La primera forma de las anexidades fue otra. Se trataba de una especie de galpón alto con columnas y arcos al que en los años 1700 le adicionaron un segundo piso. Lo sabemos porque en los arcos originales quedaron las huellas de cómo se rebanaron para encajar el piso adicional y que se mantuviera la armonía con el resto del nuevo claustro, que también había sido agrandado y reformado.
En el actual proceso de intervención se les llama ‘Anexidades’ porque el nombre apareció en algún registro, pero no sabemos cómo le decían los propios monjes franciscanos que levantaron el claustro que dió origen al barrio de Getsemaní, en Cartagena de Indias. Así de discreta era su función.
Ese nombre, en todo caso, sí da una pista de su primera función como sitio de servicio, almacenaje y de las actividades para sostener la vida cotidiana de un claustro que debía dedicarse al estudio, la contemplación y la oración. Pero también para el servicio que había que proveerles a los muchos viajeros -civiles, militares o eclesiásticos-que se alojaban en el claustro al desembarcar o desensillar de sus caballos en la abigarrada Cartagena de Indias de hace tres o cuatro siglos.
Eso explica su ubicación: si el claustro franciscano es un cuadrado con un patio central, las anexidades son el comienzo de un segundo cuadrado; un edificio recto, de dos pisos, con una arquitectura similar, pero orientado hacia la parte de atrás del convento donde quedaban las huertas: una extensión trasera del edificio principal.
El conjunto seráfico
De hecho , las anexidades ‘partían’ las huertas en dos. Desde la parte que da hacia la actual calle Larga se veía a la huerta interna donde se cultivaban las especias más delicadas y también a un tendal en medio de ellas donde se cocinaba.
Del otro lado estaba el entorno trasero de la cúpula del templo de San Francisco. Al comienzo de la Colonia al parecer hasta allí entraban carretas desde un acceso ubicado aproximadamente por un costado de lo que fue el Teatro Cartagena. Tenía sentido si se piensa que esa posición marca una línea recta con la torre del Reloj, que era la única entrada a la ciudad fundacional, desde donde se podían traer diversos productos.
Luego de la reforma del siglo XIII ese entorno detrás de la cúpula se convirtió en un espacio de reflexión y estudio al aire libre, llamado Patio de los Lectores.
Ese conjunto de anexidades, huertas internas y patio de lectores cerraban por atrás el terreno que se conocía como ‘conjunto seráfico’ y que incluía el claustro, el templo de San Francisco, la capilla de la Veracruz y la iglesia de la Tercera Orden como sus edificios principales. Tras una barda cuyos vestigios llegaron hasta nuestros días estaban las huertas mayores con cultivos de pancoger, muchas palmas de cocos y seguramente árboles frutales. Eran tan grandes que llegaban hasta la calle San Antonio. Al final de las anexidades había una pequeña casa o garita que era el acceso trasero del claustro.
Teatro y mucho más
De las anexidades se sabe muy poco, siendo como eran el edificio auxiliar del claustro franciscano. La comunidad franciscana ya venía en decadencia desde antes de la Independencia y partió definitivamente pocos años después de la misma. Con la república el conjunto seráfico paso varias veces de mano y luego se fraccionó para venderlo por parte a particulares.
En 1927 en lo que fueron las antiguas huertas internas se inauguró el teatro Rialto. El lienzo de la pantalla daba justo contra las anexidades, ocultándolas a la vista del público. En los años 50 vino el gran destrozo con la pantalla curva del Cinemascope que derribó buena parte de los arcos originales, dejando apenas tres en pie. Luego, en los años 70 una nueva reforma partió el Rialto, para construir en la parte trasera el Bucanero. Y un gran sector de las Anexidades estaba justo en la mitad. Varios muros quedarían ocultos hasta la intervención actual.
Habrá quienes recuerden que había un pasaje que conectaba los teatros Cartagena y Colón con el Centro Comercial Getsemaní. En medio había un pequeño patio arbolado y luminoso junto al que había un salón donde ensayó por mucho tiempo el Colegio del Cuerpo. Ese era el último vestigio de las Anexidades tras siglos de reformas y diversos usos.
Costillas y vestigios
Así que al comenzar la intervención del claustro para incorporarlo al complejo del hotel Four Seasons, que operará desde 2023 y que integra otros Bienes Inmuebles de Interés Cultural del Orden Nacional (BICN), como el Club Cartagena y el templo de San Francisco, los restauradores se encontraron con que el edificio de origen más humilde resultó ser el reto más complejo en ingeniería y arquitectura.
Las Anexidades terminaron siendo como un dinosaurio del que solamente se descubrieron tres vértebras y dos muelas rotas. Con eso había que reconstruirlo por completo, pues se había perdido casi todo el edificio, unos muros estaban sepultados bajo las obras de los teatros y la parte más visible había sido reformada varias veces.
Los restos de los tres arcos en pie dieron las pistas principales para reconstruir los demás. Los muros también tenían huellas de cómo encajaban las piezas. El artesonado de madera recuperado en otras partes del claustro ayudó a reconstruir la cubierta. Pero también aportaron los hallazgos arqueológicos, la investigación en fuentes antiguas y la comparación con otros claustros franciscanos en América Latina, con los que se compartían muchos rasgos pues había unas normas muy específicas de cómo debían ser construidos.
Todo ese proceso comenzó hace unos diez años y pasó por la aprobación del Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) de este conjunto de edificios. Es una norma que regula todos los detalles de la intervención y manejo para que se preserve de la mejor manera y se garantice su su sostenibilidad. Esto implica que entidades como el Ministerio de Cultura y el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena de Indias -IPCC- acompañen y vigilen toda la intervención.
En su nueva fase el edificio de Anexidades se dedicará a la zona de spa del hotel: en el primer piso están ubicados baños y vestidores y un cuarto de vapor, ascensor y un cuarto técnico entre los principales usos. En el segundo se ubicarán otros servicios y salas de tratamiento para los huéspedes.
Así avanza la intervención del primer piso. Al fondo se ve la sacristía que es el punto de unión entre el claustro y este edificio de servicios. Esa sacristía correspondía al templo de San Francisco, que las generaciones más recientes conocieron como el Teatro Colón.
En la primera construcción (finales de los años 1500) este espacio era un galpón muy alto, de un solo piso, con muros a lado y lado, de manera que se podía caminar por el pasillo central y ver lo que había en cada una de las subdivisiones
Cuando se reformaron las anexidades, en el siglo XVIII, este espacio se convirtió en un salón formal, quizás de reuniones o alimentación, a juzgar por el espacio mismo, por el detalle de un aguamanil de buena factura justo a la entrada, pero sobre todo por los dos magníficos arcos que marcaban el ingreso desde la sacristía. Ya no era un sitio discreto y operativo. Al fondo se ve uno de los arcos y el vano recto a su lado que daba hacia el llamado Patio de los Lectores.
Esta es la conexión entre el claustro y las anexidades en el segundo piso, justo encima de la sacristía del primero. Los muros son los originales de la reforma de los años 1700. A la derecha, el ingreso con un arco daba a un pasillo ancho frente a las arcadas. Los dos vanos rectos a la izquierda daban acceso a la zona de labores y almacenaje, un poco más cerrada. Contrastados con los grandes arcos del primer piso, su simpleza señala que su vocación era más práctica.
En esta imagen hay tres estructuras de muy distintas épocas. La de la derecha es el muro colonial, debidamente recuperado y reforzado estructuralmente para que siga en pie por varios siglos más con el debido mantenimiento.
En la mitad está una columna de uno de los teatros que funcionó aquí. Originalmente en este predio funcionó el Rialto, un teatro con estructura de madera y capacidad para más de tres mil espectadores, inaugurado en 1927. En los años 50 se le adaptó una pantalla curva y en los años 70 se le dividió para crear el teatro Bucanero en la parte trasera. Esos nuevos teatros tenían estructuras muy básicas, como de galpón industrial, pero afectaron también a las Anexidades. Aún se ven paredes de aquella época rellenadas con restos sueltos del muro colonial, columnas con varillas de hierro y otros rastros de aquellas construcciones.
En algunos casos -como este- la columna está fundida con el muro colonial. Así que para eliminarla hay que trabajar con el cincel de mano, cuidando cada golpe para causar el menor daño al muro original. Una vez liberada la columna y asegurada la estabilidad del muro se procede a retirarla con maquinaria pesada.
A la izquierda se ve el muro contemporáneo. Se hace del mismo grosor del muro colonial para preservar las proporciones originales.
Así se ve un muro de las Anexidades recuperado. En todos los casos se retiran los pañetes para evaluar el estado en que está y para que los maestros de mampostería conocedores de las técnicas tradicionales lo intervengan hasta dejarlo como se ve. Luego se le pondrán nuevos pañetes que tienen la apariencia tradicional pero cuyos materiales contemporáneos les permiten ‘transpirar’ mejor lo que ayuda a que se conserven por muchos años más.