Foto: Harvin Lewis / José Caballero

Rijiam Shaikh Suárez:

Guardiana de La Sierpe
SOY GETSEMANÍ

En unas pocas décadas, La Sierpe ha sido varias calles a la vez. Ha habido épocas difíciles, de pobreza y bonanza, pero también de una tranquila vida de vecinos. En medio de tantos cambios algo ha permanecido: la familia Shaikh, la del ‘Culi’ y Catalina con sus nueve hijos e hijas. Rijiam, la menor de todos resultó la más fiera defensora de esa calle. Una guardiana a la que nada le pasa por alto.

La Sierpe fue donde tuvieron una feliz infancia ella y sus ocho hermanos, los nueve “retazos” que tuvieron Abdul Salam Shaikh, el famoso ‘Culi’, de origen indio y Catalina Suárez, getsemanicense raizal. Culi era alto, delgado, de muy buen trato y guapo de una manera que aquí no era común. “Cuando la conocí Delia Zapata, me dijo que él era el hombre más lindo que ha tenido Cartagena”. Tenía un negocio de telas al que alguna vez Catalina fue a buscar un retazo. 

La familia creció rápido. Vivieron en el Pasaje Franco, ahí mismo en La Sierpe, en un apartamento con sala y cocina en el primer piso y en el segundo, un espacio abierto en el que dormían todos. Todavía las Shaikh recuerdan los juegos bajo la mesa, donde improvisaban el telón con una sábana blanca a la que le pegaban con agua los recortes de las historietas en colores de los periódicos de entonces. También, las “exageradas” y muy bien surtidas comidas especiales. Sobraba tanto que tenían cómo jugar de verdad al restaurante con sus vecinos. De niña, el barrio era un paraíso en el que Rijiam se sentía segura. Llegaba a cualquier tienda y bastaba con decir que era hija del Culi para que la atendieran pronto.

Aprendió a leer muy temprano. A los tres años ya identificaba palabras y frases. Cuando entró a estudiar le correspondió con chicos más grandes que ella. Y así fue en adelante: siempre aprendiendo con gente más adulta. “La gente mayor decía -Esta peladita jode y le vamos a pulir la jodedera-, pero yo seguí siendo rebelde e irrespetuosa y me sacaban de todos los colegios”. Aprendía muy rápido y eso le dejaba tiempo de sobra.  Alumna de nueves y dieces en lo académico, pero de uno en disciplina. Más tarde estudiaría turismo, aunque sería apenas una formalización de sus conocimientos, pues avanzaba más rápido en sus lecturas y aprendizajes personales. Un poco más crecida aprendió mucho de la historia cartagenera con un gigante: Donaldo Bossa Herazo. Lo escuchaba con frecuencia en la Academia de Historia. Bossa había sido vecino de la Sierpe antes de que naciera Rijiam. Vivía en el segundo piso de la casa esquinera en la misma acera de la casa de los Shaikh, en el cruce con la Media Luna. 

Amores de los grandes

La casa se la compraron nada menos que a Belisario Díaz, el creador del teatro Variedades y del Rialto. Allí terminaron de crecer los hijos. En esta casa donde ahora conversamos se casaron el Culi y Catalina, ya mayores y con hijos crecidos. Él era musulmán practicante -de hecho llegó a dirigir las oraciones en Cartagena- y ella era católica devota, algo que le legó a sus hijas. Sin embargo, Culi era tan querido y aceptado que hasta los religiosos católicos llegaban a su casa para dialogar y pedir consejo. En la familia se recuerda que fueron el primer matrimonio religioso mixto aprobado por la iglesia cartagenera. Para lograrlo tuvieron que pedir audiencia al arzobispo y una dispensa que llegó hasta el papa Juan XXIII. Catalina era una mujer comprometida con la parroquia de La Trinidad, que siguió los pasos de su madre, quien entre sus  muchos apoyos les lavaba la ropa a los hermanos salvatorianos cuando aún no había párroco en propiedad.

Culi tuvo altas y bajas. Distribuía lotería y algunas veces la ganó, pero también perdía dinero en las cartas. Igual, siempre hubo el recurso para educar a los muchachos, que es lo que más se valora entre las Shaikh. Pero Culi murió temprano. Justo en estos días se cumplen cincuenta años de su fallecimiento. Rijiam era una niña apenas. “De la familia la única que salió así, un poco loca, fui yo. Todos dicen que eso fue porque él se murió cuando yo estaba bien chiquita. A mí me criaron mis hermanas y hermanos mayores, que me secundaban las sinverguenzuras y las mamaderas de gallos”, dice mientras conversamos otro rato en una banca de la plaza de La Trinidad en una tarde de brisa y calles vacías de los días finales del confinamiento. Antes nos ha guiado por la Sierpe y por el Pasaje Franco, contándonos predio a predio la historia de su calle. No se trata de su faceta profesional como guía turística sino de otra cosa: un sentimiento amoroso con la calle en la que ha vivido casi toda su vida. Un poco cansada por el recorrido nos ha pedido quedarnos un rato allí. Durante el confinamiento salió muy poco, extremando medidas para cuidarse a ella misma y a sus hermanas.

Malos tiempos

La muerte del patriarca fue un golpe duro, pero faltaban más. El primero fue cuando mataron a uno de sus hermanos mayores, que había sido hasta entonces su figura paterna. No había alcanzado a cumplir los diez años. Luego vino el deterioro del barrio y en particular de La Sierpe. 

En esta casa resistieron las malas épocas del barrio, cuando se fue el Mercado Público y llegaron los bares, las drogas y la prostitución casi tocando a la puerta. En La Sierpe, además, se instalaron unas cartoneras que generaban un aspecto sucio y desordenado y atraían a la población de recicladores que allí conseguían su sustento. Rijiam era entonces una muchacha flaquita, pero fuerte y determinada. “Esto llegó a tocar fondo: ninguna del colegio quería hacer tareas por acá; los taxis ni se atrevían a entrar, nos dejaban en el hotel San Felipe o en el Centro. Una vez nos pusieron un candado en la puerta de afuera y comenzaron un fuego que tuvieron que apagar los bomberos. Nos llamaban a decirnos cosas, que nos iban a matar y nos tocó quitar el teléfono fijo”.

“Me tocó enfrentarme sola a todos los vendedores de droga. Fue un periodo bastante difícil y yo estaba en plena juventud. Me tocó dejar todo lo que les gusta a los jóvenes: ir a discotecas, a conciertos, salir a la calle o a eventos públicos, porque me podían hacer daño o hasta matarme”. La crisis llegó al punto que siendo todavía esa muchachita flaca se le plantó en la oficina de Bogotá al general Miguel Gómez Padilla, que llegó a ser director nacional de la Policía. “Yo vengo de Cartagena, tenemos un problema muy grande allá y no me voy a mover hasta que el señor me atienda. Si me toca quedarme y si me tengo que dormir aquí, lo hago, pero él me va a atender”. Hizo tanta bulla que el propio general abrió su puerta para ver qué estaba pasando. La atendió y Rijiam le mostró los planos de la zona, señalándole punto por punto los sitios donde se expendía droga. El general terminó montado esa misma noche en el avión en el que ella regresaba a Cartagena, en el asiento del lado, escuchándole todos los detalles y decidido a ponerle un alto a la situación.

Por supuesto las cosas no cambiaron de la noche a la mañana, pero sí hubo transformaciones. Mientras que otras personas del barrio seguían la lucha, Rijiam hacía lo propio con memoriales, quejas y diálogos ante las autoridades, enfocada en los temas de La Sierpe. En especial recuerda al alcalde Manuel Domingo Rojas. “Fue un apoyo incondicional. Limpió la calle de cartoneras, ventas de drogas y prostitución”, explica. Aún así, a La Sierpe aún le faltaba un tiempo para llegar a ser la calle de postal que es hoy. Seguía siendo un lugar con malos olores, una presencia sucia de día y amenazante en las noches.

“La primera vez que arreglaron la calle para diciembre me quedé en la esquina llorando. Lloré de la emoción, de tanta lucha y sobre todo que estaba sola”, relata. Lo que no intuía es que al barrio y a su calle le venían una transformación aún mayor: la de convertirse en un destino turístico de alcance internacional, con una presión inmobiliaria que implicaría unas nuevas luchas, que hoy no han terminado.

Turismo y patrimonio

En paralelo había hecho una vida completa y fructífera en casi todos los frentes del turismo. Desde muy joven trabajó y estudió al tiempo. Recuerda que fue la primera guía de las  rumbas en “chivas”. En esos años compensó toda la fiesta y eventos públicos a los que no pudo ir de muchacha. Fue profesora universitaria y allí forjó amistades duraderas, con muchachos que entonces fueron como sus hijos y hoy son hombres y mujeres a los que quiere y aconseja. De sus varios años en Suiza e Italia aprendió más sobre turismo y sobre el manejo del patrimonio, comparándolo siempre, en lo bueno y en lo malo, con lo que hacemos en la ciudad.

Se reconoce frentera, mamadora de gallo, malhablada a veces y sin miramientos para decirles a propios y extraños lo que piensa y siente, pero también sabe lo firme que es en la amistad y los afectos. “Soy irreverente, esa es la palabra que me define. Cuando quiero a la gente le entrego mi vida entera. Y a los que quiero se los digo, que es algo que he aprendido, para que sepan que existe alguien que tienen alguien que los aprecia. Por lo frentera le puedo caer mal a algunas personas. Pero detrás de esa persona dura y muy fuerte para decir las cosas hay alguien que ha tenido muchos sufrimientos, a quien la vida no le ha dado las cosas fáciles y que las ha pagado a un precio bastante caro”. 

Rijiam es una mujer de metas y empeños. Ahora compagina su labor como guía turística, principalmente de extranjeros, con una idea que ha elaborado con mucho detalle: potenciar el turismo religioso en Cartagena. Ha hecho un completo inventario de todos los sitios, historias y contenidos para hacerlo una realidad. Uno puede imaginar un recorrido de su mano y de su voz por la riqueza espiritual de una ciudad que acogió a tanta comunidad religiosa y hasta a la Inquisición.

De vuelta a casa

Es un viernes de septiembre. La fase más dura del aislamiento por Covid 19 ha pasado. Para las hermanas Shaikh ha sido particularmente difícil: están muy acostumbradas desde niñas a estar juntas. Este mediodía han quedado en reunirse en la casa -la de la Sierpe es “la” casa, no hay otra- para hacer un almuerzo de los de antes, generoso y divertido. Es la primera vez que se reúnen así después del confinamiento. Es el cumpleaños de Aura y puede que ser la despedida por una temporada de una de las sobrinas, que regresa a Bogotá.

Luna y Wallie, los dos pequeños perros de Rijiam anuncian a los ladridos que un carro se ha parqueado al frente y luego se deshacen en cariños con las recién llegadas: Aura y Erika, la sobrina mayor, con su hija Daniella. Luego llegan Alina con su hijo, Karim Abdul, que resulta ser un gran conocedor del templo de la Trinidad, de los procedimientos eclesiásticos y de las raíces indias de Colombia. Más temprano, mientras hemos charlado, Rijiam ha ido decorando la mesa como para una fiesta. Con sus hermanas llega un enyucado fabuloso. Hay alegría en la casa, muchas risas recordando los viejos tiempos y la expectativa por los que vendrán. Hablamos un largo rato con ellas de la calle y la familia. Por ahora los días del aislamiento absoluto parecen una cosa lejana. Las Shaikh vuelven a estar juntas y eso es todo un motivo para agradecer y sonreir.