque de la segunda parte del taller. “Las mujeres están animadas y quiero que esto arranque porque todos los días llaman a preguntar”. 

Mientras tanto, sigue la vida cotidiana. Cuando quiere ver a su familia va donde su hermana mayor, cuya casa en el barrio República de Chile es el epicentro de los hermanos desde que murió doña Berta, hace ocho años. “Soy bastante unida con toda la familia, es muy bonita”. 

“Aparte del trabajo me gusta mucho leer el periódico, la televisión y el computador. Por costumbre los domingos, leo sección por sección todo El Espectador. El sueño que tengo por cumplir es tener mi casita propia y estoy trabajando para mi pensión porque en la vida uno logra todo lo que se proponga”.