Dos pequeños edificios de Getsemaní tuvieron el mismo cordón umbilical desde la Colonia. Hace un siglo fueron separados; luego unidos como siameses que compartían órganos; separados de nuevo en las últimas décadas. Ahora estarán juntos, como fue su vocación original. Como Aureliano y José Arcadio en Cien Años de Soledad, hasta terminaron con los nombres trastocados.
Comencemos por aclarar algo, para no perdernos. El edificio que muchos vecinos y quienes vivieron allí llaman Puerta del Sol -de cinco pisos, donde funciona Quiebracanto- en los registros oficiales se llama Morales Hermanos. Y viceversa: el de tres pisos, al lado, en los documentos oficiales se llama Puerta del Sol. En este artículo los llamaremos según la costumbre popular.
El lote donde hoy están los dos edificios aparece como uno solo, con un patio pequeño, en planos de la época colonial y dos casas de un piso, como todas las vecinas que miraban a lo que hoy es el Parque Centenario y que entonces era un gran playón que daba sobre el caño de San Anastasio. Pero esta casa tenía algo especial. “Es como la proa de un barco que apunta hacia la boca del Puente -donde hoy queda la torre del reloj-. Era un lote llamado a ser un hito urbano porque ahí se armaba una especie de ‘Y’ para quien venía desde el Centro. Si tomaba a la derecha, llegaría al convento de San Francisco y al playón del Arsenal, con toda su actividad de reparación de barcos. Si tomaba a la izquierda llegaba a la única salida a tierra firme y que luego fue la puerta fortificada de la Media Luna”, explica el arquitecto restaurador Ricardo Sánchez, del proyecto San Francisco.
En efecto, justo donde quedaba La Caponera, el edificio Puerta del Sol hace un leve giro que no se alcanza a percibir como una esquina, pero que está ahí, marcando el comienzo de la calle de la Media Luna.
En la medida en que esa calle ganaba potencia comercial ese predio seguramente también lo hizo. En esa dinámica debieron conformarse las dos casas altas que, por los usos de la época, pueden imaginarse como pulperías (comercios) en el primer piso y en el segundo piso, ‘corrales’ -el equivalente a los posteriores inquilinatos-, según el también arquitecto restaurador Rodolfo Ulloa, quien investigó sobre estos predios.
A la salida de la Colonia, el edificio de la izquierda, para quien mira desde el camellón de los Mártires, era el más alto, con tres pisos. Según la clasificación normativa de 1990 se le denomina como un inmueble “de dos altos con acceso lateral”. Hacia 1910 hay fotos en las que aparecen igualados en altura, ambos de tres pisos. La nueva edificación era bastante sencilla, pero tenía una gran virtud. “El maestro de obra o arquitecto -si lo hubo- tuvo el buen sentido de mantener el ritmo arquitectónico de llenos y vacíos de su vecino, con ventanas a la antigua y sus respectivas distancias. Es como si no hubieran pensado tanto en sí mismos, como ocurre ahora, sino en la ciudad”, explica Sánchez.
Hasta hace un siglo aunque figuraban como edificios independientes, el lote seguía siendo uno, según lo atestigua el plano de Pearson and Sons, publicado en 1915 y de una precisión difícil de conseguir aún hoy. Ambos remataban en tejados casi planos, que se distinguían de sus vecinos, que tenían techos a dos aguas. Este nuevo edificio respondía a la enorme dinámica que atrajo el Mercado Público, abierto en 1905. De ahí en adelante hubo innumerables divisiones e intervenciones para ajustarlos a cada nueva actividad comercial. Parece que en alguna época los primeros pisos de ambos edificios conformaban un solo espacio comercial.
Para mediados de los años 60 se desmontó casi por completo el edificio Puerta del Sol. Hay una foto en la que su “gemelo” se ve casi intacto, con la novedad de que su techo había pasado a ser de dos aguas. En cambio, Puerta del Sol era un cascarón sin techo, con los muros desnudos y apenas los huecos de puertas y ventanas. No sería raro que hubieran tenido que retirar todas las maderas pues solía ocurrir que el comején hiciera de las suyas. Luego aparece otra foto, quizás de 1967, con andamios y en construcción. En esa época fue cuando se subió a los cinco pisos que hoy conocemos.
Este edificio tiene una particularidad muy sutil. En Cartagena, por una tradición ancestral heredada desde la Colonia las vigas que soportan los balcones (llamadas canes) rematan en figuras con nombres muy particulares: pecho de paloma o boca de tigre, por ejemplo. Los que soportan el balcón de Quiebracanto y los del tercer piso terminan en un corte recto, como se hace en otras partes del Caribe hispánico, así que quizás el diseño o construcción pudo haber sido de un cubano o un portoriqueño.
Sin embargo, las técnicas y materiales que se usaron para esa nueva construcción tampoco garantizaron mayor calidad. Unas cuatro décadas después, a comienzos de este siglo, el edificio lucía muy avejentado en sus pisos superiores, con muchas y gruesas goteras y, en general, un estado de vetustez impropio de un edificio tan ‘joven’, si se le compara con tanta edificación colonial que soportó el abandono y mal mantenimiento de varios siglos.
José Arcadio y Aureliano
Pero ¿de dónde viene el traspapele con los nombres? Dos antiguos habitantes allí lo recuerdan inequívocamente como Puerta del Sol y nunca lo escucharon mencionar como Edificio Morales. Uno de ellos recuerda un sol labrado en la puerta de metal de la entrada. Había una placa de piedra caliza que decía algo como ‘Edificio Altos de Puerta del Sol’. Muy posiblemente de finales del año 77 o año 78 -a juzgar por un afiche de la campaña presidencial de entonces- aparece una fotografía con un cartelón a lo ancho del edificio, en donde hoy está Quiebracanto, con las palabras La Puerta del Sol.
Aquí aparecen en este relato el recordado Emigdio Morales Puello y su hermano Ubaldo. Se sabe que el comercio Puerta del Sol fue fundado originalmente por “Antonio y Rafael Paternina Portacio, dedicado inicialmente al comercio de víveres y abarrotes, quienes lo transfirieron años después a los hermanos Morales Puello”, según el gran cronista Rafael Ballestas. Hay indicios de que a la entrada de la torre del Reloj se le llamaba también ‘Puerta del Sol’ y quizás a eso aludía el nombre del local, que quedaba justo al frente, atravesando el camellón de los Mártires.
Emigdio puso allí un almacén de repuestos de automóviles, de los pocos que había en la ciudad a mediados de siglo. Su hermano Ubaldo abrió otro a la vuelta, llamado El Faro, en la esquina interna que formaban el edificio del actual hotel Monterrey y el antiguo Teatro Cartagena.
Antonio de Aguas recuerda que Emigdio hacía parte de un club de caza que se reunía con frecuencia en el patio conectado directamente con el local de repuestos. Allí departía con miembros de algunas prestantes familias cartageneras y seguramente planeaban sus siguientes salidas. Entonces se cazaban animales como venados y patos ‘torniquetes’, que en su migración desde Canadá hacían parada en cercanías a La Boquilla.
Después de que cerrara el almacén de repuestos y de la muerte del patriarca —que subdividió las propiedades entre sus hijos— ambos edificios tuvieron muy diversos ocupantes. En el Morales Hermanos se recuerda en las últimas décadas un hotel bastante precario en el segundo piso y abajo, un bar de aspecto decadente. Hay quienes recuerdan que funcionó Transportes Kalamary y la farmacia Villareal. Miguel Caballero recuerda haberse subido con el bonche de amigos al tejado de este edificio para ver películas en los viejos teatros.
En el Puerta del Sol vivieron familias entre los pisos tercero y quinto. En el segundo piso se turnaron negocios de peluquería, apuestas y un bar, hasta cuando quedó sin mayor uso y lo estaban arrendando como bodegas porque no tenían instalaciones de ningún tipo. En esas estaba cuando en 1993 llegó Quiebracanto, el decano de los bares de salsa en el Centro. Abajo llegó La Caponera en el año 2000, con un éxito inmediato. Este bar se trasladó en 2019 una cuadra más arriba, hacia el Centro de Convenciones, también con buena clientela, hasta que llegó la pandemia por Covid 19.
La salsa se queda
Ambos edificios forman parte del complejo hotelero que actualmente construye el Proyecto San Francisco. Tienen como vecino al Club Cartagena, que será la entrada principal del hotel y está siendo restaurado minuciosamente desde el subsuelo hasta la cubierta.
“Esta esquina es muy importante y representativa para la memoria urbana de la ciudad. Vamos a dejarla tal cual existe, mejorada y potenciada. Le corresponde una restauración tipológica, que implica mantener la fachada, los espacios donde van puertas y ventanas y las cubiertas, así como preservar los muros coloniales”, explica Laura Acevedo, directora de diseño de todo el proyecto hotelero.
Quién regrese a la ciudad tras diez o veinte años no debería notar mayor diferencia al observar la calle, salvo la sorpresa de Quiebracanto. El tradicional sitio salsero ocupará el frente de ambos edificios en el primer piso, con acceso directo desde la calle y tendrá más área que en su actual locación en el segundo piso del Puerta del Sol.
El Club Cartagena se comunicará con estos dos edificios -que funcionarán como una unidad arquitectónica- por la parte trasera del Morales Hermanos. Por ahí se llegará al patio, restaurado con las dimensiones que tenía en la colonia cuando era un solo predio.
Del segundo piso hacia arriba serán ubicadas diez suites del hotel. Lograrlo ha sido un reto mayúsculo. Para comenzar, se trata de dos edificios pequeños y de poco fondo, a cuya área hay que restarle el patio. Además había que ubicar los dos ascensores, cuyas ‘cajas’ restan otro espacio más. La altura de los entrepisos es de máximo dos metros con cuarenta y cinco centímetros, lo que no dejaba espacio para ocultar tras un cielo raso -como se estila en los edificios modernos- los ductos de ventilación y por donde pasan las tuberías de electricidad, agua, sistemas contra incendio y de comunicaciones.
Y si todo ello no fuera lo suficientemente complejo, había más. En la construcción de hoteles alrededor del mundo es una práctica regular ubicar las áreas de servicios en pisos o sótanos debajo de las habitaciones, para facilitar el tránsito del personal del hotel, que usualmente requiere de un ascensor propio. Además los dos edificios tenían los pisos a diferentes alturas. Y había que integrarlos al resto del conjunto hotelero pues no podían quedar como un ala aislada.
Laura Acevedo remata el listado de retos con el mayor de todos: los muros de primer y segundo piso son de conservación arquitectónica pues son legado de la época colonial, pero ya no tenían la capacidad de carga requerida para soportar el resto de la edificación, las normas de sismoresistencia ni las exigencias de los nuevos tiempos.
El conjunto de decisiones finales incluyó, entre otros aspectos: construir ductos verticales para ascensores y las tuberías de servicios; una nueva estructura interna en metal para soportar el edificio por encima del segundo piso; reemplazar todo el maderamem existente, y adecuar la parte operativa para el servicios a las habitaciones pase por la terraza del Club Cartagena. Esto es, realizar un complejo proyecto de muchos componentes para mantener la fachada como la conoce la ciudad y operar por dentro como una estructura nueva y preparada para muchos años. La vista desde la ciudad hacia esta calle y desde esas habitaciones hacia la ciudad, en una esquina tan estratégica, hará que todo el esfuerzo haya valido la pena.
Cartagena de indias. 1969. Harrison Forman Collection American Geographical Society Library, University of Wisconsin - Milwaukee Libraries American Geographical Society Library Digital Photo Archive - South America.