El claustro de San Francisco fue la primera edificación que se construyó en Getsemaní. Sus fachadas originales se veían bastante distintas de las actuales porque con el paso de los siglos se les fueron añadiendo volúmenes. ¿Qué se enfatiza a la hora de restaurar unas fachadas que han tenido tantos cambios?
Mirando a las huertas
En la colonia temprana quien viniera por la calle Larga o mirara hacia el Centro desde la calle San Juan hasta donde llegaban las huertas de los franciscanos, vería erigirse el blanco convento como el punto visual de referencia, en medio del palmeral y los árboles frutales. La parte trasera del claustro estaba hecha para ser vista. En otros edificios similares esas fachadas internas eran puramente funcionales: el resultado de lo que se había construido adentro, sin pensar en ellas como algo que merecía una estética y diseño propios.
Aquí, en cambio, hubo cuidado en la proporciones, en el ritmo de las ventanas y en la única puerta, así como una limpieza visual notable. Con esa fachada hacían ángulo las hermosas arcadas en ambos pisos del edificio llamado Anexidades, que resultaron destruidas casi del todo para instalar una pantalla del teatro Rialto. En las afueras de ese ángulo había un tendal que servía como cocina y a su alrededor las huertas internas, donde se cultivaban flores y plantas aromáticas o medicinales.
Es la llamada crujía (o lado) 3, que corre en paralelo a la crujía 1 o fachada principal. Mira hacia el Centro Comercial Getsemaní. La crujía número 2 es la que colinda con la iglesia de la Orden Tercera. El templo de San Francisco constituye el cuarto lado de ese cuadrado.
En el primer piso quedaba el refectorio, la estancia principal de la vida monacal. Allí no solo se recibían los alimentos sino que se escuchaban lecturas sagradas, se hacía oración y se celebraban las reuniones importantes de la comunidad. El segundo piso era un ala abierta para dormitorio en hamacas. La ventana que se ve flotando entre uno y otro piso corresponde al descanso de la gran escalera de piedra.
Las decisiones de restauración no fueron muy complejas en el sentido de que la fachada original era muy limpia visualmente. Se verán los vanos del segundo piso protegidos con tejadillos y los del primero, con guardapolvos. En la intervención física sí hubo complejidades porque en la época del teatro Rialto se incrustaron columnas y vigas de concreto entre los muros coloniales. Ambos materiales no se llevan bien y la desventaja la llevan los muros construidos cuatro siglos atrás. Hubo que retirar todo el concreto -una labor pesada y delicada a partes iguales- y reforzar lo antiguo con técnicas contemporáneas como mallas de basalto y nuevos materiales.
Una fachada escondida
El frente del segundo piso del claustro franciscano estaba compuesto por unas grandes arcadas con un amplísimo corredor, donde los monjes tomaban el fresco y observaban todo lo que ocurría en la bahía, cuyas aguas batían casi pegadas al convento.
El Pasaje Porto no existía aún. En el lugar que hoy ocupa había en la Colonia un patio separado de la calle por una tapia. El claustro se comunicaba con ese patio mediante unas arcadas del mismo tipo que las del segundo piso. Aquel patio pudo haber sido utilizado para entierros pues hay rastros de que de ese lado hubo una capilla que se adentraba en el claustro. Quizás en la cripta que está al lado se resguardaban los cuerpos de los monjes antes de su entierro definitivo.
El Pasaje Porto apareció en 1892. El claustro franciscano, como muchos otros en el país, había sido desmembrado y vendido a particulares porque la nueva nación necesitaba recursos y no había mucho de donde echar mano. El General Eloy Porto lo compró y decidió sacarle provecho a ese lote con tapia para construir el actual edificio de dos plantas que en su parte baja alberga el Pasaje Porto. Tapó así casi toda la fachada original de dos plantas del claustro franciscano. En la imagen se puede apreciar la diferencia de magnitud entre ambos edificios: mucho más alto el claustro, a pesar de que ambos tienen solo dos pisos. También se tapó con una losa de concreto lo que había sido el patio frente al convento.
¿Y cuando apareció el tercer piso? Hace un siglo, cuando al frente ya estaba erigido el Mercado Público y cualquier espacio era útil para almacenaje de mercancías. De hecho fue construido con materiales muy básicos y sin mayor consideración arquitectónica más que el ritmo de ventanas, que seguía el patrón del resto del edificio. Al hacerlo, adosaron el muro hasta la espadaña del templo de San Francisco. Una parte de esta quedó como incrustada en ese muro hasta que fue redescubierta por un maestro de obra en la actual intervención arquitectónica.
Y ahora, en el proceso de hacer una restauración integral del claustro como nunca se había hecho, una pregunta clave era qué hacer con tantos cambios y añadidos. Un purista optaría por demoler el tercer piso y el Pasaje Porto, que no hacían parte del volumen original del convento franciscano. Pero en protección del patrimonio y en restauración arquitectónica las cosas no funcionan tan en blanco y negro. Un edificio, con sus añadidos y reformas previas suelen contar una historia y hacer parte de una memoria urbana. Para la ciudadanía cartagenera actual el claustro es el que ha visto toda su vida, con su edificio Porto, su pasaje y su tercer piso. Hay que ser muy cuidadoso en qué se le resta a un inmueble antiguo y qué decisiones de intervención se toman. Aparte de esa consideración general, el claustro franciscano es un Bien de Interés Cultural del Orden Nacional de manera íntegra, incluyendo esos añadidos posteriores.
Aún así, con esa voluntad de preservar esa historia del inmueble, los retos de estructura, diseño e intervención eran complejos. Tampoco se trataba de echar unas manos de pintura para dejar todo como estaba. ¿Qué recuperar, destacar y poner en valor en una fachada que debe tener una larga vida y sobrevivir a varias generaciones?
La imagen conceptual de cómo quedará esta fachada al final de la intervención permite ver parte de los arcos originales en bajorrelieve, que habían sido ocultados por capas de pañete y pintura. No se pudo hacer con todos, pero los vestigios que se recuperaron permitirán observar desde la calle la dimensión y la forma original. Hacia adentro del claustro los muros fueron despejados de pañetes, reforzados estructuralmente y liberadas varias de las arcadas originales.
El tercer piso se está rehaciendo totalmente con materiales idóneos para perdurar por siglos, pero respetando la altura que tenía y el ritmo y proporción de las ventanas. También se liberó la espadaña del muro que le hizo perder ese espacio propio que tenía en su época colonial. Eso dejó un espacio abierto a manera de pequeña terraza, complementada con la conversión de dos ventanas del tercer piso en tribunas con balaustrada propia, pero sin sobresalir del muro, para evocar la época original en la que desde allí se veía el trasegar del puerto.
El patio secreto
Este sí que era un elemento sorpresivo, incluso para los getsemanicenses de más edad: entre el claustro franciscano y la iglesia de la Orden Tercera había un pequeño patio que desapareció en el siglo pasado y que ahora volverá a la vida.
En el esquema franciscano la Orden Tercera era la de los laicos consagrados. Esta iglesia, pues, hacía parte del convento. Este pequeño patio comunicaba claustro e iglesia para que los monjes pudieran ingresar discretamente y por aparte. Lo hacían mediante una escalera de caracol, de la que quedaron vestigios, y que daba al coro en el segundo piso. Los feligreses no los verían en ningún momento, pero sí escucharían sus cantos como venidos del cielo.
El pequeño y alargado patio les daba luz y aire a ambas construcciones y recogía las aguas de los dos tejados. En una foto de alrededor de 1947 se ve un muro con portón que lo separaba de la calle, con poco más de un piso de altura, rematado por un tejadillo corto y una pequeña cornisa. Algunos años después se debió construir la placa de concreto que resultó invasiva y anuló las ventajas de ese espacio: no más luz ni ventilación natural. También se subió el muro del portón, que ahora llegaba hasta el segundo piso. En la parte al fondo del patio se construyó un salón parroquial y arriba, sobre la placa, la casa cural, que quedaba entonces con una terraza propia de forma triangular y estrecha.
Este patio será restituido casi a su versión original. Eso implica demoler la placa de concreto y develar de nuevo la fachada del claustro San Francisco que daba contra ese lado. No será toda porque el salón parroquial y la casa cural seguirán en su lugar, con uno de sus lados adosados al viejo convento. Pero el sector que quedará expuesto contará una historia de ventanas abiertas y vueltas a tapiar, de distintos tamaños y proporciones y a distintas alturas. Así ocurría en aquellos tiempos. La decisión de diseño es mantenerlas así, por respeto al pasado de ese muro, incluso con esas imperfecciones.
Desde las habitaciones del nuevo hotel no se podrá apreciar el conjunto, pues cada una de esas ventanas desiguales dará a una habitación distinta. Quienes sí podrán apreciarlo serán los feligreses que vayan a misa y noten que se reabrieron las ventanas de la izquierda que estuvieron tapiadas. También quienes ingresen al patio por el portón al lado del Pasaje Porto. También habrá allí una escalera que sube al coro, como en el convento original.
Ni el patio ni la iglesia -a la cual el proyecto San Francisco le hará una intervención en honor al pasado compartido- hacen parte del hotel del que el claustro sí es un importante inmueble. Desde la calle también se podrá ver algo de ese muro pues la intervención implica bajar a su altura original el muro que da hacia el Patio de Banderas del Centro de Convenciones.
Agradecimientos a la arquitecta restauradora Angelina Vélez, fuente principal de este artículo. Como parte de la firma Vélez & Santander hace parte del equipo a cargo de la restauración e intervención del claustro franciscano, que junto a otros inmuebles aledaños componen el hotel que actualmente construye el Proyecto San Francisco en Getsemaní.
El claustro franciscano es formalmente un Bien de Interés Cultural del Orden Nacional (BICN), por lo que toda intervención debe ceñirse escrupulosamente a lo consignado en el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) que lo cobija según la Resolución 1458 de 2015, bajo acompañamiento y seguimiento continuo de las autoridades, en particular del Ministerio de Cultura y del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena (IPCC).