Si un predio tiene más de cuatrocientos años de historia, pero en él no queda nada en pie ¿qué se toma en cuenta para hacer algo nuevo ahí? Simplificando mucho: ¿Se mira al futuro o se apela al pasado? Si es esto último ¿a cuál pasado?
Esas preguntas se hacen a diario en proyectos de todo el mundo, grandes y chicos. No es sencillo responderlas y no es bueno hacerlo en abstracto. Cada caso tiene su propia respuesta. Se debe consultar la historia, el entorno urbano y la naturaleza del inmueble que se va a construir. En la Cartagena de hace un siglo largo la respuesta era simple: hay que modernizarse. Y por eso hubo acuerdo en demoler murallas a las que hoy no se les tocaría un ladrillo.
Ese era uno de los varios retos que se debía resolver en el diseño del hotel que ahora se está construyendo en predios del viejo convento franciscano en Getsemaní y en otros aledaños, como el Club Cartagena, que tienen un carácter de patrimonio de la Nación y siguen unas normas muy específicas de intervención, conservación y puesta en valor. Pero dentro del predio del viejo teatro Rialto no había mayor cosa por recuperar: era un galpón hecho con materiales baratos, sin mayor criterio arquitectónico. El techo, por ejemplo, estaba soportado en unas cerchas metálicas como las que se usarían para soportar la cubierta de Eternit de una casa familiar, sin los cálculos estructurales necesarios para un tejado de esa envergadura. La maleza y el deterioro eran lo más visible, además del palco en concreto del último Rialto, un teatro que tuvo tres versiones en menos de setenta años.
En la Colonia, ese terreno fue parte de las huertas del convento, con una tapia sobre la calle Larga que al parecer siguió estando ahí tras la Independencia, durante el resto del siglo XIX. Recién inaugurado el teatro Rialto, en 1927, fue el momento de mayor riqueza arquitectónica de esa fachada. Lo que vino después fue una reforma no muy afortunada en los años 50 y más adelante el parapeto constructivo de los años 70 que se veía allí hasta hace algunos años, como contamos en el artículo precedente.
Así fue surgiendo un consenso en que esa fachada del Rialto original era lo que valía la pena evocar. Aunque se hubiera podido optar por hacer algo de ceros, la voluntad general era recuperar una época. Y el Rialto sí que la marcó en el barrio y en la ciudad. Esa manera de conciliar lo antiguo y lo nuevo quedó expresada en el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) de ese conjunto de inmuebles, aprobado por las autoridades nacionales y distritales y que es la normativa a seguir expresamente.
Cuatro vanos majestuosos
El prestigioso arquitecto barranquillero Pedro Malabet, a quien le fue encargado el proyecto del teatro Rialto tenía por delante varios retos técnicos y arquitectónicos. El primero de ellos: la entrada del teatro quedaría a mitad de cuadra en una calle concurrida; no en una esquina o frente a algún sitio despejado. Eso implicaba que la cartelera no podía ponerse al frente porque los transeúntes iban de paso, sin ocasión de pararse a ver los anuncios de las películas.
Malabet optó por crear una fachada neoclásica, con mucha disciplina formal, como dirían los arquitectos, con cuatro vanos abiertos que invitaban a la gente a entrar y deambular por un amplio espacio donde había sombra, se podía hacer fila para comprar las boletas y echarle con calma una mirada a los afiches de las películas. Los vanos eran de tamaño monumental, tanto como las puertas de bronce que los cerraban tras las funciones. Sobre cada uno de ellos, Malabet dispuso de una marquesina: un pequeño techo para cubrir a quien entra o sale. Alrededor de los vanos diseñó molduras y azulejos que los destacaban vistos desde la calle. A un lado, del costado donde ahora queda el Centro Comercial Getsemaní, Malabet diseñó una puerta sin mayor adorno, que era como la hermana menor de las otras cuatro grandes. Ese era el pasillo de entrada al sector popular del teatro Variedades (1905), cuya entrada principal quedaba frente al camellón de los Mártires, en el predio de la antigua iglesia de la Veracruz.
Sobre esas cuatro puertas colosales, Malabet diseñó una serie de cornisas sucesivas también llamada “cornisón” o “entablamento” que se elevaba el nivel casi hasta la altura del techo de la casa de Padilla, que todavía existía. Sobre ellas, diseñó un inmenso frontis semicircular que remató con un muy republicano cóndor. En los extremos puso unas urnas de tamaño considerable. Por el centro, y dando a la calle para que se le viera desde lejos, el vistoso letrero con el nombre del teatro.
Evocar e integrar
Una vez decidido que la fachada evocaría y le haría homenaje a la del teatro Rialto original, venían los detalles. El reto para los arquitectos actuales era el mismo de tantas intervenciones a lo largo del mundo para casos similares: conciliar la historia de un viejo predio con sus nuevos usos. Las fachadas siempre suelen expresar las formas y funciones de lo que sucede adentro: en este caso, residencias hoteleras.
Esa elección era solo un elemento del conjunto de decisiones para llegar a la forma final. Luego había que tener en cuenta los predios vecinos: la casa García a la izquierda y el Centro Comercial Getsemaní a la derecha, cada uno con su propia “gramática” y estilo arquitectónico. También la calle Larga, sobre la que da la fachada y que tanta importancia tiene para la ciudad. Y, no menos importante: el resto de edificios del proyecto hotelero como el claustro franciscano -colonial-; club Cartagena -neoclásico- o el teatro Cartagena -ecléctico-. El reto obvio era conciliar esos elementos y las normativas específicas del distrito, en cabeza principal del Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena -IPCC-.
De esas consideraciones emergió la forma final, en la que cada detalle tiene una razón de ser y casi siempre una conexión con la fachada clásica del teatro, que tenía muchos aciertos de diseño. Para comenzar, los cuatro vanos monumentales que eran el núcleo compositivo de esa fachada vista desde la calle, incluso la pequeña puerta al costado derecho, con su muro más bajo que le da más aire al nuevo edificio respecto del centro comercial.
Parte del reto fue recuperar cada elemento a partir de tres fotos antiguas, porque no se han descubierto muchos más registros o archivos. En ellas se destaca el inmenso frontis semicircular que tuvo razón de ser en la estética del momento. Sin embargo, desde el principio se veía desproporcionado respecto de los predios vecinos, que tienden a componer una misma línea visual. Por supuesto, era lo que necesitaba por el uso como teatro y en el contexto de ese momento, cuando lo moderno desplazaba sin mayores miramientos a lo antiguo. Hoy se piensa de otra manera. Además, aquella estructura estaba volcada sobre la calle, lo que ahora resultaría muy invasivo visualmente. De ahí la decisión de recuperar los elementos de la base de la fachada, pero no esa parte alta, y retroceder unos metros el volumen del nuevo edificio.
El resultado es una fachada elegante como la del viejo teatro, pero más discreta y con una mejor relación con la calle Larga y sus predios vecinos. Una fachada para evocar toda una época y ponerla en el nuevo contexto del siglo XXI.
Fuentes
Este artículo y el anterior, sobre la historia del teatro Rialto, contaron con los valiosos aportes de los arquitectos Ricardo Sánchez y Rodolfo Ulloa, autores del diseño de interpretación histórica de la fachada y el arquitecto José María Rodríguez, responsable de los ajustes de ese diseño.
Arte de fachada Rialto. José Joaquín Gómez / Rodríguez Valencia Arquitectos
Fotografía antigua de Rialto cortesía de Jaro Pitro.